No quiero sonar como esas personas que hablan del clima
porque no tienen nada que hablar, pero tengo que hacer una alusión a tal regalo
de la Naturaleza que no se presenta muy a menudo. No sé por qué tengo la
sensación de estar escribiendo como una poeta frustrada.
Estoy sentada en el corredor de mi casa, alimentando a un
conejillo de indias que no sé si será hembra o macho pero por nombrarle le
pusieron Mr. Kipling… el animalito no molesta más que por comida y para que lo
saquen de la jaula de vez en cuando, le gusta que le soben su pelo largo y
sedoso, se queda dormido como un gato cuando lo acarician. Este conejillo me
recuerda a un entrañable amigo… en fin, este peludo (la mascota) es mi única
compañía. Mi absoluta e irrevocable compañía. No sé para quien será más triste, si para él de tenerme a mí, que nunca le hablo bonito, o el para mí, que no habla ni siquiera para insultarme.
He llegado a la conclusión de que todo ser con complejo de
artista, le obsesiona hablar de la soledad. Habla tanto de ella como si fuera
el yin y el yang de las emociones, por ratos es tu mejor amiga, por otros
tantos, se convierte en tu peor pesadilla. Y no es mi intención hablar mal o
bien de ella, porque no terminaría de describirla, porque al final no llegaría
a nada. Para mí es solo una prima lejana, que me visita casi a diario, pero ya
estoy harta de verla.
Porque la soledad no es solo parecer patética estando alimentando
a un animal que ni sabe quién soy, ni entiende lo que le digo, solo se
deja llevar por los instintos, pero… ¿y no somos así todos? Animales cuya razón
sale a brillar solo cuando le conviene. A mí no me ha convenido todavía.
Este mes lo empecé con una especie de energía que me gusta. Me
dan ganas de correr y corro media hora. Me pongo a bailar como loca en mi
cuarto, salsas y merengues viejitos, pero con lo más nuevo de Riahanna o Ciara,
dependiendo mi humor. Y después mi cuerpo aunque adolorido, lo agradece, pero
mi mente lo reciente. Y me encierro en una burbuja en la que ni yo me siento
cómoda. Y mi familia me dice que me extraña. Pero dentro de mi incomodidad me
siento bien.
He comido todo lo que he querido, no me interesa hacer dieta ni de privarme de cualquier antojo, excepto los sexuales. Estoy bien, portándome bien, aunque otros los miren mal, (so sorry), no me guardo para nadie, aunque tal vez sí. Pero me doy el lujo de rechazar a ese por el que años atrás daba la vida por un besito suyo. Cuando te dicen que la vida, da muchas vueltas, creelo...
Sé muy bien que la televisión, los antojos, los dulces, el
ice cream y el vino algún día se acaban, o lo que es peor, abundan, pero
empezarán a ser dañinos, así que por mientras los disfruto un rato. Siento que
algo muy bueno está por venir. Y digo bueno, porque siento que lo peor ha
pasado ya. En seis días cumpliré otro año, un año más, “otro que nos cae”, dice mi tia-abuela y yo
sigo sin aprender de la vida. Solo voy acumulando vivencias, escribiéndolas para
que las lea sabe quién.
Tratando día a día de llevarme mejor con esta maldi-bendita
de mil putas que le dicen SOLEDAD.