domingo, 28 de abril de 2013

La Mejor Cicatriz


Hace cinco meses fui (por voluntad propia) al hospital a que me practicaran una pequeña cirugía en la espalda. Para mí era sólo un grano de esos que son imposibles, que no salen con ningún remedio de las tías, ni los violentos esfuerzos de mi madre. No podía ponerme yo camisas escotadas porque me acomplejaba el hecho de que todos me preguntaran “¿qué tenés ahí?” Y que se autonombraran médicos expertos, fruncieran el ceño y con el dedo índice intentaran tocarlo, darme su diagnóstico y recetarme remedios caseros. Realmente me fastidiaba eso.

Entonces por vanidad y tranquilidad emocional, le pedí a mi mejor amiga que me consiguiera una cita en el hospital donde hace sus pasantías y como yo vengo de una familia de pichicatos y yo honro a mi familia, cada oportunidad de ahorrar dinero no se puede desaprovechar. Un pinche grano me costaría unos tres mil lempiras en una clínica privada que bien podrían ser tres vestidos o tres pares de zapatos.

Todo estaba listo. Iría en la mañana al hospital y al medio día tenía que ir a la universidad a preparar la presentación de una investigación. Eran mis últimas clases, los últimos días, trataba de poner empeño.

El cirujano del cual no me acuerdo ni el rostro ni el nombre, parecía un hombre sereno. Mi mejor amiga y otros cinco estudiantes más con gabachas, guantes y mascarillas, estaban todos ansiosos como Jack el Destripador por ver sangre y dolor ajeno. Había otros pacientes en sala. Nunca antes me habían hecho ningún tipo de cirugía (bendita sea la vida), ninguna si no cuento la vez que un tío me sacó una uña encarnada y tuvo que anestesiarme.

Anestesia. Jummmm… duele. Una disyuntiva aceptable tomando en cuenta lo que iba a suceder después. El doctor, como acostumbrado a lo de todos los días, inspeccionó el susodicho grano. Me dijo que sería una incisión pequeña y que no tenía por qué preocuparme. Me señaló la camilla, me dijo que me acostara boca abajo pero antes, sin flores ni palabras bonitas me dijo: “quitate la camisa y el sostén.” Busco con la mirada a mi amiga y  en un instante reacciona. Corre la cortina y me tapa para que los mirones no intenten ver mis miserias.

La jodida inyección me dolió hasta allá donde les conté. Pero el dolor se disipó rápido. El doctor preguntó si sentía algo, pero solo escuchaba los golpecitos que hacía con sus dedos en mi espalda. Empezó la sajadura. No sentía nada pero escuchaba los vasitos de sangre haciendo explosión y por ende la misma corría por mi cuello. Era algo aterrador. Sentía como halaban mi piel cual si fuere una res. No era doloroso pero sin muy incómodo.

Alcanzaba a gemir como un gatito y mi mejor amiga me decía: tranquila bebé. El doctor asombrado repite: “¿bebé?”, a lo que mi amiga le responde riendo en forma de explicación: “si, así le digo, es mi mejor amiga.” El doctor comprende y lo encuentra chistoso. “Ya vamos a terminar bebé”, me dice. Y yo en mi mente esbozando un insulto para el simpático doc y mi exasperación cada vez más notable.

El asunto es que lo que parecía un inofensivo grano o lipoma en realidad era un quiste que iba creciendo hacia adentro. El doctor tuvo que hacer más grande la incisión y le llevó más tiempo del previsto. Cuando lo extrajo pidió que lo llevaran al laboratorio para una biopsia y comenzó a suturar. Me dieron unos calmantes para el dolor porque el efecto de la anestesia ya estaba pasando. La bebé se fue a su casa toda tasajeada y dolorida.

Las cicatrices físicas pueden ser para algunos antiestéticas o repulsivas. Ahora yo las veo como un símbolo de victoria tal cual son las cicatrices espirituales y de las que a su vez tengo mis reservas. Pues no tienen la más mínima similitud. Ni el grado de dolor, de ardor, tiempo de sanación y proceso de cicatrización. O podría alguien decirme en cuánto tiempo se sana la herida que llevo dentro desde que asesinaron a mi padre. Una herida, un dolor que sigue latente pero no se desangra gracias a Dios.

