jueves, 12 de diciembre de 2013

La Primera Noche

Me despierta su respiración pronunciada.  No puedo ver la hora pero el sol ya está saliendo. No he dormido mucho pero me siento relajada. Tengo adormecido mi brazo izquierdo porque su cuerpo está volcado al mío. Una de sus piernas divide las mías. Su mano derecha encima de mis pechos y su brazo izquierdo sosteniendo mi cabeza. Raras veces amanecemos así, pues casi siempre me despiertan pesadillas, sueño que me estoy asfixiando. Su temperatura corporal es muy elevada.

No puedo dormirme otra vez. Escucho los ruidos de la mañana y del pequeño queco que se instaló en techo. Es un buen momento para pensar. Para planificar las tareas atrasadas del día anterior, es el momento ideal pero él empezó a roncar. Lo muevo un poco y se estremece. “Estás roncando”, le digo. “Lo siento”, responde y se vuelve a quedar dormido. Lo volteo a ver y me río sola.  Empiezo a recordar la noche anterior y las noches anteriores.

La primera noche fue un accidente. Un accidente probablemente provocado por mí. Lo invité a casa sin malas intenciones. Pasé por alto el hecho de que no debía de hacerlo, no por intuiciones moralinas, sino más bien por prudencia. Pero no, ahí va la necia, la todo lo puedo buscando el peligro, aunque haciendo honor a la honestidad, jamás creí que él representara algún peligro para mí. Y es justamente cuando la vida te sorprende.

Llevó una botella de vodka de arándanos y soda, preparó los tragos, que a decir verdad no sabían muy bien. Lo importante era disfrutar su compañía, desde el principio me pareció un buen tipo. Relajado, tranquilo y sobre todo muy astuto en su trabajo. Recuerdo haber bebido poco pero me sentí mareada, aún recuerdo el sabor, para nada agradable. También recuerdo que él ya tenía sus drinks encima, a juzgar por su cara enrojecida y su aliento. No recuerdo para nada de lo que hablamos, quizás eran trivialidades. Recuerdo todo desde el instante en el que le dije: tengo sueño, vení a recostarte un rato.

Algo en su rostro cambió, seguro pensó: bueno me ahorré el cortejo y la palabrería. Pero en realidad lo que yo quería era dormir y sabía que aquel tipo de cuerpo menudo y de sonrisa descarada era totalmente inofensivo…

Se lanzó a besarme y fue cuando comprendí la magnitud de mi error. Los hombres no leen entre líneas, solo ven los espejismos. Si hubiese querido tener algo con él, seguramente me hubiese depilado las piernas, me hubiese vestido de una manera más seductora, hubiese peinado y alisado mi pelo, hasta hubiese intentado salir unas cuántas veces con él para saber si existía ese tipo de química que solo los amantes conocen y así evitar perder el tiempo. En realidad no. No quería nada esa noche ni cualquier otra ni con él ni con nadie. Pero el borrachín perfumado se abalanzó sobre mí, casi, casi como un asalto.

-NO.- le dije- Esto solo va a complicar las cosas.

-¿Por qué no?.- me decía sin tener la mínima intención de detenerse.

-Porque no.- insistí.

Y ante la falta de señales de querer rendirse…

-Imbécil. Sos un imbécil.- le dije molesta.

Pero él sin ánimos de querer rendirse, se aferró a mí, cual si fuere un animal aferrado a su víctima, tomando su punto más débil.

Realmente me sentía molesta, pensé que me estaba perdiendo del inicio de una probable saludable y duradera  amistad. “Tan idiota”. – pensaba-. “Es simplemente igual de idiota que todos los pendejos que he conocido. Que toman medidas absurdas cuando quieren conseguir un polvo.”

Y como todo violador que se rinde cuando su víctima deja de defenderse, se convenció que nada conseguiría esa noche. Antes de querer parecer un necrófilo, se puso la máscara de seductor pero para la mala fortuna, no tuvo éxito.

Me sorprendió el hecho de que lo dejé dormir conmigo. Aunque nada pasó esa noche, lo más prudente era ponerle dos alitas y mandarlo a volar pero no pude, quizás era el cansancio. De hecho lo corrí y le dediqué otros insultos más, pero simplemente no se fue y yo lo dejé quedarse.

Fue la primera noche de muchas más. Estaba segura que no sería la única noche, lo sabía y no me dio la gana evitarlo.

En la segunda noche el criminal consiguió su cometido pero también utilizando más de la fuerza que de la astucia. Supongo que me di por vencida pero esta vez opté por dejar de ser la víctima y unirme a la batalla.

Y así llegaron muchas más, fueron besos interminables, moretones, risas, lugares prohibidos, la humedad, el sudor, los ruidos, esos ruidos… cada noche era algo nuevo, cada vez era aún mejor.

Hacer el amor se volvió como un delicioso deporte, en el cual por fortuna  –casi- siempre yo resultaba ganadora. Pero nunca era suficiente. Adicción de ver las estrellas con los ojitos cerrados. Cada noche y cada madrugada fueron como esos postres que no podés dejar de comer aunque sepas que te harán daño de alguna manera.

Pero también hubo esas noches donde el sexo no fue el gran anfitrión.  Noches de infortunio y decisiones difíciles. Porque llega un punto donde se traslapan la pasión con el amor y viceversa. Es justo ahí cuando se empieza a joder todo.

Es mi amigo y es mi amante y mañana puede ser todo o puede ser nada. Es tan perverso que puede tomarme fotos mientras le hago el amor o puede ser tan tierno que pude consolarme el llanto en esas noches terroríficas. El único que ha logrado que no lo rechace por venir cayendo de borracho y oliendo a cigarro. Es lo que jamás en la vida imaginé pero no me arrepentiría ni de un segundo a su lado, de ningún beso, de ningún orgasmo, de ninguna noche.

Abro los ojos y terminan los recuerdos y pensamientos. Lo volteo a ver y el Cindirello sigue plácido, dormido, sin percatarse que ya es hora de irse. Me revoco a lo que pensaba minutos antes, se me hace una locura y que todo es surreal. Todo pasó tan rápido. Me doy la vuelta y lo abrazo. Me inmiscuyo en su cuello y lo beso en varias ocasiones. Me desligo del pasado o del futuro y no pienso en nada más. Por suerte ya no siguió roncando.





domingo, 17 de noviembre de 2013

El país de los pendejos

Había una vez un país donde la mayoría de su población era pendeja. Pero no era pendeja a propósito. Les había costado cientos de años, decenas de presidentes y miles de capítulos de novelas mexicanas para serlo.

 Era un país en donde los maestros y maestras de la clase de Historia enseñaban a sus alumnos que la Colonia Española fue, es y será por todos los tiempos la culpable de su mediocridad, de su conformismo y por ende, culpables de su absoluta idiotez.

Eran tan pendejos que regían su vida bajo el yugo de la religión. Les mojaban la mollera a los niños porque nacían pecadores, daban cabalmente el diezmo el domingo en las iglesias para borrar las faltas de la semana. Eran borregos y siervos fieles de un dios que castiga, que maldice y que manda al infierno a quien se porta mal.

Era un país tan incompetente y poco visionario que creían que para tener mucho dinero y salir adelante habría que ser narcotraficante, político o pastor de una iglesia.

