“No sé que diablos me hizo que no me lo puedo sacar de la mente”, pensaba Andrea tirada en su cama viendo hacia el techo. “Tengo que dejar de verlo”, se repetía una y otra vez mientras comenzaba su noche de insomnio. Su tema favorito para pensar todas las noches: Sebastián García, su amante desde hace ocho meses, el hombre que le ha regalado los momentos mas felices e infelices de su vida.
Todos los días reconstruía el momento en que lo conoció.
¿Qué pudo haber hecho para evitar conocerlo? Y al mismo tiempo agradece a la
vida por haberlo puesto en su mismo camino.
Fue un mal día de octubre cuando Andrea estaba con sus
amigos en un bar, con varios tequilas en la conciencia, con su cigarro
mentolado en la mano y su cuerpo moviéndose al son de la música. Era la noche
perfecta, era la vida perfecta hasta que su mejor amiga le presentó al culpable
de todos sus tormentos.
Al principio le pareció un tipo común. Sin grandes
atractivos, algo mayor y hasta lo miraba con ojos de desconfianza por la manera
en como le hablaba, como si la conociera de tiempo atrás.
- Tiene un pelo espectacular, bueno toda Usted es un
espectáculo completo.- le dijo Sebastián viéndola de pies a cabeza.
A Andrea le pareció muy atrevido el cumplido y se limitó a
darle una sonrisa en vez de agradecerle el piropo y siguió bailando
provocativamente ante la mirada vigilante del admirador que recién acababa de
conocer.
Desde el primer momento el no escondía su deseo de poseerla.
No lo disimulaba. La miraba de pies a cabeza como si la estuviese estudiando de
a poco. Andrea se percató de ello y en vez de enojarse cada vez se intimidaba
más ante la mirada insistente de ese hombre trigueño y fornido que bebía Wiski
e ignoraba la plática de sus amigos para no perder detalle de su próxima
conquista.
Al día siguiente ya hablaban por teléfono como viejos
amigos. Sabe Dios como se las ingenió él para lograr que ella no lo mirase con
ojos desconfiados y hasta le aceptó una invitación para llevarla a cenar.
- Me encantas, siento que te conozco de toda la vida, ¿has
sentido eso por alguien?.- le decía Sebastián mientras le agarraba la mano.
- No, jamás… - le respondió Andrea aunque sabía bien que
mentía. Estaba totalmente deslumbrada por ese hombre.
Sebastián sonrió como si adivinara sus pensamientos, como si
supiese que la tenía loca por él. En tan poco tiempo se fue ganando su
confianza. Ella le contó esa noche toda su vida. Sus amores fallidos, su amor
al arte, a los perros y al shopping. Él la observaba callado y sonriente, parecía
como estar disfrutando lo que escuchaba.
Pero cuando le tocó hablar sobre él, cambió el semblante.
- Quizás no quieras volver a verme después de lo que te voy a
decir.-le dijo en un tono serio, ella se imaginó lo peor… y sí era lo peor.
- Estoy casado. Prefiero que te enteres por mí y no por nadie
más. Tampoco quiero mentirte. Soy sincero. – le decía hasta que Andrea lo
interrumpió.
- Quiero irme a mi casa.- Sebastián no trató de convencerla e hizo lo que ella le
pidió.
Pasaron días pero ella no le contestaba el teléfono ni los
mails. Estaba realmente asustada. Nunca en su vida planeó meterse con un hombre
casado, venía de una familia unida y siempre criticaba a las mujeres que
destruían hogares pero por otro lado estaba esa química que sentían entre
ellos, ese deseo mutuo de quitarse la ropa.
Pero hay cosas como el amor que ni la conciencia ni la
fuerza más grande de la tierra pueden domar. Él ya se había instalado en su
cabeza así que decidió llamarlo para verlo. El aceptó gustoso y pasó por ella
para ir a cenar. En cuanto ella se subió al carro y vio sus hermosos ojos le
valió un comino su estado civil; le latía el corazón a mil. Él también parecía
nervioso pero estaba sonriendo como siempre.
- Te voy a explicar todo… no tengo hijos, me casé hace un año
pero mi matrimonio es un total fracaso, no soy feliz…. Yo…
- No quiero explicaciones y tampoco mentiras.- le interrumpió
ella. - Solo besame…
Él se quedó sorprendido y accedió feliz a sus deseos. Se besaron
como dos lobos hambrientos. Ella rozaba su cuello y aspiraba su tenue loción,
él no andaba con rodeos y de una se fue a su zona sur, metió su mano bajo la
falda de ella y empezó a conocerla mejor… no les alcanzó el tiempo para ir a otro
lado, hicieron el amor allí mismo, con los vidrios empañados, con los gemidos
de ella, con la excitación de él, pareciera como si fuesen amantes de una época
pasada, sabían que hacer y que no, sabían que le gustaba al otro, era perfecto.
Y después de esa noche llegaron muchas más pero cada vez
había más pasión, más ardor, más dolor. Ella odiaba la idea de tener que
compartir al hombre que la volvía loca, se culpaba terriblemente por meterse
con un hombre comprometido y por días terminaba su relación con él. Salía con
otros hombres para poder olvidarlo pero era peor. Cuando él se enteraba que
besó a otro tipo, se ponía enfermo de celos, la buscaba embravecido, tocaba la puerta
de su apartamento con la idea de encontrarla en los brazos de otro para
matarlos a los dos. Pero siempre estaba sola, como si lo estuviera esperando. Él
la miraba y se olvidaba de cualquier pensamiento asesino. Se la comía a besos,
las peleas de reclamos por parte de ella y advertencias por parte de él
terminaban en largas sesiones de sexo y placer… cada vez, ambos se volvían más
obsesivos, cada vez se hundían más y más en una pasión adictiva.
Todos los días Andrea volvía a su casa con el temor de
encontrar en su puerta a la esposa de Sebastián, o ver un mensaje de ella o una
bomba escondida entre sus plantas. La culpa es terrible, por eso le terminaba
todo el tiempo, pero siempre le ganaba la pasión, no hacía el mínimo esfuerzo
para resistirse a los besos de su amante. Besos agridulces que la hacían tocar
el cielo y vivir en el infierno a la vez.
Andrea no sabe en qué momento permitió que todo esto pasara.
Le ha puesto un ultimátum a Sebastián: que deje a su mujer o se olvida de todo.
Ya han pasado tres meses que no sabe nada de él. Andrea tiene la ligera impresión
de que él se decidió por ella, en el fondo sabe que no la abandonará, pero
tampoco dejará a su esposa y por eso se siente la peor persona del mundo.
Ya darán las 2am
sigue sin concebir el sueño. Después de repasar su vida los últimos
meses, le gana el corazón y se olvida de cualquier pecado, agarra su celular y
escribe un mensaje de texto: “Te extraño, te quiero ver.” No pasaron ni dos
minutos cuando él le respondió: “Yo también te extraño, mañana paso por vos a
las seis.”
CONTINUARÁ…