domingo, 30 de septiembre de 2012

BESOS AGRIDULCES


“No sé que diablos me hizo que no me lo puedo sacar de la mente”, pensaba Andrea tirada en su cama viendo hacia el techo. “Tengo que dejar de verlo”, se repetía una y otra vez mientras comenzaba su noche de insomnio. Su tema favorito para pensar todas las noches: Sebastián García, su amante desde hace ocho meses, el hombre que le ha regalado los momentos mas felices e infelices de su vida.

Todos los días reconstruía el momento en que lo conoció. ¿Qué pudo haber hecho para evitar conocerlo? Y al mismo tiempo agradece a la vida por haberlo puesto en su mismo camino.

Fue un mal día de octubre cuando Andrea estaba con sus amigos en un bar, con varios tequilas en la conciencia, con su cigarro mentolado en la mano y su cuerpo moviéndose al son de la música. Era la noche perfecta, era la vida perfecta hasta que su mejor amiga le presentó al culpable de todos sus tormentos.

Al principio le pareció un tipo común. Sin grandes atractivos, algo mayor y hasta lo miraba con ojos de desconfianza por la manera en como le hablaba, como si la conociera de tiempo atrás.

- Tiene un pelo espectacular, bueno toda Usted es un espectáculo completo.- le dijo Sebastián viéndola de pies a cabeza.

A Andrea le pareció muy atrevido el cumplido y se limitó a darle una sonrisa en vez de agradecerle el piropo y siguió bailando provocativamente ante la mirada vigilante del admirador que recién acababa de conocer.

Desde el primer momento el no escondía su deseo de poseerla. No lo disimulaba. La miraba de pies a cabeza como si la estuviese estudiando de a poco. Andrea se percató de ello y en vez de enojarse cada vez se intimidaba más ante la mirada insistente de ese hombre trigueño y fornido que bebía Wiski e ignoraba la plática de sus amigos para no perder detalle de su próxima conquista.

Al día siguiente ya hablaban por teléfono como viejos amigos. Sabe Dios como se las ingenió él para lograr que ella no lo mirase con ojos desconfiados y hasta le aceptó una invitación para llevarla a cenar.

- Me encantas, siento que te conozco de toda la vida, ¿has sentido eso por alguien?.- le decía Sebastián mientras le agarraba la mano.
- No, jamás… - le respondió Andrea aunque sabía bien que mentía. Estaba totalmente deslumbrada por ese hombre.

Sebastián sonrió como si adivinara sus pensamientos, como si supiese que la tenía loca por él. En tan poco tiempo se fue ganando su confianza. Ella le contó esa noche toda su vida. Sus amores fallidos, su amor al arte, a los perros y al shopping. Él la observaba callado y sonriente, parecía como estar disfrutando lo que escuchaba.
Pero cuando le tocó hablar sobre él, cambió el semblante.

- Quizás no quieras volver a verme después de lo que te voy a decir.-le dijo en un tono serio, ella se imaginó lo peor… y sí era lo peor.
- Estoy casado. Prefiero que te enteres por mí y no por nadie más. Tampoco quiero mentirte. Soy sincero. – le decía hasta que Andrea lo interrumpió.
- Quiero irme a mi casa.- Sebastián no trató de convencerla e hizo lo que ella le pidió.

Pasaron días pero ella no le contestaba el teléfono ni los mails. Estaba realmente asustada. Nunca en su vida planeó meterse con un hombre casado, venía de una familia unida y siempre criticaba a las mujeres que destruían hogares pero por otro lado estaba esa química que sentían entre ellos, ese deseo mutuo de quitarse la ropa.

Pero hay cosas como el amor que ni la conciencia ni la fuerza más grande de la tierra pueden domar. Él ya se había instalado en su cabeza así que decidió llamarlo para verlo. El aceptó gustoso y pasó por ella para ir a cenar. En cuanto ella se subió al carro y vio sus hermosos ojos le valió un comino su estado civil; le latía el corazón a mil. Él también parecía nervioso pero estaba sonriendo como siempre.

