Casi todos los días salía de trabajar a esta hora. En la
playlist lo mismo de siempre y a todo motor. Me desabotonaba la camisa y los
jeans para no sentir tan pesada la próxima hora de tráfico. Casi siempre me iba
despacio al cruzar el puente para sacarle una foto al atardecer. Iba pensando
en lo que cenaríamos esa noche mientras Adele se desgarraba el galillo y el
taxista chuco de atrás me hacía ojitos para darle la pasada. Estaba loca por
verte. Tanto que olvidé lo bien que se sentía llegar sola a casa después de
correr seis kilómetros, prepararme cualquier cosa, ducharme con agua fría y tirarme
exhausta a la cama.
Cuando llegaste no solo cambió mi horario. Me creció la
panza, la refri se puso más llena, descubrí que tenía una cocina y un comedor
escondido entre la alfombra de yoga y las cortinas rosadas de la sala, esas que
quitaste porque dijiste que eran muy claras. Tan pronto como te sentiste cómodo
quitándome mi lado de la cama, yo me fui acostumbrando a dormir en tu pecho y a
rodearte con mi pierna. Vos te dedicaste a roncar y echarme pedos. Hubo noches
en los que deseé tirarte al piso de un codazo pero extrañarte era peor cuando
decidías quedarte en tu casa.
Me has faltado todas las noches desde que me fui, me faltás en
aquella especie de cueva donde sólo existíamos los dos. En los atardeceres que
se filtraban en la ventana, ya no puedo recordar cómo eran en ese espacio antes
de vos. Pienso en aquel cuarto y te pienso a vos. En tu cara de loco tratando
de explicarme una de tus teorías filosóficas-esotéricas que sólo vos entendés. No
recuerdo si alguna vez te lo dije, pero a veces ni siquiera te escuchaba por
estarte viendo los colochos que se alteraban según tus gestos. Están esos días tan
cercanos que puedo cerrar los ojos y ver todo ahí, en su lugar. Nuestra ropa
tirada y revuelta por todos lados. Tus collares, el tabaco, la moña y el encendedor
en el anaquel. Mis quijadas entumecidas de tanto reír, mi celular en el piso, vos
con tu falda y tu complejo de perro correteándome para atacarme a mordidas. Tus
duchas de agua hirviendo, tu estúpida broma de pararte en la puerta del baño
para verme cagar. Tu expresión diabólica cuando pelábamos, tus tortillas de
quesillo con blue cheese. Todo sigue ahí, intacto.
Éramos los dos, sólo los dos y nadie más en ese cuartito, ahí
metidos, quitándonos el tiempo, intercambiando fluidos, recuerdos y tantas
cosas más.
Así quiero tenerte, así voy a recordarte. Sintiéndonos felices
y en casa. Como aquella noche que llegamos por asalto a una morada en pleno
monte. Todo se miraba clarito por esa enorme luna. A penas y nos conocíamos
pero nos desnudamos en todas las formas y en todos los sentidos. Después nos
hicimos el amor con la misma fanfarria y dulzura que se mira en esas novelas
venezolanas de tu época que fijo viste y hoy no querés admitir.
Te amo. Y aquí no hay peros, ni hay llantos, ni reproches. Te
amo y yo sé que vos me amás. Aunque no estemos ni seamos. Aunque por ratos nos
tiremos balas envenenadas que se deslizan después entre tanta miel y
cursilería. Hoy sólo te traje hasta este frío de mierda que ya me va acostumbrando
a estar sin vos.
Te he extrañado cada día, pero nunca como hoy. No así con tanto
desespero. Tanto que ya me aburrí de sentirlo. Tanto que ahora la ausencia
empieza a enseñarme nuevos caminos. Esos donde ya no te veo esperando ni sonriendo,
pero siempre ahí.
Mi loco de mierda, mi amor, mi Jon Snow -versión piel canela-.
Si te vuelvo a decir que te extraño es porque es cierto. Creelo porque tal vez ya no lo diga más. Quizás en una realidad alterna todavía estemos dormidos,
cenando baleadas o una de tus deliciosas brusquetas, agitados y sudados, viendo
algún atardecer en aquella cueva. Midiéndonos a ver quién es más ridículo. Mientras
tanto te abrazo y te beso desde un cuartito helado en el fin del mundo. Esperando
verte pronto para ahogar tantas ganas o para despijarnos como se debe, con una
cerveza, un porro y una cogida.
Y si no, pues para no hacer más drama, espero al menos encontrar
una técnica efectiva para no pensarte tanto y continuar en mis cosas, leyendo,
caminando, descubriendo, peleando con oficinistas públicas, cualquier cosa que
me prohíba escribir boludeces como
estas.
Te amo, mi corazón.
Hasta siempre.