Les daba igual todo. La indiferencia estaba por encima de la bondad de cada persona. No les importaba el vecino. No les importaba si la gente del interior tenía qué comer, si tenían el plato de comida esa noche en la mesa, el mundo valía un pito. El mañana era incierto, por lo que solo les importaba  su propio bienestar. Aunque tuviese que matar, que robar o mentir. La panza valía más que la consciencia.

Era un país de dormidos, de conformistas y de inconscientes. De pobres y de ricos, donde los pendejos pobres consumían como millonarios y los pendejos millonarios les robaban a los pobres. Iban como un rebaño cada cuatro años a las urnas para elegir al presidente, al Pendejo Mayor.

Los presidentes, en realidad no eran pendejos porque querían. Tenían toda una cúpula de poder, que les dictaba sus obligaciones, algo que estaba más allá de sus intenciones, buenas o malas. Por una parte, los poderosos no eran nada más que los ricos del país, esos viejos feos, narizones y gordos, que se creían dueños del país, esos que en vez de mierda, cuando cagaban les salía dólares en billetes de 100.

Por otra parte estaba Gringolandia, que según cuentan, dominaba (o intentaba dominar) a casi todo el mundo, armando y delegando Golpes de Estado, patrocinando a los ejércitos de los países para acabar con los rebeldes, creando guerras y caos en cualquier tierra donde no estuvieran dispuestos a acatar órdenes. Era el Pendejo-Imperio, pero ningún profesor hablaba mal de él en las escuelas, al contrario, les enseñaban su lengua, el english, les enseñaban a celebrar el 4 de julio y el Halloween para que no perdieran la línea de la estupidez.

Dicen que era un país donde no leían más que el horóscopo del día. Donde creían que era más importante clasificar a un Mundial de Fútbol que tener medicamentos en los hospitales.  

Era un país de obedientes, que aún con todos sus sentidos, eran mudos, ciegos, sordos y mancos que asentían a todo lo que el gobierno les decía. No protestaban y si lo hacían se conformaban con unos cuántos centavos en el banco. Total era más importante pensar primero en los hijos, por los nietos y por los biznietos que se preocupen otros.

Era tierra de tontos porque no apreciaban el arte, la historia, la gastronomía, el medio ambiente, entre otras mil cosas que hoy (en el futuro) consideramos tan importantes.

También eran machistas, vapuleaban a los homosexuales y a las personas de libre pensamiento. Legalizaban la portación de armas pero era un crimen andar un porro de marihuana en el bolsillo. Hubiese sido terrible vivir en esos tiempos.

Pero siempre habrá esa excepción que da un poco de esperanza, dentro de toda esa comunidad pendeja, dentro de toda esa escoria de pensamientos pueriles y cabezas vacías, había una minoría que sintió la indignación de vivir en soledad en una tierra de gente vana, esa gente que no sabía que era pendeja y que no tenía toda la culpa de serlo.

Esa minoría quizá era la fuerza pensante del país pero también eran unos cobardes. No se conformaban, siempre criticaban pero no lucharon, no se arriesgaron. Pero nadie los puede juzgar si nacieron en país donde te torturaban y te volaban la cabeza si estabas en contra del gobierno.

Un día, en una fecha tal, de un año tal, un acontecimiento marcó la historia de ese país de los pendejos. Como el cauce de un río que llega a su fin. La venda por fin se calló de los ojos para muchos. Derrocaron a un presidente. Un Golpe de Estado que sirvió de escuela a muchos, para bien o para mal, existe un parte aguas después de ese día.

La gente salió a las calles, muchos no defendían al mandatario golpeado, en realidad defendían el respeto y la soberanía de un país que en el fondo lo sentían en las venas porque era su casa, su patria. Se dieron cuenta que los Pendejos Poderosos eran capaces de hacer lo que tenían que hacer para mantener a flote sus intereses políticos y económicos. Importaba un pito a quien se llevaran en el camino. Lo primero era lo primero. El pueblo siempre fue quinto.

Hubo una gran parte de esos pendejos que despertaron del sueño. Se atrevieron a cuestionar todo, a decidir por sí mismos, a pensar en el futuro y a NO obedecer. A ponerse en rebeldía con el Gobierno que con ayuda de la iglesia y de los peces gordos, los había tenido agarrados del pescuezo.

Los niños nacían cada ver más curiosos. Cuestionaban todo. Ya no se tragaban el cuento de Adán y Eva. Querían conocer la verdad. Ya no querían ser instrumentos. La época de sumisión era cosa del pasado. Los jóvenes cada vez estaban más conscientes de sus gobernantes. Sabían qué era lo que querían y lo más importante, sabían qué era lo que merecían.

Les costó años de sangre, dolor y sufrimiento para darse cuenta de que ser pobre no es voluntad de Dios y que los ricos no son ricos porque así lo dice la Biblia. Entendieron por fin que puede haber una vida más justa con la única condición de quitarse la camisa de ignorante.


Ahora los pendejos eran minoría. Seguían siendo poderosos pero ya no tenían el apoyo indirecto de un pueblo dormido. Ahora estaba más despierto que nunca. Era el pueblo de los inconformes. Un pueblo que parió su propia libertad.

domingo, 10 de noviembre de 2013

La Rubia Desesperada


Era jueves y quedé de ir a tomar algo con Julio. Era el preludio del fin de semana y teníamos que ponernos al día.Fuimos a un bar-restaurant  que está muy cerca del trabajo. Ambos pedimos una cerveza. Julio empezó a contarme la tragedia griega que vivía a diario con su antigua jefa. Todos los días era una cosa diferente pero la plática siempre consistía en lo mismo: él se quejaba, yo me reía, él seguía quejándose, yo le decía que se aguantara o que renunciara.

Mientras fingía escuchar atentamente al pobre Julio, me concentraba en la rubia que estaba sentada justo enfrente de nosotros. Había llegado hace unos minutos. Estaba sola pero claramente me di cuenta que esperaba a alguien. Era muy guapa y vestía casi a la perfección. Muy maquillada, el pelo liso impecable, de corte al hombro, era de esas rubias a la fuerza que se ven realmente bien. Le calculé unos treinta y pocos. Constantemente  revisaba su iphone, parecía estar un poco nerviosa, supuse que esperaba a un hombre, quizá a su chico. Esperar por alguien… ¿A quién no la he pasado?

Julio seguía hablando, pero esta vez de sus aventuras sexuales lo mismo de siempre, diferente persona, pero mi atención estaba volcada a la rubia. Llegó al mesero a pedirle la orden, alcancé a escuchar decirle al joven que esperaba a alguien más, le pidió que regresara en unos minutos. Julio me pregunta, ¿a quién miras tanto?, a esa rubia, creo que la dejarán plantada, le contesto. Hace un gesto como de “I don’t give a shit”, y prosigue a hablar de cosas húmedas y prohibidas. Yo en mi interior lo sigo ignorando, la rubia y su espera está más interesante.

Pasaron unos 20 minutos. No dejaba de peinarse con los dedos. Se paró dos veces para ir al baño. Me imagino que para retocarse el maquillaje. Debía de ser alguien importante para ella. El mesero regresa y le pregunta nuevamente si quiere ordenar. Ella se rinde y pide algo. Seguro su cita se tardará un poco más. Noto su cara de desencanto y no puedo evitar sentir pena por ella. Sentir la ilusión de arreglarse linda para alguien, esmerarse por lucir bien, depilar tus piernas y todo lo demás  y aun así lograr estar a tiempo es un arduo trabajo que ningún hombre jamás, JAMÁS, reconocerá. Pero es inevitable, imposible y una batalla perdida saber identificar a los imbéciles y sobre todo tener el poder de no aceptar salir con ellos. Pero, ¿a quién no le pasó alguna vez? A mí todo el tiempo, por eso siento compasión por esta pobre mujer.