- Te voy a explicar todo… no tengo hijos, me casé hace un año pero mi matrimonio es un total fracaso, no soy feliz…. Yo…
- No quiero explicaciones y tampoco mentiras.- le interrumpió ella. - Solo besame…

Él se quedó sorprendido y accedió feliz a sus deseos. Se besaron como dos lobos hambrientos. Ella rozaba su cuello y aspiraba su tenue loción, él no andaba con rodeos y de una se fue a su zona sur, metió su mano bajo la falda de ella y empezó a conocerla mejor… no les alcanzó el tiempo para ir a otro lado, hicieron el amor allí mismo, con los vidrios empañados, con los gemidos de ella, con la excitación de él, pareciera como si fuesen amantes de una época pasada, sabían que hacer y que no, sabían que le gustaba al otro, era perfecto.

Y después de esa noche llegaron muchas más pero cada vez había más pasión, más ardor, más dolor. Ella odiaba la idea de tener que compartir al hombre que la volvía loca, se culpaba terriblemente por meterse con un hombre comprometido y por días terminaba su relación con él. Salía con otros hombres para poder olvidarlo pero era peor. Cuando él se enteraba que besó a otro tipo, se ponía enfermo de celos, la buscaba embravecido, tocaba la puerta de su apartamento con la idea de encontrarla en los brazos de otro para matarlos a los dos. Pero siempre estaba sola, como si lo estuviera esperando. Él la miraba y se olvidaba de cualquier pensamiento asesino. Se la comía a besos, las peleas de reclamos por parte de ella y advertencias por parte de él terminaban en largas sesiones de sexo y placer… cada vez, ambos se volvían más obsesivos, cada vez se hundían más y más en una pasión adictiva.

Todos los días Andrea volvía a su casa con el temor de encontrar en su puerta a la esposa de Sebastián, o ver un mensaje de ella o una bomba escondida entre sus plantas. La culpa es terrible, por eso le terminaba todo el tiempo, pero siempre le ganaba la pasión, no hacía el mínimo esfuerzo para resistirse a los besos de su amante. Besos agridulces que la hacían tocar el cielo y vivir en el infierno a la vez.

Andrea no sabe en qué momento permitió que todo esto pasara. Le ha puesto un ultimátum a Sebastián: que deje a su mujer o se olvida de todo. Ya han pasado tres meses que no sabe nada de él. Andrea tiene la ligera impresión de que él se decidió por ella, en el fondo sabe que no la abandonará, pero tampoco dejará a su esposa y por eso se siente la peor persona del mundo.

Ya darán las 2am  sigue sin concebir el sueño. Después de repasar su vida los últimos meses, le gana el corazón y se olvida de cualquier pecado, agarra su celular y escribe un mensaje de texto: “Te extraño, te quiero ver.” No pasaron ni dos minutos cuando él le respondió: “Yo también te extraño, mañana paso por vos a las seis.”

CONTINUARÁ…


domingo, 16 de septiembre de 2012

“DIOS NO TIENE RELIGIÓN”



Me acuerdo la primera vez que me fui a confesar con un sacerdote para poder hacer mi Primera Comunión. Tenía ocho años y estaba en segundo grado. ¿Qué pecados podría haber tenido a esa edad? El caso es que iba con un miedo nervioso y con mi corazón palpitando a mil; le confesé al Padre que me portaba mal porque a veces le contestaba mal a mi mamá, sin olvidar que una vez dije una mala palabra en la escuela. Gracias al Cielo, mi corazón se sintió aliviado cuando el cura gringo y anciano puso su mano en mi cabeza y me dijo en un español poco entendible: “tu estár perdonada y absuelta de todo pecado. En el nombre del Padrue, del Hijou y del Espíritu Santou”.

Me pregunto si ese “perdón” que me dio el sacerdote de mi pueblo, sigue siendo vigente a mis 21; ya que no he vuelto a confesarme en ninguna Iglesia, con ningún sacerdote, con ningún pastor ni con nadie, salvo con mi mejor amigo y mi laptop.

