miércoles, 3 de abril de 2013

Los amigos y los amantes.



No puedo decir con exactitud qué día me enamoré de ella. Creo que todo pasó cuando la vi en aquel vestido negro entallado y esos tacones plateados que la hacen ver más alta y elegante. Teníamos 17 ambos y era la primera vez que salíamos legalmente a la disco con permiso de nuestros padres. Ese día quizás la vi con otros ojos. Pero mi amor hacia ella siempre estuvo latente desde que la conocí en la escuela, (en el primer día de clases cuando fue la única que me habló), siempre la quise, es solo que ese día me di cuenta de ello.

Ella es realmente hermosa pero anda demasiado despistada como para dase cuenta. Podría pasar horas mirándola sin aburrirme. La manera en como camina, siempre con sus tenis Converse, sus camisas flojas y sus jeans tubo. Arreglándose el pelo hacia atrás cuando lee cualquier cosa. Y siempre trato de disimular mi asombro cuando la escucho hablar de política con mi papá. Sabe tanto del mundo y de la vida pero no sabe mucho de sí misma. La amo tanto que duele en los huesos, casi, casi como una patada en los huevos.

Recuerdo esa noche, eran casi las once cuando me habló en llanto partido. Al principio no entendía lo que decía pero me imaginaba el porqué de su dolor. Era él. Siempre es ese hijo de las mil putas el dueño de sus lágrimas. No soportaba escucharla llorar y me fui corriendo para su casa sin importar que fuese medianoche y que su casa quedara a 20 minutos de la mía. Ella valía eso y más.

Cuando llegué ya estaba más tranquila pero tenía los ojos hinchados y la nariz roja. Aun así se veía preciosa. Cuando me vio se me tiró encima. La abracé fuerte, le acaricié su largo pelo ondulado y traté de hacerle chistes y cambiarle el tema pero ella quería hablar de él. No insistí y la escuché, toda la noche hasta la madrugada. Me dijo que era la última vez que lloraba por ese imbécil. Me juró que ese día se acabó todo con él y viendo su expresión fría y decidida le creí por completo. No pude evitar sentir una especie de euforia de ganador al escucharla decirme todo eso, pero también me sentía miserable porque sabía que tal vez era mentira. La conocía demasiado bien. Hubiese dado todo, cualquier cosa por ver que algún día me llore así y me ame con toda esa intensidad con la que ama a ese pendejo.

Pero mi felicidad era en verla dormir en mi regazo. Pasábamos todo el tiempo juntos y jamás nos aburríamos. Hablando sobre la inmortalidad del sapo y simplemente riendo como locos por cualquier tontería. Dentro de mis amigos ella era la número uno. La de hierro. Quisiera creer que ese sentimiento si era compartido, pues yo siempre estuve ahí, siempre he estado allí.

Es tan jodidamente hermosa y no se da cuenta. Ella se merece romper corazones, no que se lo rompan a ella. “¿Y yo qué merezco?” me preguntaba cada noche. Era mi amiga, mi confidente, mi cómplice y todo lo mejor que alguien pudiera desear en una persona. Es todo menos mi amante. Y ese hecho me atormentaba casi a diario.

Hasta que un día sucedió lo inevitable y algún Dios del amor se apiadó de mis deseos. Estábamos en una reunión, entre amigos, tomando y pasándola bien. De repente la hermana de mi mejor amigo me sacó a bailar. Nunca he sido bueno para el baile y eso del perreo no se me da pero la muchachita ésta tal parece que solo quería sentirme cerquita y pues yo no me hice el rogado.

Andaba una equis cantidad de cervezas en la cabeza y la fulana, pues ni se daba cuenta que tenía el vestido subido casi al cuello. Estaba de lo mejor hasta que en una fracción de segundos se acercó de la nada ELLA, la flor de mis tormentos. Se parecía a Hulk por lo furiosa que estaba, pero en este caso en vez de verde estaba roja. Me agarró y haló fuerte de la mano y me dijo: dejá de hacer el ridículo con esta zorra. Me llevó a empujones a un cuarto dejando con la boca abierta a la fulanita caliente, quien jamás en la vida me volvió a dirigir la palabra.

Cerró con llave. Me empezó a decir todos los insultos que jamás en la vida la escuché decir a nadie. Yo estaba asombrado y cualquier efecto de embriaguez se esfumó. Trataba de asimilar si sus celos eran de una amiga que quiere cuidar a su mejor amigo o eran de una hembra cuidando a su prospecto de macho.

-¿¡Qué te pasa!?- le pregunto casi gritándole.

-¡Qué descaro! Bailar con esa chuca que se ha metido con todos tus amigos.- me dijo sacando humo de la cólera.

- ¿Y eso queeeeeé? ¿A quién le debo respeto?.- le dije cruzándome de brazos y sonriendo porque confirmaba sus celos pasionales.

Ella no supo que contestar, solo se me quedó viendo como nunca antes lo había hecho. Y no sé de donde agarré las agallas para acercarme a ella. Bendito alcohol. Le volví a preguntar.

-Decime. ¿A quién le debo respeto? ¿A vos?.- estábamos frente a frente y tan cerca que podía sentir su respiración agitada.

-¡Sí, a mí!- me dijo, mientras me mordía los labios de la euforia al verla tan nerviosa.

¿Por qué a vos?- le pregunté acercándome al grado que podía tocar su nariz con la mía. Esto era como surreal.

-Porque te quiero.- me dijo con una voz firme y yo sentía que el corazón se me iba a salir.

Le agarré el pelo con fuerza y la besé con violencia. Me aferraba a la idea que eso no era un sueño. ¡No! En realidad estaba pasando. Sentía sus dientes chocar con los míos. Mi lengua revoloteando dentro de su boca y sabía exactamente que hacer pues fueron tantas noches imaginando esto y por fin estaba pasando. Bajé mis manos a su cintura y las metí debajo de su blusa, estaba sudando. Sin poner tanta atención a la bulla de afuera, nos dejamos llevar y en cuestión de segundos estábamos completamente desnudos tirados en la cama y yo encima de ella. La penetré con fuerza. Hicimos el amor como si no existiera un mañana. Me concentré en hacerla mía y no en que pasaría después.
CONTINUARÁ

1 comentario:

  1. no es una critica, solo una aportacion que creo que ya la sabes: sos una romantica empedernida y eso es lo que te mantiene con ilusion, esperanza sobre todo en la vida.

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