La cicatriz que parece un enorme lunar en mi muslo izquierdo fue gracias a un accidente de moto que tuve con mi mejor amigo, no impide que me ponga mis mini shorts, pero no deja de acomplejarme de vez en cuando. Nunca tuve reparo en las marcas de mis sufridas rodillas hasta que un tipo me dijo el otro día que quería besarlas. La cicatriz en mi pie por aquel clavo. Mi dedo índice deforme en mi mano derecha por aquel primo que quería molerlo cuando éramos niños. En fin… Son tantas y todas tienen su respectiva historia.

Y qué hablar de esas que van por dentro. Esas sí que son pocas pero no estoy segura de que sanen por completo algún día. Esas cicatrices que te recuerdan ese momento traumático que te llevó al fondo de la más oscura de las oscuridades pero que por alguna razón saliste de allí, pero el miedo latente por no caer otra vez en el mismo lugar te hace vulnerable.

El amor que llegó, te hizo jodidamente feliz, se fue y te hizo jodidamente miserable. Aquellas palabras que utilizó tu madre para regañarte pero por alguna razón te dolieron más de la cuenta. Aquellas traiciones de los mejores-peores amigos. El imbécil que te dejó marcas en el cuerpo y en el corazón. Todas esas grandes, medianas y pequeñas laceraciones que no te dejaron más fea o más imperfecta, más bien te hicieron más avispada, menos ingenua y más “chingona”, como decía mi progenitor.

Según mi amiga soy “queloide”, o sea que las cicatrices dejan marcas acrecentadas en mi piel. La cicatriz del quiste que quitaron en mi espalda parece más bien cicatriz de una bala. Pero no me acompleja más y cuando los curiosos me preguntan qué te pasó, les contesto que me pegaron un balazo en una fiesta en Olancho y algunos se lo creen.  

La mejor cicatriz quizás no la tengo aún. Quizás sea otro raspón, quizás otro amor malogrado y superado. Quizás la cesárea de un parto… la mejor cicatriz quizás esté por llegar pero la llevaré con orgullo como llevo las otras, como la bandera del país de las victoriosas, donde lo que no te mató te hizo más fuerte y más cabrona.

miércoles, 17 de abril de 2013

Los Amigos y Los Amantes (Parte 3)


Casi nos alcanzaba el amanecer sentados en la acera de su casa. Estábamos hablando como los viejos amigos que fuimos siempre y que olvidamos ser en los últimos meses. Le expuse mis razones para no seguir en este embrollo de relación a escondidas. Le hice saber qué pensarían sus padres, sus hermanas y amigos si llegasen a saber que se acostaba con dos hombres y uno de ellos era el idiota de su amigo, quien fungía como el “otro”. Le hice saber que esta situación me estaba matando y que no podía soportar los celos al verla o escucharla hablar con su novio.

A ella no le importaban mucho mis forzadas palabras de rompimiento. Me dio la razón en unas cosas y en otras simplemente se reía. –Te amo.- me dijo callándome con un beso pequeño.- vas a estar conmigo hasta que seas un vejete amargado y fin de la conversación. Se levantó y me agarró del brazo, dijo que estaba cansada y que quería que la llevara de compras en la tarde. Y justo así se metió a su casa, siendo ella la reina y yo… el pendejo de siempre.

Volvimos a lo que teníamos antes. Perdiéndonos en el deseo y en la complicidad. Todas mis palabras se esfumaron como el humo del porro que se estaba fumando cuando terminamos de hacer el amor aquella mañana. Era a mediados de octubre. Ella se veía espectacularmente bella desnuda. Conmigo no tenía complejos y parece no tenerlos. La rutina de siempre era desayunar y después follar; esa vez no fue la excepción pero ese día las cosas cambiaron para bien o para mal.

Siempre nos veíamos en su casa pero por casualidad tocó hacerlo en su casa. Inesperadamente llamaron a la puerta. Ella se levantó de la cama en un salto. Jamás la vi tan asustada. Me quedó viendo como diciendo “ándate ya”. Y yo simplemente me quedé en blanco. Sabía que era él. La adrenalina entró por mis venas, sería el momento perfecto para enfrentarme a él y decirle la verdad… pero ¿qué verdad?