Mi familia materna es meramente católica. Y yo como es de esperarse fui criada bajo las tradiciones del Catolicismo. Fui a una escuela que se llama Centro Escolar Concepción de María. Me gradué de un colegio que se llama Oscar Cardenal Rodríguez (para variar). Intentaron imponerme la tradición de asistir a misas los domingos. Comer la hostia. Aprenderme de memoria El Credo, el Rosario y otras oraciones de santos que no recuerdo ni el nombre.

Me enseñaron a persignarme cuando uno pasa en frente de la Iglesia, cuando se escucha un trueno, cuando alguien muere, cuando se termina de rezar, cuando alguien invoca al diablo, cuando se mete a bañar, en fin… para todo.

Crecí creyendo que ser católica era casi como un orgullo, porque creía que era la mejor religión, las iglesias son mucho más bonitas, los sacerdotes no son tan escandalosos como los pastores y lo mejor de todo: uno puede dar lo que uno quiera en la ofrenda.

Pero cuando descubrí el maravilloso mundo de los libros, me fui enterando de muchas cosas pero aún mi mente seguía atada a un hilo de tradición. No fue hasta que entré a la universidad que por primera vez escuché a alguien hablar mal del catolicismo, del Vaticano, del cardenal, de los obispos, de toda la estructura de La Iglesia Católica. De su oscura historia y de su dudoso futuro.

Todavía recuerdo la excitación de aquel hombre al hablar de la corrupción y la crueldad de la “Santa Inquisición”, de los casos de pedofilia entre otras abominaciones con las que se ha relacionado a la “Santa Iglesia Católica”. Al escucharlo me sentí sorprendida por un lado y por otro lado aliviada pues ya no me sentía tan culpable por creer toda mi vida en secreto que las misas son una cosa aburridísima, que me daba miedo cuando el cura hablaba en un idioma extraño, que nunca sentí un efecto sobrenatural al “comer” el cuerpo de Cristo en una laminita compuesta de harina y agua y que la frase “podéis ir en paz” era para mí el momento más feliz de toda la misa.

Pero por fortuna, no soy ni he sido de las personas que se traga y se echa al bolsillo las opiniones y razonamientos de los demás. Siempre tomo en cuenta lo que he aprendido y lo que siento. Creo mucho en la intuición y en el instinto. Es por eso que respeto y me gusta escuchar los juicios y las convicciones de los demás aunque no siempre esté de acuerdo.

Me tomo el atrevimiento de hablar especialmente de la Iglesia Católica porque nací y me he criado bajo dicha religión, y salvo por unas cuantas ocasiones he visitado iglesias protestantes, que en lo personal no me agradan. Son demasiado bulliciosas, el pastor no habla, grita. La gente parece entrar en un estado de trance y se tira al suelo, no sé si será real que en verdad son tocados por el Espíritu Santo… el punto es que no me gusta. Aunque debo aclarar que, como todo en la vida siempre hay excepciones, dentro de la misma tradición siempre está la cosa diferente, la cosa rebelde y no siempre se sigue el mismo protocolo. Con esto me refiero a todas las religiones.

Sin embargo no me he empeñado en ver el lado espiritual de las personas como un signo de debilidad, o la religión como nociva; todo mi problema radica en la manera en que algunas personas, a lo largo del tiempo, se han aprovechado de la religión, del propio Dios y de la inseguridad emocional de la gente (sobre todo los pobres) para obtener, poder, riqueza e impunidad.

No se debe hablar de religión como si fuere fanatismo, futbol o ideología política. Pero muchas personas se esfuerzan en parecer imbéciles y ridiculizar sus propias creencias religiosas, sobre todo si pretenden convencer a los demás que su credo es el mejor y el único verdadero y que los demás se equivocan.
Para mí Dios no tiene religión y a la vez tiene un poco de cada una. Creo que ese era su propósito. La diversidad, la variedad de pensamientos y culturas. Se me hace algo fascinante. Pero se me hace algo absurdo pensar que a él le gusta que alguien mate a otro en su nombre. Me pregunto qué pensará Dios cuando ve los casos de abuso a niños, el enriquecimiento grosero de algunos líderes religiosos mientras su pueblo muere de hambre.

