domingo, 10 de agosto de 2014

TEGUCIGALPA

Ya no me gusta salir. Supongo que ya me acenté en este punto, -el de ser "aburrida"- a mi manera y me gusto así. Los "teens", esa hermosa estapa de los escapes al estilo Los ángeles de Charlie para ir a la disco y bailar y beber hasta el amanecer y despertar con olor a vómito, ya se quedó atrás.
Ahora, no me escapo porque nadie me vigila, no soporto los excesos, bailo poco y respeto más las horas de sueño. Para mí, si no hay opción de quedarse en casa, una salida perfecta seria ir a cenar algo rico -que no sea chainís- tomarme un vino suave y si andamos con grata compañía, fumar un porrito y disfrutar de las luces de la ciudad, de esta vetusta y desauseada ciudad.

Este pueblón de blanco y negro me obsesiona por mil razones. El que por ratos odio y el que por varios años me ha dado tanto material tangible y no tangible para sobrevivir.  Aquí llegué con sublevados aires de princesa. Me subí por primera vez a un bus urbano, conocí en primera fila a un ladrón. Me hice vecina de la desdichada madre de un marero que hace poco vio a su hijo morir vapuleado por la mara rival.

Yo no sabía de contrastes hasta que conocí mejor Tegucigalpa. En Juticalpa la riqueza está en la tierra y no en mansiones ridículamente lujosas. No he visto carros que cuesten un millón de lempiras salvo por los empresarios del polvo, que son otro tema. Tampoco he visto casitas de cartón o niños lavando parabrisas. No digo que aquí no hayan pobres, por supuesto que los hay pero es raro que en Olancho un niño se muera de hambre. Claro, que es una cuestión propia de las zonas rurales, pero era a lo que yo estaba acostumbrada a ver.  Aún no logro entender porqué hay gente de los caceríos y de las aldeas que abandona su casa de adobe, su parcellita de tierra, su vaca y sus dos gallinas para ir a "probar suerte" a la ciudad.

Probablemente alguien menos y romántico y más sensato que yo me diría, pues bien, Lizbeth La Reflexiva, ellos emigran por la misma razón por la que vos emigraste hace seis años: para buscar un futuro mejor pero al arrivar, se dan de narices con la realidad.
En efecto, todavía es chocante para mí acostumbrarme al cambio. Es jodido andar con paranoia todo el día. Aprender a descofiar hasta del pulpero y caminar siempre rápido. En ocasiones me pregunto ¿Qué sería de mi vida hoy si residiera en Olancho?  No puedo imaginarlo aunque puedo intentarlo.
Quizás dormiría en una cama más cómoda, tendría tortillas recién hechas, y todas las comodidades que tuve hasta los 17. Andaría muy tranquila por las calles sin temor a ser asaltada. Viviría frustrada porque no hay salas de cine y tendría que ver las películas piratas. Me pasaría todo el día releyendo las novelas de mi pequeña biblioteca. La pobrecita de mi madre tendría que mantenerme hasta encontrarme un novio decente, casarme con él, tener tres hijos. Cerraría este blog y mi único trabajo seria limpiar la casa y pelear con mi marido, pelear con los hijos y reabriría mi blog para quejarme de todos ellos. Esa es la predicción más cercana si me quedo en el lugar donde está enterrado mi ombligo. Pero no creo que eso suceda.
Me fui enamorando de Tegucigalpa de a poco y descubrí que los mitos y las leyendas tenebrosas  del campo se hacen realidad acá. Por ejemplo, hace poco conocí una bruja desquiciada embriagada de maldad hasta la última hebra.
Seria muy negligente de mi parte decir que acá todos están locos. Pero no me importa, es cierto, los que vivimos aquí hemos perdido un poco -o mucho- de cordura. ¿si no cómo podríamos andar tranquilos en esta selva gris?

Si bien, corté lazo con la vida nocturna de doña Teguz, aún disfruto mucho salir sola. Ir a caminar al centro y encontrarse a poetas alcohólicos que se caen en alguna acera y las doñas compasivas que les tiran dos pesos cual si fueran mendigos. Los niños pidiendo un bocado fuera de las panaderías, los rótulos de "se vende ropa americana" por doquier. La risa de los estudiantes y la música de reggaetón de los buseros. Los grafitis, la tienda del turco, el olor a mierda y a humo, Los Dolores, las hermosas casas antiguas, los perros aguacateros y sus miadas en las paredes de cada Burger King, son solo algunos adornos que mantienen con vida el espíritu de una ciudad rota y puñeteada por siglos.
Siempre la critico y la jodo todo el tiempo, pero es que uno pasa jodiendo lo que más ama. Y cómo no amarla si ha sido musa de tantos artistas de antaño que tuvieron arrugado el corazón por verla sufrir así y los artistas de hoy evolucionaron y el corazón ya lo tienen como una pasa porque la pobrecita está sufriendo más que nunca.

En esta ciudad cada vez son menos las medias tintas. Por un lado vas a ver a los cerdos con la mente podrida de poder y dinero; por otro lado, hay miles de perros desafortunados que no tienen más opción que matar para comer.
Es la ironía más cruel saber que ese montón de casitas que invaden las faldas de la ciudad, le sirven de adorno a los ricos que viven en esos edificios de revista.
Hay bares en los que un shot de tequila cuesta 100 lempiras y hay estancos donde te ponés a verga con la misma cantidad.
Ya no concibo mi vida sin el caos y sin la incertidumbre que me provee Tegucigalpa. Es surreal conducir un día equis por el anillo periférico y maldecir a un taxista por chancho, avanzar 200 metros y encontrarte con un choque, moverse otro poquito y ver el levantamiento de un cuerpo, espantarse por un minuto, subirle a la radio para olvidar la escena y toparse después con una manifestación. Así es ella, tan caótica, es como estar dentro de una película todos los días, es estar haciendo el amor y escuchar afuera ocho balazos. Es el conejillo de indias perfecto para cualquier científico social.
Teguz, físicamente es una fea que de noche se pone tan linda como la navidad. Espiritualmente está paniqueada por incubar a tantos locos que han venido desde el interior, unos para dibujarla y acariciarla, otros para seguir marchitándola.
Olancho es mi primer gran amor y lo que yo más cuido, pero ahora una fea luminosa es mi hogar y en mi deber se ha convertido defenderla mientras no me termine de hundir con ella.
Es verdad, no es lo mismo estar escuchando el insistente llanto de las chicharras y sentir el olor a pino y a tierra mojada allá donde siempre hay amor y comida pero, con resignación, uno se acostumbra al hedor y a la bulla torturadora de la ciudad.

Tegucigalpa ahora está impregnada en mi nariz y en mi memoria para el resto de mi vida, aunque un día no la aguante y quiera irme lejos de ella y toda su marea, siempre habrá en mí esas ganas de curarla en forma de agradecimiento por dejarme verla, por darme tanto para reflexionar, para escribir y por darme a la gente que yo necesito amar.

2 comentarios:

  1. Ey que buen articulo, felicidades! me siento plenamente identificado con este por compartir el sentimiento de haber dejado a Olancho! Saludes!!

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  2. Lleva Lizbeth las letras en sus venas haciendo una descripción de una Princesa recién salida de un reino pacifico y abundante, sano y sin demencia acelerada, hace un desglose de cada pintoresco y artístico de una Tegucigalpa en ruinas pero llena de pasión y amor de magia y locura...

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