Alcancé a ponerme los bóxers, agarrar mis jeans y camiseta. Me metí al baño cual si fuere la puta de un político a punto de ser descubierto por su esposa celosa. Me encerré con llave. Me acordé que no me traje los zapatos y probablemente ella no los había visto. Mi ritmo cardíaco estaba a mil. Ella estaba corriendo como loca tratando de arreglar el desorden, escuché como se echaba perfume y se peinaba en un santiamén. Siempre admiraré la habilidad de las mujeres en hacer mil cosas a la vez.

La escuché bajar las gradas y abrir la puerta. En efecto era él. Escuchaba su voz fingida de macho dominante y la voz de ella más aguda, hablando como niña chiquita. Siendo cualquier otra cosa menos ella. Los escuché besarse y pensé en agarrar mi celular para distraerme… ¡qué mierda! Mi celular quedó en la mesita de noche. Era el momento, mi corazón me iba a estallar, pero en ese momento me sentí con el valor de salir de ese baño y enfrentar a la pareja de mi mujer amante.

Pero por alguna razón el cornudo no estuvo mucho tiempo y así como vino se marchó. El Superman que llevo dentro no tuvo la oportunidad de salir esta vez. Ella subió de nueva cuenta a su cuarto, tocó la puerta del baño y abrí. Con un suspiro y encogiendo sus hombros me explicó que estaba fuera de peligro, pero me pidió que me fuera, cosa que me sorprendió y me molestó mucho. Parece que la confundida era otra esta vez.

No quise discutir más aunque me sentía herido, simplemente agarré mis cosas y me fui. Algo cambió en mí desde ese día. Pensé que las cosas habían vuelto a la misma incertidumbre, a esos celos enfermizos de saber que esta con otro, al menos si él supiera, todo fuese diferente, no creo que él la llegase a perdonar, en cambio yo… he aguantado tanto solo por el hecho de tenerla cerca. Pero las cosas debían cambiar.

No le hablé durante varios días y tampoco le contestaba sus llamadas. Necesitaba pensar y con ella junto a mí era imposible actuar razonablemente. Entonces activé en mi cerebro ese chip invisible del mujeriego descarado que todos llevamos. Empecé a salir con una y coger con otra. Enamorar a aquella y a dejarla a ella.

De alguna manera eso me distrajo y también volví a las carreras, a las parrandas, a las cervezas y a los desvelos. Solo estaba siendo más imbécil de lo usual pero fue la única salida que encontré para olvidarme de ella.

Un buen (mal) día me la encontré en un bar. Tenía tres meses sin saber de ella y cuando la vi a lo lejos bailando como energúmena con sus amigas, no pude evitar ponerme nervioso y como buen marica empecé a beber más de la cuenta. Andaba un vestido negro ceñido al cuerpo pero sin mostrar más de la cuenta. Su pelo completamente lacio, lo tenía más largo. Creo que nunca voy a dejar de admirarla.

De repente ella volteó y me vio. Nos quedamos viendo un minuto que pareció una hora. Ella, quien es la de los pantalones, se acercó y se sentó a mi lado, no le importó que estuviera acompañado con otra mujer.

-¿Cómo estás?- me dijo con la voz temblorosa.

-Muy tranquilo.-le mentí mientras bebía otro sorbo de mi trago.

-No te veo tranquilo…- susurró pero esta vez le cambié la mirada.- te he extrañado tanto.- me dijo lloriqueando.

-¿Qué tal tu novio?- le pregunté con sarcasmo.

-Ya no tengo novio. Hay muchas cosas que no sabés.

-Claro, deseguro ya tenés a otro con quién coger.-ataqué, arrepentido al instante. Y ella me miró duramente.

-Voy a creer que estás borracho y que jamás dijiste eso. Ahora levántate, despedite de tu dama de compañía y vámonos de aquí.- dijo mientras se levantaba y me agarraba de la mano.

-NO me voy a ningún lado y no estoy borracho.- le dije mientras soltaba mi mano.