No pretendo decir que pertenecer a una religión es estúpido. Es bueno para quien lo hace de corazón, siente la presencia de Dios y ayuda a los demás. El mundo ha parido a extraordinarias personas que han hecho mucho por la humanidad sin dejarse llevar por fanatismo o por resentimientos sin sentido.

Quizás muchas personas no estén de acuerdo con mi pensamiento o crean que lo que escribo es porque soy antireligiosa o atea como me ha dicho mi madre cuando le digo que no creo en los curas, ni en los pastores, ni en el diezmo. “Sos atea como tu papá”, me dice la vieja. Pero no sabe lo mucho que se equivoca. Mi papa no era ateo y tampoco religioso, hablaba de todo, pero en raras ocasiones hablaba de Dios. 

Y es que es cuestión de lógica y razón el creer que existe algo o alguien superior a nosotros. Pero mi punto no es filosofar sobre la existencia de Dios, es un tema que no discuto pero tampoco me ofenden las personas que lo ponen en duda.

Hay un único Dios, miles de religiones, millones de personas que lo buscan con rituales, con ofrendas. Con regalos caros a los líderes religiosos. ¿Sabrán estas personas que no es necesario ir a brincar o a escuchar todos los domingos el mismo sermón y ver el mismo protocolo en una Iglesia para sentir a Dios? Creo que la religión y el mismo Dios están dentro de nosotros. Están en lo que hacemos a los demás y a nosotros mismos.

La religión que elegí fue la de la Libertad. Libertad de amar, de pensar, de creer… Creo en Dios y creo en mí. Respeto a los católicos, a los protestantes, a los musulmanes y a los judíos pero no comparto muchos de sus argumentos. Creo que no hay poder más exquisito e inmenso que la libertad de decidir lo que somos y decir lo que pensamos y sentimos. Por eso doy gracias al tiempo y a la vida que no me puso en la época Medieval, cuando La Santísima Inquisición se dio gusto quemando la mollera de los libres pensadores.

Quizás siga yendo a Misa cuando la ocasión lo amerite… quizás tenga que hacer La Confirma para poder casarme en una Iglesia Católica y así le daría gusto a mi abuela, a mi mamá y a mis tias. Quizás tenga que bautizar a mis hijos para que no les digan que tienen el pecado original. Lo haría y más por tradición que por convicción. Pero nunca, jamás, nadie me quitará el derecho de creer y pensar como me plazca. 

domingo, 9 de septiembre de 2012

Confesiones de un Patán.



-        
 ¿Pero decime por qué? ¿Por qué tenés que buscar a otras mujeres cuando tenés a una que te ama y lo mejor, que vos también amas? – le decía en un estado crítico de alteración y un tanto alcoholizada.

-         
Es que vos no entendés… - me decía el patán en un tono tranquilo, sobrio.

-          ¿Qué no entiendo? Yo entiendo yo no soy tonta.

-          No, las mujeres no entienden que uno es diferente, somos hombres. – me dijo sonriendo.

El patán es un viejo amigo. Estábamos en su casa junto con otras personas. Tomando un poco. Celebrando sin razón, relajándonos un poco. Aprovechando que era viernes y la rutina aunque por un ratito por fin se acabó. Él parecía reírse de mí, de mi ebriedad y de mis reclamos de mujer despechada, pero quiero creer que solo la estábamos pasando bien y estaba contento de verme.

El patán (lo llamó así para no decirle un insulto y para proteger su identidad), es un tipo muy tranquilo, despreocupado por la vida, que anda siempre tras la jugada. Es amante de los carros de carrera y es el mejor conductor que he conocido en mi vida. Desde que lo conocí sentí cierta atracción por él y una que otra vez surgieron cuantos besitos furtivos, pero luego cometió el error de contarme ciertas “cosillas” de su vida y me di cuenta que era un perfecto machista y mujeriego.

