domingo, 23 de junio de 2013

Ella Me Gusta

Nunca tuve tanto miedo a volar. Siempre fui una chica buena y no precisamente por estudiar en un colegio católico o por asistir a misa cada domingo del año. Mi familia es conservadora y de alguna medida lo soy yo también. Fui una niña aburrida pero nunca me gustó leer, tampoco escuchar ópera y esas cosas. Mi delirio eran las películas de princesas. Mi abuela paterna siempre me dijo que yo era una princesa legítima. Tez blanca, cabello castaño claro y un tanto escuálida. 

Me parezco mucho a ella. Supongo que lo único que trataba la vieja era de que no me deprimiera por mi apariencia, sobre todo cuando nadie me tomaba en cuenta en las actividades por ser tan bajita y débil. Si, débil. Me regresaba llorando a la casa y la “Tatita”, como le decimos todos, era mi único consuelo sincero para mí. “Las flacas somos más felices, las blancas somos más delicadas y las bajas cabemos en cualquier lado”, me decía la vieja para subirme la autoestima y supongo que funcionó.

Mi abuela tiene un aire muy liberal y tenía maneras muy bizarras para dar lecciones. Lo poquito que recuerdo de papá es que era igual de alegre y chistoso que ella. Pero por otro lado mi mamá fue educada bajo un yugo muy estricto. Su papá era militar y su madre una férrea católica. El sueño de ambos (sus padres), cuenta mi mami, era convertirla a ella en una monja  y a mi tío Pedro en un sacerdote, pero conoció a mi papá y más tarde nací yo. Por eso al tío Pedro no le quedó más remedio que ordenarse como cura. “Por eso se hizo maricón”, me dice Tatita en las cenas navideñas cuando se reúnen todos.

Por fortuna  la familia de mi madre vive en otra ciudad. Tatita vive con nosotras desde que mi papá murió. Ella no es religiosa, podría jurar que es atea pero no lo dice para no molestar a mi mamá. A pesar de no estar de acuerdo con sus maneras para criarme, nunca la criticó. Tal vez fue para no apartarme de su lado. Ella es lo máximo. Siempre que tengo que ir a misa y mira mi cara de descontento y pereza, me dice a escondidas en la cocina que me quede con ella para escuchar sus boleros y rancheras pero sabe que eso significaría una regañina por parte de mi mamá. No sé qué haría sin mi abuela. Pasó tantas noches convenciéndome de que yo no era fea.

Con los años me fui dando cuenta de que el espejo se hizo mi amigo y tenía razón mi abuela, las otras niñas solo sentían envidia pero la verdad ese asunto no me preocupaba. Hice dos buenas amigas en la secundaria y las dos tenían su respectivo novio. De hecho supongo que todas las de mi clase tenían su noviecito o de esos amigos especiales. Todas excepto yo. No porque nadie me cortejara, siempre habrá más de algún perro aguacatero husmeando para ver si consigue algo.

Pero nadie me interesaba. Mi mundo consistía en estar encerrada en mi cuarto estudiando, siendo aburrida. Siendo buena hija. Acompañando a mi madre a sus círculos bíblicos, aprendiéndome casi todos los rezos de los funerales, el mismo sermón de cada bautizo o cada boda. Esa era mi vida. Mi mejor pasatiempo era escuchar a Tatita hablar de sus aventuras de juventud y verla cómo se emociona cuando habla de sus tantos novios y cómo el nacimiento de mi padre le cambió la vida.

Mi vida y mis costumbres eran tan aburridas. Hasta que un día llegó ella. Venía de Estados Unidos. La mandaron castigada para acá. Los padres creyeron que matricularla en un colegio de mojas podría hacer que cambiara su actitud. En ese entonces estaba más llenita, su piel muy clara y bonita. Tenía el pelo muy cortito, pintado en negro azabache. Tenía agujeros en las fosas nasales y en todo el contorno de las orejas, supongo que las monjas le hicieron quitarse los piercings.

Caminaba de una forma peculiar y a paso ligero pero lo hacía con mucha gracia. Tan pronto llegó se hizo amiga de todo el mundo. Pero no hacía las mismas bromas conmigo, quizás porque miraba que yo era reservada.  Le fastidiaba usar el uniforme diario, cada día al salir de clase, se iba corriendo del lugar para ponerse su cómoda ropa. Jeans flojos a la cadera, tenía los tenis All Stars de todos los colores, camisetas oscuras y grandes que disimulaban mucho sus pechos. Nunca nadie me había llamado la atención de tal manera.

Siempre la miraba y trataba de disimular, me gustaba pensarla en las noches. Me daba una curiosidad terrible. Cuando hablaba, cuando insultaba a las monjas en inglés y luego les tiraba besos de lejos. Me causaba gracia todo lo que hacía, pero no ella sabía quién era yo. Un día sin que nadie viera le revisé su mochila. Había unos CD’s de Iron Maiden, Slipknot y Metallica. Nunca los había escuchado en mi vida pero me fui al mall y me gasté casi todos mis ahorros comprando los mismos CD’s.