Ella expandió sus ojos como si no creyera lo que acaba de escuchar y luego su mirada se tornó llena de vergüenza. Nunca en la vida le había dado un No por respuesta y tal parece que no lo tomó muy bien. Dentro de mi ebriedad disfrutaba el hacerla sentir mal, sin pensar en lo que podría suceder después.

-¿Estás seguro?.-me preguntó notablemente dolida.

-Muy seguro. ¿Ya qué? Ya pasó. Ya se acabó. Ya fue. Hagámonos un favor: Quédate con él.- le dije mientras ella repetía la última frase

-Si… eso es precisamente lo que voy hacer.- me sonrió, me halo suavemente el copete de pelo y se dio la vuelta. Les dijo algo a sus amigas y se marchó del bar.

Al día siguiente milagrosamente no me levanté con resaca pero no quería pensar en ella. Seguí en el mismo tranvía del hombre relajado que no le importa ninguna fémina y tampoco se desvive por una sola vagina. Mi vida siguió igual… hasta que un día mi realidad se asomaba como un cipote curioso. Ella ya no estaba. Ni mi amiga, ni mi amante. Simplemente no estaba y yo la había alejado. Pasé tanto tiempo preguntándome qué hubiese pasado esa noche que me pidió irme con ella. Si quizás me hubiese elegido a mí. Si en todas esas llamadas que no contesté por orgullo estaba la respuesta que tanto añoré. Si en este momento estaba tirada en la cama con él…

Creo que pasó un año hasta que pude conocer a alguien que realmente me gustara sin tener que compararla con ella. A veces no puedo asimilar que las cosas pasaran así. Por qué tenía que acabar todo. A veces simplemente extraño hablar con ella. Extraño a mi mejor amiga. El sexo lo podría encontrar en cualquier lado pero la confianza total solo se entrega una vez en la vida.

Me pregunto si ella pensará en mí de vez en cuando. Pensando en el idiota de su amigo que se enamoró de ella y que la cortó borracho y de la manera más cobarde en bar o simplemente pensará en mí como un error que la hizo mejor mujer y mejor amante o simplemente no pensará en nada excepto cuando me ve por accidente y me sonríe con nostalgia. Eso nunca lo sabré.

No sé si algún día podría estar con ella. Tampoco estamos en el final de nuestros días. Ella sigue siendo una preciosa mujer, ahora exitosa, autodependiente, lo que siempre soñó. A veces me la encuentro casualmente en alguna fiesta o centro comercial. Nos saludamos cordialmente y es un tanto incómodo pero supongo es normal sentirse así. Nos besamos en la mejilla y adiós. La observo mientras se aleja, viendo al amor de mi vida alejarse… Pero la vida es así… mejor dicho los pendejos somos así… FIN

miércoles, 10 de abril de 2013

Los Amigos y los Amantes (Parte 2)


Cuando desperté eran alrededor de las once de la mañana. Tenía puestos mis bóxers. Ella estaba a mi lado, durmiendo como una piedra. Tenía el pelo desparramado en su costado. 

Todavía recuerdo cada detalle. Se veía hermosa. Estaba completamente desnuda. La sábana solo le cubría las nalgas y le podía ver su tatuaje en el coxis. Una flor con forma de mariposa con tribales a los lados que yo la ayudé a escoger y se lo hizo conmigo el mismo día que me tatué el nombre de mi madre en el antebrazo derecho. Teníamos 21 años. Su padre le dejó de hablar por dos semanas pero después se le olvidó. Ella ama su tatuaje, pero no le gusta mostrarlo.

Cuando se despertó yo ya me había duchado. Estábamos en la habitación de mi amigo, el dueño de la casa. Probablemente el culpable de todo esto. Aún nadie se había levantado. Excepto nosotros dos.
Nos quedamos viendo por un buen rato sin expresión alguna. Por dentro me moría del miedo al creer que ella pudiera pensar que lo de anoche fue solo un impulso, algo fuera de lugar, lo que suele suceder entre dos personas alcoholizadas. Los pensamientos me hacían mierda. Y ella seguía sin decir nada.

-Llevame a mi casa.- me alcanzó decir con la voz de recién levantada.