Entonces decidí que debíamos ser amigos. Siempre me pregunto por qué no hice lo mismo con mi ex… en fin, el patán tiene su encanto. No es feo, siempre huele bien, a veces me invita a comer y lo mejor de todo: nunca se ha pasado de vivo conmigo. Siempre me ha respetado, incluso esa noche que me vio sumergida en otra galaxia gracias al vodka y al desamor. Por eso lo adoro, pero me indignan las cosas que dice, que piensa.
-        
         Es que mirá.- me decía el patán moviendo sus manos a manera de intentar explicarme algo. – los hombres no engañamos con intención de hacerlas sufrir. Es algo que ya está en nuestra Naturaleza de varón. Si uno mira una monita con buen culo que nos sonría y nos coquetee, es imposible no intentar conseguir algo…

-       ¿Algo? – le dije con sarcasmo.

-        Cogértela pues. – para no ponerle tantas flores.

Y entre su falta de tacto y elegancia para hablar, me fui ofendiendo poco a poco. Pensando si así serán todos. En realidad he conocido a muchos así, pero estoy consciente que no todos son así. Quizás es una etapa de pendejez que todos los seres del sexo masculino pasan, algunos no la superan. Pero  ante el Patán que me exponía sus secretos no quería convalecer y darle la razón. No quería… no quiero resignarme a creer que todos son así, entonces le debatí.

-       Te equivocas, no todos son así. He conocido hombres buenos, diferentes… - le dije como si delirara, sintiendo que el efecto de los shots se acentuaba.

-        No te engañes amiga, todos somos iguales, créelo, lo que sucede es que unos disimulan mejor, otros todavía no saben como lidiar con mujeres, otros son culeros, otros medio culeros y otros simplemente sabemos hacer bien las cosas. – me dijo creyéndose como el Tarzán, el “todo lo puedo” que anda enamorando un montón de ilusas.

Este Patán habla con tanta seguridad y orgullo de lo que es y lo que hace. Y por eso me da enojo y ternura con la misma intensidad. Enojo porque creo que las mujeres no son ningún objeto sexual, no solo porque una mujer sea coqueta significa que sea una regalada, en eso se equivocan mucho. Y también me da ternura porque pienso que quizás se ha vuelto tan cruel y machista gracias a los golpes que le habrá dado la vida.

En una oportunidad, él me contó los desdenes que le dio su primer amor. En lo mal que lo puso una vez una chica. A la cual sigue amando, pero según él con otra intensidad, como un amor acostumbrado. Ahora solo quiere disfrutar su juventud y su habilidad para “levantar” como dice él a la mujer que quiera, siendo sigiloso, hábil y sobre todo prudente.

-         Maldito, son unos malditos.- le dije riéndome pero con rabia.

-        Pero ustedes son peores, las mujeres son bien jodidas también.- me dijo señalándome con el dedo.
-          Si es verdad, pero casi siempre se lo merecen, por perros.

-         Ardida. Eso es peor porque lo hacen por venganza, uno lo hace por débil pero ustedes por maldad.- me dijo riéndose.

-        ¿Vos perdonarías a tu mujer si lo encontrás con otro?- le pregunté.
----- Se queda pensando------
-        
No sé… - me dijo mientras me pedía que cambiáramos de tema.

-    
 Ahhh! Verdad que no la perdonarías… pendejo. Machista, jodido.- le dije riéndome.

-          
Quizás si… Si yo la he engañado tantas veces, ¿por qué no habría de perdonarla?- me dijo el hipócrita.
-          Seamos honestos… ¿la perdonarías?- insistí.

-          -
Si solo fue un beso o si salió con él, sí. Pero si se acostó con él, jamás. – me dijo serio.

-         -
¿Te he dicho alguna vez que te pareces tanto a alguien que yo conozco?- pregunté.
-          Todo el tiempo.- me dijo.

