domingo, 8 de junio de 2014

Aquel hombre risueño


Él está conversando con alguien. Tiene una Port Royal en la mano. Sé que lo conozco de algún lado pero no puedo ver desde lejos. No alcanzo a divisar sus ojos aunque sí su sonrisa.

De la nada empiezo a sentir miedo, mucho miedo. Yo sé que le va a pasar algo, pero él no sabe nada. No me canso de afinar la vista para lograr reconocerlo. No puedo, pero desde acá se mira feliz. Con su risa tan sonora y bonita. La escucho muy bien y cada vez se me hace más familiar.  Parace que tiene sus cervezas encima pero no deja de ser encantador. Todos le ponen atención cuando habla, hasta los viejos borrachos de la otra mesa. Podría estarlo viendo por horas y horas pero el miedo sigue ahí.

Al rato, miro que un hombre alto y trigueño está detrás de él pero tampoco alcanzo a distinguir quién es. Me sobo los ojos para despejar la vista. Todo sigue borroso pero estoy segura de que viene a causarle daño. Yo sé que es su asesino y sé que debo hacer algo. Me pongo a temblar pero el hombre feliz sigue riendo, sigue tranquilo.

El miedo se intensifica pero no hago nada; tengo la leve esperanza de que ese hombre malo se arrepienta en algún momento, cuando vea que no puede matar a un buen tipo, y es que se miraba tan contento... La gente mala no anda contenta. Pero a ese hombre terrorífico, a quien ahora le identifico un bigote y unos pronunciados dientes amarillos, se saca una pistola de la cintura, la empuña, la desmonta y apunta a la espalda de aquel hombre risueño.

Las lágrimas empiezan a mojar mi cuello. Quiero gritarle para alertarlo y para que corra hacia mí, pero mi garganta está cerrada. Es la impotencia más desgarradora. -Si tan solo voltearas a verlo, seguro lo convencerías de no disparar o al menos podrías defenderte.- Pero mis intentos son inútiles.

Hay mucha gente cerca. Es de noche pero el lugar está muy concurrido. Las personas andan, hablan y murmuran pero tampoco hacen el intento de advertir al hombre bueno que está en peligro. Tampoco hacen nada para evitar que el hombre malo se detenga. Una señora de unos cincuenta años carga a un niño pequeño. En un acto casi fugaz y violento, se lo acerca al pecho con un brazo y se lleva una mano al rostro para taparse los ojos y no ver lo que está a punto de pasar.

Estoy segura de que esa doña conoce muy bien a ambos hombres y no fue capaz de hacer nada.

Siento que mis venas se llenan de una arena muy espesa. Cierro los ojos por un segundo que transita en cámara lenta. Escucho una ensordecedora explosión, muy parecida a aquel cohete que me explotó en mi dedo meñique cuando era pequeña y que arruinó mi Navidad. Siento en el estómago una presión imposible de soportar. Algo quema mi piel y el ardor se traslapa con el dolor. Me reviso el abdomen con las manos abiertas, pero no hay nada, no hay herida externa, volteo a ver al frente. Busco desesperada al señor que yo quiero ayudar. El hombre malo salió corriendo y el bueno está encorvado con una mancha roja que se expande a correntadas en su camisa blanca. Su cara sólo denota un dolor que es el mismo que siento ahora mismo. Trato de moverme para ir a ayudarlo pero no me puedo mover. Mi pulso está cada vez más pausado. Sé que no hay nada que hacer y me lleno de rabia, de esas que oprimen el pecho y ahogan la respiración. Siento tensos los dedos de las manos, mi boca está seca y mi aliento huele a metal. Al mismo olor insoportable de la sangre.

Las lágrimas despejan finalmente el paño en mis ojos y logro ver con tal claridad la peor escena que el infierno me dio por adelantado.

Ahora lo que siento es lo opuesto de un sentimiento. Todo se detuvo. No era dolor, era la más profunda y cruel de todas las soledades. Ya puedo entiendo todo. Aquel hombre sonriente es papá. Y lo veo morir y yo me estoy muriendo con él.

Cae despacio al suelo. Lo único que me queda es observarlo desde lejos. Saber que al menos no está solo. Que yo estoy con él. Me siento como un animalito asustado. Veo con tanto pesar y amor a quien me dio la vida, y también veo como se le estaba escapando tan rápido la suya. Esto es demasiado. El vacío es tan hondo que ya no importa nada más. Ya todo se acabó. Ya no es rabia sino desesperanza. Él se está yendo, y su sonrisa desapareció por completo. Él no quiere irse y yo no quiero que se vaya. Ahora siento más miedo por mí que por él. Ya no quiero ver nada. Me siento sola. Estoy sola...
 ...y estoy despierta por fin.

Siento tan pesado el cuerpo pero logro sentarme en la cama, me seco el agua de mi frente y mejillas. Veo la hora en el reloj del celular. Faltan tres horas para que amanezca. Me acomodo otra vez en la cama. No quiero pensar. No hace falta recordar la misma pesadilla de esa fecha de noviembre. Si insisto tanto en soñar lo mismo es porque sé que un día (o una noche) podré gritarle a mi padre y él me escuchará y estará vivo.

-Sos muy ingenua, es inútil. Volvé a dormir.-

Me doy la vuelta y soy un feto desolado. Fantaseo con qué pasaría si en realidad fuese todo un sueño de mierda y nada de eso hubiera pasado. Me regaño otra vez. -Ya es tarde.-Cierro los ojos y tengo el mismo miedo, la misma rabia y la misma impotencia. A los pocos minutos me voy durmiendo con la imagen del hombre bueno riéndose. Me da un poco de bienestar pero tengo el presentimiento de que volveré a soñar exactamente lo mismo.

1 comentario:

  1. Tu forma de plasmar lo que sientes por medio de la escritura es único, tenes talento de sobra, talento bien difícil de desarrollar, muchos nos comunicamos, pero son pocos los que saben expresar lo que realmente sienten...no soy quien para opinar, ya que es un relato muy tuyo. Buena tarde...

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