miércoles, 8 de junio de 2011

¿Era un hombre o era una bestia?

En el baúl de las cosas auténticas y especiales, un mago sacó un puñado de talentos, por un rato los contempló con ternura mientras les susurraba en un lenguaje extraño, luego extendió su mano y dejó caer un polvo reluciente con colores hermosos, que formaron una nube y se dirigieron hacia la tierra…

Es un hombre de mil laberintos. Complejo y sencillo a la vez, que trata de persuadir al emisor con su bien dotada retórica, sabe qué palabras usar y qué verbos omitir. Por fuera refleja la triste pintura de un adulto, abnegado a su trabajo y amante de su profesión, esclavo de lo superfluo. Un superhombre con complejos de un niño.
Es único y él lo sabe. Le gusta saber que tiene el control, o al menos así lo cree… En sus palabras mudas se trasmuta una lejana visión… la capté al instante y me relataba algo muy simple y textual: su corazón grita por algo de comprensión, esa misma que ha buscado siempre y aunque creyó encontrarla en algún rincón de aquella cueva que llama “su mundo”, la confundió con compañía y algo de confort.
El paisaje más perfecto, el vino más selecto o la mujer más virtuosa no pudieron darle la felicidad que le provee su libertad, tanto así que se volvió un triste prisionero de la rutina y lo que un día deseó y añoró lo perdió precisamente por buscarlo.
El ambiente salvaje y exótico de su caverna lo obligaron a usar las quimeras y los enredos locuaces como su recurso más urgente -y el más efectivo- para obtener lo que quiere y persuadir a la presa.
Sin reparar mucho en sacrificios y con la extraña capacidad de convertirse en sordo cuando percibe un reproche, recibe con vanidad la corona de embustero, en sus adentros se ríe pues sabe muy bien que los trofeos y las mieles del éxito -que por momentos disfruta-, son la mísera suma de todos los errores y los desdenes malogrados en el camino.
En su osado espíritu, el remordimiento está escondido pero infestado de culpas y “hubieras”…, la vanidad, tan simpática como insolente, se refleja en su sonrisa y en sus pupilas, pero la presunción no lo condena, al contrario juega a su favor.
Es la puesta en escena de su vida, el concesionario no cobra muy caro pero los impuestos y las otras facturas han truncado un poco los ideales de aquel joven rebelde y curioso que un día fue y que al “hombre maduro” hoy le gusta recordarlo con honda nostalgia, aquellos sueños de pulpería que son tan valiosos, que cuestan dos centavos y los que tratar de alcanzarlos cuesta una fortuna, son un verdadero lujo.
 El escenario accidentado de un suspicaz y apuesto mozo que precisa en la mirada de una doncella un gesto comprensivo y unas manos de andamio donde pueda depositar sus pesares y todas esas locas ideas que el parlamento vetusto no aprueba y que califica de idiotas las intentonas de querer cambiar el destino de ese paraíso maldito donde las personas, comen, respiran y viven de la injusticia.
Un idealista un tanto realista que cree en el amor pero duda de su inmortalidad.

Uno de esos talentos que soltó el misterioso mago, cayó por fortuna en un recóndito lugar donde precisan de sus ideas, donde urgen de sus laboriosas manos y donde requieren la fuerza de su corazón sincero.
El mago estuvo consciente que los talentos no son perfectos, pero si saben descifrar las huellas que le dirigen hacia su camino, pueden hacer grandes cosas más de las que se imaginan.

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