-Ok.-le dije sin decir nada más.

Todo el trayecto hacia su casa fue el silencio más incómodo de mi vida. Sentía que me habían cortado la hombría, los huevos pues. ¿Dónde se fue el hombre que ayer se atrevió a besarla y hacerla mujer? Me sentía un marica. Pero realmente no podía decir nada. No quería arruinarlo. No quería perderla.

Quizás ella sentía lo mismo. Al dejarla en su casa el “adiós” estuvo de más. No nos hablamos durante dos semanas y ha sido la peor angustia de mi vida. Ante lo que pudo ser lo mejor que me pudo pasar, no dormía al creer que fue todo lo contrario. Una cagada con desastres de alcances descomunales. Sentía que perdía a mi mejor amiga, a una parte de mí.

Justo antes dos días antes de mi cumpleaños, inesperadamente ella me habló. No me avergüenza decir que ella tiene más pantalones que yo. A su lado siempre fui un cobarde pero no había terminado de ser tan estúpido.

Quedamos de vernos en mi casa para aclarar las cosas y tratar de recuperar nuestra complicidad, nos extrañábamos y ninguno de los dos lo negaba. Pero culpo totalmente a las hormonas. Cuando la veo con sus vestidos me vuelvo más pendejo de lo usual. Me gusta creer que a ella le pasaba lo mismo. Hicimos el amor ahí mismo, en la sala y semidesnudos, de nueva cuenta sin protección en los genitales ni en el corazón. Por primera vez escuchaba venirse a una mujer sin que lo fingiera. Y se me hacía mucho mejor que fuese precisamente ella, la mujer que amaba.

Cuando se terminó de vestir se dejó caer otra vez en el sofá y empezó a llorar. Sabía lo que me iba a decir, casi podía leer su mente y adivinar sus palabras. Realmente no la quería escuchar pero fue necesario.

-¿Qué va a pasar con mi novio? Esto está mal…-me dijo como si realmente le preocupara.

-Pensé que ya habías terminado con él.- le dije sarcásticamente pero sin esconder mis celos.

-No es fácil…- me dijo mientras se ponía en pie y me daba un beso. – pero no te quiero perder.

Esas palabras bastaron para decirle aunque fuese de mala gana que su novio no era un problema para mí. Le dije que se tomara su tiempo y que algún día sabría tomar la mejor decisión. Le mentí sobre lo que en realidad sentía pero de alguna manera sabía que ella no me elegiría a mí. Me puse la camisa de amante furtivo, tan inocente como pendejo, pero supongo que así nos comportamos los hombres cuando perdemos la cabeza por una mujer y ella valía eso y mucho más.

Nos sumergimos en una pasión absoluta. Donde no reinaban nada más que las risas, el buen sexo y largas conversaciones sobre Mel y Micheletti, los católicos y los evangelios, los condones y el puro pelo, de los abogados y los santos. Casi nunca estábamos de acuerdo en algo. Pero en el fondo sé que ella siempre tenía la razón pues ella ha leído más que yo.

Mi placer total era verla cocinar el desayuno para mí. Las mañanas eran lo mejor del día. Después de tomar el último sorbo del jugo de sandía que ella misma preparaba, nos íbamos a mi cuarto, o al baño, a la sala o en la misma cocina para tener relaciones hasta el cansancio. Era como una deliciosa rutina que parecía no tener fin.

Las noches eran del otro man. Aunque a decir verdad era yo “el otro”, pero por ratos lo olvidaba. Conmigo pasaba más tiempo y sé que con él no tenía tanta intimidad como la tenía conmigo. Nunca se lo pregunté a ella por respeto, pero lo presentía. Esos fueron tiempos felices e infelices por ratos.

Pero para desgracia de los románticos y fortuna de los malvados, todo lo bueno algún día simplemente deja de existir… íbamos en mi carro a toda velocidad por el anillo periférico, cuando era más joven mi único hobbie en el mundo era competir en carreras y andar vagando en todos lados con mi carro, haciendo pintas, siempre con mi cómplice, por supuesto, quien me acompañaba a casi todos los eventos. Pero los años, mi carrera y las angustias de mi madre me obligaron a dejar a un lado ese costoso y suicida pasatiempo.

