Esta mañana me dio por ir a tomarme un café con mi
computadora. Quise aprovechar un poco del tiempo libre para escribir un relato
que he andado desde hace unos días en la cabeza. Para hacerle honor al cliché,
me fui a uno de esos lugares hipsters, con un café pasable y un budín de limón recién
horneado. Noventaitrés pesos y cincuenta minutos después, solo había logrado escribir
tres líneas.
Recurrí a la vieja técnica de bosquejar en otra pagina lo
que quería decir, pero me enredé en tornillo de palabrerías sin sentido que ni
si quiera yo entendía. Me regañé, me desairé y me emputé. Me distraje un rato en
la “vida real”, me terminé ese capuccino anodino y como si le estuviera insistiendo
a un amor, me puse seria y me concentré en escribir.
Terminé el párrafo y me detuve. ¿Qué mierda te pasa? Leete. Estás
escribiendo como cuando tenías dieciocho. No, miento, cuando tenías dieciocho
escribías mucho mejor que ahora. Nada te inhibía, todo era escribible. Cero pretensiosa.
Ahora sos un ramillete de muros y dudas. Comenzá de nuevo.
Borré todo y empecé otra vez. Recordé la semana pasada
cuando estuve tratando de escribir una reflexión para una clase. Tenía mil
ideas para comenzar, escribí un párrafo y me gustó tanto que no quise cagarla
escribiendo un segundo que acabara con mi optimismo, pero lo tenía claro. Sin
embargo, este relato de mierda que me anduvo siguiendo día y noche, no se dejaba
escribir.
Claro, no es igual redactar un examen final sobre el papel
de América Latina en la formación del mundo moderno que describir a una persona
que no te agrada y de la que poco te acordás. En otro momento sería más fácil
escribir el pinche relato y dejar que el ensayo te aturda del todo la psiquis.
Empecé a ahogarme en la autocompasión: es la tos. Es el
cansancio. Son los estragos de la goma. Es la falta de sexo que no te lleva
suficiente sangre al cerebro y no te deja fluir las ideas. Es el estrés de haber dejado, tu país, tu familia, tus amigos, tu
vida. Es todo menos tu mediocridad.
Escribí casi el mismo párrafo anterior, cuidé mi excesiva, maniática
y desfachatada maña de usar tantos adjetivos... y me sentí exhausta.
Más allá de sus gestos
torpes, su tartamudeo ocasional y su evidente inseguridad física, me agradaba su
manera elegante de caminar. Moviendo el culo de un lado a otro, exponiendo su
cuello de lora, cantando siempre, realzando la cabeza como si fuera la reina de
su propio mundo. Tenía un cierto rastro de oscuridad y crudeza en sus palabras pero
su casi imperceptible voz daba la impresión de un alma dulce y comprensiva que
rompía de golpe con sus rimbombantes carcajadas de bruja medieval.
Ese no puede ser un principio. Tal vez ni
siquiera se parece a quien quiero describir. Es que me cuesta observarla ahora
en mi cabeza. Pasé casi un año al lado de ella y simplemente dejé de observarla.
De ni siquiera interesarme en darle los buenos días. ¿Cómo voy a detallar con
exactitud?
Tenía la urgencia de escribir algo coherente. Me pegaba en
la frente, me desacomodaba el pelo una y otra vez. En frente tenía a un viejito
leyendo el periódico que por momentos me decía “¿eh?”, porque creía que le
estaba hablando a él. Creo que nunca me había costado tanto arrancar a escribir.
Empecé por disparar palabras para llenar los espacios. Y me tropecé con un
chapsuy de ideas que llegaron a cualquier otro puerto menos al mío.
En parte, gracias ella
creo menos en esa premisa absurda del feminismo que te dice hay que apoyar,
aceptar y querer a todas las mujeres por su simple condición de mujer. No me
jodan con eso, en este mundo de impares así como hay malos hombres, también han
existido, existen y seguirán existiendo mujeres de mierda.
Ya basta de escribir lo que pensás, tu desprecio, tu sarcasmo, tu falso desinterés hacia la vida. ¡A nadie le importa, carajo! Sólo ahorrate los rodeos y escribilo exactito como lo tenés en la cabeza. Sin tanto adorno ni barnices. Sólo escribí, por la concha de la lora, escribí.
Me sentí frustrada. Guardé mis cosas y me fui. De camino a
casa venía pensando en que quizás no era un relato ni un ensayo alegórico al
ego que debían ser escritos como todos los demás, o sólo era mi superyó
tratando de evitar que tocara susceptibilidades ajenas, o tal vez solo estoy
cayendo en cuenta que hace tiempo me puse la camisa de escribidora, esa que se
acomodó en la cueva de crear “cuando sobra el tiempo” o escribir porque es
necesario liberar espacio. Esa maje a la que ya casi se le olvida ese impulso
primario que es escribir.
Tal vez la vista de villadela era mas inspiradora!! o tal vez el agujero de humo que envuelve tu antigua capital hacia que el enredo de palabras fuera mas caudaloso... pero esa esencia de escritora, que desnuda las palabras tal y como son y lo que representan... no la pierdes.. Recorda loca luna con una amiga colocha y un enano que te desnudaba con la vista!!
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