domingo, 16 de noviembre de 2014

EL CAMINO


Lo que más disfruto cuando vengo a casa no es la casa, sino el camino. Construyo y destruyo escenas de lo que me gustaría que fuera  y lo que no ya no fue. Mientras ruedan las llantas, me gusta escuchar rancheras y hip hop en lista aleatoria, -siempre he sido tan variada en todo-. Eso me hace feliz.

Me gusta pensar en vos.

Y eso a veces no me hace tan feliz.

La felicidad que despierta en mí esta tierra es tan genuina como el fastidio que por ratos me provoca vivir en tu ciudad.

Para no dejar en ascuas a tu curiosidad, te voy a contar: Pienso en nosotros. En vos y yo juntos y separados.

En mí antes de vos, y en vos después de mí.

¿A quién culpamos?
Fue tu mano.

No, fue tu boca. Tu boca demoníaca. Tu boca sabrosita, tu boca que ya no es tu boca. ¿Te he dicho que me gusta tu boca?

Pues, me gusta tu boca.

Te decía del camino. Las montañas son todo un retrato. El olor a pino, el viento peinando mi pelo y golpeando duro en mis mejillas, así tan duro como cuando pegan tus sarcasmos en el pecho.

¿Ves que en todo estás?

El asfalto y las tripas de los perros plasmadas a él. La basura quemada descuadrando con lo verde. Nada me distrae de la belleza porque nadie la puede opacar.

Vos sos parte de la obra.

Entonces si no fue tu boca, fue el coco.

El coco siniestro.

No es tan fácil de expresar, las bocinas de los furgones distraen la unidad central de la lógica y de la manipulación en mi cerebro. No lo puedo controlar. Te lo dije antes, no me interesa usar escudos ni fusiles. Yo con vos me quiero desnudar de todas las formas.

Pero,
Siempre están los pe-ros.

En el horizonte está la señal de los túmulos. El chofer disminuye la velocidad y mis pensamientos se reducen con los frenos a tus besos.

Los que nunca son suficientes.

Porque me gusta besarte.

Me gusta escucharte. Olerte, tocarte.  Me gusta tomarte, beberte. Me gustan tus nalgas. Me gusta todo tu cuerpo, hasta tu pelo.
(Y es en serio.)

Me gusta tu letra, tu música, tus ideas, tu risa, tus cuentos.

Todo tu misterioso encanto.

En la aldea de los menonitas hacemos la primera parada. Compré jalea de chile y pan de naranja para no llegar con las manos vacías a casa.

De vuelta al camino, se puso Chavela y me puse triste.

Más que triste, enojada.

Incomprendida.

Confundida.

Ya ha pasado suficiente tiempo, el necesario para mandarte vía paloma mensajera que siempre no y que mejor si te acepto las renuncias.

Pero no. Ahí está la insistencia de imprudente.

No me gusta tu boca cuando tira sapos y culebras.

No me gustan, tus desplantes, ni tus enredos. Tus celos, tus miedos, tus desconfianzas.

¿Por qué no confiar en alguien que le entregas a cabalidad tu cuerpo?

Tu cuerpo que ya no es tuyo.

Tu cuerpo que vos me lo diste al tiempo que yo te di el mío. Como un convenio sin fechas, ni límites y mil condiciones y mil consecuencias.

Ya el destino se lee en un letrero verde.

Estoy en casa.

Vos seguís en mi mente.

Como último esfuerzo por pensar sin pensar, me pregunto por qué seguimos ahí.

Vos deprimido, yo en vías de la locura.

Serán las ganas que me dan a veces de estar con vos toda una vida.

O será el impulso que me da por ratos de mandarte bien lejos con dos palabras.

¿Por qué siento que te quiero y que te odio “irremediablemente” como dice tu poeta favorito?

¿Crees en los enigmas?
Yo sí.

Ahora si llegué. Me bajaré de la carreta. Estiraré las piernas, voy a saludar, tomar agua helada, a resumirle a la audiencia en un par de segundos lo que pasó en el camino.

Más tarde, habrá algún mal momento para seguir pensando en vos y en mí.


En nosotros después de nosotros. 

domingo, 26 de octubre de 2014

ACERCA DE LOS MACHOS Y FALOS


Advertencia
Antes de que piensen que estoy aburrida y no tengo nada de qué hablar, o de que empiecen a criticar, quisiera hacer una pequeña aclaración: ESTE POST NO ES APTO PARA MOJIGATAS, ACTIVISTAS DEL OSCURANTISMO, CRISTIANOS ASOLAPADOS, CORAZONES Y GENITALES REPRIMIDOS, PURITANAS DE OFICIO Y CACHURECOS EVANGÉLICOS. Si usted encaja en esas categorías, evítese la cólera y siga leyendo la Biblia, la Cromos, la Cosmo, Coehlo; o emigre para otro blog más interesante y menos libertino.

Una vez hecha la aclaración, quisiera empezar con una pequeña etimología de la verga.
La tomaré  como objeto de estudio para llegar al fondo del origen del machismo. -no fue intencional emplear en el inicio los términos sobre tamaños y fondos, prometo no herir susceptibilidades, tan pronto.-

La verga

Hablábamos de la verga. Sí, la verga. Si se quedó algún religioso curioso, todavía está a tiempo de huir. Sí, dije VERGA, qué escándalo. Una muchacha lista, de familia católica, aparentemente muy bien criada y educada, hablando sobre la verga, -ni más ni menos-, acúsenme con la comisionada y con la diócesis de Tegucigalpa por (escribir) decir esa palabra soez sin el menor remordimiento.

En el diccionario de la Real Academia Española, verga viene del latín virga y se entiende principalmente como 1. Pene, 2. Arco de hacer de la ballesta y 3. Palo largo y delgado. En la cultura de la verga o la también denominada Vergalingüística, este término tiene diferentes significados  y derivaciones. Unos ejemplos son, vergazo, vergón, estar a verga, estar –de- a verga, ser –la mera- verga, ser –la- verga, entre otros.

Sin embargo, si decimos simplemente -verga-, nos referimos al aparato reproductor masculino. Recordemos que el Pijalingüística o la cultura de la pija está muy relacionada con la de la verga, por lo cual se pueden tomar como sinónimos. La pija y la verga son lo mismo pues.

Aclarando eso, podemos continuar con la reflexión.

Culto al falo

El pene fue símbolo de poder en la mayoría de las civilizaciones antiguas, como la hindú y la egipcia. Las representaciones fálicas en el arte y en la mitología de los vanidosos bisexuales griegos sirvieron de inspiración para otras culturas que claramente siguen predominando hasta hoy.

Los miembros de gran tamaño y las erecciones en las estatuas simbolizaban también la fertilidad, la sexualidad y la buena salud. También servía para distinguir a los dioses de los simples mortales. Una tradición heredada que sigue vigente en nuestros tiempos. Hay románticas/os que se esmeran por encontrar a su dios bien dotado.

El misógino padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, decía que era cuestión de naturaleza, el hecho de que el hombre tuviera ese representación de poder entre las piernas para reforzar el patriarcado, “es simple anatomía”, escribió el defensor de la cocaína, quien también dijo que la mujer sentía envidia del pene por carecer de ese “poder”…   … (pffft)

Mi teoría, por si no se siente ofendido don Freud, -que apartando eso, me cae muy bien-, es que sucede al contrario. Los matriarcados se revirtieron porque el hombre se dio cuenta de los poderes superiores que tiene el cuerpo de la mujer: concebir, amamantar, intuir, persuadir, entre otros. Ellos, como son históricamente más cobardes, utilizaron la fuerza para imponer su dominio.

Como consecuencia, la mujer se convirtió en esclava, objeto, adorno, susurro, sumisión y olvido. Se le condenó por la eternidad a ser únicamente útil para el reposo cálido, confortante y húmedo del falo, -para que no perdamos la pista-, me refiero a la verga, ese cuerpo cavernoso que por intimidación se ha sentido desde siempre y por la eternidad, superior a todo lo que le rodea.

Dios es machista

Qué hueva. Hoy no voy a hablar mal de las religiones porque sé que los melindrosos fanáticos no me están leyendo; pero desde pequeña me preguntaba por qué carajos nos pintan a los dioses como un hombre. El catolicismo le da un poco más de participación a la Virgen María, pero –ojo- no es una diosa, es la madre del Señor. Digamos que en el Estado divino representa el poder legislativo, pero el ejecutivo y el judicial lo sigue teniendo su único hijo, la palomita –no me refiero al falo- y el barbón dios todopoderoso. Eso es machismo enlatado en estado puro por los siglos de los siglos.

Por qué el dios y no LA DIOSA. Seguro habría menos guerras a nombre de una deidad con imagen femenina. Tal vez habría más estatuas con pechos y menos obeliscos en las ciudades. Habría más tacones que fusiles, sin lugar a duda.

Machitos, machotes, muchotes.

Nunca me percaté del machismo hasta que me lo adoctrinaron directamente. Antes era lo normal, en la casa ningún hombre agarra una escoba ni entra a la cocina. El hombre es el fuerte, la mujer es la frágil. Pero cuando tuve más consciencia de mí, descubrí que la injusticia a la que nos han sometido sin derecho a réplica, es simplemente indignante.

Cuando recién cumplí 20 años anduve con un imbécil. Si encuentran el tono despectivo no es con ninguna mala intención, es porque no logré encontrar otro calificativo, de verdad es un imbécil y le mejor es que él lo sabe. Y no, no es despecho, de hecho ahora nos llevamos bien.