El mesero que supongo, que al igual que yo sabe que dejarán plantada a nuestra amiga, le llevó una Sprite con un vaso con hielo. Quizás él pensaba igual que yo. Que terminaría humillándose y por ende yéndose a la casa de su mejor amiga, a tomar vino o vodka, a hablar mal de ellos y después llorar sin consuelo y preguntarse una y mil veces “¿¿Cuándo, CUÁNDO, conoceré al indicado?? ¿Decime, Juanita, será que hay algo malo conmigo?”, y la amiga, tan fiel y mentirosa como son todas las mejores amigas mujeres le responderá, “No hay nada malo con vos, son ellos que se pierden a una mujer tan bella, inteligente, autosuficiente…” bla, bla, bla… cuántas veces no hemos escuchado eso.

Pero ese no sería el final de la noche de aquella rubia chasqueada. Julio seguía hablando. Ahora retomando su odio para su jefa. Para que no se sintiera tan ignorado le conté como iba la novela. Pero siguió sin interesarle el asunto, él lo que quería era hablar y  hablar. Y mientras yo finjo que lo escucho, él es feliz desahogándose, yo soy feliz de observar a esa mujer y los dos disfrutábamos de una amena compañía.

Al rato, cuando el vaso de hielo con Sprite iba casi por la mitad, llegó el susodicho. Justamente como me lo imaginé: guapo, cara de haberse cogido a todas sus compañeras de colegio, a la mayoría de la universidad, y una que otra colega del trabajo. Alto, trigueño, fornido delgado, con sonrisa de ‘yo me tiro a cualquiera’.

Ella inmediatamente cambió su expresión de tragedia a felicidad total. Lo recibió con un gran abrazo. Parecía no haberlo visto en mucho tiempo. Él se disculpó, no escuché la excusa pero seguro no era real y tampoco se esforzó para que lo pareciera. Mi amiga rubia la creyó al instante. A juzgar por sus manos en su brazo y sus ojos muy atentos a cada gesto del Mr. Moreno Sensual. En realidad no la culpo, él era realmente atractivo… ¿A quién no le ha tocado perder la cabeza por un hombre de manos grandes y boca perfecta?

Hablando de manos, no me había fijado en… ¡ajááá! Ya me lo imaginaba. Un gran anillo redondo de oro en su dedo anular… hijo de su madre. “¡Está casado!”, le digo a Julio para que me acompañe en la ofensa. “Ya dejá de estar viendo a la gente, no seas ridícula, ¡stalker!”. Definitivamente Julio no es buen cómplice de aventuras de este tipo. Pero esto se ponía cada vez más interesante. Lo que quedaba era tratar de escuchar lo que hablaban pero era imposible por la música, por la gente hablando, riéndose, chocando copas, sacando cervezas de las cubetas, Julio tirando veneno para su ex jefa Pazuzu. En fin. Lo único que quedaba era seguir observando y tratar de leer sus labios.

Lo más curioso era que ella nunca sospechó que yo la observaba desde que llegó. Quizás está acostumbrada a que todos la miren, hasta las mujeres. Pero cuando el Mr. Big Hands Sensual Infiel percibió mi mirada insistente hacia su mesa, se sintió incómodo, se sentó en otra silla, a manera de quedar de espaldas y taparme todo el escenario. Él le comentó algo, ella volteó su cara hacia mí, de alguna manera me sentí descubierta, le sonreí de la manera más amable posible, enviándole un mensaje subliminal de “no seas pendeja, salí corriendo”, pero ella no me devolvió la sonrisa, quizás pensó que le estaba coqueteando a su amante, o peor, tal vez creyó que era amiga o conocida de la esposa de su amante y le iría con el chisme.
Las mujeres podemos ser tan creativas a veces. Pero bueno… es parte de ser mujer, ¿no?

Ya mi obra teatral de la vida real estaba esfumada. Ya no podía observar bien. Solo dos cabezas moviéndose. Risitas a escondidas. Vi que el mesero que al igual que yo, no le pegamos a la Loto, les llevó dos copas. No tengo idea que bebida era. Julio ya quería irse. Pero yo quería ver el desenlace. “Otra cerveza más y nos vamos.” Lo convencí.

Mr. Sexi volteaba a ver de reojo. Maldito paranoico. Típico de los corneadores. Piensan que son vigilados por todo el mundo.  Al ratito ella se levantó, se dirigió al baño. No la volteé a ver, me daba un poco de vergüenza. Me concentré en Julio, hablábamos trivialidades. El esposo infiel, le pidió la cuenta al mesero. Ella regresó del baño y sin sentarse tomó de un solo sorbo el resto del trago. Él hizo lo mismo. Estaban listos para irse del bar. El tipo fue a caja a pagar antes de que regresara el mesero. Ella agarró su bolso y su celular. Mientras esperaba de pie, justo enfrente de nosotros a que llegara su hombre. –Su hombre a medias.-  

Todavía recuerdo como lo observaba desde lejos, tratando de disimular un poco, ante el mundo y ante ella misma. Sabía que no era el hombre para ella. Pero lo miraba con amor, con deseo verdadero. Quizás intentó terminar con él de todas las maneras. Quizás pasaron semanas y meses pero de alguna u otra manera siempre vuelve a caer… Bueno, supongo que es algo que nos ha pasado a todas, ¿no te pasó alguna vez?


Don Guapo regresó, puso su mano derecha discretamente en la cintura de la rubia para dirigirla a la puerta. Después de todo los patanes son los más caballerosos… y no importará cuán bonita, cuán inteligente y cuán astuta seas, en algún momento, o en muchos momentos de la vida, te terminarás yendo del bar con el hombre equivocado.

domingo, 20 de octubre de 2013

"El peor error de tu vida"

Esa noche él fue por mí. Él notó mi incomodidad desde el principio pero no me importó. Le dije que quería tomar algo. Debía tomar algo, no para agarrar más valor, sino porque sé que el alcohol nos hace más fluidos al momento de querer expresar algo, ya se declararle el amor a alguien o mandar a volar a alguien.
Fuimos al bar de un hotel. No recuerdo si fue una cerveza o un coctel lo que la mesera me trajo. Él no quiso tomar nada. Después del preludio y de tanto merodear, me dijo: “Yo sé que me vas a mandar a la mierda. Te estás vengando ¿verdad?” Lo negué y fui honesta. La vida es así. Él es un buen tipo. Lo quise mucho. Lo soñé por tanto tiempo, pero la vida tenía otros planes para mí.

“Estás cometiendo el peor error de tu vida”, me dijo serio y viéndome a los ojos. “Si es así pues lo afrontaré”, le dije con orgullo sincero a sabiendas de que probablemente tenía razón. Ni siquiera nos despedimos de beso. Solo fue un adiós simple. Esa fue la última vez que lo vi.

Tengo pocos años, pero los suficientes para aceptar que he cometido los errores más descomunales de toda mi vida. Eso sin contar que si algún día me llego a casar será otra cagada inmensa, pero nada comparable a las de antes. ¿Qué por qué estoy tan segura? Pues creo que hay ciertos límites para la pendejez, o al menos esa pequeña luz muy escondida y muy tímida que algún día sin precedentes  te pica ahí donde más te duele y eso se llama conciencia. Haberla conocido ha sido el acontecimiento más funesto y doloroso. Por suerte me ha tocado temprano.