Cuando llegué a casa, ansiosa por escucharlos, mi madre y mi abuela estaban en la cocina, entré a saludarlas rápidamente.  Entré a mi cuarto y puse Psychosocial de Slipknot a todo volumen. Pasaron sólo unos segundos cuando las tenía a las dos viejas escandalizadas en la puerta de mi cuarto. Hasta mi abuela estaba horrorizada. Mi mamá me dijo que con esa música estaba permitiendo al diablo entrar a la casa. Mi abuela dijo que era culpa de las monjas. Me reí. Las saqué del cuarto y me tiré a la cama para seguir escuchando todos los CD’s con mi Ipod.

Había escuchado antes el rock pesado quizás en la televisión, pero nunca me interesó. Pero esa tarde los escuché una y otra vez. Y más tarde en la noche me masturbé por primera vez en mi vida. Me toqué pensando en ella. Fue lo más erógeno que había experimentado hasta entonces. El primer orgasmo con mis manos. Imaginándola a ella encima de mí, besando mi cuello, explorando en el sur, llevándome al cielo con sus dedos. Sentí algo de temor y pudor al terminar, pero nunca antes me había sentido tan viva.

Al día siguiente al verla me sonrojé como un tomate y ella lo notó. Cruzó un pasillo para acercarse a mí.

-Hace calor, verdad.- me dijo volteando a ver al cielo opaco, carente de cualquier sol o lo que se parezca a eso.

-¿Calor? Bueno sí, un poco… creo. – le dije sin comprender.

-Solo las putas que tienen memoria se sonrojan de la nada.- me dijo con una sonrisa torcida y viéndome fijamente. Yo me enrojecí mucho más y tragué saliva.

-¿P..perdón? – tartamudeé un poco al rato que ella se echaba tremenda carcajada.

-Estoy bromeando, Andrea. – me dijo agarrándome los hombros. Ella es un poco más alta que yo.

-Daniela. - la corregí.

-Whatever, tú tienes cara de una Andrea, pero Daniela te queda también. Yo me llamo Josseline, y odio ese nombre. Cuando tenga los años suficientes me lo voy a cambiar, por mientras sucede eso, dime Joss.

-Yo sé quién sos vos… - le dije casi susurrando por los nervios. Esta chica me intimida demasiado.

- Ok, Dani Blush, ¿te gustaría acompañarme a un lugar? No preguntes dónde, solo dime si puedes o no.

-¿Ahorita? – pregunté señalando mi reloj, todavía faltaban dos horas para salir de clase.

-¿Sí o no? – repitió.

-Sí. – le dije con una ola de adrenalina revoloteando en mi pecho y nos fuimos.


CONTINUARÁ…

sábado, 15 de junio de 2013

Te invito a un café.


“- ¿Qué pasó, te llevó a volar y te dejó caer desde lo alto? te advertí que ibas a salir herido.

- Es mejor herido que dormido como hasta ahora.

- ¿Te gusta sufrir?

- A veces una herida te recuerda que estás vivo.”
     “El lado oscuro del corazón”

Por alguna razón llamaste mi atención. Supongo que fue tu aspecto desaliñado con un aire bohemio y tu pelo que pareciese no has peinado en mucho tiempo, lo que me hizo pensar que eras un artista o algo parecido a eso. Al rato te escuché hablar de armas y amenazas de muerte, fue entonces que confirmé que debías ser alguien interesante.

A los pocos días te perdí la pista. Pero mi distorsionada y menuda vena periodística o mi simple e insensata curiosidad de mujer  me hicieron preguntarle a alguien sobre vos.  “Es un artista y está loco”, me dijeron. – Si es artista, que esté loco es un requisito básico. – le dije a esta persona. “No, él está loco de verdad, literalmente.”

No reparé mucho en la premisa de mi informante hasta que te vi otra vez; llegaste despistado, con saco y con boina, oliendo muy bien, siempre despeinado, saludando a todos con dos palabras, al instante te sentaste y concentraste en lo tuyo, torcido hacia tu laptop, casi aferrado a ella. Así te empecé a observar y ni te diste cuenta.

Podría estar segura que el espíritu de la coincidencia nunca hubiese figurado ese día si yo no hubiere mencionado a la madre cannabis. No preguntaste mi nombre, no me dijiste cómo estás o mucho gusto, o quién diablos sos, solo señalé la palabra “mota” y me dijiste: “Te invito a un café”.

Y así fue, el primer café se absorbió con la rapidez de un suspiro,  hablando de la marihuana y percatándome de tu total, benevolente  y aparente inofensiva locura. Me di a la tarea de mirarte, sólo mirarte.

Un tipo que de lejos parece caminar relajado por la vida, cantando en los pasillos y hasta en el baño. Maniático compulsivo. Templado, apacible, misterioso, impredecible, audaz y sencillo, intrépido, complejo. No me preguntés por qué. Que nadie me pregunté por qué, yo solo quería mirarte.

