domingo, 26 de julio de 2015

HASTÍO

El hastío casi nunca es inoportuno. A veces llega en el momento más indicado. Unas dos o tres veces por semana el hastío se duerme y se despierta conmigo. Es como un recordatorio porfiado que me golpea con el dedo índice la cabeza y me dice: ya fue suficiente. Cerrá la puerta con candado y tragate la llave.

Pero lo que no sabe el maldito hastío es que yo puedo ser más tozuda y cabecidura que cualquiera, incluso más que él.

De todas formas, el hastío siempre es bienvenido, sin preguntar quién lo invita, pues al menos de algo o de mucho ha de servir. ¿Qué lo causa? Fácil de adivinar. De por sí vivir en la más grotesca de todas las junglas de este desvergue de mundo, es razón suficiente para caminar con estrés, pero es más que eso, es lo inaudito.

Es lo cotidiano. Es a lo que el cuerpo y el cerebro se van subyugando sin derecho a prórroga. Es aceptar ver la mierda caernos en la espalda. Es agachar la frente, apretar los puños y seguir acumulando rabia para escupirla en el momento menos indicado.

Es la paciencia disfrazada de amiga. Es levantarse de la cama con los párpados pegados para ir a trabajar. Es el deseo inmenso de quedarse tirada viendo películas, comiendo helado con banano y nachos con queso. Es aventurarse al tráfico de la mañana y seguir fantaseando con la cama, la única cosa en la vida que no te juzga, no te reprocha, no te jode.

Es el ruido. Son las voces internas y externas que nunca se van a callar. Es el pito del taxi hijueputa que descaradamente te rebasó y que retumba justo en la amígdala cerebral. Es soportar las tareas con las que no estás de acuerdo. Es andar el yugo en el cuello. Es apretar los dientes para no decirle una grosería a quien te paga un salario. Es depender de ese pinche salario.

Es posponerlo todo. Engavetar los pendientes y pensar que de alguna manera el hada fumada de la suerte los va a resolver con su magia. Es pasarse de pendeja. Es encontrarse en los bares a los mismos idiotas que se creen intelectuales hablando las mismas idioteces con otros idiotas que los hacen creerse intelectuales.

Es estar hasta la verga de todo y todos hasta de lo que no se palpa ni se huele, lo que no existe.
Es esta maldita cultura de mentirosos, cuatreros y malcogidos que te arrastra a ser del montón y a pesar de que al principio te resistís, ahí terminás bebiendo y fumando con ellos en cualquier trinchera.
 
Son las deudas; las materiales y las espirituales. Son los bancos acosando los domingos. Es la novia psicópata y el compañero infiel que le desató la locura. Las abolladuras en el carro y en el corazón.  Son los gustos finos en el arte culinario, es la ajustadilla a fin de mes para pagar la renta. Es seguir comprando libros que sólo te sirven para atrapar el polvo, es seguir comprando ropa que no te ponés porque ya te aburrió salir.

Es aguantarte la pena ajena cuando escuchás el discurso de aquel maje gay más asolapado que John Travolta hablando de lo rico que es cogerse a tres mujeres en una noche. Es soportar a tus amigos pues porque no hay de otra. Es aguantarse una misma porque todavía no es legal la eutanasia en nuestro potrero cinco estrellas, -aunque la muerte sea acá gratis.-

Es la jura, el dictador, la autócrata, los traidores, los arrastrados, los bulliciosos, los valeverguistas, los que arman el conjunto de esta despijencia pavorosa que me receto a diario junto a ocho millones más.

Son las frases culeras como “se saludable”, “tenés que cuidarte”, “es lo mejor para vos”, “que estés bien”, “sin vos no vivo”. Pendejadas así.

Es irse a correr cuatro kilómetros sin parar, para poder respirar. El hastío tiene ese poder de renovarte los pensamientos y reacomodarte las prioridades, aunque mañana volvás a caer en lo mismo.

Es meterte a la ducha por una media hora para pensar en ese que también te hastía pero que te confiere los más increíbles orgasmos. Es ponerse el pijama sin calzones y tirarse a la cama con la mente en blanco. Con el teléfono y los pensamientos en modo silencioso. Concentrada en el techo del cuarto nomás, tarareando una canción que te gusta  hasta caer profundamente en el sueño, sin advertir que mañana lunes podría volver sin previo aviso el incómodo hastío, porque esta noche, todo lo que te importa en la vida es… dormir.