Fue un viernes en la madrugada, veníamos de bailar, de su lugar favorito. Creo que íbamos a 160 Km/h, hacía mucho que no corría así y sentía la adrenalina otra vez por mis venas. Ella se agarraba fuerte de mi pierna y cerraba los ojos pero con mis burlas se hacía la valiente y trataba de ocultar su preocupación. Nos estacionamos en una gasolinera, entré a comprar un six y cuando regresé la encontré hablando por teléfono, estaba alterada y con los ojos llorosos…  se llevó el dedo índice a los labios en señal de que no hiciera bulla y tenía esa mirada angustiosa… y sí, no pensaron mal, era con ese semejante hijo de la gran puta que estaba discutiendo.

Me salí otra vez del carro y me subí en el techo del mismo. Empecé a tomarme las cervezas como si fueran nada mientras escuchaba como le mentía a su novio. El oficial. El que le hace el amor legalmente. La escuché decirle “te amo” dos veces y mi poco conciencia y amor propio me recordaban el lugar que tengo, el que yo mismo me di. Al poco rato ella dejó de hablar y las cervezas se deslizaron por mi garganta como una corriente, entonces fui a comprar otro six, quería agarrar valor para mandar todo a la mierda junto con ella.

CONTINUARÁ….

miércoles, 3 de abril de 2013

Los amigos y los amantes.



No puedo decir con exactitud qué día me enamoré de ella. Creo que todo pasó cuando la vi en aquel vestido negro entallado y esos tacones plateados que la hacen ver más alta y elegante. Teníamos 17 ambos y era la primera vez que salíamos legalmente a la disco con permiso de nuestros padres. Ese día quizás la vi con otros ojos. Pero mi amor hacia ella siempre estuvo latente desde que la conocí en la escuela, (en el primer día de clases cuando fue la única que me habló), siempre la quise, es solo que ese día me di cuenta de ello.

Ella es realmente hermosa pero anda demasiado despistada como para dase cuenta. Podría pasar horas mirándola sin aburrirme. La manera en como camina, siempre con sus tenis Converse, sus camisas flojas y sus jeans tubo. Arreglándose el pelo hacia atrás cuando lee cualquier cosa. Y siempre trato de disimular mi asombro cuando la escucho hablar de política con mi papá. Sabe tanto del mundo y de la vida pero no sabe mucho de sí misma. La amo tanto que duele en los huesos, casi, casi como una patada en los huevos.

Recuerdo esa noche, eran casi las once cuando me habló en llanto partido. Al principio no entendía lo que decía pero me imaginaba el porqué de su dolor. Era él. Siempre es ese hijo de las mil putas el dueño de sus lágrimas. No soportaba escucharla llorar y me fui corriendo para su casa sin importar que fuese medianoche y que su casa quedara a 20 minutos de la mía. Ella valía eso y más.

Cuando llegué ya estaba más tranquila pero tenía los ojos hinchados y la nariz roja. Aun así se veía preciosa. Cuando me vio se me tiró encima. La abracé fuerte, le acaricié su largo pelo ondulado y traté de hacerle chistes y cambiarle el tema pero ella quería hablar de él. No insistí y la escuché, toda la noche hasta la madrugada. Me dijo que era la última vez que lloraba por ese imbécil. Me juró que ese día se acabó todo con él y viendo su expresión fría y decidida le creí por completo. No pude evitar sentir una especie de euforia de ganador al escucharla decirme todo eso, pero también me sentía miserable porque sabía que tal vez era mentira. La conocía demasiado bien. Hubiese dado todo, cualquier cosa por ver que algún día me llore así y me ame con toda esa intensidad con la que ama a ese pendejo.

Pero mi felicidad era en verla dormir en mi regazo. Pasábamos todo el tiempo juntos y jamás nos aburríamos. Hablando sobre la inmortalidad del sapo y simplemente riendo como locos por cualquier tontería. Dentro de mis amigos ella era la número uno. La de hierro. Quisiera creer que ese sentimiento si era compartido, pues yo siempre estuve ahí, siempre he estado allí.