El caso es que este tipo, con todas sus costumbres del paleolítico, más que fastidiarme, me sacó de la burbuja de la conformidad y el silencio. Aún cuando me creía sin rienda, sin dueño, sin atadura, hubo un día en el que vi mi futuro, como una mala visión, apegada a alguien que está convencido que la mujer vale lo mismo que una vaca con la marca del fierro en la nalga.

Pensaba que el machismo era una concepción pueblerina hasta que descubrí que en la ciudad hay iguales y peores. Están por todos lados, son una plaga a nivel mundial. Los machos están por todos los rincones.

Hace algún tiempo, después de hacer el amor con mi pareja, -un macho de argumentos dizque feministas.- le confesé que a veces fantaseo con la idea de imaginarme un mundo de mujeres con pene, no trato de reafirmar la teoría de Freud ni quiero decir que nos hagamos todas transgénero, me refiero a que, si ellos tuvieran la cueva, nosotras el pájaro y los término coger, follar, penetrar tuvieran un verdadero sentido en el centro de nuestro cerebro, tal vez esta sería una sociedad hembrista y en algún universo paralelo estaría algún indignado escribiendo en contra de nosotras en un blog. Sería la misma cosa. No queremos eso. Pero de vez en cuando me gusta crear suposiciones. 

Eternamente el falo

Todo se trata de la verga para ellos. Y con esto no quiero decir que nosotras las odiamos. De hecho las apreciamos y reconocemos su contribución al momento de dar placer en la intimidad. A veces el feminismo es mal fundamentado y educa para crear una especie de antimagnetismo hacia los hombres. Un resentimiento absurdo. El resultado es triste, mujeres de sabor limón, resignadas a estar solas con un consolador en la gaveta, a tener que lidiar con un macho.  

Con esto no digo que hay que asumir el machismo y seguir con esa resignación cristiana. A veces no es una lucha directamente con los hombres sino con nuestras propias mentes.

Estoy enamorada de un hombre que lucha y defiende a diario los derechos de las mujeres pero le incomoda que yo use shorts en la calle o que publique una foto enseñando las piernas. Y aclaro que no es por culpa de su pene, -que por cierto me cae tan bien- es culpa de miles de años de tradición que no se pueden suprimir así de fácil.

 Amigos de la verga

Pero nunca está de más seguir soñando con el día en el que un pene admita que tiene la misma importancia de una vagina y lo único que varían son sus funciones. La lucha por la igualdad de géneros es necesaria y debe ser incisiva pero eso no significa renunciar al derecho de sentir y gozar.

Mientras tanto yo les invitaría a ser amigos y amigas de la verga sin disuadirlo ni enaltecerlo. Ellos NO tienen el poder aunque lo están usurpando, hay que culpar a la ignorancia en ambas partes.

Cleopatra y mi mejor amigo, que son las reinas del “Blow Job”, me enseñaron que hay que aprender a disfrutar de un pene sin tapujos, anteponer primero nuestro placer frente al otro es lo que todas deberíamos hacer. La sexualidad es una fiesta y hay que disfrutarla. El mismo efecto que causan tus rodillas flexionadas y tu boca a la altura de su ingle, es igual al de su rostro sumergido en medio de tus piernas mientras te retuerces de placer.

Las vergas no tienen la culpa de haber sido empleadas para gobernar el mundo. Ellas tienen sus funciones específicas y hay que reafirmarlas, sin olvidar el camino. El día que todas las mujeres redescubramos nuestro poder y destruyamos esa simbología absurda, la era del patriarcado y el machismo llegará a su fin y este lugar será más confortable para vivir. 

domingo, 24 de agosto de 2014

DECENA-MORA-MIENTO


Suele pasar como a mitad de un año bisiesto. Estás más que fastidiada por tanto imbécil que existe en el mundo –sobre todo, los que han pasado por el tuyo, con mucha pena y con poca gloria-. De pronto estás sentada frente a una computadora y querés escribir lo que putas sea para entender qué pasa con tu vida.

Entonces, sumergida en el mar de la amargura, te da una pereza gigantesca levantarte un sábado. No querés hablar con nadie, ni siquiera con tu madre, pero estás pendiente a cada minuto del celular para ver si él te escribe. Te proponés pasar todo un día en cama sin cambiarte el calzón. Por suerte alguien dejó tirado en la refri medio tarro de helado Hägen-Dazs y eso mejora inmediatamente tu mañana, sin embargo, una vez que se acaba el “chocolate, pralines & caramel”, vuelve a golpear la realidad sin misericordia.

¿Qué sucede? Te pusiste a darle replay al cassete y empezás a recrear momentos, no podés evitar sonreír con ese beso, después sentís una brisa distante por allá, al sur, donde todo es bonito y la sonrisa revienta como ola en los dientes que presionan tu labio inferior. Es tortuoso. El recuerdo ahora cae como bofetada, te enojás y al rato te da tristeza. Una lágrima desleal se te quiere escapar pero todavía te queda un poco de astucia y lográs retenerla. Todo sigue como ayer. Encendés la tele y te ponés a ver cualquier gringada, entre más basura, mejor.

Un par de horas después se divisa una luz confusa en tu lóbulo frontal. Pasas frente al espejo con tu pijama de hierro, intentas peinar con la yema de los dedos las hebras insurrectas de tu cabeza aceitosa. Observás a detalle tu figura y te das cuenta de que deberías volver a hacer ejercicio -pero la sugerencia no viene traslapada con un reclamo sino de una súplica-. Te acercás un poco más a tu reflejo y te encontrás con un punto negro en la nariz, y otro y otro, y otro y varios más. Ahí si te dejás escapar un sonoro insulto por tu descuido no sin antes inventar una mejor idea para superar los indicios de una eminente depresión: ir al salón de belleza a hacerte un peeling.

La vanidad siempre trae regocijo a las mentes débiles y hoy no tenés ganas de hacerte la fuerte. Y entonces, como siempre, el agua trae esperanza. Te lavás el pelo y el cuerpo, te cambiás los calzones, te dejas caer encima un vestido bonitillo, de esos que roban buenas y malas miradas. Entrás al lugar con la idea de salir más bella y menos triste. Hay una mujer con cara de pocos amigos que te mira de pies a cabeza y te pregunta ¿qué se va a hacer?. –una limpieza facial-, contestás fingiendo seguridad absoluta.

La mujer no dice nada y te lleva a un cuarto aparte. Te pide que te acostés en una especie de camilla de hospital. Te pone dos toallas alrededor del cuello y del cabello. Se dispone a exfoliarte, mientras te explica a detalle lo que hacen las molestas piedritas con tu rostro. Te relajás por dos microsegundos hasta que sentís el primer piquetazo, auch… a sacar a los invasores de la nariz. La mujer parece no inmutarse ante tu sufrimiento, incluso parece disfrutarlo –estos puntos están muy profundos-, se excusa. Pero en realidad no te importa, sabés que hay cosas que te duelen más.

Y con una hora, unas lágrimas y seiscientos lempiras menos, te vas con la misma expresión de tragedia con la que llegaste pero con la cara muy tersa. Pensás que un café te levantará el ánimo. Llegás al Mall más cercano, comprás un latté, con el saborizante de siempre. Te sentás para observar a los demás y no tener la difícil tarea de pensar en vos.

Todo te parece tan superficial. Ves caminar a compradores compulsivos, a adolescentes riéndose con el celular, a hombres frustrados, a mujeres grises rayando las de crédito para encontrar cariño en sus Steve Madden, niños corriendo como energúmenos hacia la tienda por los pasillos, siendo felices mientras no se den cuenta de que viven en una caverna. Ves personas más tristes y más felices para no verte a vos, para no ver lo que tanto te acongoja.

Una pareja de ancianos está sentada en la otra mesa. El viejito está leyendo el periódico, la viejita lee un libro. Ambos están concentrados en lo suyo. Distantes pero con esa extraña confianza que tienen esas parejas de antaño. Ninguno se percata de que los estás viendo, así que empezás  a sorber el café sin apartar la vista a tal agradable retrato. Te recuerdan a tus abuelos y por primera vez en todo el día te sentís bien.

Te encanta hacer eso: ver y adivinar. Escudriñar en sus gestos y analizar cada detalle para bocetar su historia. Los ves por buen un rato. Dan una sensación de paz y en medio de tanto caos, es algo simplemente maravilloso, aquí nadie conoce la paz sino todo lo contrario. La escena te da ganas de llorar. Sos un caso perdido. Hasta las cosas buenas que se encuentran como aguja en un pajar en esta ciudad te ponen triste. Dejás a los viejitos tranquilos.

Mejor lees el mensaje de WhatsApp que te mandó tu mejor amiga hace media hora: “Bebé, ¿qué hacés?, estoy mal, vamos a chupar.” Sin mayor explicaciones, ni súplicas. Te quedás meditando por cinco minutos. Sabés que ese café te afectará los riñones de la misma manera en que te afectaría un Long Island Iced Tea o un Sex on the Beach. No hay muchas opciones. De vez en cuando no es tan malo ser buena amiga. Enseguida la llamas para acompañarla en su destrucción.

Es el mismo bar de siempre, en ese en el que dejan a los clientes fumar, donde el alcohol es barato y donde los meseros te leen los pensamientos. Están los mismos amigos. La colocha que sólo te llama cuando la deja el novio. La parejita disfuncional de lesbianas que te causa pesar y ternura. Tu promiscuo amigo gay que nunca sufre, que no llora si no es por placer, y tu amiga cuyo marido recién se fue de la casa.