Eso no significa que de ahora en adelante, a mis 23, a mis 26, a mis 40 y tantos no cometeré otros errores. Quizás los cometeré pero estoy segura que no cometeré los mismos de ayer. De eso me encargaré fielmente. No se puede ser pendeja/o dos veces. Con una basta y sobra.

La gente siempre tiende a encasillarte. Que si sos muy bueno sos muy tonto que si sos muy coqueta sos bien puta. Siempre estarán pendientes de lo que haces y de las decisiones que tomarás en toda la vida. ¿A quién le importa en realidad? De la familia nadie se puede salvar, pero los demás… fuck them. Es chistoso que el que te critica no ha terminado de señalarte cuando él o ella está haciendo exactamente lo mismo o quizás peor.  

Es difícil encontrar el verdadero sendero que te dirige a las sabias decisiones. Lo único que tengo claro es que el miedo es el peor consejero, que es más conveniente volverse un poco hipócrita con él y volverse su aliado. Él es quien puede destruirte o volverte fuerte en cualquier situación por muy peluda que sea.

Decidir estar con alguien o alejarse de él. Creer que ese error se puede suprimir con otro error. Estoy aprendiendo a no culparme por todas las estupideces que he hecho. No es fácil pedirle perdón a quien duerme al otro lado de la cama pero es casi imposible pedirte perdón a vos mismo que es con quién naciste y con quien vas a morir algún día.

Desde que comencé a publicar algo de lo que escribo, muchas personas me han criticado, unos cuantos me han halagado y unos pocos solo me leen por morbo, porque se imaginan a una mujer que se cree bonita escribiendo líneas que rayan en lo pornográfico. En realidad no me interesa mucho la razón por la que me lean, lo que me agrada y me asusta de alguna manera es que lo hacen. Trato de poner mente a lo que me dicen, ya sea bueno o sea malo. Mi ego ahora solo trabaja en saber conocerme. El ejercicio de cada escritor es saber identificar sus debilidades y disfrazarlas, conocer sus virtudes y explotarlas.

Me han llamado “coqueta” “pretensiosa” entre otras cosas por mis fotos... En fin, si regresan al párrafo anterior, específicamente en la última línea, entenderán un poco de lo que trato de decir.

No me imaginaría pensar que en unos treinta años podría recordar este blog y morirme del arrepentimiento por confesar que me encanta la mota pero no la consumo como quisiera, (está difícil conseguirla), por decir que conozco muy poco acerca del amor y del sexo y lo poco que sé, lo digo y lo narro en cosas propias y ajenas. Realmente no creo que llegase a avergonzarme de lo que ahora soy. De hecho espero ser cincuentona y seguir dándole con moderación a la Cannabis, que con la ayuda de Dios, algún día se va a legalizar y la podré comprar libremente.

Hay algo que puede frustrar a cualquiera y es el hecho de querer cambiar la mente de las personas, para ser más específica, cambiar su pensamiento tan cavernícola y retrógrado, enmarcado por la religión o por las idioteces de dizque moralidad que uno aprende desde niño.

No es lindo pero es lo que nos toca y no me interesa inmiscuirme en la imposible tarea de hacer entender a esa prima chismosa, a ese ex novio machista, a ese pervertido que no conozco y a esa vecina metiche que me vale un pito si no les gustan las fotos de mi espalda desnuda, de mis fotos en traje de baño, de vestido muy corto, de mis piernas cruzadas o de mi panza pelada. Hay mil formas de expresarse en esta vida, y hay quienes buscamos las formas más simples aunque no siempre signifiquen algo.

Me gusta quien soy. Me gusta como soy. Me gusta verme al espejo desnuda y me gusta mucho más que me vea desnuda el hombre que yo quiero. Dichosa que puedo hacerlo y el atrevimiento de considerarme un alma libre en un país de mentes tan cerradas, es lo que me hace sentir orgullosa de ello. ¿Será que eso me convierte en puta? No creo. Solo soy una persona con agallas. Aunque cuando las he necesitado casi nunca las he encontrado, como para saber cómo mandar a la mierda a alguien, por ejemplo...

No creo en los santos ni en los demonios. Nadie es totalmente bueno o totalmente malo. Aunque he visto la maldad frente a mis ojos, la he sentido en mi propia piel, no pretendo juzgar a nadie sin antes juzgarme a mí, que soy el ser que más me ha hecho daño y cada día trato de remediarlo aunque cueste un culo aceptarlo. Ni el yoga ni el budismo te dará tanta paz en esta vida como el perdón propio.

A todos los que he dañado o perjudicado de alguna manera y los que de igual manera me han hecho lo mismo, algún día me tomaré el tiempo de perdonarlos y de pedirles perdón. Ahora estoy en la difícil tarea de hacerlo con mi persona. Estoy tratando de ser consciente. Estoy en el aburrido proceso de ser “madura” y dejar de culpar al mundo por haberla cagado una y otra vez. De eso se trata la vida. De vivir, de cagarla y después aprender de ello. Y si no aprendiste, repites los pasos y al final lo terminas escribiendo en un blog, just like me.

No me interesa que algún mortal me señale por mis errores. Nadie mejor que yo los ha sufrido. Solo yo puedo saber lo que se siente. Como dice la muy acertada y cruel frase cristiana: “Cada quién carga con su cruz”. Cada quien vive su propio infierno en su propia cabeza. Y cada mañana trato de asimilarlo y espero algún día perdonarme completamente, por los errores del pasado y por los del futuro.

NOTA: Y voy a votar por ella. El candidato mujer. Aunque me desherede mi familia. No es por un partido político, es por la idea. Si es un error, la historia y la vida me juzgarán. 

domingo, 8 de septiembre de 2013

La Tonta

La tonta es aquella que fue pendeja una vez y no aprende de sus experiencias.
La tonta es aquella que le aceptó un candy al chico que le gusta y no midió los alcances de su calentura.
La tonta es la que cuando habla con el corazón, nadie la escucha. Esa tonta sinvergüenza que se ríe de la vida, se ríe de sí misma y de sus amigos.

La tonta que odia el tabaco y adora el cannabis. La que crítica a los gringos pero le encantan esas películas cursis de Hollywood.  

Esa misma tonta que creyó haber conocido el secreto para blindarse contra el amor y esas pendejadas.

Sí, la tontita que habla mal de los hombres pero sabe muy bien que no podría vivir del todo bien sin ellos.
La tonta o loca, ¿qué diferencia hay? En ninguna tenés el control de tu mente y tus acciones, pero en la primera tenés la opción de serlo o no serlo.

Tonta, tonta, muy tonta. ¿Cuándo aprenderás? ¿Cuándo te vas a cansar de ser tonta?
La tonta que juega con ser la vanidosa y al mismo tiempo le intimida ser el centro de atención.  Esa tonta idealista que cree en todo y en nada.

Esa tonta, la que nunca jugó a las muñecas pero le gusta sentirse como tal. La que se siente celosa de su cuerpo, de su intimidad… y se entrega de todas maneras a quien sepa ganar su alma.
La que nunca te niega un consejo, la que siempre te desea lo mejor. La que te da el pedazo de carne más grande, la que se esmera por ver en un tu cara un rastro de sonrisa. A la que nunca le das un: “gracias”, gracias por cocinarme, gracias por acariciarme, gracias por escucharme. GRACIAS POR AGUANTARME. Si, esa misma tontifata.