Es muy triste lo que unos hombres nos hacen creer. Pensar que ellos tienen derecho de enamorar a cuántas se pueda, pero una no puede cometer un error porque somos lo peor, las brujas del cuento…

Mi amigo el Patán y otro cuantos que conozco están equivocados. Pero la vida les sabrá dar las requeridas lecciones para que se den cuenta que todo se paga, que todo lo que sembramos, cosechamos. No se trata de apuntar más nombres a la lista, para regocijar el ego y creerme el más macho del mundo. Se trata de saber invertir el tiempo y la energía en una sola persona y tener la certeza que no habrá nada mejor en la vida que envejecer con una sola persona y no quedar sola por todos los errores que se cometió en la juventud. Si mi amigo quisiera envejecer con varias debería pensar en convertirse en talibán y emigrar de aquí.

Y sin querer me da grandes lecciones y me previene de caer otra vez en unas garras similares.

-         
 Creo que nunca tendría algo con vos.- le dije sin intención de hacerle sentir mal.

Pero en vez de ofenderse, el Patán me dijo algo que me hizo un halago:
-         
 Por una mujer como vos, yo podría cambiar, cualquiera lo haría.

“Error amigo, - pensé en mi mente-. Así me dijo alguien una vez, le creí y me hizo sufrir. No sé si lo que decís sea cierto o solo es un truco para intentar seducirme. El asunto es que no me quiero arriesgar. Mi punto es que aún tengo la esperanza de enamorarme de alguien diferente.”

No le dije nada. Pero fingí que me gustó el halago y nos reímos los dos. 



domingo, 2 de septiembre de 2012

¿Para qué estudiar?



Recuerdo como si fuese ayer cuando vine hace casi cinco años con mis dos mejores amigos desde Olancho a hacer nuestro examen de admisión para entrar a la UNAH. La verdad no tenía idea de como sería entrar a mi nueva etapa de universitaria.

Primero no sabía qué estudiar y a la vez quería estudiar todo. Por una parte ya estaba harta del colegio, quería salir de mi pueblo e independizarme un poco más de mi familia. Pero por otro lado tenía cierto temor de dejar la zona de confort.

La primera semana de clases en aquella universidad tan grande fue un poco intimidante. Gente de todos estilos, colores y olores. Por primera vez en mi vida vi a una pareja de homosexuales tomados de la mano y haciéndose caricias sin que les importe mucho las miradas de los sorprendidos como yo, con el tiempo me fui acostumbrando.

Siempre estuve atenta a los consejos que me daban mis primas mayores de no andar preguntado dónde quedaba tal edificio, pues según por tradición o simple maldad, los estudiantes más veteranos dan la dirección errónea y si es posible, los mandan al otro lado de la U a los ingenuos de primer ingreso que no ubican todavía los edificios.

Fue ir conociendo otro mundo. Y me gustaba la idea. Aún recuerdo los nombres y los rostros de mis maestros de las clases generales. La mayoría de ellos eran algo psicóticos y no los culpo. Dar la misma clase tres veces al año por tantos años debe causar algún tipo de trastorno o fastidio.

Empecé a estudiar Psicología creyendo que era la carrera que me convenía. Pero siempre sentí cierta incomodidad, creía que alguien más debería estar en mi lugar. No es lo mismo que algo te guste y te llame la atención a que lo tengas que estudiar y lo peor, ejercerlo toda tu vida. Creo que reaccioné a tiempo y no me arrepiento de haber aprobado varias clases. A fin de cuentas quiero pensar que e sirvió de lección y enseñanza para toda la vida.

En junio del 2009 tenía un año y medio de estar en la universidad y poco después del Golpe de Estado, ya estaba matriculada en la carrera de Periodismo. “Me he dado cuenta lo que realmente deseo hacer” escribí en la solicitud de cambio de carrera. A mi sorpresa me respondieron a la media hora: “Solicitud aprobada”. Era tan sencillo, pero sé que era el destino. Algún gusanito insistente se metió en mi cabeza hasta que conseguí lo que quería. Estaba decidida que quería escribir, quería contar historias. Contar la verdad que no todos se atreven a decir y la que muchos tratan de ocultar a costa de lo que sea.