Empezás a beber y con los minutos te va estorbando menos el olor a cigarros. “Qué terrible”, pensás. Considerás seriamente en una asistencia psicológica intensiva que te lleve a tu cerebro a tomar mejores decisiones y así elegir amigos menos disfuncinales en un futuro cercano por el bien de tu salud mental. Un estrecho cariño te une a ellos pero sabés que escuchar lloriqueos y maldiciones no es exctamente lo que necesitás ahorita, aunque que no podés moverte, sabés que ese es el único lugar donde debés estar, porque simplemente no hay otro lugar donde ir.

Más que triste te parece cómico ver como la gente cree sufrir por amor. Una vez más no querés verte a vos misma. Cuando el amor sucede, cuando se trata de teclear la primera palabra del capítulo, cuando se enciende el interruptor, se pone primera y se arranca hacia lo incierto. Cuando todo comienza es perfecto. Toda esa melindrosería es cierta cuando las personas se enamoran. La epidemia ataca parejo. Por suerte, la biología sí es socialista. Las hormonas y las feromonas no distinguen clases, ni colores ni texturas. Enamorarse es inevitable y gusta tanto porque te da el poder de volar, y para vos eso es tan, pero tan importante.

Todos hablan de cómo, cuándo y de quién se enamoran, y les gusta hablar todavía más cuando alguien los manda en primera clase y sin boleto de regreso a la mierda. Esa manía de ser tan masoquistas es propia del ser humano. En el fondo te gustaría que vos y tus amigas fueran como las leonas, las estrellas de reality show de Animal Planet, que cuando se pelean con su respectivo león, se buscan otro macho alfa, se lo cogen y si no funciona se buscan a otro, y a otro y así son felices las felinas, sin embargo, sabés que las hembras de la raza inteligente, -las que sí son inteligentes- están al tanto de que esa medida sólo sirve para alterarte la psiquis, para darte una buena dosis de culpabilidad, -cortesía del machismo- y hace que se acentúe el amor por el macho que está en tu cabeza -y el desprecio por el otro que está en tu vagina-.

Así que mejor optás por la masturbación y las películas hollywoodenses para matar el tiempo, para iniciar ese proceso intensivo de desenamorarte, a petición exclusiva del afectado, para que él sea feliz y para que vos regresés a tu estado usual de inestabilidad mental manejable.

Al final todos lo hacen. Tus amigos sufren por amor, la gente del Mall y del mercado sufren por amor, aquella pareja de ancianos seguramente sufrió alguna vez por amor y vos… vos no querés admitirlo. Te sentís en una especie de purgatorio. A veces sentís mucho, otras veces no sentís nada, más que desencanto y soledad. Cansancio y pereza, sin ánimos de seguir insistiendo en volver realidad un sueño que pareció irreal por ser tan perfecto.

Estás hastiada pero a la mitad de la borrachera y de una nube de humo, te das cuenta de que ese inservible día te ha dado una lección que insiste en ser aprendida e insertada en tu conciencia de una vez: El amor no se inventó para los débiles, sino para los que saben luchar en todos los sentidos, nunca se llega a él si no es por medio de la guerra, es por eso que se vuelve tan valioso, y los cobardes, como siempre lo desmeritan, lo ridiculizan justo como vos lo has hecho últimamente.

Tu papi y tu mami no te enseñaron a ser tan medrosa. Vamos, que en este mundo podrido amar es lo único que vale la pena. Quizás ese día llegará, estarás sentada, en la cima de tu vida, tomando café y leyendo un buen libro al lado del hombre que amás, ese, que como dice Juana, no te jode, más bien te da paz. Mientras tanto, conduce con cuidado a casa, quitate la ropa y el maquillaje, ponete  el camisón más feo, apagá el celular y la luz, pensá en él e imaginá su cuerpo encima del tuyo, tocate y hacete el amor vos sola mientras él se viene, o se regresa o se va para siempre.

domingo, 10 de agosto de 2014

TEGUCIGALPA

Ya no me gusta salir. Supongo que ya me acenté en este punto, -el de ser "aburrida"- a mi manera y me gusto así. Los "teens", esa hermosa estapa de los escapes al estilo Los ángeles de Charlie para ir a la disco y bailar y beber hasta el amanecer y despertar con olor a vómito, ya se quedó atrás.
Ahora, no me escapo porque nadie me vigila, no soporto los excesos, bailo poco y respeto más las horas de sueño. Para mí, si no hay opción de quedarse en casa, una salida perfecta seria ir a cenar algo rico -que no sea chainís- tomarme un vino suave y si andamos con grata compañía, fumar un porrito y disfrutar de las luces de la ciudad, de esta vetusta y desauseada ciudad.

Este pueblón de blanco y negro me obsesiona por mil razones. El que por ratos odio y el que por varios años me ha dado tanto material tangible y no tangible para sobrevivir.  Aquí llegué con sublevados aires de princesa. Me subí por primera vez a un bus urbano, conocí en primera fila a un ladrón. Me hice vecina de la desdichada madre de un marero que hace poco vio a su hijo morir vapuleado por la mara rival.

Yo no sabía de contrastes hasta que conocí mejor Tegucigalpa. En Juticalpa la riqueza está en la tierra y no en mansiones ridículamente lujosas. No he visto carros que cuesten un millón de lempiras salvo por los empresarios del polvo, que son otro tema. Tampoco he visto casitas de cartón o niños lavando parabrisas. No digo que aquí no hayan pobres, por supuesto que los hay pero es raro que en Olancho un niño se muera de hambre. Claro, que es una cuestión propia de las zonas rurales, pero era a lo que yo estaba acostumbrada a ver.  Aún no logro entender porqué hay gente de los caceríos y de las aldeas que abandona su casa de adobe, su parcellita de tierra, su vaca y sus dos gallinas para ir a "probar suerte" a la ciudad.

Probablemente alguien menos y romántico y más sensato que yo me diría, pues bien, Lizbeth La Reflexiva, ellos emigran por la misma razón por la que vos emigraste hace seis años: para buscar un futuro mejor pero al arrivar, se dan de narices con la realidad.
En efecto, todavía es chocante para mí acostumbrarme al cambio. Es jodido andar con paranoia todo el día. Aprender a descofiar hasta del pulpero y caminar siempre rápido. En ocasiones me pregunto ¿Qué sería de mi vida hoy si residiera en Olancho?  No puedo imaginarlo aunque puedo intentarlo.
Quizás dormiría en una cama más cómoda, tendría tortillas recién hechas, y todas las comodidades que tuve hasta los 17. Andaría muy tranquila por las calles sin temor a ser asaltada. Viviría frustrada porque no hay salas de cine y tendría que ver las películas piratas. Me pasaría todo el día releyendo las novelas de mi pequeña biblioteca. La pobrecita de mi madre tendría que mantenerme hasta encontrarme un novio decente, casarme con él, tener tres hijos. Cerraría este blog y mi único trabajo seria limpiar la casa y pelear con mi marido, pelear con los hijos y reabriría mi blog para quejarme de todos ellos. Esa es la predicción más cercana si me quedo en el lugar donde está enterrado mi ombligo. Pero no creo que eso suceda.
Me fui enamorando de Tegucigalpa de a poco y descubrí que los mitos y las leyendas tenebrosas  del campo se hacen realidad acá. Por ejemplo, hace poco conocí una bruja desquiciada embriagada de maldad hasta la última hebra.
Seria muy negligente de mi parte decir que acá todos están locos. Pero no me importa, es cierto, los que vivimos aquí hemos perdido un poco -o mucho- de cordura. ¿si no cómo podríamos andar tranquilos en esta selva gris?

Si bien, corté lazo con la vida nocturna de doña Teguz, aún disfruto mucho salir sola. Ir a caminar al centro y encontrarse a poetas alcohólicos que se caen en alguna acera y las doñas compasivas que les tiran dos pesos cual si fueran mendigos. Los niños pidiendo un bocado fuera de las panaderías, los rótulos de "se vende ropa americana" por doquier. La risa de los estudiantes y la música de reggaetón de los buseros. Los grafitis, la tienda del turco, el olor a mierda y a humo, Los Dolores, las hermosas casas antiguas, los perros aguacateros y sus miadas en las paredes de cada Burger King, son solo algunos adornos que mantienen con vida el espíritu de una ciudad rota y puñeteada por siglos.
Siempre la critico y la jodo todo el tiempo, pero es que uno pasa jodiendo lo que más ama. Y cómo no amarla si ha sido musa de tantos artistas de antaño que tuvieron arrugado el corazón por verla sufrir así y los artistas de hoy evolucionaron y el corazón ya lo tienen como una pasa porque la pobrecita está sufriendo más que nunca.

En esta ciudad cada vez son menos las medias tintas. Por un lado vas a ver a los cerdos con la mente podrida de poder y dinero; por otro lado, hay miles de perros desafortunados que no tienen más opción que matar para comer.
Es la ironía más cruel saber que ese montón de casitas que invaden las faldas de la ciudad, le sirven de adorno a los ricos que viven en esos edificios de revista.
Hay bares en los que un shot de tequila cuesta 100 lempiras y hay estancos donde te ponés a verga con la misma cantidad.
Ya no concibo mi vida sin el caos y sin la incertidumbre que me provee Tegucigalpa. Es surreal conducir un día equis por el anillo periférico y maldecir a un taxista por chancho, avanzar 200 metros y encontrarte con un choque, moverse otro poquito y ver el levantamiento de un cuerpo, espantarse por un minuto, subirle a la radio para olvidar la escena y toparse después con una manifestación. Así es ella, tan caótica, es como estar dentro de una película todos los días, es estar haciendo el amor y escuchar afuera ocho balazos. Es el conejillo de indias perfecto para cualquier científico social.
Teguz, físicamente es una fea que de noche se pone tan linda como la navidad. Espiritualmente está paniqueada por incubar a tantos locos que han venido desde el interior, unos para dibujarla y acariciarla, otros para seguir marchitándola.
Olancho es mi primer gran amor y lo que yo más cuido, pero ahora una fea luminosa es mi hogar y en mi deber se ha convertido defenderla mientras no me termine de hundir con ella.
Es verdad, no es lo mismo estar escuchando el insistente llanto de las chicharras y sentir el olor a pino y a tierra mojada allá donde siempre hay amor y comida pero, con resignación, uno se acostumbra al hedor y a la bulla torturadora de la ciudad.