A la que nunca, ni aunque fueses un monje tibetano podrás comprender y ser paciente con ella.
La tonta que jugó con fuego y se quemó… una de cien. La que se contradice todo el tiempo. La que cuando toma una decisión no lo piensa mucho. La impulsiva. La cándida. La todo lo puedo. La todo pasión…

La miope, la que llora siempre cuando ve como Mr. Big deja a Carrie plantada en el altar. Cómo no serás tonta si tu heroína es una gringa cuarentona que ha tenido mil novios y se la pasa escribiendo todo el tiempo sobre el desamor, como vos, una Writer wannabe…

Es súper tonta porque pide opiniones y al final hace lo que se le pega la gana. Es tonta porque el mundo lo ha querido así a lo largo de la historia y no ha hecho nada para cambiarlo.
La tonta que no cree cualquier cumplido pero se toma tan apecho las críticas. La que siempre hará caso omiso al inmenso poder que tiene por el simple hecho de ser mujer.

La que odia de todas las formas que cualquier idiota por alguna razón le diga: ¡sos tan tonta! La que prefiere a que le consideren malévola pero jamás débil o ingenua. Ahh… sos una perra bien mala y de paso: tonta.
Tonta por tener esa preciosa manía de enamorarte del hombre equivocado.

Es tonta porque quiere o es tonta porque “quizo”. La que le abre la puerta en la media noche al hombre que la hizo llorar. La que se acuesta derrotada en su pecho. A la que se le olvida cualquier error de su amante. La que lo espera sentada, serena y pacífica con una botella de vino y lencería de encaje, la que suspira pensando en sus besos…  es la misma tonta a quien la dejan plantada.
La que pone a su hombre a un paso delante de ella. La que lo anda nombrando en el cerebro todo el día. La que se compra religiosamente cada mes la trillada revista Cosmopolitan para leer los mismos trucos sexuales que solo la práctica y NO la teoría te pueden hacer comprender.

La tonta que fue inteligente una vez al perdonarle una infidelidad a ese perro porque sabía que era un “excelente prospecto”. La más tonta de todas porque le perdonó una segunda infidelidad, esta vez por el miedo a quedar sola.

Tonta porque entre más pasan los años, más infantil actúas en el amor. Tontísima porque le hablaste borracha al susodicho para insultarlo. Hipersupermega tonta porque vuelves a hacer lo mismo, años después con mengano. Ah… que tonta…

Mil veces tonta por sufrir como energúmena para hacerte bien “la brasileña”, dejarte lampiño cada lugar más recóndito de tu cuerpo, todo por complacerlo a él. Tonta por hacerlo feliz primero antes que a vos.

La tonta… esa misma que se quita un pesado maquillaje frente al espejo. La que se da cuenta de que ha sido tonta por mucho tiempo y que es hora de hacer un cambio y tener la certeza de que por mínimo que sea ese cambio, hará una gran diferencia. Resolver y proponerse no volver a salir con pendejos, por ejemplo.

La ex tonta o la menos tonta es la que se da cuenta que primero está ella antes que nadie. Que su cuerpo es suyo, que es de su propiedad y no de un fulano que se apropió de ella tan solo por regalarle unos cuantos orgasmos.

Una mujer inteligente sabrá que su vagina es mucho más más poderosa que cualquier pene (aunque sea descomunal o diminuto).

Sabrá asimilar de la mejor manera que un día fue un poco tonta o la más tonta de todas pero no lo fue por siempre. Sabrá darse su valor, sabrá que no ocupa de un hombre para alcanzar la explosión de estrellas.

Una verdadera mujer inteligente estará sabida de que para llegar a ese estado de lucidez tuvo que ser tonta muchas veces. Que no descarta ser un poco tonta de vez en cuando, pero esta vez lo será consciente, con cero ingenuidades, ésta vez con alevosía y ventaja. Sabe perfectamente que no debe darse el lujo de ser tonta dos veces con el mismo idiota. Que si no fue tonta una vez, lo será toda tu condenada vida. 

domingo, 18 de agosto de 2013

Ella Me Gusta Parte 3

Eran tan suaves sus labios, no tenían comparación con nada. Cada día al salir de clase íbamos al mismo lugar. Hacíamos el amor de todas las formas posibles. Era increíble ver cómo me había adiestrado a su antojo. Al principio era tímida y no podía evitar sonrojarme al probar algo nuevo. Sus locuras… quien sabe dónde las aprendió, pero me hizo disfrutar como nadie lo ha hecho.

Y cada vez estaba más cerca el día de su partida. Trataba de no pensar en eso y solo disfrutarla pero era imposible. Ahora puedo decir con toda certeza que la amé con mi mayor honestidad e intensidad y que en ese momento sentí que ella me quiso de verdad, pero no estoy segura si de la misma manera que yo. Creo que nunca lo sabré.

Un viernes, (su último día en la ciudad), fuimos al cine. No recuerdo qué película fue pero me la pasé llorando las dos horas. Ella lo encontraba divertido. Me secaba las lágrimas y daba besos cariñosos. “Todo estará bien”, era su frase consoladora que no consolaba nada. Esa noche pedí permiso a mi madre para quedarme en su casa para despedirnos toda la noche. El sábado temprano la acompañaría al aeropuerto.

El plan era seguir en comunicación, toda el día y toda la noche vía Internet y mensajes de texto. Ella haría lo posible por regresar en sus vacaciones y yo mejoraría mis calificaciones para conseguir una beca e ir a estudiar a Estados Unidos. ¿Qué seguiría de ahí?, no tengo idea. Pero el punto era tratar de estar juntas. No tenía otro objetivo en mi mente.

Esa noche arreglé su apartamento para la ocasión. Puse flores por todos lados. Flores que corté del pequeño jardín de mi abuela. Compré comida rápida, cigarros y las cervezas que a ella le gustaban. Cuando salió de la ducha y vio aquel agasajo de cursilería, me abrazó y besó apasionadamente.

-No te quiero dejar, no podría hacerlo. –me dijo, mientras me abrazaba fuertísimo.

-No tenés porqué hacerlo.- le dije, tratando de recuperar el aliento.

-Ya hablamos de eso, serán sólo unos meses, I promise. Solo quiero hacerte el amor. 
Vamos a la cama.- me dijo con esa sonrisa a la que es imposible decirle no.

Lo hicimos más despacio y más suave que las veces anteriores. Pensé que sería al contrario, pero no. Todo fue muy lento, muy húmedo, muy cálido. Todavía puedo cerrar los ojos y ver su mirada enajenada, sus jadeos, el sudor de su espalda. Su cuerpo era curvilíneo, tan femenino y hermoso, nunca entenderé por qué insistía en esconderlo.

Me hizo terminar tres veces, no tengo idea cuántas veces terminó ella pero sé que disfrutó igual o más que yo. Trataba de sentirla todo lo posible. Olerla, tocarla, verla. Memorizar su rostro y su cuerpo para pensarla en su ausencia y así pensarla con mis manos en la soledad.

Logramos dormirnos en la madrugada. Me sentía terriblemente cansada. Derrotada. Dormí profundamente, soñé con ella y con nuestras vidas juntas, todo era ideal hasta que sonó mi celular. Era ella. Eran más de las diez de la mañana. ¿Cómo es posible?, pensé.

-¿Ya despierta?- me dijo su voz tan jovial.

-Si… ¿dónde estás?- pregunté alterada y molesta.

