sábado, 15 de junio de 2013

Te invito a un café.


“- ¿Qué pasó, te llevó a volar y te dejó caer desde lo alto? te advertí que ibas a salir herido.

- Es mejor herido que dormido como hasta ahora.

- ¿Te gusta sufrir?

- A veces una herida te recuerda que estás vivo.”
     “El lado oscuro del corazón”

Por alguna razón llamaste mi atención. Supongo que fue tu aspecto desaliñado con un aire bohemio y tu pelo que pareciese no has peinado en mucho tiempo, lo que me hizo pensar que eras un artista o algo parecido a eso. Al rato te escuché hablar de armas y amenazas de muerte, fue entonces que confirmé que debías ser alguien interesante.

A los pocos días te perdí la pista. Pero mi distorsionada y menuda vena periodística o mi simple e insensata curiosidad de mujer  me hicieron preguntarle a alguien sobre vos.  “Es un artista y está loco”, me dijeron. – Si es artista, que esté loco es un requisito básico. – le dije a esta persona. “No, él está loco de verdad, literalmente.”

No reparé mucho en la premisa de mi informante hasta que te vi otra vez; llegaste despistado, con saco y con boina, oliendo muy bien, siempre despeinado, saludando a todos con dos palabras, al instante te sentaste y concentraste en lo tuyo, torcido hacia tu laptop, casi aferrado a ella. Así te empecé a observar y ni te diste cuenta.

Podría estar segura que el espíritu de la coincidencia nunca hubiese figurado ese día si yo no hubiere mencionado a la madre cannabis. No preguntaste mi nombre, no me dijiste cómo estás o mucho gusto, o quién diablos sos, solo señalé la palabra “mota” y me dijiste: “Te invito a un café”.

Y así fue, el primer café se absorbió con la rapidez de un suspiro,  hablando de la marihuana y percatándome de tu total, benevolente  y aparente inofensiva locura. Me di a la tarea de mirarte, sólo mirarte.

Un tipo que de lejos parece caminar relajado por la vida, cantando en los pasillos y hasta en el baño. Maniático compulsivo. Templado, apacible, misterioso, impredecible, audaz y sencillo, intrépido, complejo. No me preguntés por qué. Que nadie me pregunté por qué, yo solo quería mirarte.

Y no, no fue tu “perfil griego”, tampoco es tu fisonomía de adolescente. Tu mirada que por ratos da miedo o tu risa que se me hace tan genuina y simpática.

No necesitás conocer a alguien de toda la vida para entender que tenés  que guardarlo al instante en el baúl de las cosas invaluables. A veces tarda el intervalo de un minuto para entregarle tu atención e interés total a una persona.

Echémosle la culpa a la marihuana o a las malas coincidencias. El café consistió en resumir tu total locura, la cual se divide en dos: la locura divertida y la locura fastidiosa. La primera te ha permitido hacer tu arte y andar por caminos interesantes pero la segunda te ha llevado de la mano a conocer lugares vacíos y la incertidumbre que puede ser bien puta si quiere.

Es la locura esa cosa que distingue a un artista del resto pero es su genialidad aquello que lo define como tal y vos tenés ambas cosas, por esa razón -que pocos entenderán- es lo que te hace digno de mi atención.

Y no son síntomas de querer congraciarme con tu persona, si me has observado aunque sea un poquito sabrías que no soy de esas. Yo solo quería mirarte. Enajenada y estúpida como dijo un amigo mío. Pero solo quería mirarte. Y te miré hablándome, recitándome una de tus canciones, una que habla sobre la boca y algo que ahora no recuerdo… ¡Ah!, el amor… ¿Ya ves?  Te vi sin mirarte, te vi en tu arte, en tu olor. Sobre todo tu olor.

Tratar de resolver un acertijo que curiosamente no está en vos sino en mí, tratar de saber de tu vida y tus secretos tampoco es mi fin. Por eso no me preguntés ¿por qué?, ¿por qué te miro o por qué te huelo o por qué te escribo? Yo solo quiero o quería observarte, retratarte en líneas y ya ni sé si lo logré.

Y si te digo que me tocás esa fisura de mi cerebro que no sé cómo putas se llama, que me hace querer ir a ese lugar donde me gusta reposar porque me siento una deidad o algo parecido, donde las palabras llegan en ráfaga y donde las cosquillas se sienten más profundas, es ese lugar donde uno puede crear y jugar a ser un dios. Siempre busco excusas para visitar ese lugar que me acongoja y que a la vez me dosifica.

Y si te digo que nadie puede entender lo que digo, ni siquiera lo entendería el hombre que amo ahora, ni la mujer que me dio la vida, ni el amigo que conoce todo sobre mí, ni los chismosos de pensamiento simple que tanto te preocupan. Y si te digo que sos esa llave que abre un candado y no es precisamente el de la entrepierna.

No te conozco lo suficiente y te conozco más de lo que te podás imaginar… y todo por mirarte. Y te recuerdo: no me preguntés por qué. Seguro los cortos de criterio pensarán mil cosas pero…  ¿Podría tu extraviada caballerosidad volver un segundo para permitirme el atrevimiento de preguntarte ¿POR QUÉ? ¿Por qué te pusiste una especie de velo para no poder verte? Quizás te hice un magnánimo en mi cabeza, quizás te subestimé, te idealicé y no sos más que otro pendejo del montón.

Tu avistado recorrido y tu vasta experiencia me hicieron creer que no eras pendejo. Al menos no tan pendejo para poner oído a bocas venenosas… ¿no decías en la rolita aquella que el amor está en todo? Bueno no estaba en tu boca cuando me disparaste aquella bala disfrazada aquel día en el café.

Me hablaste de fantasías, de cosas absurdas y otras tantas que por fortuna no recuerdo. Cosas que no entiendo. ¿Será producto de uno de tus tantos desequilibrios químicos de tu cerebro? Tal vez todo en la vida funciona a lo extremo y somos demasiado sensibles. Decime algo, ¿lo hacés por cuidarme como lo hiciste ese día cuando me viste desvanecida y asustada? Me cuidaste cual si fuere un animalito atemorizado. Me dibujaste con las manos y me dijiste cosas que aún recuerdo. Fue justamente eso: tu compañía. Tu locura puede llegar a ser tan fascinante y tan aterradora.

Es todo eso menos tus palabras confusas que golpearon mis ojos miopes que por ahora no te quieren ver. Te dije que eras mi musa, la más excéntrica de todas. No busco tu amistad porque no logro comprobar su existencia del todo, no busco tu amor porque lo has dejado en otras  manos y eso te hace creer que no crees en él. No busco nada de lo que cualquiera podría buscar. ¿Quizás un autógrafo?



Lo que yo quería solo era retratarte de todas las formas y de ninguna. Y lo que quiero ahora es que me invités a otro café, que me digás que todo fue el efecto nocivo de una droga. Que tu extravagancia es tan dudosa como tu ateísmo. Quisiera creer cualquier cosa. Y sobre todo quisiera escuchar de tus labios que te vale mucha verga lo que piensa el mundo.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, me agradó!

    ResponderEliminar
  2. sinceramente, decir excelente!! seria solo adulación, pero me encanto, haces imaginarme e inmiscuirme en la historia... sigue adelante Lizbeth

    ResponderEliminar