Tegucigalpa ahora está impregnada en mi nariz y en mi memoria para el resto de mi vida, aunque un día no la aguante y quiera irme lejos de ella y toda su marea, siempre habrá en mí esas ganas de curarla en forma de agradecimiento por dejarme verla, por darme tanto para reflexionar, para escribir y por darme a la gente que yo necesito amar.

martes, 29 de julio de 2014

PEQUEÑOS INFINITOS

Mi reloj despertador está programado a las 6:20 de la madrugada. Cada día, empezando el lunes y concluyendo el viernes, suena una fastidiosa campana con el volumen de un mega-turbo parlante que está a dos centímetros de mi oído. Al mismo tiempo que pone histéricas a mis neuronas, espanta a los gatos del techo y a los quecos que se pasean por la ventanita de mi cuarto. A ninguno nos gusta el ruido a horas tan tempranas.

Desactivo la alarma y espero cinco minutos para que suene otra vez pero es imposible volver a dormir tan rico. El clima de mi cama en la mañana es lo mejor que hay en el mundo. Suena otra vez el fastidio y lo desactivo para siempre. Estoy enojada. Podría apostar cualquier cosa, estoy segura de que no hay un ser humano registrado en la historia de la vida, que sintiera algún tipo de empatía por esa manera tan violenta de despertar. Me quedo acostada pero con los ojos bien abiertos. Esta mañana hay algo diferente. En mi espalda siento el roce de un torso muy cálido.

Luego de un enorme esfuerzo y con una cruz de pantomima plasmada en el pecho -como toda falsa católica-, decido finalmente sentarme en la cama. Lo primero que debo hacer es revisar mi teléfono, le escribo unas cuantas líneas a un futuro pasado. Estoy triste, pero ahora tengo más pereza que tristeza. Volteo a ver al torso cálido, que se despierta con su propia alarma pero el ritual es más práctico: estira las piernas y los brazos y a la primera ya está amanecido.

Yo, en cambio, soy igual que el común denominador; me gusta perder el tiempo (todo el tiempo del mundo), maldito tiempo. Ahora estamos con la luz difuminada, pero verlo ahí arropadito y cómodo me causa envidia, dejo el aparatito mortífero adictivo a un lado y me recuesto en su pecho como en los viejos tiempos, - cinco minutos más- le suplico, y me responde que sí con sus manos ásperas, mientras me acaricia la espalda. Me voy quedando dormida otra vez.

Un pequeño infinito puede tener distintas valoraciones, según lo queramos ver. Ahorita se me vienen mil a la cabeza pero solo retengo los que quiero retener. Cada vez que me siento en el toilet por la mañana, tengo un pequeño infinito, me gusta pensar y pienso en todo y en nada. Cuando estoy en un  semáforo en rojo tengo el pequeño-enorme infinito de miedo de que un motociclista me enseñe una pistola, me obligue a bajar el vidrio, y me asalte. Cuando me tomo un café con mi amigo de las cinco de la tarde y hablamos de un millón de cosas sin aburrirnos, tengo el mejor infinito de un día cualquiera. Cuando mi dentista me está taladrando los dientes es el más torturador infinito. Cuando me como una pizza cargadísima de ajo con albahaca y cuando me fumo un porro viendo a las estrellas, es el infinito más finito.

Pasar un domingo en La Montaña con la familia reunida, verlos divertirse tomando ron y contando chistes, es y será mi infinito favorito de toda la vida. La risa de mi abuela, la mirada amenazadora de mi madre, la última plática que tuve con mi padre, las ocurrencias de los más cipotes de la casa y todo aquello que se va atesorando dentro de mí como una implosión de segundos, de un micro segundo, de milésimas de segundos, y la milésima de la milésima de aquel micro segundo, imposibles de contar.

No es necesario estudiarse toda la teoría de la relatividad del tiempo de Albert Einstein. Ni el Teorema del cantor para entender cómo funciona el tiempo y esos infinitos. Basta con detectar ese momento y declararlo eterno con toda propiedad. Yo prefiero la simpleza, sé que he tenido los mejores infinitos, reemplazables, aunque después vengan otros, sé que estos son los mejores.

Hay algunos infinitos que no los repaso porque aunque yo no me lo creo, por ratos tengo  lapsus de cobardía y miedo. Nunca me gustó ese hábito recurrente que tienen los románticos de sufrir. Yo nací en una época un poquito más moderna, en la del Valeverguismo Concienzudo para ser más precisa, aunque nunca falta el anticuado amante de la tragedia shakesperiana que se resiste.

Aprovechar los tiempos y acomodarlos a conveniencia no es tan fácil, pero es posible.  Es curioso que no pueda extender un poco más esos cinco minutos en mi despertador pero sí podría poner en cámara súper lenta medio minuto de duración de un beso. No es un poder sobrenatural, es la discapacidad de amar.

 Cuando escribo tengo un pequeño gran infinito que disfruto mucho y casi nunca me no me doy cuenta pero curiosamente es el más efímero de todos.  Cuando voy a correr y observo a la gente extraña mientras escucho Valerie de Amy Winehouse y siento algo parecido a un orgasmo. Cuando estoy peleando, tratando de arreglar lo irreparable conmigo misma. Cuando lo veo a él y cuando lo veo a él.

El pequeño infinito más cruel del pasado reciente fue cuando me desperté aquel día por tercera vez y las manos ásperas -de un infinito que había olvidado-, dejaron de tocarme y supe que era hora de seguir sola y dejar de sentirme más sola con su compañía. Que hay momentos que no les cabe ningún remake o un replay. Me di cuenta de que ese pequeño infinito que tuve y ese otro pequeño infinito que tengo, ya fueron y que ya no serán más, para el mal de ninguno y probablemente para el bien de todos.

domingo, 6 de julio de 2014

Mi concepto básico de Libertad

Tomar el camino más largo con el riesgo de llegar tarde o llegar moribunda. La clara idea de aventurarse a lo desconocido. Coger piedras de la carretera pero sin echarlas a la maleta. No cargar culpas innecesarias. -La astucia nunca estuvo peliada con los buenos sentimientos-.

Irse a tomar un café al centro de la capital del país más peligroso del mundo. Sonreír al vacío al vendedor de periódicos que te despierta a las siete de la madrugada.

Hablar de todo sin contar mucho. Lavarse el pelo de vez en cuando y oler bien todo el día.
Tener la certeza de que tus amigos -los que te quedan- aún están a tu lado en gran parte porque de alguna manera te ocupan, por otra parte, porque aún les hacés ameno el momento y en una pequeñita parte, porque en el fondo te guardan cariño.

Saber distinguir la realidad de las ilusiones sin guardar resentimientos.

Escribir. De vez en cuando y de cuando en vez, escribir y escribir hasta que las ideas se vuelvan piedra.

Mirar el cielo panza arriba mientras flotás en el agua. Sin pensar en nada más que la belleza de lo simple y de lo extraordinario.
Saber cuando creerte indispensable y saber cuando sos un estorbo. Estar consciente de una misma.

Reirte en la sobriedad. Maldecir cuando sintás ganas de hacerlo. Ser amable sin estar enamorada. Darte placer cada vez que se te antoje sin sentirte culpable. Verte al espejo desnuda y admirar tu belleza con vos y con nadie más.

Comprar ese vestido que te queda perfecto -o al menos así te hace sentir-.
Decir no. Alejarte de lo que hace daño. No alimentar un chisme. Ganarte el respeto de la gente que no te soporta.

Usar la falda más corta del closet y caminar frente a la mirada de los cavernícolas, de los oprimidos, de las señoras del Siglo XX, de los envidiosos, de los pervertidos o de los simples espectadores que ven sin mirar. Mostrar lo que querés mostrar sólo porque sí y sin que te importe lo que digan.

Ser libre es la habilidad de coleccionar los orgasmos más memorables y descartar los malos ratos.

Es pelear por un derecho aunque que sea pequeño o sea imposible. Es alegar sin cansancio cuando alguien invade tu espacio. Es quedarte callada cuando es necesario. Sí, ca-lla-da. Nunca hubo un acto pro libertad más noble que la prudencia bien planeada.

Es perdonarte todos los días y quererte a vos misma... a pesar de vos.

Platicar con una sola a la hora de la cena para escudriñar los acontecimientos del día. Idear las estrategias más acertadas con la almohada para luego despertar por la mañana y empezar el día con el manual de la espontaneidad.

Caminar, andar por la calle tranquila sin miedo a ser asaltada. Caminar,  andar por la vida enamorada sin miedo a ser lastimada.

Dejar ir. Dejarte ir.

Aprender a no apegarse del todo a un alma, a un cuerpo, a una boca, a un olor. Aunque ahí mismo radique el verdadero sentido de la vida, es justo ahí dode está la peor de todas las esclavitudes del ser humano: creer que todo lo que amamos nos pertenece.

El amor sin libertad es sólo una utopía mal vendida por un sistema de malcogidos que ven al sexo como la vía más efectiva para estar felices.

