domingo, 30 de septiembre de 2012

BESOS AGRIDULCES


“No sé que diablos me hizo que no me lo puedo sacar de la mente”, pensaba Andrea tirada en su cama viendo hacia el techo. “Tengo que dejar de verlo”, se repetía una y otra vez mientras comenzaba su noche de insomnio. Su tema favorito para pensar todas las noches: Sebastián García, su amante desde hace ocho meses, el hombre que le ha regalado los momentos mas felices e infelices de su vida.

Todos los días reconstruía el momento en que lo conoció. ¿Qué pudo haber hecho para evitar conocerlo? Y al mismo tiempo agradece a la vida por haberlo puesto en su mismo camino.

Fue un mal día de octubre cuando Andrea estaba con sus amigos en un bar, con varios tequilas en la conciencia, con su cigarro mentolado en la mano y su cuerpo moviéndose al son de la música. Era la noche perfecta, era la vida perfecta hasta que su mejor amiga le presentó al culpable de todos sus tormentos.

Al principio le pareció un tipo común. Sin grandes atractivos, algo mayor y hasta lo miraba con ojos de desconfianza por la manera en como le hablaba, como si la conociera de tiempo atrás.

- Tiene un pelo espectacular, bueno toda Usted es un espectáculo completo.- le dijo Sebastián viéndola de pies a cabeza.

A Andrea le pareció muy atrevido el cumplido y se limitó a darle una sonrisa en vez de agradecerle el piropo y siguió bailando provocativamente ante la mirada vigilante del admirador que recién acababa de conocer.

Desde el primer momento el no escondía su deseo de poseerla. No lo disimulaba. La miraba de pies a cabeza como si la estuviese estudiando de a poco. Andrea se percató de ello y en vez de enojarse cada vez se intimidaba más ante la mirada insistente de ese hombre trigueño y fornido que bebía Wiski e ignoraba la plática de sus amigos para no perder detalle de su próxima conquista.

Al día siguiente ya hablaban por teléfono como viejos amigos. Sabe Dios como se las ingenió él para lograr que ella no lo mirase con ojos desconfiados y hasta le aceptó una invitación para llevarla a cenar.

- Me encantas, siento que te conozco de toda la vida, ¿has sentido eso por alguien?.- le decía Sebastián mientras le agarraba la mano.
- No, jamás… - le respondió Andrea aunque sabía bien que mentía. Estaba totalmente deslumbrada por ese hombre.

Sebastián sonrió como si adivinara sus pensamientos, como si supiese que la tenía loca por él. En tan poco tiempo se fue ganando su confianza. Ella le contó esa noche toda su vida. Sus amores fallidos, su amor al arte, a los perros y al shopping. Él la observaba callado y sonriente, parecía como estar disfrutando lo que escuchaba.
Pero cuando le tocó hablar sobre él, cambió el semblante.

- Quizás no quieras volver a verme después de lo que te voy a decir.-le dijo en un tono serio, ella se imaginó lo peor… y sí era lo peor.
- Estoy casado. Prefiero que te enteres por mí y no por nadie más. Tampoco quiero mentirte. Soy sincero. – le decía hasta que Andrea lo interrumpió.
- Quiero irme a mi casa.- Sebastián no trató de convencerla e hizo lo que ella le pidió.

Pasaron días pero ella no le contestaba el teléfono ni los mails. Estaba realmente asustada. Nunca en su vida planeó meterse con un hombre casado, venía de una familia unida y siempre criticaba a las mujeres que destruían hogares pero por otro lado estaba esa química que sentían entre ellos, ese deseo mutuo de quitarse la ropa.

Pero hay cosas como el amor que ni la conciencia ni la fuerza más grande de la tierra pueden domar. Él ya se había instalado en su cabeza así que decidió llamarlo para verlo. El aceptó gustoso y pasó por ella para ir a cenar. En cuanto ella se subió al carro y vio sus hermosos ojos le valió un comino su estado civil; le latía el corazón a mil. Él también parecía nervioso pero estaba sonriendo como siempre.

- Te voy a explicar todo… no tengo hijos, me casé hace un año pero mi matrimonio es un total fracaso, no soy feliz…. Yo…
- No quiero explicaciones y tampoco mentiras.- le interrumpió ella. - Solo besame…

Él se quedó sorprendido y accedió feliz a sus deseos. Se besaron como dos lobos hambrientos. Ella rozaba su cuello y aspiraba su tenue loción, él no andaba con rodeos y de una se fue a su zona sur, metió su mano bajo la falda de ella y empezó a conocerla mejor… no les alcanzó el tiempo para ir a otro lado, hicieron el amor allí mismo, con los vidrios empañados, con los gemidos de ella, con la excitación de él, pareciera como si fuesen amantes de una época pasada, sabían que hacer y que no, sabían que le gustaba al otro, era perfecto.

Y después de esa noche llegaron muchas más pero cada vez había más pasión, más ardor, más dolor. Ella odiaba la idea de tener que compartir al hombre que la volvía loca, se culpaba terriblemente por meterse con un hombre comprometido y por días terminaba su relación con él. Salía con otros hombres para poder olvidarlo pero era peor. Cuando él se enteraba que besó a otro tipo, se ponía enfermo de celos, la buscaba embravecido, tocaba la puerta de su apartamento con la idea de encontrarla en los brazos de otro para matarlos a los dos. Pero siempre estaba sola, como si lo estuviera esperando. Él la miraba y se olvidaba de cualquier pensamiento asesino. Se la comía a besos, las peleas de reclamos por parte de ella y advertencias por parte de él terminaban en largas sesiones de sexo y placer… cada vez, ambos se volvían más obsesivos, cada vez se hundían más y más en una pasión adictiva.

Todos los días Andrea volvía a su casa con el temor de encontrar en su puerta a la esposa de Sebastián, o ver un mensaje de ella o una bomba escondida entre sus plantas. La culpa es terrible, por eso le terminaba todo el tiempo, pero siempre le ganaba la pasión, no hacía el mínimo esfuerzo para resistirse a los besos de su amante. Besos agridulces que la hacían tocar el cielo y vivir en el infierno a la vez.

Andrea no sabe en qué momento permitió que todo esto pasara. Le ha puesto un ultimátum a Sebastián: que deje a su mujer o se olvida de todo. Ya han pasado tres meses que no sabe nada de él. Andrea tiene la ligera impresión de que él se decidió por ella, en el fondo sabe que no la abandonará, pero tampoco dejará a su esposa y por eso se siente la peor persona del mundo.

Ya darán las 2am  sigue sin concebir el sueño. Después de repasar su vida los últimos meses, le gana el corazón y se olvida de cualquier pecado, agarra su celular y escribe un mensaje de texto: “Te extraño, te quiero ver.” No pasaron ni dos minutos cuando él le respondió: “Yo también te extraño, mañana paso por vos a las seis.”

CONTINUARÁ…


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