-Estoy ya en el avión, a punto de despegar, no puedo hablar mucho, hay una azafata idiota que me queda viendo mal.- sonaba tranquila, hasta divertida.

-No puedo creer que me hicieras eso, yo quería ir a dejarte…- le dije entre sollozos y llena de rabia.

-Ya lo sé linda. Pero si venías creo que no me hubiese ido. Escucharte llorar es lo último que quiero, además no pude despertarte si estabas dormida como un angelito. Las cosas tenían que ser así. No quiero que estés mal. Pronto regresaré, ten paciencia. Tengo que colgar… te amo.

“Te amo”, era la primera vez que me decía eso y también la última. Las cosas no salieron como lo esperamos, o como lo esperé yo. Con los días seguimos en contacto pero nunca fue lo mismo. Ver como era su vida tan liberal y excéntrica en las redes sociales me mataba de celos, de tristeza e impotencia. Las palabras lindas se convirtieron en reclamos y peleas todos los días. Su indiferencia cada día era más notable y eso me dolía mucho.

En la universidad conocí a un tipo. Estudiaba Medicina igual que yo, pero él estaba a punto de egresar. Él me hizo replantearme mi verdadera orientación sexual, ¿qué diablos soy, qué me gusta o qué no?  En mi mente no cabía la posibilidad de ser lesbiana. Pensé que lo sucedido con Joss era algo que tenía que pasar, algo de la juventud.

Mi relación con Joss pasó de ser distante a completamente nula. Un mal día vi una fotografía suya con otra mujer en su perfil. Desde ese momento supe que no era la persona que yo necesitaba, pero fueron días difíciles. Sus viajes a Tegucigalpa nunca se concretaron. Nunca pude ir a verla. La chica que me volvió loca por un año entero pasó de serlo todo a ser un simple recuerdo.

Decidí iniciar mi vida en la onda heterosexual, lo que mi madre, mi abuela y el mundo moralista esperarían. El chico médico fue el primer hombre en mi vida. Es una aventura completamente diferente. Hay más pelos, más sudor, más dolor, en fin. No es desagradable pero tengo que admitirlo, es mucho más rico estar con una mujer.

Quizás habrá más de alguna que me llame la atención pero nunca voy más allá. El chico aspirante a doctor es un buen tipo, un gran amigo y una excelente compañía en mis largos turnos en el hospital. Estoy muy joven para pensar en el matrimonio pero sé que él sería un buen esposo y un padre ideal.

No sé si algún día me dejen de gustar las mujeres, no sé si algún día pueda olvidarme de ella completamente, pero no es ese el camino que quisiera seguir.

En ocasiones, cuando se hacen muy torturantes los recuerdos, pienso en ella. En mis días felices a su lado. En su olor y su piel. Me pregunto si ella me recordará de alguna manera. Yo estoy tranquila, pero sé que ella es feliz… siempre será una persona feliz gracias a su valentía y libertad. Casi nunca escucho la música que escuchábamos hace cuatro años, pero me gusta recordarla con “To the faithful departed”, de The Cramberries, el único álbum que pude quitarle. No hay noche en que no la piense sin poner “When You’re Gone”, una y otra vez mientras revivo sus labios en mi cuello y sus manos traviesas entre mis piernas.

Asumo y acepto mi realidad pero nunca descarto un reencuentro. Mientras tanto que pasen los años, que pasen las personas que tengan que pasar. Dice mi abuela que hay más tiempo que vida y yo he aprendido a saber esperar sin exasperar.

Mi bandera de lo cursi y lo ideal sigue en pie. Quizás un día cuando sea una doctora reconocida, ella pueda por fin regresar, tocar a mi puerta y verla otra vez. Me imagino que seguiría igual de hermosa, con mil tatuajes pero igual de linda. La besaría hasta el hastío, la haría recordar cada detalle, le devolvería cada orgasmo que me regaló. Le haría saber que sí la amé de verdad y que no hay nada en esta vida que haya deseado más que verla feliz.

                                                                  FIN


domingo, 14 de julio de 2013

Ella Me Gusta Parte 2

Bastaron sólo unas horas para compenetrarme totalmente con ella. Me parecía tan genuina, relajada,  tenía un gran sentido del humor. Pasábamos todo el día juntas. Siempre había una carcajada en el medio. Reíamos por cada cosa. Sus ojos chiquitos y sus dientes chuecos expuestos cuando sonreía era la primera imagen que tenía en mi mente cuando hablaba de ella con alguien más.

Ella era nueva en el colegio y en la ciudad pero tenía más amigos que yo. Tenía ese virtuoso y peligroso don de agradarle a todo el mundo. Eran días felices. Nuestra vida se resumía en salir apresuradas del colegio. Llegar al apartamento donde vivía ella sola. Tirarnos en el piso con dos almohadas a escuchar la música que ella amaba y que yo empezaba a adorar. No sé cuándo ni cómo se convirtió en una gran amiga, en la única y en la mejor.

Una tarde sentadas las dos en el porche de mi casa, le pedí que me enseñara a fumar. Estábamos solas. Mi madre con las cosas de su iglesia y mi abuela cuando sale nunca avisa a dónde va, ni a qué hora regresa, así que no había problema. Ella se negó rotundamente.

-Joss, solo un poquito… - le supliqué agarrándola de los hombros.

-¡No! Esto te puede matar.- me dijo agarrando un cigarro haciendo círculos cerca de mi cara con él.

-Por favor… - le dije poniendo mi cara más convincente.

-Bueno.- dijo ella finalmente. – sólo si me cuentas un secreto. Uno que no le hayas dicho a nadie. Like anybody. Quiero saber cuál es tu más oscuro secreto.

Yo me quedé quieta. Era tan aburrida que no tenía secretos oscuros. Sin contar el más reciente… que tenía que ver con ella. Le dije que no tenía ninguno, no uno por el cual valiera la pena decir para ganar una apuesta. Ella sonrió. Yo me sentía morir. Encendió un cigarro y empezó a fumar con aquella gracia al estilo Marilyn Monroe.

-Si no hay secreto, no hay cigarro.- me dijo mientras exhalaba el fumo por encima de mi frente.

-Está bien, hay uno.- le dije volteando a ver el piso y peinándome el pelo con los dedos por los nervios.

-I knew it! – Exclamó ella. – Te escucho.

-El otro día… bueno más bien era de noche. Yo estaba en mi cuarto… y…

- Ajá… - decía ella cada vez que hacía una pausa. Muy atenta a lo que yo decía, como analizando si era una mentira o lo que le decía.

- Estaba en mi cuarto, pensando en alguien y… empecé a tocarme. – le dije finalmente con mi rostro ardiendo de la vergüenza.

- ¿Y lograste acabar?

- Sí… - susurré, rezando al dios que le reza mi madre para que no me preguntara quién era esa persona.

- Woah, debe ser alguien que te gusta demasiado… - me dijo con picardía mientras encendía un cigarro para mí.

Al principio no fue fácil. Me ahogaba, tosía, me volvía a ahogar, hasta que finalmente pude hacer “el golpe”. No es algo que requiera mucha ciencia pero ella lo hacía con mucho estilo. Desde ese día me volví una amante furtiva del cigarro. Nunca quise que mi abuela y mi madre se dieran cuenta de que fumaba pero no pasó mucho tiempo para que empezaran a sospechar. No les agradaba que mi única y total compañía fuese Joss, siempre Joss, para todo Joss.