Es tan jodidamente hermosa y no se da cuenta. Ella se merece romper corazones, no que se lo rompan a ella. “¿Y yo qué merezco?” me preguntaba cada noche. Era mi amiga, mi confidente, mi cómplice y todo lo mejor que alguien pudiera desear en una persona. Es todo menos mi amante. Y ese hecho me atormentaba casi a diario.

Hasta que un día sucedió lo inevitable y algún Dios del amor se apiadó de mis deseos. Estábamos en una reunión, entre amigos, tomando y pasándola bien. De repente la hermana de mi mejor amigo me sacó a bailar. Nunca he sido bueno para el baile y eso del perreo no se me da pero la muchachita ésta tal parece que solo quería sentirme cerquita y pues yo no me hice el rogado.

Andaba una equis cantidad de cervezas en la cabeza y la fulana, pues ni se daba cuenta que tenía el vestido subido casi al cuello. Estaba de lo mejor hasta que en una fracción de segundos se acercó de la nada ELLA, la flor de mis tormentos. Se parecía a Hulk por lo furiosa que estaba, pero en este caso en vez de verde estaba roja. Me agarró y haló fuerte de la mano y me dijo: dejá de hacer el ridículo con esta zorra. Me llevó a empujones a un cuarto dejando con la boca abierta a la fulanita caliente, quien jamás en la vida me volvió a dirigir la palabra.

Cerró con llave. Me empezó a decir todos los insultos que jamás en la vida la escuché decir a nadie. Yo estaba asombrado y cualquier efecto de embriaguez se esfumó. Trataba de asimilar si sus celos eran de una amiga que quiere cuidar a su mejor amigo o eran de una hembra cuidando a su prospecto de macho.

-¿¡Qué te pasa!?- le pregunto casi gritándole.

-¡Qué descaro! Bailar con esa chuca que se ha metido con todos tus amigos.- me dijo sacando humo de la cólera.

- ¿Y eso queeeeeé? ¿A quién le debo respeto?.- le dije cruzándome de brazos y sonriendo porque confirmaba sus celos pasionales.

Ella no supo que contestar, solo se me quedó viendo como nunca antes lo había hecho. Y no sé de donde agarré las agallas para acercarme a ella. Bendito alcohol. Le volví a preguntar.

-Decime. ¿A quién le debo respeto? ¿A vos?.- estábamos frente a frente y tan cerca que podía sentir su respiración agitada.

-¡Sí, a mí!- me dijo, mientras me mordía los labios de la euforia al verla tan nerviosa.

¿Por qué a vos?- le pregunté acercándome al grado que podía tocar su nariz con la mía. Esto era como surreal.

-Porque te quiero.- me dijo con una voz firme y yo sentía que el corazón se me iba a salir.

Le agarré el pelo con fuerza y la besé con violencia. Me aferraba a la idea que eso no era un sueño. ¡No! En realidad estaba pasando. Sentía sus dientes chocar con los míos. Mi lengua revoloteando dentro de su boca y sabía exactamente que hacer pues fueron tantas noches imaginando esto y por fin estaba pasando. Bajé mis manos a su cintura y las metí debajo de su blusa, estaba sudando. Sin poner tanta atención a la bulla de afuera, nos dejamos llevar y en cuestión de segundos estábamos completamente desnudos tirados en la cama y yo encima de ella. La penetré con fuerza. Hicimos el amor como si no existiera un mañana. Me concentré en hacerla mía y no en que pasaría después.
CONTINUARÁ

lunes, 1 de abril de 2013

La Loca de la Casa.


Hace poco más de cuatro años leí un libro que me cambió totalmente la perspectiva de mi vida: "La Loca de la Casa", de Rosa Montero. Solo la Divina Providencia sabrá cómo llegó a mis manos, pero una vez que empecé a leerlo no pude parar. Me conmovía la idea de que no estoy sola en el mundo.

Trato de recordar a quién se lo presté y por qué razón fui tan ingenua de prestarlo. Cualquier libro menos ese. Para mí, es ley no prestar mis libros, aunque me encanta que me los presten o mejor aún, que me los regalen.

