domingo, 19 de mayo de 2013

Marihuana


-¿Y si nos detiene la policía?- Le dijo él a ella, asustadizo y bajando el volumen del radio del carro para hacer del contexto una cosa más seria. –Sólo son 40 pesos de mota. ¡Relax señor abuelo! – sonrió ella volviendo a subir el volumen y siguieron escuchando aquella canción de REM, “Losing my Religion”, en camino a su destino.

Fue un sábado de cualquier mes. Estaban aburridos y decidieron probar la marihuana por primera vez. En realidad fue más fácil que conseguir pan. Un lavacarros del río los llevó al lugar donde vendían la mejor de la ciudad. Él mismo compró la orden. 40 del producto y 20 de propina. Estaban realmente emocionados. Era la travesura de niños que les faltó por hacer.

Él era un loco consumado. Ella una aventurera por naturaleza. Eran los cómplices de cada segundo de sus vidas. Era esa amistad. Esa que las personas creen imposible su veracidad. Habían hecho todo juntos, menos fumarse un porro de Cannabis.

Ella había visto antes a otros amigos preparar un cigarrillo casero. Consiguieron papel que sale en la caja de los zapatos. Era bastante Marihuana y por razón lógica decidieron quitarle las ramas. Hicieron unos cuatro porros y todavía sobró. A ella se le ocurrió que podían hacer hot cakes con el resto.

Estaban solos en una casa de campo, alejados del pueblo, de la gente. Lo único que se escuchaba eran los grillos y los perros ladrando y aullando.

Ella encendió el primero. El porrito quedó rústico y para ser el primero no le quedó tan mal. Él no sabía fumar. Ella trató de enseñarle, pero él era demasiado bruto. No podía exhalar adecuadamente y se ahogaba fácilmente con el humo. Ella se burlaba. Hasta que el ángel encargado de las hiervas le dio la habilidad para fumar como un empedernido motero. Terminó fumando mejor que ella al final de la noche.

Cuando terminaron el segundo cigarro hicieron los panqueques pero los efectos ya empezaban a surgir. Ella sentía la cabeza revestida de frescura. Tenía mentolado el cerebro decía. Él por su parte estaba tranquilo, impaciente por sentirse especial.

Era la medianoche y cenaron hotcakes sabor marihuana con miel y mantequilla. Él estaba al punto de la decepción por no sentir efecto alguno. – Creo que esto no es para mí, no siento nada.- decía. – Vos tranquilo, ya verás. Concentrate.- Y así lo hizo. Después de comer se fumaron los porros restantes que ya eran de mejor calidad.  Ella tenía la mirada roja. Se sentía hiperactiva. Feliz. Comenzó a bailar un baile extraño con movimientos nunca antes vistos por nadie.

Finalmente él estaba más relajado. Concentrado como le dijo su amiga. La acompañó en el baile y se dio cuenta que su cuerpo estaba liviano, casi flotando. Nunca antes sintió lo mismo. Así se sentía estar en onda…

De pronto ella se detuvo en un salto. Aterrada y agarrando por el cuello a su amigo. – Acabo de ver a una niña corriendo por allá, lo juro.- le dijo señalando la casa vieja que tenía la propiedad. – Seguro es Scoth (el perro) que anda con vestido.- le dijo él conteniendo la carcajada. Ambos estallaron en risa pero ella estaba segura que vio una niña saltando de un lado a otro. Él tenía la mirada malévola de Freezer de Dragon Ball. Como dirían en las profanidades de algún callejón margina de Tegucigalpa: estaban completamente “mamados”.

La estaban pasando de lo mejor pero ella no quería ver más alucinaciones. Se metieron al cuarto. Se encerraron. Se tiraron a la cama. Ella encontró su celular. – Deberíamos llamar a alguien.- le dijo a ella con un poco de dificultad para coordinar las palabras. –Llamemos a tu ex.- dijo él entre risitas. A ella le pareció una buena idea. En su grado de elevación, recordó que su nuevo número no lo tenía él todavía y no la podría reconocer. Le marcó.

-Aló.- contestó su ex medio dormido.

Ella no respondió. (Risas al fondo)

-¡ALÓ! – Repitió-

-Que el Culo se te peló.- contestó ella y le colgó.

Se rieron hasta el dolor. Era algo incontrolable. Llegaron a las lágrimas, les dolía la quijada y la panza. De repente se quedaron en silencio, con pequeñas secuelas de la risa, pero uno de los dos no se contenía y estallaba otra vez.

Por un buen rato él se quedó en silencio total. –Creo que alguien viene para acá.- le dijo con toda la seriedad del mundo. –Agarrame la mano que ahorita vienen por mí.- le dijo a ella aferrándose de su brazo. - ¿Quién? – Preguntó ella con susto verdadero. – Los chafas y la policía vienen en camino. Agarrame, que no me lleven, ¡agarrame! – entró en pánico.

Ella se rio con las pocas fuerzas que le quedaban. Le aseguró que no venía nadie pero de todos modos lo agarraba fuerte de la mano. –Nadie te va a llevar, y si te llevan me llevan con vos.- le dijo ella sin reírse y eso lo tranquilizó lo suficiente para estabilizar el latido de su corazón.

A los pocos minutos ambos sintieron el cuerpo pesado. Ella tenía la cabeza con la adrenalina de una montaña rusa pero no quería moverse más. Él empezó a roncar y ella al rato lo acompañó. Siguieron agarrados de la mano. Ese ha sido el último capítulo de la historia de su complicidad y hermandad.

Él no ha vuelto a probar la marihuana. Ella lo hace de vez en cuando. Quizá producto de cuánto han cambiado sus vidas. El simple resultado de dos personas que toman caminos diferentes.

Un pedazo de felicidad surreal metido en un porro de Cannabis, para mí es totalmente legal, lo que la misma tiene de ilegal para otras personas. Tres vasos de vodka o de ron son más dañinos que un porrito, según leí por ahí. La gente de doble moral siempre tratará de criticar las locuras de los demás y que ellos antes hicieron en igual o peor magnitud.

Se trata de vivir. Nunca es malo hacer lo que te hace feliz si no dañás a nadie más ni a vos mismo. En paréntesis debo aclarar que no creo que deba ser en exceso. Y es que nada en exceso es bueno. Ni siquiera el amor, al final termina siendo contraproducente. 

1 comentario:

  1. Jaja estoy de acuerdo nada en exceso es bueno por eso fumo marihuana moderadamente, pero que cosa mas linda que hecharte un puro y leer un buen libro jaja gracias por escribir...

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