Ella llegó a significar tanto en mi vida en tan poco tiempo. Un mal día, caminando por alguna calle del centro de la ciudad, tomadas de la mano, con un cigarro en la otra mano y riéndonos como siempre. Se detuvo de golpe. Me vio fijamente a los ojos  con una expresión de ansiedad y alegría revueltas. Mi corazón latía a mil. Pensé en mil cosas pero algo me decía que iba a confesarme algo, quizás era lo que tanto deseé escuchar: que yo le gustaba tanto o igual de lo que ella me encantaba a mí. Pero vaya desilusión. Lo único que salió de su boca fue. “Creo que por fin me perdonaron mis viejos. Me regreso a California en diciembre.”

Es difícil describir cómo sentí el cerebro en ese momento. Pero recuerdo que se adormeció al instante como un mecanismo de defensa. Como si hubiere liberado una enorme dosis de endorfinas para no sentir tanto el dolor de ese golpe. No sabía qué hacer ni qué decir. Me esperaba cualquier cosa menos eso. Faltaba muy poco para diciembre. Le solté la mano. Me di la vuelta y seguí caminando. Ella no preguntó por qué reaccioné así, parecía que lo entendía bien. Seguí caminando y ella sin decir nada me acompañó hasta mi casa.
Fue difícil dormir esa noche. La única persona que había despertado en mí las ganas de amar a otro ajeno a mi familia. Que le diera un verdadero sentido a mi vida tan aburrida como las misas de los domingos. Tenía que decírselo, pero me ganaba el miedo, pensaba que quizás ella solo me miraba como una amiga, que quizás no era su tipo y si le decía que me gustaba podría arruinar la única amistad sincera que había tenido en toda mi vida. En mi plena adolescencia tenía la gran disyuntiva de mi vida. Hasta que llegó la mañana siguiente.

Mi abuela estaba desayunando en la cocina. Vio mi cara de desvelo y de tragedia griega. Enseguida frunció el ceño y me preguntó qué me pasaba. Negué con la cabeza. Tampoco quise desayunar. Solo agarré mis cosas y me despedí con un beso, pero antes me agarró muy fuerte las manos, realmente estaba preocupada y me dijo con todo su amor y suavidad: las princesas cuando son jóvenes y bellas tienen todo el derecho del mundo a equivocarse, a cometer todos los errores que quieran. Porque para eso es la juventud, para cagarla cuantas veces sean posibles. Cuando seas mayor nadie te permitirá cometer errores y si los hacés te van a juzgar siempre. No querrás acabar como tu abuela, vieja, sola y nostálgica o peor, como tu madre, amargada y religiosa, creo que eso sería peor.

Y con sus palabras me fui valiente y sonriente al colegio. Dispuesta a cagarla como dice Tatita, que no sé qué haría sin ella y sus consejos.

Joss estaba en la entrada, esperándome con una gran sonrisa. Fue un alivio que me viera de mejor ánimo. Iba a decirle la típica frase trillada que todas las parejas usan cuando quieren terminar. “Tenemos que hablar”, pero ella se adelantó con un “hoy no hay escuela” y un “vámonos de aquí”.

Nos fuimos a su casa. Creí que sería la misma rutina. Una Coca cola y un cigarro mientras escuchábamos música pero esta vez tenía otros planes.

Había arreglado su cuarto. Tenía velas aromáticas y flores. Ella no era así. Era un desastre andante. No entendía bien el escenario hasta que sin darme cuenta me agarró por la cintura. Estaba detrás de mí. Con su barbilla apoyada en mi hombro. Yo seguía sin entender pero no podía disimular mi emoción.

-Joss… -susurré, pero no quería voltear a verla.

-Eres tan hermosa, and you smell so nice… Dime una cosa, ¿qué tal te hago el amor en tu imaginación?

-¿Cómo?- refuté, tratando de quitar en seguida sus manos de mi cintura, pero ella se aferró más fuerte. Yo estaba de mil colores. Indagando cómo pudo darse cuenta.

-Vi tu cara ayer que te dije que me regresaba a casa. Te pusiste realmente triste. Fue la cosa más linda que alguien ha hecho por mí. Me sentí mal por ti pero feliz al mismo tiempo de saber que sientes algo por mí. Soy tan afortunada de tenerte aquí conmigo.

Yo no sabía ni supe que decir. Ella siempre siendo directa, honesta y yo siempre tan miedosa. Empezó a besar mi cuello pero apenas sentía sus labios.

-¿Nunca has estado con nadie verdad? ¿Ni un hombre? – preguntó mientras desabrochaba mi blusa y yo sentía los peores nervios de mi vida.

-No… con nadie.- contesté sin tartamudear.

-Claro que no. Estás pura. Por eso será muy especial, promise you.- me dijo al mi oído.

Yo estaba totalmente quieta, en silencio. Pero por dentro sentía la adrenalina correr por cada centímetro de mi cuerpo. Su lengua empezó a rodear mi oreja, sus dedos habían desabotonado toda mi blusa y con una habilidad increíble me quitó el brasiere. Mi corazón pudo explotar en ese momento.

-Me recuerdas a mí misma hace varios años. Era exactamente como tú: girly, linda, cabello hermoso. Era tan aburrida, pretendía ser la niña que mis papás querían y no me pregunté quién era yo. Tuve hasta un novio.

- ¿Novio? ¿Varón?- pregunté sorprendida, volteando por fin mi rostro para verle los ojos.

- Si, Tommy. He was really cute. Él es dominicano, era de último año. Yo tenía 14, no sabía nada de la vida, ni siquiera me gustaba pero tampoco sabía qué me disgustaba. El me quitó la virginidad. Hacer el amor por primera vez con un hombre es la cosa más incómoda y dolorosa que existe. No entendía por qué a las demás les encantaba estar con hombres hasta que a la tercera o cuarta ocasión le encontré el gusto. Era rico. Se siente bien tener un pene dentro de ti. Es como sentirte completa de alguna manera. Pero no necesitas de un hombre para tener a un pene dispuesto. Pero es cuestión de gustos quizás nunca llegues a disfrutarlos. Hoy lo comprobaremos.

-¿Hoy?- pregunté asustada.

-Tengo uno que compré para ti.- respondió muy divertida ella al sentir mi preocupación.- sólo será una prueba. Y algo me dice que te va a gustar igual o más que a mí. Estar con un hombre es rico pero estar con una mujer es una aventura totalmente diferente y mucho más placentera. Se siente más suave, más húmedo, más sublime. Pero eso es algo que lo tienes que decidir tú, no yo.


Empezó a bajar sus manos hacia mi zona sur. Cuando sintió lo mojada que estaba, sonrió, volteó mi rostro con la otra mano y se dispuso a besarme suavemente, haciendo los mismos movimientos con su lengua y su dedo medio metido en mi entrepierna. De un tirón me quitó la falda y los calzones. Estaba completamente desnuda ante sus ojos pero ya no sentía pudor ni vergüenza. Estaba viviendo el momento más excitante de toda mi vida y cometiendo los errores que debía cometer como decía mi abuela, por eso me dejé llevar. Me sentó cuidadosamente en la cama, se deslizó por mis piernas y empezó a besarme justo allí y mientras gemía comprobé la existencia de Dios.