Cuando se ama, no se pierde la libertad, sólo se comparte en pedazos. De poco a poquito. Sin prisas. Sin miedos absurdos.

La libertad es tan inmensa pero puede caber fácilmente en una copa de vino servida a media noche. Es mezquina pero la encontrás bien fácil en un beso del hombre que te gusta, en un chubasco de noviembre, en una cama sin par. En un exquisito plato de mangos.

Sentir la libertad en todo su esplendor cuando abrazás un árbol y pisas el lodo descalza. Cuando te vas de viaje al país del nunca jamás con boleto de regreso indefinido.

Es llamar a las cosas por su nombre. Tener siempre agua en la ducha y pan fresco en la alacena. Comer toneladas de calorías sin temor a salir rodando. Dejar de depilarte, maquillarte y quemarte el pelo por un buen tiempo. Prestarle tu ombligo a quien se lo merezca. Limpiarse los mocos y hacer de la soledad una fiel aliada con problemas de lenguaje para que no te diga lo que no querés escuchar.

Creer en Khrishna, Alá, Yavé o Zeus. Tomarlo descafeinado o con azúcar morena. Las vaginas, los penes o tu mano. Tener la osadía y la inteligencia suficiente para decidir el rumbo sin ver a los lados.

Coquetearle a todos y no permitir que te toque ninguno.

Ahorrar dinero y gastarlo en lo que te de la puta gana. Llorar para no perder la costumbre. Valorar tu oficio sin que se vuelva un ogro insoportable. Defender tus puntos, tus costumbres, tus raíces, tus pensamientos por muy arcaicos que sean. Pelear por las cosas que de verdad importan. Ser vos aunque los otros te pinten distinto.

Pero hablar de libertades en una sociedad donde te matan por pensar diferente es como tener un hermoso iglú en alguna playa del caribe. -Simplemente no concuerda-.  Sin embargo, no quita el hecho de que creerse libre va más allá de renegar todo el día por vivir en un mundo que se va al carajo.

Hay luchas que no terminarán ni con el fin de la vida. Pero dentro de lo injusto, dentro de lo que realmente duele, siempre estará ese pequeño respiro. Esa necesidad y esa rebeldía de palpar esa libertad y no permitir jamás que alguien te diga lo contrario.

Sí. Es verdad que nos pasamos la vida convenciéndonos de que somos libres porque el mundo ficticio es menos doloroso que el real.

Ser libre tampoco significa perder la cordura. La búsqueda de la libertad será siempre la batalla más importante de todas. Y esta comienza en una mala hierba bien plantada en el cerebro y es hasta una obligación mantenerla latente hasta que cerremos los ojos para siempre.

domingo, 8 de junio de 2014

Aquel hombre risueño


Él está conversando con alguien. Tiene una Port Royal en la mano. Sé que lo conozco de algún lado pero no puedo ver desde lejos. No alcanzo a divisar sus ojos aunque sí su sonrisa.

De la nada empiezo a sentir miedo, mucho miedo. Yo sé que le va a pasar algo, pero él no sabe nada. No me canso de afinar la vista para lograr reconocerlo. No puedo, pero desde acá se mira feliz. Con su risa tan sonora y bonita. La escucho muy bien y cada vez se me hace más familiar.  Parace que tiene sus cervezas encima pero no deja de ser encantador. Todos le ponen atención cuando habla, hasta los viejos borrachos de la otra mesa. Podría estarlo viendo por horas y horas pero el miedo sigue ahí.

Al rato, miro que un hombre alto y trigueño está detrás de él pero tampoco alcanzo a distinguir quién es. Me sobo los ojos para despejar la vista. Todo sigue borroso pero estoy segura de que viene a causarle daño. Yo sé que es su asesino y sé que debo hacer algo. Me pongo a temblar pero el hombre feliz sigue riendo, sigue tranquilo.

El miedo se intensifica pero no hago nada; tengo la leve esperanza de que ese hombre malo se arrepienta en algún momento, cuando vea que no puede matar a un buen tipo, y es que se miraba tan contento... La gente mala no anda contenta. Pero a ese hombre terrorífico, a quien ahora le identifico un bigote y unos pronunciados dientes amarillos, se saca una pistola de la cintura, la empuña, la desmonta y apunta a la espalda de aquel hombre risueño.

Las lágrimas empiezan a mojar mi cuello. Quiero gritarle para alertarlo y para que corra hacia mí, pero mi garganta está cerrada. Es la impotencia más desgarradora. -Si tan solo voltearas a verlo, seguro lo convencerías de no disparar o al menos podrías defenderte.- Pero mis intentos son inútiles.

Hay mucha gente cerca. Es de noche pero el lugar está muy concurrido. Las personas andan, hablan y murmuran pero tampoco hacen el intento de advertir al hombre bueno que está en peligro. Tampoco hacen nada para evitar que el hombre malo se detenga. Una señora de unos cincuenta años carga a un niño pequeño. En un acto casi fugaz y violento, se lo acerca al pecho con un brazo y se lleva una mano al rostro para taparse los ojos y no ver lo que está a punto de pasar.

Estoy segura de que esa doña conoce muy bien a ambos hombres y no fue capaz de hacer nada.

Siento que mis venas se llenan de una arena muy espesa. Cierro los ojos por un segundo que transita en cámara lenta. Escucho una ensordecedora explosión, muy parecida a aquel cohete que me explotó en mi dedo meñique cuando era pequeña y que arruinó mi Navidad. Siento en el estómago una presión imposible de soportar. Algo quema mi piel y el ardor se traslapa con el dolor. Me reviso el abdomen con las manos abiertas, pero no hay nada, no hay herida externa, volteo a ver al frente. Busco desesperada al señor que yo quiero ayudar. El hombre malo salió corriendo y el bueno está encorvado con una mancha roja que se expande a correntadas en su camisa blanca. Su cara sólo denota un dolor que es el mismo que siento ahora mismo. Trato de moverme para ir a ayudarlo pero no me puedo mover. Mi pulso está cada vez más pausado. Sé que no hay nada que hacer y me lleno de rabia, de esas que oprimen el pecho y ahogan la respiración. Siento tensos los dedos de las manos, mi boca está seca y mi aliento huele a metal. Al mismo olor insoportable de la sangre.

Las lágrimas despejan finalmente el paño en mis ojos y logro ver con tal claridad la peor escena que el infierno me dio por adelantado.

Ahora lo que siento es lo opuesto de un sentimiento. Todo se detuvo. No era dolor, era la más profunda y cruel de todas las soledades. Ya puedo entiendo todo. Aquel hombre sonriente es papá. Y lo veo morir y yo me estoy muriendo con él.

Cae despacio al suelo. Lo único que me queda es observarlo desde lejos. Saber que al menos no está solo. Que yo estoy con él. Me siento como un animalito asustado. Veo con tanto pesar y amor a quien me dio la vida, y también veo como se le estaba escapando tan rápido la suya. Esto es demasiado. El vacío es tan hondo que ya no importa nada más. Ya todo se acabó. Ya no es rabia sino desesperanza. Él se está yendo, y su sonrisa desapareció por completo. Él no quiere irse y yo no quiero que se vaya. Ahora siento más miedo por mí que por él. Ya no quiero ver nada. Me siento sola. Estoy sola...
 ...y estoy despierta por fin.

Siento tan pesado el cuerpo pero logro sentarme en la cama, me seco el agua de mi frente y mejillas. Veo la hora en el reloj del celular. Faltan tres horas para que amanezca. Me acomodo otra vez en la cama. No quiero pensar. No hace falta recordar la misma pesadilla de esa fecha de noviembre. Si insisto tanto en soñar lo mismo es porque sé que un día (o una noche) podré gritarle a mi padre y él me escuchará y estará vivo.

-Sos muy ingenua, es inútil. Volvé a dormir.-

Me doy la vuelta y soy un feto desolado. Fantaseo con qué pasaría si en realidad fuese todo un sueño de mierda y nada de eso hubiera pasado. Me regaño otra vez. -Ya es tarde.-Cierro los ojos y tengo el mismo miedo, la misma rabia y la misma impotencia. A los pocos minutos me voy durmiendo con la imagen del hombre bueno riéndose. Me da un poco de bienestar pero tengo el presentimiento de que volveré a soñar exactamente lo mismo.

domingo, 1 de junio de 2014

Agua de mayo



Para mi sorpresa estoy esperándote otra vez. Me estoy acordando de ese inglorioso domingo que me prometiste llegar y no llegaste. Yo no espero a nadie. Yo odio esperar. Y el que me hace esperar se gana de inmediato mi irrespeto.

No es lo mismo ser impuntual. Yo siempre llego tarde y sin razón de ser, pero eso sí: nunca hago promesas que sé que no podré cumplir. Y no, éste no es el primer reproche de la noche.

El caso es que no llegaste y me enojé conmigo más de lo que me enojé con vos. Estaba segura de que esa sería la última vez. De hecho, estuve unas 24 horas completas pensando en cualquier otra cosa menos en tu boca. Sin embargo, el esfuerzo no fue suficiente.

Pero sé que hoy no será el caso. Guardaré este tache en una servilleta. La doblaré muy bien y la voy a guardar en el baúl semi-full de mis rencores. Al final de cuentas no soy tan buena gente como parezco. Pero no voy a estar molesta.

Recuerdo que tengo mil cosas qué hacer. Pero escucho la lluvia. Un sábado deprimente perfecto. Las aguas de mayo se vinieron en la colita del mes y de milagro no me agarraron triste. Me encontraron con pereza y sueño.

