miércoles, 29 de marzo de 2017

Otro adiós definitivo


Querido Perro Samurai,

Hace rato dejé de contar los días que había pasado sin verte. Ya no volveré a hablar en plural cuando me dirija a vos. El “nosotros” y “lo nuestro”  ya no existen. O al menos así debería ser.
He pasado horas enteras sin pensarte aunque de repente te aparecés por ahí en algún sueño y luego amanezco de muy mal humor. No me acostumbro todavía, pero creeme que trato. El café ayuda, pero no siempre.

Paso mis días tranquilos. Dentro lo que puede llamarse “tranquilo” en este hoyo caótico e infernal que es Tegucigalpa. He comido cuanto he querido y no, no he aumentado de peso, y sí, he bajado (al menos) un par de libras. No lo notaste, o, más bien, no lo admitiste porque sos un idiota y te encanta joder. Pero me gusto así y sabés cuánto me encanta verme y que me veas desnuda.

No fue fácil el regreso. Ya te lo he dicho tantas veces, a vos y a todas las personas que han tratado de ver a la misma que era hace un año. No me escuchaste cuando te dije que era distinta. No has estado ahí lo suficiente para notarlo. No he dicho que cambié para bien, pero ya me conozco mejor, me caigo bien y sigo cargando mis traumas. Sí, esos traumas que decís te preocupan. No son tan pesados como parecen. A mí lo que me revienta es que las cosas no me salgan como yo quiero y por eso estamos aquí, actuando como extraños.

De verdad no es fácil. Extrañarte de cerca es mucho más difícil que estarte queriendo allá, en el fin del mundo. Entre la cordillera nevada, los desiertos, las playas y la selva todo parecía más liviano. Todo el camino de regreso a casa te pensé y te anduve conmigo. Cada cosa nueva, cada aventura, cada sabor, lo iba guardando para contarte y que no te perdieras cada detalle.

Hacer ese viaje ha sido lo mejor que he hecho en la vida y quería compartirlo con la persona que me incitó a hacerlo. Creyendo que todavía podías ser mi compañero, mi amigo. Estuviste ahí todo el tiempo, sólo conmigo, incluso cuando dejaba de quererte. O cuando me daban ganas de estrellar el teléfono con tu cara en la pared en esas últimas videollamadas. Ya empezaba a pensar que era amor del bueno cuando seguía queriéndote aun cuando ya no te soportaba. No te soporto, de hecho. Nunca lo hice. Pero era peor estar sin vos. Es peor estar sin vos.

Ya nos hemos dicho, reprochado y herido lo suficiente. Pero necesitaba escribirte una última vez. Con vos aprendí que el nunca jamás quiere decir tal vez. ¿Cuántas veces me has dicho adiós? Porque no hay manera de ser polite al decir no. Antes de los gritos y de los portazos todavía seguías estando en ese lugar que nadie nunca pudo llegar. Ahora vamos caminando, cada quien por su lado, aunque no sé exactamente dónde.

Te contara de mis días en mi nuevo trabajo. En lo feliz que me hace. En las esperanzas que tengo de mi nuevo viaje. Que la maleta que llevo es mucho más liviana. Que cuando me voy manejando a Olancho pongo el mismo disco de The Doors. Que volví a comprar baleadas en el barrio donde vivía antes de irme. Ahí donde pasé más horas con vos que conmigo o cualquier otra persona. Que no puedo evitar sonreír por ratos cuando me acuerdo de alguna de tus tantas locuras. Que he hecho de todo y siento que no hice nada porque el tiempo se me pasó en un suspiro. Que ando buscando crear nuevos recuerdos en los que no estuvieras vos. Que me tatué, me fui al mar, conocí nueva gente, que he dormido abrazada con alguien más. Que aunque no lo admitiera antes, me jode tanto que estés con alguien más. Por eso no encuentro otro mejor remedio que la distancia.

Es extraño ver de nuevo el cuadro de Chaplin en el piso de otra casa. Lo he bajado del carro hasta ahora. Entre la ciudad que se incendia, -literalmente-, las novelas trágicas que nunca acaban en este país, las clases, los trabajos y todo lo demás que no está en mis manos, llego siempre cansada y con hambre a casa pero hoy me tiré a la cama con dolor. Me duele profunda esta nostalgia aquí en la boca de la panza. No pudiste ni siquiera desearme un feliz viaje, pero yo tampoco pude bajarme y darte un último abrazo.

Ese mismo miedo a perder fue lo que me trajo hasta aquí, es el que me da la fuerza para huir. Quizás después, mi loco, nos veamos a la cara sin dolor o pesares, sin esas ganas de herir. Ahora no veo claro el final del túnel pero tal vez volvamos a cagarnos de risa de la vida. A hablar de las teorías del universo y tus locas conjeturas con un porro en la cabeza. Quizás, cuando ya nadie termine sobrando en la ecuación ni hayan terceros.

Gracias por enseñarme a hacer una maleta y por haberme apoyado hace un año para irme a la mierda de aquí –aunque me lo hayas reprochado después-. Gracias por todas las veces que me hiciste reír hasta el dolor. Por las sesiones de mordidas antes –y después-de hacer el amor. Por las tortillas con quesillo y aquella deliciosa sopa de frijoles que hiciste para mi regreso. Por todas las veces que estuviste ahí. Por dejarme conocer y querer a Romeo. Por tus incontables ocurrencias. Por esos últimos orgasmos.Gracias por mostrarme otra forma de amar.

No sé si sea el adiós definitivo, ya han sido muchos. No sé cuándo te vuelva a ver, pero de algo estoy segura: nos encontraremos y no seremos los mismos. Vos tendrás más arrugas y yo me seguiré poniendo cada día más buena.

Que estés siempre bien, mi amor. 


Lizbeth.