---CONTINUARÁ---

domingo, 23 de junio de 2013

Ella Me Gusta

Nunca tuve tanto miedo a volar. Siempre fui una chica buena y no precisamente por estudiar en un colegio católico o por asistir a misa cada domingo del año. Mi familia es conservadora y de alguna medida lo soy yo también. Fui una niña aburrida pero nunca me gustó leer, tampoco escuchar ópera y esas cosas. Mi delirio eran las películas de princesas. Mi abuela paterna siempre me dijo que yo era una princesa legítima. Tez blanca, cabello castaño claro y un tanto escuálida. 

Me parezco mucho a ella. Supongo que lo único que trataba la vieja era de que no me deprimiera por mi apariencia, sobre todo cuando nadie me tomaba en cuenta en las actividades por ser tan bajita y débil. Si, débil. Me regresaba llorando a la casa y la “Tatita”, como le decimos todos, era mi único consuelo sincero para mí. “Las flacas somos más felices, las blancas somos más delicadas y las bajas cabemos en cualquier lado”, me decía la vieja para subirme la autoestima y supongo que funcionó.

Mi abuela tiene un aire muy liberal y tenía maneras muy bizarras para dar lecciones. Lo poquito que recuerdo de papá es que era igual de alegre y chistoso que ella. Pero por otro lado mi mamá fue educada bajo un yugo muy estricto. Su papá era militar y su madre una férrea católica. El sueño de ambos (sus padres), cuenta mi mami, era convertirla a ella en una monja  y a mi tío Pedro en un sacerdote, pero conoció a mi papá y más tarde nací yo. Por eso al tío Pedro no le quedó más remedio que ordenarse como cura. “Por eso se hizo maricón”, me dice Tatita en las cenas navideñas cuando se reúnen todos.

Por fortuna  la familia de mi madre vive en otra ciudad. Tatita vive con nosotras desde que mi papá murió. Ella no es religiosa, podría jurar que es atea pero no lo dice para no molestar a mi mamá. A pesar de no estar de acuerdo con sus maneras para criarme, nunca la criticó. Tal vez fue para no apartarme de su lado. Ella es lo máximo. Siempre que tengo que ir a misa y mira mi cara de descontento y pereza, me dice a escondidas en la cocina que me quede con ella para escuchar sus boleros y rancheras pero sabe que eso significaría una regañina por parte de mi mamá. No sé qué haría sin mi abuela. Pasó tantas noches convenciéndome de que yo no era fea.

Con los años me fui dando cuenta de que el espejo se hizo mi amigo y tenía razón mi abuela, las otras niñas solo sentían envidia pero la verdad ese asunto no me preocupaba. Hice dos buenas amigas en la secundaria y las dos tenían su respectivo novio. De hecho supongo que todas las de mi clase tenían su noviecito o de esos amigos especiales. Todas excepto yo. No porque nadie me cortejara, siempre habrá más de algún perro aguacatero husmeando para ver si consigue algo.

Pero nadie me interesaba. Mi mundo consistía en estar encerrada en mi cuarto estudiando, siendo aburrida. Siendo buena hija. Acompañando a mi madre a sus círculos bíblicos, aprendiéndome casi todos los rezos de los funerales, el mismo sermón de cada bautizo o cada boda. Esa era mi vida. Mi mejor pasatiempo era escuchar a Tatita hablar de sus aventuras de juventud y verla cómo se emociona cuando habla de sus tantos novios y cómo el nacimiento de mi padre le cambió la vida.

Mi vida y mis costumbres eran tan aburridas. Hasta que un día llegó ella. Venía de Estados Unidos. La mandaron castigada para acá. Los padres creyeron que matricularla en un colegio de mojas podría hacer que cambiara su actitud. En ese entonces estaba más llenita, su piel muy clara y bonita. Tenía el pelo muy cortito, pintado en negro azabache. Tenía agujeros en las fosas nasales y en todo el contorno de las orejas, supongo que las monjas le hicieron quitarse los piercings.

Caminaba de una forma peculiar y a paso ligero pero lo hacía con mucha gracia. Tan pronto llegó se hizo amiga de todo el mundo. Pero no hacía las mismas bromas conmigo, quizás porque miraba que yo era reservada.  Le fastidiaba usar el uniforme diario, cada día al salir de clase, se iba corriendo del lugar para ponerse su cómoda ropa. Jeans flojos a la cadera, tenía los tenis All Stars de todos los colores, camisetas oscuras y grandes que disimulaban mucho sus pechos. Nunca nadie me había llamado la atención de tal manera.

Siempre la miraba y trataba de disimular, me gustaba pensarla en las noches. Me daba una curiosidad terrible. Cuando hablaba, cuando insultaba a las monjas en inglés y luego les tiraba besos de lejos. Me causaba gracia todo lo que hacía, pero no ella sabía quién era yo. Un día sin que nadie viera le revisé su mochila. Había unos CD’s de Iron Maiden, Slipknot y Metallica. Nunca los había escuchado en mi vida pero me fui al mall y me gasté casi todos mis ahorros comprando los mismos CD’s.

Cuando llegué a casa, ansiosa por escucharlos, mi madre y mi abuela estaban en la cocina, entré a saludarlas rápidamente.  Entré a mi cuarto y puse Psychosocial de Slipknot a todo volumen. Pasaron sólo unos segundos cuando las tenía a las dos viejas escandalizadas en la puerta de mi cuarto. Hasta mi abuela estaba horrorizada. Mi mamá me dijo que con esa música estaba permitiendo al diablo entrar a la casa. Mi abuela dijo que era culpa de las monjas. Me reí. Las saqué del cuarto y me tiré a la cama para seguir escuchando todos los CD’s con mi Ipod.

Había escuchado antes el rock pesado quizás en la televisión, pero nunca me interesó. Pero esa tarde los escuché una y otra vez. Y más tarde en la noche me masturbé por primera vez en mi vida. Me toqué pensando en ella. Fue lo más erógeno que había experimentado hasta entonces. El primer orgasmo con mis manos. Imaginándola a ella encima de mí, besando mi cuello, explorando en el sur, llevándome al cielo con sus dedos. Sentí algo de temor y pudor al terminar, pero nunca antes me había sentido tan viva.

Al día siguiente al verla me sonrojé como un tomate y ella lo notó. Cruzó un pasillo para acercarse a mí.

-Hace calor, verdad.- me dijo volteando a ver al cielo opaco, carente de cualquier sol o lo que se parezca a eso.

-¿Calor? Bueno sí, un poco… creo. – le dije sin comprender.

-Solo las putas que tienen memoria se sonrojan de la nada.- me dijo con una sonrisa torcida y viéndome fijamente. Yo me enrojecí mucho más y tragué saliva.

-¿P..perdón? – tartamudeé un poco al rato que ella se echaba tremenda carcajada.

-Estoy bromeando, Andrea. – me dijo agarrándome los hombros. Ella es un poco más alta que yo.

-Daniela. - la corregí.

-Whatever, tú tienes cara de una Andrea, pero Daniela te queda también. Yo me llamo Josseline, y odio ese nombre. Cuando tenga los años suficientes me lo voy a cambiar, por mientras sucede eso, dime Joss.

-Yo sé quién sos vos… - le dije casi susurrando por los nervios. Esta chica me intimida demasiado.

- Ok, Dani Blush, ¿te gustaría acompañarme a un lugar? No preguntes dónde, solo dime si puedes o no.

-¿Ahorita? – pregunté señalando mi reloj, todavía faltaban dos horas para salir de clase.

-¿Sí o no? – repitió.

-Sí. – le dije con una ola de adrenalina revoloteando en mi pecho y nos fuimos.


CONTINUARÁ…