Menciono lo del libro porque me da la sensación de estar en la piel de la Montero, si no es mucho mi atrevimiento, podría, al igual que ella, ordenar todos mis amores junto con mis obras, en este caso serían mis posts y mis atravesados poemas que no existen más y los pondría en un altar, donde se vería reflejada toda mi vida, mis desgracias y mis fortunas.

No he tenido muchos amores, de hecho me sobran dedos de mi mano cuando los cuento. Desde el amor más inocente hasta el más perverso, me hicieron la fachada de ser humano que soy. ¿Que si he salido victoriosa? Pues al menos no estoy amargada. Con el último que pasó por aquí aprendí que todo pasa, hasta lo que más duele, toda pendejada que dijiste drogado con el éxtasis del jodido amor, al final se va por el retrete. ¿Qué queda? Pues el recuerdo, los reales y los inventados como dice mi valiosa escritora española.

Hace pocos días no podía escribir como antes. Estaba más cretina y haragana que nunca. No me interesaba averiguar cómo me siento. No quería hablar del imbécil que conocí hace unos meses. Solo quería ver pasar los días. De repente eran las consecuencias del estrés y angustia que siento por ser una desempleada, nunca antes me había interesado el dinero. Si supiera que eso es felicidad y bienestar, hace días me hubiese convertido en ladrona o narcotraficante para comprarle a mi madre más salud o mi mejor amiga un mejor novio que el parásito que tiene al lado. El dinero no lo es todo pero es esencial para vivir, más no para respirar. Para eso está él...

Si, volvieron los suspiros, el entusiasmo que quiero encapsularlo. La esperanza. Pero siempre me arruina la fiesta de emociones, esa vocecita en mi subconsciente que me dice una y otra vez: vas a sufrir. Por la misma razón. Por la misma situación. Por el mismo cabrón. Pero ¡qué putas! Él no es igual al tontifato por el que he llorado incesantemente con razones y sin ellas. Él es de esos que me hace sentir bonito si me subo en la montaña rusa y sin marearme. Él es el hombre por el que vale la pena cada lágrima, tomando en cuenta cada sonrisa que tengo en el día con solo pensarlo. Y si es un error y me causa más dolor que el anterior, pues será muy bien asumido y prometo no reprocharme. Cualquier error sería menos estúpido que el que cometí al volver a los brazos de un imbécil que me hizo sentir menos que cero.

Ha sido el amor que más me ha impactado y con el que menos he vivido, serán más los recuerdos de un sueño, de una ilusión que el recuerdo mismo. Es que es tan buen mozo, tan astuto, tan… me pasaría todo el día para tratar de descifrarlo. Es mi Apolo y es un sueño. Un sueño con fecha de expiración y estoy convencida de eso y me da gusto que sea así. Una mujer jamás debe olvidar las ofensas pero debe perdonar para avanzar.

Estoy más loca que nunca y tampoco me había sentido tan centrada. Tengo miedo de perder la increíble habilidad de soñar y de crear. Supongo que es normal sentirse miserable de vez en cuando. Pero lo mejor de la vida es que nada dura para siempre, ni la tristeza. Que se vayan al carajo esas personas que se fueron por su gusto y las que se fueron con invitación. Si no están en mi vida es porque se lo merecen y las que quisieron regresar, pues a ver que traen.

He comenzado a hacer ejercicio. Espero ser más constante esta vez. Por alguna razón eso le hace bien a mi espíritu además del cuerpo. Quiero terminar esos libros que he dejado inconclusos y aquí no entran las 50 sombras liberadas de E.L James, la cosa más aburrida que he leído hasta hoy.

Tengo muchos planes pero el más urgente es simplemente vivir. Estar en paz con mi soledad, que cada día nos llevamos mejor. Tratar de ser una mejor hija, hermana, amiga aunque mucho  me cueste. Divorciarme de una vez de las cervezas y mi amiga Maria Juana. Abrir más el corazón y cerrar las piernas, y en caso extremo, que sea al revés. Estar avispa y sonreírle a nuevas aventuras, que lo que sea que venga sea para bien, y que los que me quieran y los que ni siquiera me conocen, ni siquiera intenten comprender, sino simplemente aceptar a esta loca, la loquilla de la casa.