martes, 31 de mayo de 2011

Mi primer amor...

Ya se fue otro mes y yo en mis intentos de querer atreverme de una vez y sin tapujos poder publicar las locuras que escribo… por eso he decidido no releer más de una vez lo que publique en este blog o en cualquier otro lado, sin arrepentimientos ni regresos salvo por alguna que otra incorrección imperdonable.

Nunca fui el bicho raro en mi familia ni en la escuela, o al menos eso creo. No lo fui o quizás lo disimulé muy bien. Desde niña veía a mi tía Zoila alias “mi Anita” leyendo sus libros, aquellas novelas de nombres llamativos y algo sugestivos para mi edad y adoraba ahondarme en el mundo ficticio del amor perfecto y el romance apasionado que pintan esos cuentos, recuerdo que los leía a escondidas en un rincón simulando que hacía la tarea…  sin temor a equivocarme creo que ahí comenzó mi locura total.

También jugué con muñecas, con amigas, al papá y la mamá, las escondidas, rayuela, pero de todo eso, lo que me fascinaba era jugar con mi imaginación, querer darles vida a los personajes de los libros de mi tía, mejorarles un poco la historia o arruinarla por completo.

Sé que todos los niños tienen una imaginación poderosa, mágica, enérgica; pues bien, creo que ya no superé mi infancia y me encanta saber que aún tengo la capacidad de transportarme a otra dimensión en mi mente, crear uno y mil escenarios en uno solo, vivir la vida de alguien que ni siquiera conozco, escribir en mi mente, inventar historias, crear realidades…

No recuerdo el total de libros que leí de chavala, de hecho recuerdo muy poco el nombre de los libros, algunos no les entendí ni papa, otros los tengo grabados en mi mente o quizás solo la esencia de ellos. Lo que si archivo muy bien en la mente son algunos personajes, aquellos que me sorprenden horriblemente cuando los veo en la vieja de la esquina, en el chico de al lado, la mujer en el mall, entonces de covierten en actores que trabajan a diario y arduamente sin recibir un quinto, trabajan para mi, sin goce de sueldo y yo lo exploto a mi antojo.

Por eso me encanta saber que el mundo no es de nadie, tampoco la gente, tampoco los mares ni los cielos ni siquiera el aire es privado o exclusivo de alguien. Las mejores cosas de la vida son maravillosamente gratuitas precisamente porque carecen de dueño que las cuide.

Y como explicar entonces, aquella línea de aquel verso donde comprimiste el amor hacia aquel insensato y malvado ser humano que te hirió profundamente. Y sin embargo le sigues regalando peldaños de tu amor en la poesía que solo el dolor es capaz de escribir. Grave error! si el amor no es propio, el amor germina adentro de uno pero con la ayuda del otro, con su sol, con su luz y su agua… sobre todo su agua… y lo lógico es que el otro es que en una de esas se descuida y olvida aquella planta ridícula y pum! Murió aquel sentimiento sublime… la verdad, el que se muere es uno y los sentimientos siempre serán los mismos, a pesar de…

Alguien me dijo: mi cabeza a veces es una sopa, otras tantas un Chop Suey… y a veces solo una bola de tripas que laboran al son de la rutina. El cerebro del artista, en especial de los escritores es un revoltijo de ideas, de ímpetu, de miedos, de hazañas, de virtudes y pecados. Son sonetos de libertad por tener la obra perfecta y pinceladas de esclavitud por no tener la señal precisa para empezar a escribir.

Esa capacidad de caer en el fango por una tan sola frase o de renacer como el ave Fénix para alcanzar la gloria, solo lo tiene una pluma. Puede salvar la vida de miles o acabar con la de otros millones. De todas las armas, es la más sigilosa, la más noble y la más mortal.

Bendigo al dios de este precioso arte que se apoderó de mí desde joven, bendigo a los poetas que me enamoraron, me hablaron, me tocaron, me hirieron con su poesía majestuosa. Bendigo a ese dios que nos presta por un instante la semilla del amor y del cual se desgajan todos los sentimientos, los nobles y los nefastos. Bendigo a ese único Dios que es mil en uno que me prestó una vida que hoy la acepto únicamente para devolverle en letras sinceras y humildes lo que tanto me concedió, aunque fuere solo por un segundo.