domingo, 18 de agosto de 2013

Ella Me Gusta Parte 3

Eran tan suaves sus labios, no tenían comparación con nada. Cada día al salir de clase íbamos al mismo lugar. Hacíamos el amor de todas las formas posibles. Era increíble ver cómo me había adiestrado a su antojo. Al principio era tímida y no podía evitar sonrojarme al probar algo nuevo. Sus locuras… quien sabe dónde las aprendió, pero me hizo disfrutar como nadie lo ha hecho.

Y cada vez estaba más cerca el día de su partida. Trataba de no pensar en eso y solo disfrutarla pero era imposible. Ahora puedo decir con toda certeza que la amé con mi mayor honestidad e intensidad y que en ese momento sentí que ella me quiso de verdad, pero no estoy segura si de la misma manera que yo. Creo que nunca lo sabré.

Un viernes, (su último día en la ciudad), fuimos al cine. No recuerdo qué película fue pero me la pasé llorando las dos horas. Ella lo encontraba divertido. Me secaba las lágrimas y daba besos cariñosos. “Todo estará bien”, era su frase consoladora que no consolaba nada. Esa noche pedí permiso a mi madre para quedarme en su casa para despedirnos toda la noche. El sábado temprano la acompañaría al aeropuerto.

El plan era seguir en comunicación, toda el día y toda la noche vía Internet y mensajes de texto. Ella haría lo posible por regresar en sus vacaciones y yo mejoraría mis calificaciones para conseguir una beca e ir a estudiar a Estados Unidos. ¿Qué seguiría de ahí?, no tengo idea. Pero el punto era tratar de estar juntas. No tenía otro objetivo en mi mente.

Esa noche arreglé su apartamento para la ocasión. Puse flores por todos lados. Flores que corté del pequeño jardín de mi abuela. Compré comida rápida, cigarros y las cervezas que a ella le gustaban. Cuando salió de la ducha y vio aquel agasajo de cursilería, me abrazó y besó apasionadamente.

-No te quiero dejar, no podría hacerlo. –me dijo, mientras me abrazaba fuertísimo.

-No tenés porqué hacerlo.- le dije, tratando de recuperar el aliento.

-Ya hablamos de eso, serán sólo unos meses, I promise. Solo quiero hacerte el amor. 
Vamos a la cama.- me dijo con esa sonrisa a la que es imposible decirle no.

Lo hicimos más despacio y más suave que las veces anteriores. Pensé que sería al contrario, pero no. Todo fue muy lento, muy húmedo, muy cálido. Todavía puedo cerrar los ojos y ver su mirada enajenada, sus jadeos, el sudor de su espalda. Su cuerpo era curvilíneo, tan femenino y hermoso, nunca entenderé por qué insistía en esconderlo.

Me hizo terminar tres veces, no tengo idea cuántas veces terminó ella pero sé que disfrutó igual o más que yo. Trataba de sentirla todo lo posible. Olerla, tocarla, verla. Memorizar su rostro y su cuerpo para pensarla en su ausencia y así pensarla con mis manos en la soledad.

Logramos dormirnos en la madrugada. Me sentía terriblemente cansada. Derrotada. Dormí profundamente, soñé con ella y con nuestras vidas juntas, todo era ideal hasta que sonó mi celular. Era ella. Eran más de las diez de la mañana. ¿Cómo es posible?, pensé.

-¿Ya despierta?- me dijo su voz tan jovial.

-Si… ¿dónde estás?- pregunté alterada y molesta.

-Estoy ya en el avión, a punto de despegar, no puedo hablar mucho, hay una azafata idiota que me queda viendo mal.- sonaba tranquila, hasta divertida.

-No puedo creer que me hicieras eso, yo quería ir a dejarte…- le dije entre sollozos y llena de rabia.

-Ya lo sé linda. Pero si venías creo que no me hubiese ido. Escucharte llorar es lo último que quiero, además no pude despertarte si estabas dormida como un angelito. Las cosas tenían que ser así. No quiero que estés mal. Pronto regresaré, ten paciencia. Tengo que colgar… te amo.

“Te amo”, era la primera vez que me decía eso y también la última. Las cosas no salieron como lo esperamos, o como lo esperé yo. Con los días seguimos en contacto pero nunca fue lo mismo. Ver como era su vida tan liberal y excéntrica en las redes sociales me mataba de celos, de tristeza e impotencia. Las palabras lindas se convirtieron en reclamos y peleas todos los días. Su indiferencia cada día era más notable y eso me dolía mucho.

En la universidad conocí a un tipo. Estudiaba Medicina igual que yo, pero él estaba a punto de egresar. Él me hizo replantearme mi verdadera orientación sexual, ¿qué diablos soy, qué me gusta o qué no?  En mi mente no cabía la posibilidad de ser lesbiana. Pensé que lo sucedido con Joss era algo que tenía que pasar, algo de la juventud.

Mi relación con Joss pasó de ser distante a completamente nula. Un mal día vi una fotografía suya con otra mujer en su perfil. Desde ese momento supe que no era la persona que yo necesitaba, pero fueron días difíciles. Sus viajes a Tegucigalpa nunca se concretaron. Nunca pude ir a verla. La chica que me volvió loca por un año entero pasó de serlo todo a ser un simple recuerdo.

Decidí iniciar mi vida en la onda heterosexual, lo que mi madre, mi abuela y el mundo moralista esperarían. El chico médico fue el primer hombre en mi vida. Es una aventura completamente diferente. Hay más pelos, más sudor, más dolor, en fin. No es desagradable pero tengo que admitirlo, es mucho más rico estar con una mujer.

Quizás habrá más de alguna que me llame la atención pero nunca voy más allá. El chico aspirante a doctor es un buen tipo, un gran amigo y una excelente compañía en mis largos turnos en el hospital. Estoy muy joven para pensar en el matrimonio pero sé que él sería un buen esposo y un padre ideal.

No sé si algún día me dejen de gustar las mujeres, no sé si algún día pueda olvidarme de ella completamente, pero no es ese el camino que quisiera seguir.

En ocasiones, cuando se hacen muy torturantes los recuerdos, pienso en ella. En mis días felices a su lado. En su olor y su piel. Me pregunto si ella me recordará de alguna manera. Yo estoy tranquila, pero sé que ella es feliz… siempre será una persona feliz gracias a su valentía y libertad. Casi nunca escucho la música que escuchábamos hace cuatro años, pero me gusta recordarla con “To the faithful departed”, de The Cramberries, el único álbum que pude quitarle. No hay noche en que no la piense sin poner “When You’re Gone”, una y otra vez mientras revivo sus labios en mi cuello y sus manos traviesas entre mis piernas.

Asumo y acepto mi realidad pero nunca descarto un reencuentro. Mientras tanto que pasen los años, que pasen las personas que tengan que pasar. Dice mi abuela que hay más tiempo que vida y yo he aprendido a saber esperar sin exasperar.

Mi bandera de lo cursi y lo ideal sigue en pie. Quizás un día cuando sea una doctora reconocida, ella pueda por fin regresar, tocar a mi puerta y verla otra vez. Me imagino que seguiría igual de hermosa, con mil tatuajes pero igual de linda. La besaría hasta el hastío, la haría recordar cada detalle, le devolvería cada orgasmo que me regaló. Le haría saber que sí la amé de verdad y que no hay nada en esta vida que haya deseado más que verla feliz.

                                                                  FIN