domingo, 17 de noviembre de 2013

El país de los pendejos

Había una vez un país donde la mayoría de su población era pendeja. Pero no era pendeja a propósito. Les había costado cientos de años, decenas de presidentes y miles de capítulos de novelas mexicanas para serlo.

 Era un país en donde los maestros y maestras de la clase de Historia enseñaban a sus alumnos que la Colonia Española fue, es y será por todos los tiempos la culpable de su mediocridad, de su conformismo y por ende, culpables de su absoluta idiotez.

Eran tan pendejos que regían su vida bajo el yugo de la religión. Les mojaban la mollera a los niños porque nacían pecadores, daban cabalmente el diezmo el domingo en las iglesias para borrar las faltas de la semana. Eran borregos y siervos fieles de un dios que castiga, que maldice y que manda al infierno a quien se porta mal.

Era un país tan incompetente y poco visionario que creían que para tener mucho dinero y salir adelante habría que ser narcotraficante, político o pastor de una iglesia.

Les daba igual todo. La indiferencia estaba por encima de la bondad de cada persona. No les importaba el vecino. No les importaba si la gente del interior tenía qué comer, si tenían el plato de comida esa noche en la mesa, el mundo valía un pito. El mañana era incierto, por lo que solo les importaba  su propio bienestar. Aunque tuviese que matar, que robar o mentir. La panza valía más que la consciencia.

Era un país de dormidos, de conformistas y de inconscientes. De pobres y de ricos, donde los pendejos pobres consumían como millonarios y los pendejos millonarios les robaban a los pobres. Iban como un rebaño cada cuatro años a las urnas para elegir al presidente, al Pendejo Mayor.

Los presidentes, en realidad no eran pendejos porque querían. Tenían toda una cúpula de poder, que les dictaba sus obligaciones, algo que estaba más allá de sus intenciones, buenas o malas. Por una parte, los poderosos no eran nada más que los ricos del país, esos viejos feos, narizones y gordos, que se creían dueños del país, esos que en vez de mierda, cuando cagaban les salía dólares en billetes de 100.

Por otra parte estaba Gringolandia, que según cuentan, dominaba (o intentaba dominar) a casi todo el mundo, armando y delegando Golpes de Estado, patrocinando a los ejércitos de los países para acabar con los rebeldes, creando guerras y caos en cualquier tierra donde no estuvieran dispuestos a acatar órdenes. Era el Pendejo-Imperio, pero ningún profesor hablaba mal de él en las escuelas, al contrario, les enseñaban su lengua, el english, les enseñaban a celebrar el 4 de julio y el Halloween para que no perdieran la línea de la estupidez.

Dicen que era un país donde no leían más que el horóscopo del día. Donde creían que era más importante clasificar a un Mundial de Fútbol que tener medicamentos en los hospitales.  

Era un país de obedientes, que aún con todos sus sentidos, eran mudos, ciegos, sordos y mancos que asentían a todo lo que el gobierno les decía. No protestaban y si lo hacían se conformaban con unos cuántos centavos en el banco. Total era más importante pensar primero en los hijos, por los nietos y por los biznietos que se preocupen otros.

Era tierra de tontos porque no apreciaban el arte, la historia, la gastronomía, el medio ambiente, entre otras mil cosas que hoy (en el futuro) consideramos tan importantes.

También eran machistas, vapuleaban a los homosexuales y a las personas de libre pensamiento. Legalizaban la portación de armas pero era un crimen andar un porro de marihuana en el bolsillo. Hubiese sido terrible vivir en esos tiempos.

Pero siempre habrá esa excepción que da un poco de esperanza, dentro de toda esa comunidad pendeja, dentro de toda esa escoria de pensamientos pueriles y cabezas vacías, había una minoría que sintió la indignación de vivir en soledad en una tierra de gente vana, esa gente que no sabía que era pendeja y que no tenía toda la culpa de serlo.

Esa minoría quizá era la fuerza pensante del país pero también eran unos cobardes. No se conformaban, siempre criticaban pero no lucharon, no se arriesgaron. Pero nadie los puede juzgar si nacieron en país donde te torturaban y te volaban la cabeza si estabas en contra del gobierno.

Un día, en una fecha tal, de un año tal, un acontecimiento marcó la historia de ese país de los pendejos. Como el cauce de un río que llega a su fin. La venda por fin se calló de los ojos para muchos. Derrocaron a un presidente. Un Golpe de Estado que sirvió de escuela a muchos, para bien o para mal, existe un parte aguas después de ese día.

La gente salió a las calles, muchos no defendían al mandatario golpeado, en realidad defendían el respeto y la soberanía de un país que en el fondo lo sentían en las venas porque era su casa, su patria. Se dieron cuenta que los Pendejos Poderosos eran capaces de hacer lo que tenían que hacer para mantener a flote sus intereses políticos y económicos. Importaba un pito a quien se llevaran en el camino. Lo primero era lo primero. El pueblo siempre fue quinto.