Son tantas cosas que he aprendido siendo una estudiante universitaria. Pero al final es poco de lo mucho y lo infinito que hay por saber y aprender. Con el simple hecho de sentarse a observar en silencio, uno se da cuenta de muchas cosas, uno puede observar su propia posición en la sociedad. Uno puede ver como será su futuro en la “vida real”. Y es realmente triste ver tanta indiferencia en muchos alumnos, crueldad en muchos maestros y como es de esperarse la bendita corrupción que no solo contagia como plaga nuestra universidad si no todo el país.

Pero mentiría y sería hipócrita si digo que soy de las que andan gritando, exigiendo los derechos propios y el de los demás, no soy partidaria del relajo y la violencia. Me fastidia mucho cuando hacen huelgas largas e inútiles y sacan alumnos de clases creyendo que así resolverán todo. Hay quienes defienden y muy buen sus puntos de vista, pero simplemente no comparto sus métodos. Y no por eso soy una indiferente o golpista o ñángara o lo que sea.

El caso es que, en estos cinco años que llevo de estar estudiando creo que tengo muy bien establecida cuál es mi ideología política, cuál es la religión que deseo profesar que por cierto no es ninguna de las que todos conocen si no una que yo misma me inventé. Sé quienes son los dueños de mi país y los que nos tienen jodidos y para nuestra sorpresa somos todos los culpables, no solo las 14 familias que mis maestros dizque comunistas no se cansan de repetir.

Lo mejor que me pasó fue redescubrir mi vena literaria y querer contar todo lo que veo por si algún día me pega Alzheimer y se me olvida que un día quise hacer algo bueno con el regalo que me dio un Dios con los ojos vendados.
Solo en la U pude comprender mejor el arte, la música en todas sus formas, el cine que ha despertado en mi una pasión descomunal, la fotografía, en fin… me encanta ver como los jóvenes nos expresamos sin tener que dañar a nadie y lo mejor de todo es que uno se libera, se desahoga haciendo harte. Creo que la UNAH y todas las instituciones públicas de educación deberían reforzar las ofertas académicas en áreas artísticas y dejar de pensar un poco en que los estudiantes de Derecho y Medicina son quienes merecen la mejor educación por su fama y prestigio.

Me pregunto cuántos de esos miles y miles de jóvenes están estudiando lo que realmente les gusta, lo que les apasiona desde pequeños o quizás solo están viviendo el sueño frustrado de los padres de querer ser abogado o ingeniero. Valiéndoles un comino si el fulano desde niño quería ser actor o maestro. No saben el grave error que comete un padre al imponerle a su hijo lo que debe estudiar porque cree que es “lo mejor”. Para decirlo más vulgar es como cagarse en la vida del ser que más quieren.

¿Para qué estudiar? Me pregunté una vez yo y creo que se preguntarán muchos que al igual que yo no sabían (o no saben) qué hacer con sus vidas. Es una pregunta que la lógica te lo puede responder o la gente simple que se cree astuta: “Estudio para comer, como para vivir”. Claro que suena lógico, pero para mí esta mal ubicada la ecuación. Uno no debería estudiar para hacer dinero, uno debería estudiar para ser un poco más humano. Para saber que entre más conocemos más nos damos cuenta lo ignorantes que somos.

¿Dinero? Puedes ser multimillonario sin tener que poner un pie en la Universidad, pero la educación es algo que no vale ningún dinero del mundo, sin embargo en mi país es gratis y muchos no la aprovechan. El estudio se debe ver como una necesidad del espíritu y no del bolsillo.

No hay que estudiar en Oxford o en Harvard para decir que estamos en la mejor universidad del mundo. Eso cada quien lo hace, de cada uno depende el prestigio que le das al lugar donde estudias. Si la supiste valorar te esmerarás de aplicar lo que aprendiste y ser un buen profesional.  Si me preguntan a mi yo siempre diré: estudie en la mejor universidad del mundo.