domingo, 11 de mayo de 2014

DEJAD LA MIERDA FLUIR

Que la verdad te hace libre, dicen los que nunca han pecado con tantas ganas. Que te convierte en esclavo vitalicio del receptor, dicen los que llevan en su historial los pecados más bochornosos.

Más que mentiras, yo cargo muchas verdades. Algunas me las han heredado sin la opción de devolución. Otras me las guardo para mí, otras se han ido borrando intencionalmente y hay otras que simplemente ya quisieran salir para depurar el sistema.

Siempre es bueno dejar fluir la mierda en cualquiera de sus formas.

No es un acto desesperado por parecer honesta y quedar como petulante, -que casi siempre me pasa-, lo que pasa es que nunca aprendí a ser una buena mentirosa con los demás y todavía sigo intentando (con creces) quedarme callada cuando es necesario.

Quisiera amanecer un día con un poquito más de agallas.  Dejar de tenerle miedo a los sonidos vacíos de la madrugada. A escuchar sin nostalgia las noticias mientras desayuno yo sola. A salir a decirle a mi vecino alcohólico que no llegue a su casa a joder a su esposa e hijos. Que se muera de una vez y de paso me deje escuchar las mentiras del ñato insensato de Renato Álvarez en total tranquilidad.

Que me pone de a verga todo aquel que dice groserías sin un propósito. Que me fatiga todo el humo y la contaminación de esta tétrica ciudad. Que siento un sincero y profundo odio por los que le hacen campaña al desinterés y a la indiferencia hacia el dolor ajeno. Que no me daría remordimiento cortarle uno o dos dedos a todas esas ratas que andan en la calle asaltando a la gente, pero me daría un enorme placer juntar en un solo lugar a todos esos gordos miserables que han chupado con tal ferocidad las entrañas de este huesudo pueblo, para ponerles una cámara de gas al estilo hitlerniano y después tirar los cuerpos en una fosa común, con un letrero que diga: "Party it's over, la justicia si existe."

A veces solo quisiera recostarme en una silla amable y confortable para flotar con la boca entreabierta para que las verdades fluyan solas y que no haya más espacio para incubar ninguna mentira.

Que me diga alguien que no es bueno ser muy sincero. Que omitir una verdad es apegarse a la prudencia, pero estoy segura que en ningún planeta,  ser astuto e inteligente significa también ser un vulgar cobarde. El que miente, el que omite es porque tiene miedo. Punto.

Y todo en esta vida es paradójico. Y estamos (mal) conscientes de que algunas verdades te pueden causar el mismo daño que causa una úlcera gástrica.

Hace algun tiempo estuve despertando con alguien que mentía por deporte y me disgustaba tanto que hasta fui aprendiendo la mala maña de mentirle también. Más tarde, estuve saliendo con otro tipo cuya sinceridad me causaba tal miedo que prefería no preguntarle de más por terror a que me dijera lo que yo no quería escuchar.

Es cierto, el que miente te golpea pero te va matando de a poquito, y el honesto, ese te fusila al instante y ni te da tiempo de reaccionar cuando ya estás tirada en el suelo. Por eso decidí optar por tratar -o seguir tratando- de decir la verdad cuando sea necesario, no para impulsar mi carrera como novicia para darle gusto a la monja hermana de mi abuelo, sino para ser más cómplice conmigo misma... o cuando simplemente tenga ganas de joder, por joder.

Está fregado andar regando verdades por el mundo y más cuando nadie está listo para escucharlas, pero hay algunas que son urgentes. Que andan invisibles en el aire listas para desaforarse y ser gritadas.

Por ejemplo, me gustaría decirle a todos los homosexuales de closet que conozco, que no se dejen podrir solos por culpa del miedo a ser rechazados. Que si los reprimen sus doctrinas eclesiásticas, sepan que me han contado que el infierno no es un lugar tan malo como lo pintan y que ahí está la mayoría de la gente interesante.

Decirles con megáfono a esos cavernícolas de corto pensamiento que una mujer es muchísimo más que el uso que le da a su vagina un sábado por la noche. Comentarle en confianza a esa colega querida que sale en la tele, que sus chiches operadas se ven más falsas que el discurso del presidente de este país. Tener el tacto y la elegancia para confesarle a mi amigo de las cinco de la tarde que su ego y su soberbia me dan ganas de dormir.

Susurrarle de lejitos a esa compañera de trabajo que me disgusta tanto su hedor y que no es culpa suya sino de mi nariz que es muy insquisidora.

Que ya estoy lista para escribir la "enésima autobiografía de un fracaso".

Mandarle un correo a todos mis pocos amigos para describirle a cada uno todos sus defectos, sus bien ganados complejos, todo lo que me fastidia de ellos y el mínimo esfuerzo que hago para aguantarlos. (Si hay un Dios allá arriba, siempre le voy a agradecer el extraño poder mágico de ignorar y olvidar todo lo que me aburre -por mucho que lo ame-).

Pero no me crean todo. Sigo siendo una vil mentirosa con la persona que más aprecio y quiero: to Me, myself and I. Me miento descaradamente todo el tiempo para poder levantarme de la cama. Para soportar la insoportable verdad de todos los días. Y para convencerme de que ya no hay nada en esta vida que pueda hacerme más daño después de todo lo que he pasado a pesar de mis veintipocos.

Que no es mi intención ser mal hija, ser mal hermana,  ser mal amiga o ser mal amante. Que solo soy alguien tratando de aprender lo que todos los días la vida trata de enseñarme desde que mi madre abrió las piernas para dejarme entrar y para dejarme salir. Soy algo así como un error de fábrica, pero buena gente al fin y al cabo y lo mejor de todo: mi amor loco todavía no se inmuta ante una mentira que se quiera penetrar o ante una verdad que desee irse para siempre.