Hubo una gran parte de esos pendejos que despertaron del sueño. Se atrevieron a cuestionar todo, a decidir por sí mismos, a pensar en el futuro y a NO obedecer. A ponerse en rebeldía con el Gobierno que con ayuda de la iglesia y de los peces gordos, los había tenido agarrados del pescuezo.

Los niños nacían cada ver más curiosos. Cuestionaban todo. Ya no se tragaban el cuento de Adán y Eva. Querían conocer la verdad. Ya no querían ser instrumentos. La época de sumisión era cosa del pasado. Los jóvenes cada vez estaban más conscientes de sus gobernantes. Sabían qué era lo que querían y lo más importante, sabían qué era lo que merecían.

Les costó años de sangre, dolor y sufrimiento para darse cuenta de que ser pobre no es voluntad de Dios y que los ricos no son ricos porque así lo dice la Biblia. Entendieron por fin que puede haber una vida más justa con la única condición de quitarse la camisa de ignorante.


Ahora los pendejos eran minoría. Seguían siendo poderosos pero ya no tenían el apoyo indirecto de un pueblo dormido. Ahora estaba más despierto que nunca. Era el pueblo de los inconformes. Un pueblo que parió su propia libertad.

domingo, 10 de noviembre de 2013

La Rubia Desesperada


Era jueves y quedé de ir a tomar algo con Julio. Era el preludio del fin de semana y teníamos que ponernos al día.Fuimos a un bar-restaurant  que está muy cerca del trabajo. Ambos pedimos una cerveza. Julio empezó a contarme la tragedia griega que vivía a diario con su antigua jefa. Todos los días era una cosa diferente pero la plática siempre consistía en lo mismo: él se quejaba, yo me reía, él seguía quejándose, yo le decía que se aguantara o que renunciara.

Mientras fingía escuchar atentamente al pobre Julio, me concentraba en la rubia que estaba sentada justo enfrente de nosotros. Había llegado hace unos minutos. Estaba sola pero claramente me di cuenta que esperaba a alguien. Era muy guapa y vestía casi a la perfección. Muy maquillada, el pelo liso impecable, de corte al hombro, era de esas rubias a la fuerza que se ven realmente bien. Le calculé unos treinta y pocos. Constantemente  revisaba su iphone, parecía estar un poco nerviosa, supuse que esperaba a un hombre, quizá a su chico. Esperar por alguien… ¿A quién no la he pasado?

Julio seguía hablando, pero esta vez de sus aventuras sexuales lo mismo de siempre, diferente persona, pero mi atención estaba volcada a la rubia. Llegó al mesero a pedirle la orden, alcancé a escuchar decirle al joven que esperaba a alguien más, le pidió que regresara en unos minutos. Julio me pregunta, ¿a quién miras tanto?, a esa rubia, creo que la dejarán plantada, le contesto. Hace un gesto como de “I don’t give a shit”, y prosigue a hablar de cosas húmedas y prohibidas. Yo en mi interior lo sigo ignorando, la rubia y su espera está más interesante.

Pasaron unos 20 minutos. No dejaba de peinarse con los dedos. Se paró dos veces para ir al baño. Me imagino que para retocarse el maquillaje. Debía de ser alguien importante para ella. El mesero regresa y le pregunta nuevamente si quiere ordenar. Ella se rinde y pide algo. Seguro su cita se tardará un poco más. Noto su cara de desencanto y no puedo evitar sentir pena por ella. Sentir la ilusión de arreglarse linda para alguien, esmerarse por lucir bien, depilar tus piernas y todo lo demás  y aun así lograr estar a tiempo es un arduo trabajo que ningún hombre jamás, JAMÁS, reconocerá. Pero es inevitable, imposible y una batalla perdida saber identificar a los imbéciles y sobre todo tener el poder de no aceptar salir con ellos. Pero, ¿a quién no le pasó alguna vez? A mí todo el tiempo, por eso siento compasión por esta pobre mujer.

El mesero que supongo, que al igual que yo sabe que dejarán plantada a nuestra amiga, le llevó una Sprite con un vaso con hielo. Quizás él pensaba igual que yo. Que terminaría humillándose y por ende yéndose a la casa de su mejor amiga, a tomar vino o vodka, a hablar mal de ellos y después llorar sin consuelo y preguntarse una y mil veces “¿¿Cuándo, CUÁNDO, conoceré al indicado?? ¿Decime, Juanita, será que hay algo malo conmigo?”, y la amiga, tan fiel y mentirosa como son todas las mejores amigas mujeres le responderá, “No hay nada malo con vos, son ellos que se pierden a una mujer tan bella, inteligente, autosuficiente…” bla, bla, bla… cuántas veces no hemos escuchado eso.

