lunes, 4 de marzo de 2013

El Señor Jim



Revisando un buen día mi plan de estudios, me di cuenta que me hacía falta llevar una clase optativa, o sea esos “apéndices” que agregan a la carga académica, y que dependen de cada carrera; la mía, exige cuatro y me faltaba la del área de arte.

Con descaro confieso que pregunté a otros compañeros, recomendaciones para encontrarme con un maestro “barquito” para pasar la clase, fácil y sin tener que ir todos los días. En ese momento estaba haciendo mi práctica profesional, y aparte regresaba en la noche a la universidad, lo consideré justo.

El caso es que mis amigos no me daban muchas opciones, pensé en llevar Fotografía, o Ajedrez, que eran las que me llamaban la atención, pero los horarios estaban bien jodidos, bueno en realidad la jodida era yo. Una clase que se llama Música Latinoamericana  y Apreciación y Análisis Musical fue la ganadora. Me matriculé pensando que la pasaría yendo una vez a la semana y los días de examen. Ay! Los que nos pasamos de vivos siempre llevamos sorpresas.

Llegué una semana después de que habían iniciado las clases. Cuando entré al aula estaba un señor de baja estatura, con sobrepeso, de unos cincuenta y tantos, pelo canoso, con manos pequeñitas. Estaba sentado de una manera muy cómoda, con las piernas abiertas y los brazos apoyados en una mesa. Notaba que ladeaba la cabeza una y otra vez y se acerca su reloj demasiado a los ojos. Y cuando hablaba con alguien anteponía su oído antes que sus ojos. Rápidamente me di cuenta de que era ciego.

-Pase adelante, quien sea quien es.- dijo con una voz aguda pero cálida.
-Con permiso.- dije, mientras toda la clase volteaba a verme, menos el maestro gordito.- ¿Puedo pasar?- pregunté con pena.
-Si, adelante. Ya está adentro, pero que sea la última vez.- me advirtió.

Estaba tan confundida. Pensé que me había equivocado de aula, entonces pregunté al de mi par, si era la misma clase que había matriculado en internet. Pero el tipo este que parecía de 14 años, primer ingreso no sabía ni qué carrera estudiaba –Mierda- pensaba una y otra vez- le pregunté a otra compañera que parecía de 30, me fui al extremo.- si esta es la clase.- me confirmó y me sentí aliviada.

Al principio encontraba a la clase un tanto aburrida, escuchando música gregoriana que me hacía pensar en películas de horror. –música de locos- pensaba. Pero cuando entró Mozart, Bach, Beethoven y sus semejantes, me fui dejando deleitar por una música totalmente hermosa. Hasta el momento todo iba bien. Hasta que un día, al maestro Jim se le ocurrió que habría que exponer. A mí me tocaba exponer obre el Impresionismo, si mal no recuerdo. Busqué en Google, en mi celular una ahora antes de exponer, escribí notas en dos hojas de papel y trataba de no ponerme nerviosa.

No llevaba ni diez minutos de exposición y el señor Jim me pidió que me detuviera. Me dijo en un tono despectivo que lo que yo decía puras tonterías, que seguramente lo había buscado en internet y no en libros como él había pedido. Me dijo que yo había faltado una semana, y que a pesar de su ceguera el percibe a la gente que pone atención a lo que él dice y yo no era una de ellas. Recuerdo como levantaba el dedo índice mientras alegaba él solo, pues yo con la boca abierta estaba totalmente indispuesta a defenderme, a sabiendas de que él tenía la absoluta razón. Menospreciaba la clase porque me preocupaba más por llegar temprano al trabajo en ese momento, y cuando nos ponía a escuchar música por poco y me quedaba dormida, aunque realmente me gustaba escucharla, me relajaba por completo.

Estaba más que jodida. No podía cancelar la clase. Y me sentía totalmente apenada con el maestro. Entonces decidí ir todos los días a clase, poner atención a la misma y hacer mis tareas que a decir verdad no eran tareas, solo era leer e investigar sobre cosas que cualquier persona interesada en el arte y con sentido común le gustaría conocer.

Entonces empecé a escuchar todos los comentarios del señor Jim, y sin querer lo fui estudiando, me fui intrigando. Resultó ser todo un personaje. Hablaba de su familia adinerada, de sus primas de alta sociedad, “de culo blanco”, que les gusta salir en periódicos y revistas, de sus hermanos, de cómo lo consideraban un “loco” por ser un artista, por ser socialista y simpatizante del Che Guevara y La Revolución y todo eso, que él consideraba son causas justas y su familia era incapaz de entender. Notaba como su expresión cambiaba cuando hacía bromas sobre el tema, a pesar de las risitas de la clase, él parecía triste sin embargo, distante como si tuviese una herida latente.

Al poco tiempo entendí que la clase era como una terapia para el Señor Jim, le interesaba enseñar y despertar la sensibilidad artística de sus alumnos, pero también quería desahogarse de alguna manera. ¿A quién le interesa la vida de los maestros? Cada quien carga con su propia cruz, pero aquel hombre disfrazado de dureza y simpatía al mismo tiempo, me hacía querer saber más y preguntarle por todos los países que ha conocido, que según él son muchos (toda América Latina), casi toda Europa, había estado en las bóvedas del Vaticano y tenía cinco títulos universitarios, no lo miré jamás como un presumido o un mentiroso cuando hablaba sobre esto, pues no lo hacía con ese afán, al tipo se le notaba claramente que es una mente única, con conjeturas que solo te las puede dar el conocimiento, los libros y los viajes.

Antes de finalizar la clase, llevó a su pequeña hija de 7 años, la debilidad del señor Jim. Ella parecía tan lista como él y le hablaba como si fuera una mujer adulta. Recuerdo que siempre hablaba de abandonar el país, pero su hija era lo único que lo detenía. Realmente se notaba que la adoraba. 

Terminé amando la clase. Me sirvió de mucho. Casi a punto de finalizar mi tarea aprendí a no ser mediocre ni menospreciar una clase por pequeña que sea.

Pero aquí es donde entra una inesperada sorpresa. Cuando tenía que verificar mi nota, en mi cuenta de internet, me aparecía otro nombre, un nombre de mujer, Jimena. La sangre se me revolvió, quizás si me había equivocado, quería golpear mi cabeza en la pared. Entonces tuve que ir a preguntar a la unidad de arte de donde proviene la clase para intentar resolver algo y vaya sorpresa la que me llevé.

-¿Está seguro?- le preguntaba confundida al encargado de la unidad de arte.
-Si, en realidad Jim, es el diminutivo de Jimena, él era en realidad una mujer. Se cambió de sexo y la familia ahora lo desprecia, por eso y por su manera de pensar.
-Wow…- pensé para mí. - ¿es una mujer?
-Es transgénero, el pimero que da clases en la Universidad Nacional. ¿Sorprendida?
-Mucho.- le dije. Mientras me retiraba aún con la boca abierta.

Ahora me deja mucho más intrigada aunque ahora todo tiene sentido, sus manos, su voz, en fin. Pero jamás lo hubiese imaginado. El Señor Jim una mujer… o era mujer. Desde ese momento he deseado hacerle una entrevista, preguntarle cómo diablos tuvo a su hija, por qué pasó de tenerlo todo a dejarlo por sus ideales, son cosas que se ven en las películas y que no creemos que pueden ser realidad, pero ahora entiendo de donde vienen las historias, precisamente de esas personas reales, únicas, la excepción de la regla. Por eso me gusta lo que hago y es a lo que quiero dedicarme toda la vida, a contar historias interesantes, de personas extraordinarias, como el Señor Jim, donde quiera que esté.