domingo, 6 de julio de 2014

Mi concepto básico de Libertad

Tomar el camino más largo con el riesgo de llegar tarde o llegar moribunda. La clara idea de aventurarse a lo desconocido. Coger piedras de la carretera pero sin echarlas a la maleta. No cargar culpas innecesarias. -La astucia nunca estuvo peliada con los buenos sentimientos-.

Irse a tomar un café al centro de la capital del país más peligroso del mundo. Sonreír al vacío al vendedor de periódicos que te despierta a las siete de la madrugada.

Hablar de todo sin contar mucho. Lavarse el pelo de vez en cuando y oler bien todo el día.
Tener la certeza de que tus amigos -los que te quedan- aún están a tu lado en gran parte porque de alguna manera te ocupan, por otra parte, porque aún les hacés ameno el momento y en una pequeñita parte, porque en el fondo te guardan cariño.

Saber distinguir la realidad de las ilusiones sin guardar resentimientos.

Escribir. De vez en cuando y de cuando en vez, escribir y escribir hasta que las ideas se vuelvan piedra.

Mirar el cielo panza arriba mientras flotás en el agua. Sin pensar en nada más que la belleza de lo simple y de lo extraordinario.
Saber cuando creerte indispensable y saber cuando sos un estorbo. Estar consciente de una misma.

Reirte en la sobriedad. Maldecir cuando sintás ganas de hacerlo. Ser amable sin estar enamorada. Darte placer cada vez que se te antoje sin sentirte culpable. Verte al espejo desnuda y admirar tu belleza con vos y con nadie más.

Comprar ese vestido que te queda perfecto -o al menos así te hace sentir-.
Decir no. Alejarte de lo que hace daño. No alimentar un chisme. Ganarte el respeto de la gente que no te soporta.

Usar la falda más corta del closet y caminar frente a la mirada de los cavernícolas, de los oprimidos, de las señoras del Siglo XX, de los envidiosos, de los pervertidos o de los simples espectadores que ven sin mirar. Mostrar lo que querés mostrar sólo porque sí y sin que te importe lo que digan.

Ser libre es la habilidad de coleccionar los orgasmos más memorables y descartar los malos ratos.

Es pelear por un derecho aunque que sea pequeño o sea imposible. Es alegar sin cansancio cuando alguien invade tu espacio. Es quedarte callada cuando es necesario. Sí, ca-lla-da. Nunca hubo un acto pro libertad más noble que la prudencia bien planeada.

Es perdonarte todos los días y quererte a vos misma... a pesar de vos.

Platicar con una sola a la hora de la cena para escudriñar los acontecimientos del día. Idear las estrategias más acertadas con la almohada para luego despertar por la mañana y empezar el día con el manual de la espontaneidad.

Caminar, andar por la calle tranquila sin miedo a ser asaltada. Caminar,  andar por la vida enamorada sin miedo a ser lastimada.

Dejar ir. Dejarte ir.

Aprender a no apegarse del todo a un alma, a un cuerpo, a una boca, a un olor. Aunque ahí mismo radique el verdadero sentido de la vida, es justo ahí dode está la peor de todas las esclavitudes del ser humano: creer que todo lo que amamos nos pertenece.

El amor sin libertad es sólo una utopía mal vendida por un sistema de malcogidos que ven al sexo como la vía más efectiva para estar felices.

Cuando se ama, no se pierde la libertad, sólo se comparte en pedazos. De poco a poquito. Sin prisas. Sin miedos absurdos.

La libertad es tan inmensa pero puede caber fácilmente en una copa de vino servida a media noche. Es mezquina pero la encontrás bien fácil en un beso del hombre que te gusta, en un chubasco de noviembre, en una cama sin par. En un exquisito plato de mangos.

Sentir la libertad en todo su esplendor cuando abrazás un árbol y pisas el lodo descalza. Cuando te vas de viaje al país del nunca jamás con boleto de regreso indefinido.

Es llamar a las cosas por su nombre. Tener siempre agua en la ducha y pan fresco en la alacena. Comer toneladas de calorías sin temor a salir rodando. Dejar de depilarte, maquillarte y quemarte el pelo por un buen tiempo. Prestarle tu ombligo a quien se lo merezca. Limpiarse los mocos y hacer de la soledad una fiel aliada con problemas de lenguaje para que no te diga lo que no querés escuchar.

Creer en Khrishna, Alá, Yavé o Zeus. Tomarlo descafeinado o con azúcar morena. Las vaginas, los penes o tu mano. Tener la osadía y la inteligencia suficiente para decidir el rumbo sin ver a los lados.

Coquetearle a todos y no permitir que te toque ninguno.

Ahorrar dinero y gastarlo en lo que te de la puta gana. Llorar para no perder la costumbre. Valorar tu oficio sin que se vuelva un ogro insoportable. Defender tus puntos, tus costumbres, tus raíces, tus pensamientos por muy arcaicos que sean. Pelear por las cosas que de verdad importan. Ser vos aunque los otros te pinten distinto.

Pero hablar de libertades en una sociedad donde te matan por pensar diferente es como tener un hermoso iglú en alguna playa del caribe. -Simplemente no concuerda-.  Sin embargo, no quita el hecho de que creerse libre va más allá de renegar todo el día por vivir en un mundo que se va al carajo.

Hay luchas que no terminarán ni con el fin de la vida. Pero dentro de lo injusto, dentro de lo que realmente duele, siempre estará ese pequeño respiro. Esa necesidad y esa rebeldía de palpar esa libertad y no permitir jamás que alguien te diga lo contrario.

Sí. Es verdad que nos pasamos la vida convenciéndonos de que somos libres porque el mundo ficticio es menos doloroso que el real.

Ser libre tampoco significa perder la cordura. La búsqueda de la libertad será siempre la batalla más importante de todas. Y esta comienza en una mala hierba bien plantada en el cerebro y es hasta una obligación mantenerla latente hasta que cerremos los ojos para siempre.

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