Siento una increíble modorra hasta para ir a destender las cobijas que lavé hace poco. Prefiero que se terminen de empapar a tener que levantarme.
Es buen momento para tomar una siesta. Extrañaba tanto mi cama. Sí. Mucho más de lo que te extrañaba a vos.
Reviso antes mi teléfono y tengo tres mensajes de WhatsApp. El más interesante era una invitación de un entrañable amigo para ir a tomar un café y de paso ponernos al tanto.

Busco que ponerme y miro las leggins que me puse ayer. Me siento en la cama, me quito el camisón y me toco mis piernas suaves, recién depiladas y me entra un pequeño calambre de cólera entrelazado con ganas de lanzarte mi teléfono en tu cabeza. -Nunca vas a entender lo terrible que es para una mujer pasar una hora en la ducha con el peligro de morir desangrada por una gillet con tan de estar linda para alguien y que ese ALGUIEN te deje plantada- Respiro hondo y al ratito se me pasa la ira.
Ya vinieron por mí.

Con él (con mi amigo) siento una genuina alegría de verlo otra vez. Podríamos charlar horas y horas pero yo siempre termino aburriéndome. Fuimos a un lugar donde venden un delicioso chocolate caliente y unas crepas dulces asesinas recargadas de millones de calorías.

Hablamos de todo hasta de vos y de cuanto ocupa este rejodido país a personas con tu intelecto y tu talento para salir del carajo en el que está instalado. Es increíble lo chiquito que es el mundo. Quizás años atrás el me habló de vos y no puse atención. Ahora menos que nunca creo en las casualidadades.
Habla de otra cosa pero yo ahora sólo pienso en tu lengua reposando en mi ombligo. Para evitar que me vea de mil colores, volteo a ver los cerros luminosos de Tegucigalpa y noto que ya no llueve pero la humedad sigue presente y ahora la estoy sintiendo mejor.

Aquí voy. Me sumerjo en un arroyo de intensidad, esa misma que hace sentirme el personaje principal de una novela. Como vos mismo has dicho, con la buena intención de tirarme una flecha envenenada directo al pecho. Pero no te funcionó.

Este mes no ha sido tan generoso con nosotros. Pero supongo que alguien la ha pasado peor y esa no soy yo. Estuve una semana entera lejos de aquí y no hubo momento en el que no tratara de escudriñarme para encontrar la verdadera razón de mi necedad por vos. Tus distantes y poco objetivas deducciones me dicen que lo mío es un capricho y que ya pronto pasará. Pero, supongo que el muy arrogante psicoanalista que llevas dentro, no ha podido descubrir en mi confundida mente que no hay capricho en esta vida que pueda soportar tanta mierda innecesaria y aún así estar dispuesta a llegar hasta donde se detenga el barco. Eso, cariño mío,  tiene un nombre: se llama valor. Y el valor sólo te lo provee una cosa...

Mi buen amigo se cansa de hablar sólo y me pregunta si estoy lista para irme. Yo asiento con la cabeza y nos paramos para pedir la cuenta.
En el camino a casa iba pensando en nuestras peleas y lo feo que me hacen sentir. No es normal sentir esos celos de tal magnitud, luego esconderlos bajo el brazo y después con el dedo índice ir señalando con acusaciones que no tienen ni pies ni cabeza... o tal vez si tienen todas las extremidades, pero sin una prueba concisa, el acusador siempre quedará como un bobo cobarde.

Nos hemos dicho cosas muy feas y la única razón por la que no nos hemos dicho algo peor es porque todavía nadie está listo para irse.

Hubo tanto tiempo de sequía y cuando vino el aguacero aplacó un poco estas ganas que no son normales. No busco ningún momento especial para hacerlo metáfora y escribirlo en una línea para que don nadie o don alguien lo lean y me crean una mujer increíblemente interesante. Es tu mismo ego maquiavélico que te hace creer que por tener cosas similares, conspiramos igual.
Pienso con la misma frecuencia lo que hubiese pasado si nunca hubieras cruzado la puerta de mi cuarto esa noche, quizás ahora seríamos sinceros amigos y tomaríamos café y fumariamos mota de vez en cuando. Y pienso cómo serían mis mañanas ahora si ya nunca volvieras a cruzar esa puerta otra vez. Lo que estoy segura es que amigos ya no podríamos ser. Ni siquiera amigos amigos cordiales-hipócritas.

Estoy finalmente frente a mi calientita y desordenada cama. Me quito la ropa y vuelvo a ponerme el camisón. Reviso el celular para saber de vos y así dormir tranquila. Ya no me regaño por pensarte tanto. Cada vez siento que vamos caminando a un bonito precipicio mortal pero vamos a paso moderado.

Con vos estoy aprendiendo en qué consiste la relatividad del tiempo. Y que soy joven y que vos sos un joven que gruñe y se queja como anciano. Y que nunca antes me había estorbado tanto que me estén recordando mi edad a cada rato. Que una vez que el agua moja algo deja su marca. Que besar por varias horas sin parar, no es tan aburrido como yo creía. Que te comparen con los efectos de la cocaína puede llegar a ser muy romántico. Y recordé lo bonito que se siente decir con total sinceridad un 'te quiero' después de hacer el amor.

Voy a pensar en tu boca, en tus cejas, en tus piernas y en tus nalgas mientras intento dormir.  Tal vez así me agarra el nuevo mes con mejor ánimo o de un solo me da la mano para sacarme del agua, secarme bien las intensidades e irme con mis historietas de adolescente para otro lado.







domingo, 11 de mayo de 2014

DEJAD LA MIERDA FLUIR

Que la verdad te hace libre, dicen los que nunca han pecado con tantas ganas. Que te convierte en esclavo vitalicio del receptor, dicen los que llevan en su historial los pecados más bochornosos.

Más que mentiras, yo cargo muchas verdades. Algunas me las han heredado sin la opción de devolución. Otras me las guardo para mí, otras se han ido borrando intencionalmente y hay otras que simplemente ya quisieran salir para depurar el sistema.

Siempre es bueno dejar fluir la mierda en cualquiera de sus formas.

No es un acto desesperado por parecer honesta y quedar como petulante, -que casi siempre me pasa-, lo que pasa es que nunca aprendí a ser una buena mentirosa con los demás y todavía sigo intentando (con creces) quedarme callada cuando es necesario.

Quisiera amanecer un día con un poquito más de agallas.  Dejar de tenerle miedo a los sonidos vacíos de la madrugada. A escuchar sin nostalgia las noticias mientras desayuno yo sola. A salir a decirle a mi vecino alcohólico que no llegue a su casa a joder a su esposa e hijos. Que se muera de una vez y de paso me deje escuchar las mentiras del ñato insensato de Renato Álvarez en total tranquilidad.

Que me pone de a verga todo aquel que dice groserías sin un propósito. Que me fatiga todo el humo y la contaminación de esta tétrica ciudad. Que siento un sincero y profundo odio por los que le hacen campaña al desinterés y a la indiferencia hacia el dolor ajeno. Que no me daría remordimiento cortarle uno o dos dedos a todas esas ratas que andan en la calle asaltando a la gente, pero me daría un enorme placer juntar en un solo lugar a todos esos gordos miserables que han chupado con tal ferocidad las entrañas de este huesudo pueblo, para ponerles una cámara de gas al estilo hitlerniano y después tirar los cuerpos en una fosa común, con un letrero que diga: "Party it's over, la justicia si existe."

A veces solo quisiera recostarme en una silla amable y confortable para flotar con la boca entreabierta para que las verdades fluyan solas y que no haya más espacio para incubar ninguna mentira.

Que me diga alguien que no es bueno ser muy sincero. Que omitir una verdad es apegarse a la prudencia, pero estoy segura que en ningún planeta,  ser astuto e inteligente significa también ser un vulgar cobarde. El que miente, el que omite es porque tiene miedo. Punto.

Y todo en esta vida es paradójico. Y estamos (mal) conscientes de que algunas verdades te pueden causar el mismo daño que causa una úlcera gástrica.

Hace algun tiempo estuve despertando con alguien que mentía por deporte y me disgustaba tanto que hasta fui aprendiendo la mala maña de mentirle también. Más tarde, estuve saliendo con otro tipo cuya sinceridad me causaba tal miedo que prefería no preguntarle de más por terror a que me dijera lo que yo no quería escuchar.

Es cierto, el que miente te golpea pero te va matando de a poquito, y el honesto, ese te fusila al instante y ni te da tiempo de reaccionar cuando ya estás tirada en el suelo. Por eso decidí optar por tratar -o seguir tratando- de decir la verdad cuando sea necesario, no para impulsar mi carrera como novicia para darle gusto a la monja hermana de mi abuelo, sino para ser más cómplice conmigo misma... o cuando simplemente tenga ganas de joder, por joder.

Está fregado andar regando verdades por el mundo y más cuando nadie está listo para escucharlas, pero hay algunas que son urgentes. Que andan invisibles en el aire listas para desaforarse y ser gritadas.

Por ejemplo, me gustaría decirle a todos los homosexuales de closet que conozco, que no se dejen podrir solos por culpa del miedo a ser rechazados. Que si los reprimen sus doctrinas eclesiásticas, sepan que me han contado que el infierno no es un lugar tan malo como lo pintan y que ahí está la mayoría de la gente interesante.

Decirles con megáfono a esos cavernícolas de corto pensamiento que una mujer es muchísimo más que el uso que le da a su vagina un sábado por la noche. Comentarle en confianza a esa colega querida que sale en la tele, que sus chiches operadas se ven más falsas que el discurso del presidente de este país. Tener el tacto y la elegancia para confesarle a mi amigo de las cinco de la tarde que su ego y su soberbia me dan ganas de dormir.

