domingo, 16 de noviembre de 2014

EL CAMINO


Lo que más disfruto cuando vengo a casa no es la casa, sino el camino. Construyo y destruyo escenas de lo que me gustaría que fuera  y lo que no ya no fue. Mientras ruedan las llantas, me gusta escuchar rancheras y hip hop en lista aleatoria, -siempre he sido tan variada en todo-. Eso me hace feliz.

Me gusta pensar en vos.

Y eso a veces no me hace tan feliz.

La felicidad que despierta en mí esta tierra es tan genuina como el fastidio que por ratos me provoca vivir en tu ciudad.

Para no dejar en ascuas a tu curiosidad, te voy a contar: Pienso en nosotros. En vos y yo juntos y separados.

En mí antes de vos, y en vos después de mí.

¿A quién culpamos?
Fue tu mano.

No, fue tu boca. Tu boca demoníaca. Tu boca sabrosita, tu boca que ya no es tu boca. ¿Te he dicho que me gusta tu boca?

Pues, me gusta tu boca.

Te decía del camino. Las montañas son todo un retrato. El olor a pino, el viento peinando mi pelo y golpeando duro en mis mejillas, así tan duro como cuando pegan tus sarcasmos en el pecho.

¿Ves que en todo estás?

El asfalto y las tripas de los perros plasmadas a él. La basura quemada descuadrando con lo verde. Nada me distrae de la belleza porque nadie la puede opacar.

Vos sos parte de la obra.

Entonces si no fue tu boca, fue el coco.

El coco siniestro.

No es tan fácil de expresar, las bocinas de los furgones distraen la unidad central de la lógica y de la manipulación en mi cerebro. No lo puedo controlar. Te lo dije antes, no me interesa usar escudos ni fusiles. Yo con vos me quiero desnudar de todas las formas.

Pero,
Siempre están los pe-ros.

En el horizonte está la señal de los túmulos. El chofer disminuye la velocidad y mis pensamientos se reducen con los frenos a tus besos.

Los que nunca son suficientes.

Porque me gusta besarte.

Me gusta escucharte. Olerte, tocarte.  Me gusta tomarte, beberte. Me gustan tus nalgas. Me gusta todo tu cuerpo, hasta tu pelo.
(Y es en serio.)

Me gusta tu letra, tu música, tus ideas, tu risa, tus cuentos.

Todo tu misterioso encanto.

En la aldea de los menonitas hacemos la primera parada. Compré jalea de chile y pan de naranja para no llegar con las manos vacías a casa.

De vuelta al camino, se puso Chavela y me puse triste.

Más que triste, enojada.

Incomprendida.

Confundida.

Ya ha pasado suficiente tiempo, el necesario para mandarte vía paloma mensajera que siempre no y que mejor si te acepto las renuncias.

Pero no. Ahí está la insistencia de imprudente.

No me gusta tu boca cuando tira sapos y culebras.

No me gustan, tus desplantes, ni tus enredos. Tus celos, tus miedos, tus desconfianzas.

¿Por qué no confiar en alguien que le entregas a cabalidad tu cuerpo?

Tu cuerpo que ya no es tuyo.

Tu cuerpo que vos me lo diste al tiempo que yo te di el mío. Como un convenio sin fechas, ni límites y mil condiciones y mil consecuencias.

Ya el destino se lee en un letrero verde.

Estoy en casa.

Vos seguís en mi mente.

Como último esfuerzo por pensar sin pensar, me pregunto por qué seguimos ahí.

Vos deprimido, yo en vías de la locura.

Serán las ganas que me dan a veces de estar con vos toda una vida.

O será el impulso que me da por ratos de mandarte bien lejos con dos palabras.

¿Por qué siento que te quiero y que te odio “irremediablemente” como dice tu poeta favorito?

¿Crees en los enigmas?
Yo sí.

Ahora si llegué. Me bajaré de la carreta. Estiraré las piernas, voy a saludar, tomar agua helada, a resumirle a la audiencia en un par de segundos lo que pasó en el camino.

Más tarde, habrá algún mal momento para seguir pensando en vos y en mí.


En nosotros después de nosotros.