Y no, no fue tu “perfil griego”, tampoco es tu fisonomía de adolescente. Tu mirada que por ratos da miedo o tu risa que se me hace tan genuina y simpática.

No necesitás conocer a alguien de toda la vida para entender que tenés  que guardarlo al instante en el baúl de las cosas invaluables. A veces tarda el intervalo de un minuto para entregarle tu atención e interés total a una persona.

Echémosle la culpa a la marihuana o a las malas coincidencias. El café consistió en resumir tu total locura, la cual se divide en dos: la locura divertida y la locura fastidiosa. La primera te ha permitido hacer tu arte y andar por caminos interesantes pero la segunda te ha llevado de la mano a conocer lugares vacíos y la incertidumbre que puede ser bien puta si quiere.

Es la locura esa cosa que distingue a un artista del resto pero es su genialidad aquello que lo define como tal y vos tenés ambas cosas, por esa razón -que pocos entenderán- es lo que te hace digno de mi atención.

Y no son síntomas de querer congraciarme con tu persona, si me has observado aunque sea un poquito sabrías que no soy de esas. Yo solo quería mirarte. Enajenada y estúpida como dijo un amigo mío. Pero solo quería mirarte. Y te miré hablándome, recitándome una de tus canciones, una que habla sobre la boca y algo que ahora no recuerdo… ¡Ah!, el amor… ¿Ya ves?  Te vi sin mirarte, te vi en tu arte, en tu olor. Sobre todo tu olor.

Tratar de resolver un acertijo que curiosamente no está en vos sino en mí, tratar de saber de tu vida y tus secretos tampoco es mi fin. Por eso no me preguntés ¿por qué?, ¿por qué te miro o por qué te huelo o por qué te escribo? Yo solo quiero o quería observarte, retratarte en líneas y ya ni sé si lo logré.

Y si te digo que me tocás esa fisura de mi cerebro que no sé cómo putas se llama, que me hace querer ir a ese lugar donde me gusta reposar porque me siento una deidad o algo parecido, donde las palabras llegan en ráfaga y donde las cosquillas se sienten más profundas, es ese lugar donde uno puede crear y jugar a ser un dios. Siempre busco excusas para visitar ese lugar que me acongoja y que a la vez me dosifica.

Y si te digo que nadie puede entender lo que digo, ni siquiera lo entendería el hombre que amo ahora, ni la mujer que me dio la vida, ni el amigo que conoce todo sobre mí, ni los chismosos de pensamiento simple que tanto te preocupan. Y si te digo que sos esa llave que abre un candado y no es precisamente el de la entrepierna.

No te conozco lo suficiente y te conozco más de lo que te podás imaginar… y todo por mirarte. Y te recuerdo: no me preguntés por qué. Seguro los cortos de criterio pensarán mil cosas pero…  ¿Podría tu extraviada caballerosidad volver un segundo para permitirme el atrevimiento de preguntarte ¿POR QUÉ? ¿Por qué te pusiste una especie de velo para no poder verte? Quizás te hice un magnánimo en mi cabeza, quizás te subestimé, te idealicé y no sos más que otro pendejo del montón.

Tu avistado recorrido y tu vasta experiencia me hicieron creer que no eras pendejo. Al menos no tan pendejo para poner oído a bocas venenosas… ¿no decías en la rolita aquella que el amor está en todo? Bueno no estaba en tu boca cuando me disparaste aquella bala disfrazada aquel día en el café.

Me hablaste de fantasías, de cosas absurdas y otras tantas que por fortuna no recuerdo. Cosas que no entiendo. ¿Será producto de uno de tus tantos desequilibrios químicos de tu cerebro? Tal vez todo en la vida funciona a lo extremo y somos demasiado sensibles. Decime algo, ¿lo hacés por cuidarme como lo hiciste ese día cuando me viste desvanecida y asustada? Me cuidaste cual si fuere un animalito atemorizado. Me dibujaste con las manos y me dijiste cosas que aún recuerdo. Fue justamente eso: tu compañía. Tu locura puede llegar a ser tan fascinante y tan aterradora.

Es todo eso menos tus palabras confusas que golpearon mis ojos miopes que por ahora no te quieren ver. Te dije que eras mi musa, la más excéntrica de todas. No busco tu amistad porque no logro comprobar su existencia del todo, no busco tu amor porque lo has dejado en otras  manos y eso te hace creer que no crees en él. No busco nada de lo que cualquiera podría buscar. ¿Quizás un autógrafo?



Lo que yo quería solo era retratarte de todas las formas y de ninguna. Y lo que quiero ahora es que me invités a otro café, que me digás que todo fue el efecto nocivo de una droga. Que tu extravagancia es tan dudosa como tu ateísmo. Quisiera creer cualquier cosa. Y sobre todo quisiera escuchar de tus labios que te vale mucha verga lo que piensa el mundo.