Susurrarle de lejitos a esa compañera de trabajo que me disgusta tanto su hedor y que no es culpa suya sino de mi nariz que es muy insquisidora.

Que ya estoy lista para escribir la "enésima autobiografía de un fracaso".

Mandarle un correo a todos mis pocos amigos para describirle a cada uno todos sus defectos, sus bien ganados complejos, todo lo que me fastidia de ellos y el mínimo esfuerzo que hago para aguantarlos. (Si hay un Dios allá arriba, siempre le voy a agradecer el extraño poder mágico de ignorar y olvidar todo lo que me aburre -por mucho que lo ame-).

Pero no me crean todo. Sigo siendo una vil mentirosa con la persona que más aprecio y quiero: to Me, myself and I. Me miento descaradamente todo el tiempo para poder levantarme de la cama. Para soportar la insoportable verdad de todos los días. Y para convencerme de que ya no hay nada en esta vida que pueda hacerme más daño después de todo lo que he pasado a pesar de mis veintipocos.

Que no es mi intención ser mal hija, ser mal hermana,  ser mal amiga o ser mal amante. Que solo soy alguien tratando de aprender lo que todos los días la vida trata de enseñarme desde que mi madre abrió las piernas para dejarme entrar y para dejarme salir. Soy algo así como un error de fábrica, pero buena gente al fin y al cabo y lo mejor de todo: mi amor loco todavía no se inmuta ante una mentira que se quiera penetrar o ante una verdad que desee irse para siempre.

domingo, 30 de marzo de 2014

Álter Ego



Casi nunca me gusta conversar con mi otro yo. Se cree mejor que yo y a veces pienso que es verdad. Sus palabras aborrasadas de regaños y desacatos me dejan la cabeza un poco dañada.

Mi otro yo siempre luce bien. Es apuesto, elegante, coqueto y muy fuerte, por eso creo que es hombre. Y por ratos es vanidoso, delicado, burlón y pícaro, por eso creo que es gay. Mi otro yo nunca me hace caso, es la concepción del capricho malfundado, me recuerda cada error que cometo, su astucia se infiltra con sus ojitos de doncella en apuros. Por eso estoy segura de que es mujer.

Mi otro yo es un obsesivo ordenado. Nunca pierde una batalla aunque ya tenga perdida la guerra.

Es un mal hijo, mal hermano, mal amante y no le importa, pues hace todo lo que puede.
Mi otro yo duerme en pelotas y le gusta comer toneladas de Ice cream porque sabe que no engorda. Todos los domingos en la noche hace la falsa promesa de hacer ejercicio y comer más verde con eso de que está de moda ser saludable.

Nunca pide permiso y tampoco pide perdón porque sabe que de todos modos siempre será el favorito.

Tiene varios meses de no leer un buen libro ni mofarse con una buena película y se siente muy bien.

A mi otro yo no le gusta la hierba ni el alcohol y odia a los adictos. No pasa escribiendo todo el día para ser un buen escritor porque sabe que ya es el mejor.
Mi otro yo se enoja cuando tengo miedo y cuando meto las cuatro. No se toca el corazón para reprenderme y mandarme a la mierda aunque de colada se vaya él también.

Mi otro yo, que a veces sufre de estreñimiento y se desborda por la boca en palabras soeces, anda por la vida muy sonriente cagando como cagan los conejos.
Es el que nunca se intimida por una mirada intravenosa, ni por un buen beso, ni por un orgasmo inesperado. Mi otro yo sabe que nunca será posible perder la cabeza por alguien y que antes de que suene la alarma de una pasión avasallante, es mejor sacrificar cualquier amor con tal de no dejar de ser él mismo y salvaguardar su sagrada libertad.

Vuelvo a creer que mi otro yo es hombre. Quizás por su nariz ancha y sus pómulos pronunciados. O tal vez por su frialdad para no contestar el teléfono cuando se siento muy fastidiado.

Mi otro yo sólo come pastas y sólo bebe vino. Le gusta observar y escuchar a la gente guapa e inteligente, en ese mismo orden. Su orgullo le impide sentir ni un poquito de envidia, pues sabe que tiene un poco de las dos. Lo que le convierte en el alma de la fiesta.

Mi otro yo a veces no me deja dormir y me grita desde el otro extremo de la cama que estoy dejando ir el tiempo, que me estoy envejeciendo y que me estoy enamorado. Que la vida con ese orden de los factores no funciona bien.

Mi otro yo es el más osado de todos, sabe que no hace falta ser gentil para ganar elogios, sabe que no hay que ser el más sabio para ser el más interesante y sabe que no hay que ser el más atractivo para ser el más codiciado.

Mi otro yo no anda con prejuicios idiotas, por eso (en secreto) me cae bien.
Mi otro yo se pone vestidos, tacones y una corona de flores en el pelo. Camina con desencanto y soberbia. No voltea a ver a la gente en la calle aunque sabe que todos lo voltean a ver. Y ahora me confunde pensar que pueda ser en realidad una mujer.

Mi otro yo se mofa de mis temores. Me hace admirarlo y detestarlo una vez a la semana. Me hace pensar y escribir sobre él.  Hace que me duela la cabeza,  me hace mezquina, egoísta y sincera. Me corta los dedos y me regala dos alas. Me advierte y me dispara. Me consciente y me sonsaca.

Mi Álter Ego no tiene sexo y no le importa. Se toma su papel de deidad muy en serio pero no es por eso que lo respeto. Mi admiración va más allá.

Mi otro yo, en días como hoy, a pesar de todo lo que es, se acuesta al ladito mío, todo tembloroso y perdido, con más miedo que un ratón acorralado en una cocina, con su cara al piso y con el orgullo pisoteado, me pregunta: ¿qué hacemos ahora?

domingo, 23 de febrero de 2014

La Muerte Súbita

Fue algún dios despistado, haragán, acechador y alcahuete, ese que siempre se las arregla para convencerme que puedo hacer todo lo que yo quiera. Fue ese mismo dios el que trajo tu aroma hasta mis sueños y que junto a Morfeo sintonizaron puras películas interesantes en mi cabeza. 

La primera de ellas, fue un corto que relataba como tu cuerpo y el mío se conocían sin ayuda del parasimpático. Se amarraron con tal descaro que hasta el imán más potente quedó tímido al lado de ellos. De protagonistas tus piernas, lo que resaltaba entre tus piernas y tu boca. Mis ojos filmando cada detalle sin dejar que interfirieran esas miradas metiches que ni de extras quedan bien. El argumento se trataba de cómo tus inquietas manos ayudaban a mis caderas para elevarse sobre una mesa azul mientras mis piernas se abrían al unísono del coro de una canción. Vamos a hacernos los interesantes y dejemos a la imaginación de los curiosos dos elementos muy sustanciales del guion, el tibio y muy apretado nudo y el húmedo y muy liberador desenlace.

Fue con toda mi mala intención que te atraje al campo de batalla. A ese en el que ninguno de los dos ha perdido (hasta el momento). Entre tus peculiares mañas están mis ganas de seguirte bebiendo cada día como si fueses esa copa de vino que recetan los doctores, aunque a los dos sorbos me embriaga por completo, pero siempre quiero más y más...

A este punto, en plena guerra medieval, no me interesa llenarte la cabeza de halagos ni hacer uso de artimañas o inventar todas esas ganas y todos esos besos que sienten los amantes. No vale como estrategia escribirte con tantos adornos y marañas que me desespero a cada segundo por morder tus labios o que cada día que toca esperar para volver a verte es igual o peor de tortuoso y absurdo que escuchar una misa entera de cuaresma mientras pienso en el vivo pecado. 

Mi objetivo va más allá que endulzarme el paladar con palabras bonitas para tus oídos. Esa arma la habré utilizado hacia aquel o aquellos tipos de baja autoestima que nunca supieron y nunca sabrán que para cualquier mujer que sabe conjugar verbos y sustantivos, escribir en un papel "sos el mejor amante que he tenido en toda la vida", sólo es una manera de obnubilar su ego y así moldearlos cual si fueren vasijas de barro.

Y tampoco el gatillo sirvió conmigo cuando algún valiente intentó en el pasado formar unas cuantas líneas incoherentes (y otras muy hermosas, pero plagiadas), con el fin de amarrarme los pensamientos con cáñamo y hacerme su total esclava. Un conjuro bien elaborado con patas de conejo y sangre de culebra habrían sido más eficaces que tratar de enamorarme con esos espantosos poemas.

Me gusta ser tu combatiente sin armadura. Luchar en un colchón pequeño y en un mundo tan grande. Roque Dalton pudo describir mejor que yo ese hecho tan violento que nos convierte en enemigos íntimos y cómplices desconfiados, muy sanguinarios y letales pero con una ternura infinita. Lo bonito de hablar el mismo lenguaje es que podríamos identificar casi al instante alguna mentira infiltrada, pero por los ratos, no me interesa saber si hay una por ahí o si hay cien (de tu lado o del mío).

Ningún hombre o ninguna mujer, (sensatos) en el arte de la guerra, le cuentan al rival sus historias secretas, ni las reales ni las inventadas y a mi me encanta escuchar tus historias después de la hermosa batalla. Que si de tanto pelear nos cansamos rápido y nos agarramos cariño y nos disfrazamos de viejos-buenos amigos o si mejor creamos alianzas como en la mafia para no hacernos daño. O que tal que nos declaramos la guerra y seamos como esos grandes amantes de la historia, de esos que la intensidad de su pasión fue más fuerte que los temores, que las culpas, más fuerte que la misma muerte. De esos amantes que nacen y se encuentran cada mil años. 
O que tal y somos más sensatos y nos rendimos y somos amigos cordiales, de los que prefieren el café con licor y la música en un buen bar, a pelear cuerpo contra cuerpo sin saber exactamente quién se lleva la victoria o la derrota.