Pero ese no sería el final de la noche de aquella rubia chasqueada. Julio seguía hablando. Ahora retomando su odio para su jefa. Para que no se sintiera tan ignorado le conté como iba la novela. Pero siguió sin interesarle el asunto, él lo que quería era hablar y  hablar. Y mientras yo finjo que lo escucho, él es feliz desahogándose, yo soy feliz de observar a esa mujer y los dos disfrutábamos de una amena compañía.

Al rato, cuando el vaso de hielo con Sprite iba casi por la mitad, llegó el susodicho. Justamente como me lo imaginé: guapo, cara de haberse cogido a todas sus compañeras de colegio, a la mayoría de la universidad, y una que otra colega del trabajo. Alto, trigueño, fornido delgado, con sonrisa de ‘yo me tiro a cualquiera’.

Ella inmediatamente cambió su expresión de tragedia a felicidad total. Lo recibió con un gran abrazo. Parecía no haberlo visto en mucho tiempo. Él se disculpó, no escuché la excusa pero seguro no era real y tampoco se esforzó para que lo pareciera. Mi amiga rubia la creyó al instante. A juzgar por sus manos en su brazo y sus ojos muy atentos a cada gesto del Mr. Moreno Sensual. En realidad no la culpo, él era realmente atractivo… ¿A quién no le ha tocado perder la cabeza por un hombre de manos grandes y boca perfecta?

Hablando de manos, no me había fijado en… ¡ajááá! Ya me lo imaginaba. Un gran anillo redondo de oro en su dedo anular… hijo de su madre. “¡Está casado!”, le digo a Julio para que me acompañe en la ofensa. “Ya dejá de estar viendo a la gente, no seas ridícula, ¡stalker!”. Definitivamente Julio no es buen cómplice de aventuras de este tipo. Pero esto se ponía cada vez más interesante. Lo que quedaba era tratar de escuchar lo que hablaban pero era imposible por la música, por la gente hablando, riéndose, chocando copas, sacando cervezas de las cubetas, Julio tirando veneno para su ex jefa Pazuzu. En fin. Lo único que quedaba era seguir observando y tratar de leer sus labios.

Lo más curioso era que ella nunca sospechó que yo la observaba desde que llegó. Quizás está acostumbrada a que todos la miren, hasta las mujeres. Pero cuando el Mr. Big Hands Sensual Infiel percibió mi mirada insistente hacia su mesa, se sintió incómodo, se sentó en otra silla, a manera de quedar de espaldas y taparme todo el escenario. Él le comentó algo, ella volteó su cara hacia mí, de alguna manera me sentí descubierta, le sonreí de la manera más amable posible, enviándole un mensaje subliminal de “no seas pendeja, salí corriendo”, pero ella no me devolvió la sonrisa, quizás pensó que le estaba coqueteando a su amante, o peor, tal vez creyó que era amiga o conocida de la esposa de su amante y le iría con el chisme.
Las mujeres podemos ser tan creativas a veces. Pero bueno… es parte de ser mujer, ¿no?

Ya mi obra teatral de la vida real estaba esfumada. Ya no podía observar bien. Solo dos cabezas moviéndose. Risitas a escondidas. Vi que el mesero que al igual que yo, no le pegamos a la Loto, les llevó dos copas. No tengo idea que bebida era. Julio ya quería irse. Pero yo quería ver el desenlace. “Otra cerveza más y nos vamos.” Lo convencí.

Mr. Sexi volteaba a ver de reojo. Maldito paranoico. Típico de los corneadores. Piensan que son vigilados por todo el mundo.  Al ratito ella se levantó, se dirigió al baño. No la volteé a ver, me daba un poco de vergüenza. Me concentré en Julio, hablábamos trivialidades. El esposo infiel, le pidió la cuenta al mesero. Ella regresó del baño y sin sentarse tomó de un solo sorbo el resto del trago. Él hizo lo mismo. Estaban listos para irse del bar. El tipo fue a caja a pagar antes de que regresara el mesero. Ella agarró su bolso y su celular. Mientras esperaba de pie, justo enfrente de nosotros a que llegara su hombre. –Su hombre a medias.-  

Todavía recuerdo como lo observaba desde lejos, tratando de disimular un poco, ante el mundo y ante ella misma. Sabía que no era el hombre para ella. Pero lo miraba con amor, con deseo verdadero. Quizás intentó terminar con él de todas las maneras. Quizás pasaron semanas y meses pero de alguna u otra manera siempre vuelve a caer… Bueno, supongo que es algo que nos ha pasado a todas, ¿no te pasó alguna vez?


Don Guapo regresó, puso su mano derecha discretamente en la cintura de la rubia para dirigirla a la puerta. Después de todo los patanes son los más caballerosos… y no importará cuán bonita, cuán inteligente y cuán astuta seas, en algún momento, o en muchos momentos de la vida, te terminarás yendo del bar con el hombre equivocado.