Mientras tanto, las hormonas como mal consejeras me dicen que deje de pensar y les recuerdo que hace varios domingos dejé de hacerlo y me dispuse a cabalidad a ser la guerrera que me enseñó la vida. Me enfrento a tu pecho con tal valentía que mi angelito de la bondad se sentiría orgulloso y me pediría perdón si se diera el caso. 

Me gusta verte en esas películas subidas de tono en las madrugadas mientras alimento el deseo de querer combatir cada vez más, me regocijo al saborear esa sopa espesa de adjetivos y antónimos antes (y después) de cada batalla. Me sublevo al ver esa contradicción que viene en piernotas a atacarme mientras estoy recostada, indefensa, sin escudos. Estoy completamente seducida por esa boca tan sensual y cínica, pero lo que me hace sentir realmente victoriosa y poderosa es ver ese rostro de dictador sumiso cayendo en mi pecho, derrotado por muerte súbita, desvaneciéndose resignado en mi cuello no sin antes exhalar el último respiro, destilando así del cuerpo un olor diferente, al estirar las piernas y los brazos sabe que ya es el final, mostrando una última vez su más preciado secreto, mientras deja poquito a poco este mundo de los aburridos mortales.

domingo, 19 de enero de 2014

TIPO SANGUÍNEO: REBELDE POSITIVO

Desde que descubrí que tengo un poco de consciencia social me he cuestionado a mí misma, cuál es el “punto de quiebre” en la vida de otras personas especialmente en la de los jóvenes para adoptar una postura política. Me pregunto si nace de ellos, es decir de su propio raciocinio o si viene de otra persona o si va connotado más a su contexto social. Pero sobre todo me pregunto si llega de verdad ese día, el día que alguien decide pensar.

El hecho de que me considere simpatizante del Socialismo o que sea el centro-izquierda mi  ideología política, no significa que fue porque amanecí un día creyéndome superwoman, o que hice un voto de pobreza, o que me devoré toda la obra de Marx y Lenin y empecé a llevarme con artistas y marihuaneros para encajar en el cliché de los ñángaras. Tampoco lo soy porque crea que el ser revolucionario está de moda o porque el Ché Guevara es super cool como piensan algunos burguesitos que no conocen ni la cuarta parte de la vida de aquel rebelde argentino.

De hecho adopté mi postura política por diversos factores pero un acontecimiento en especial fue el que determinó mi manera de pensar y por consiguiente mi manera de actuar. El día en el que comprendí que es más efectivo profesar una ideología política que una religión fue el día en el que me di cuenta que soy capaz de pensar por mí misma y no dejar que otros lo hagan por mí.

El primer choque que tuve con la realidad fue a los 17 años. Me mudé a Tegucigalpa con tal emoción que no me conmovió en absoluto dejar triste a mi madre, a la mitad de mis amigos, mi casa, mi cama, mi pueblo. Me mudé porque iba a la universidad, a la universidad pública, a la misma donde estudió la mayoría de mis familiares. Estaba genuinamente feliz.

Sin embargo el espíritu de aventura y entusiasmo se apagaron de un soplo, cuando supe que tenía que ir en bus a la universidad y regresar en otro bus a la casa. Nunca en la vida me había subido a un bus urbano y aunque suene un poco despectiva la expresión si fue chocante para mí relacionarme con gente muy pobre. No digo que en mi pueblo nunca haya visto pobreza o que yo sea millonaria pero lo asumo porque en la ciudad son capaces de matarte por quitarte un celular y en el pueblo hasta los campesinos comen carne todos los días.

Recuerdo que le hablé una tarde llorando a madre, diciéndole que me hacía falta mi vida en Olancho, que odiaba tener que viajar en transporte público, que odiaba vivir en un barrio feo con gente fea. Odiaba el hecho de tener que ahorrar toda la semana para no quedarme sin comer el fin de semana. Sin imaginarlo, en ese momento tuve la lección más importante de mi vida.

A parte de aprender a valorar lo poco que tenía, fue aquí, en este desvergue de ciudad donde me di cuenta realmente en qué país había nacido, aunque la idea romántica de que Olancho es un país inventado no es del todo una fantasía. Si bien es cierto no es Dubai pero la gente sin tener mucho, vive tranquila, definitivamente es otra perspectiva, es otra realidad. Fue aquí donde me percaté de mi posición económica y social, pero la postura política se definiría un poco después.

Por fortuna mía desperté a una realidad no tan sabrosa como lo es para otros -para algunos pocos-. Darte cuenta de que las cosas son diferentes a como el propio sistema te lo ha hecho creer es muy doloroso. No sé si es la infancia o el haber nacido en un pueblo lo que te hace sentir que la pobreza no existe. Supongo que abrir los ojos no es nada placentero pero vivir en la ignorancia es igual a que te den patadas constantemente el culo y sonreír por ello.

Cursaba la clase de Ciencias Políticas en el 2008, el maestro era un tipo realmente fascinante. Escupía cuando hablaba pero no me importaba escucharlo con la boca abierta cuando daba su cátedra. Desde Aristóteles a Montesquieu. Capitalismo y Socialismo, Marx, Lenin, Fouché. Las revoluciones y las guerras. La lucha entre hombres extraordinarios y parásitos de la vida real. Los sistemas sociales y todo lo que desemboca la palabra –poder-. Una literatura un tanto diferente a aquellas novelas de García Márquez y Benedetti que me devoraba en un domingo, pero  igual de fascinante, sin embargo este factor no fue tan imprescindible para definirme políticamente.

Recuerdo que la primera vez que leí aquella frase de Salvador Allende: Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, fue en una pared del edificio 4A, en aquel entonces, los pasillos olían a mierda y un montón de encapuchados hacían una especie de motines, obstaculizando el paso con sillas en protesta por equis cosa. Y qué decir de las gaseadas que hubo tras el Golpe de Estado. Confieso que me encantaba estar en esos relajos. Ver a los estudiantes enardecidos, escucharlos mentarle la madre a los policías. Era una película en tiempo real. Eran días hermosos y aunque también me parecía inútil y patética una lucha a pedradas, era una lucha a fin de cuentas.

Empecé a leer a varios autores que me afinaron el conocimiento poco a poco. Gorky, Chomsky y Galeano fueron suficientes para entender claramente cuál es mi camino y de qué lado debo estar. Sin embargo nada de eso fue lo que determinó mi camino. Comprender la vida desde dos conceptos claves puede resultar muy simple, solo basta con razonar un poco, es tan fácil como respirar, pero supongo que a muchos se les hace imposible, pero ¡¿por qué?! No creo que sea porque sean pendejos, es peor que eso, es porque saben que son pendejos y no les importa porque se siente cómodos así, son cobardes y creen que vivir en la zona de confort que provee ese miedo es mejor que arriesgar su vida para luchar por ellos mismos.

No es melón ni sandía. No es negro ni es blanco. No es el bien ni es el mal. No es la izquierda ni es la derecha, no es estar en contra del gobierno, es luchar por una vida más justa, es decidir si estar del lado de los que tienen todo o estar del lado de los que no tienen nada.

Mi lucha a favor de lo justo viene desde un sentido más personal que social. Cuando me di cuenta de que era una estudiante y que no tenía dinero, me pesó más la ausencia de mi padre. Recordé que estaba muerto, recordé por qué estaba muerto y recordé quien lo había matado, un hombre poderoso que al ver amenazados sus intereses, ordenó quitar del camino a aquel que le estorbaba. Es la maldita ley del más fuerte. El salvajismo de pasar por encima de cualquiera que altere tu status quo. Desde muy joven me tocó entender de la peor manera lo que puede hacer la avaricia, es el amor al dinero lo que convierte en un monstruo a cualquiera, es ser un simple monigote del sistema, el mismo que te dice que hay que tener billete para ser muy vergón; y todo esto no me lo enseñó ninguna religión, ni la Biblia, no me lo enseñó Marx, me lo enseñó la vida.

Es una concepción sencilla pero te tiene que doler para poder entender. Es algo que no se puede explicar fácilmente. Por eso caí a la razón de que moriré frustrada si intento hacer entender a otras personas o inclusive a mi propia familia de convencerles que pueden luchar por los derechos propios y ajenos. Y aunque no podría hacerles ver lo que yo veo, lo que yo he vivido, lo que he aprendido, si podría sembrarles la idea de que está bien revelarse y  cuestionar lo que no les parece.

Camino por la línea que elegí porque me duele la injusticia, pero no tienen que matarte a tu padre o a tu hijo para que te des cuenta de que el mundo está podrido y no hay nadie que haga algo por él. Lo más hermoso que te podría pasar es que tengas la capacidad de ser solidario y servir a quien más lo necesita, no hay que ser un mártir, solo se ocupa un poco de consciencia.
Pensar en un mundo gobernado por arañas que no quieren que pensemos, es un acto de rebelión. Pero no importa, cual sea que fuere tu ideología política, si sos combatiente en favor de tu propia gente, te hará sentir un verdadero revolucionario. Cual sea que fuere tu norte, si sos una persona consciente, que no se queda de brazos cruzados al ver que a un niño le quitan el pan de la boca, te hace sentir que tu vida habrá valido la pena. Lo importante es despertar, lo más importante siempre será pensar.