Por lo general siempre es
invitada, –no es mi caso- y después no hayás como correrla del cuarto. Hay veces
que llega como intrusa, autócrata, insolente a sentarse a tu cama. A verte con
esa cara malévola que tienen los que disfrutan el dolor ajeno. La abstinencia
es así de impredecible, así de fregada, así de buena maestra.
Todavía no estoy en la etapa de
la tembladera y las uñas comidas. No tendría pisto para hacer cita en alguna clínica
para obsesivos, por eso escribo. Pero vení, mejor contame vos, ¿a qué sos
adicto? ¿A la mota, a la coca, a las pastillas, a la piedra, al ron, a la
fiesta, a los asados, al café, al sexo oral, a las locas, a los orgasmos, a la
comida, a las historias imposibles, a las modas, al tabaco, al amor? Lo sé, te
encanta todo lo que destruye. ¿Y qué le vas a hacer?, si es terriblemente
delicioso.
Cada vez que nos ponen una
tentación en la cara, conocemos el paraíso, por eso quedamos enganchados. Por cucharadas
he aprendido a no juzgar a nadie por sus adicciones, a menos que me estén
afectando a mí. ¿Te preguntaste alguna vez si tu adicción jodió a alguien? Yo nunca, porque soy egoísta. Porque en mi
adicción nunca he pensado que mi droga le haga mayor daño a otro del que me
hace a mí. Y si me han reclamado, no he sabido escuchar. Y es que también está
la adicción más funesta e incomprensible de todas, al sufrimiento.
¿Por qué nos encanta vivir
jodidos? “Si no estoy jodida, no estoy en onda”. Tan absurdo como se lee. Hay quienes
nacieron creyendo que su estado natural es vivir jodidos y jodiendo a los
demás. Más que un hobbie, un estilo de vida, la quinta necesidad humana.
Por suerte y por tacaña nunca he
sido adicta a las drogas tangibles, pero he de admitir que la María es otra de
mis mejores amigas, que solo busco y llega a mí por mera casualidad o cuando de
repente me pegan esos anuales ataques de insomnio.
Mi adicción va más allá de tocar
fondo cuando te encuentran tirada en una cuneta o cuando por poco te matás
ahogada en tu propio vómito –saludos Amy, hasta el cielo-. Es más fuerte que
empeñar los relojes de tu padre o aspirarte todo el sueldo en tres días; quizás
sea una de las más absurdas y fatales de todas: soy adicta a enamorarme de
puros pendejos.
No es otra más de cartas de
desahogos, llena de rencores y señalamientos. Es mi “primer paso”, como dicen
los psicoloquitos. Estoy admitiendo mi adicción. Estoy en proceso de
desintoxicación, no me prejuzgués ni te pongás adusto o chistoso. Tampoco es
fácil aceptar que tenés un problema por más pinche que sea. Y más cuando te
causa síndrome de abstinencia.
Hay domingos como este en los que
me quedo largo rato en la cama analizando las cosas. Y hoy hice una introspección
profunda de porqué a las personas les gusta autodestruirse y pues no tuve de
otra que empezar conmigo. Repasé mis relaciones, mi paso fugaz con la nicotina, mi
amor excesivo por las baleadas y los postres, el sexo mañanero, las películas
depresivas, la depresión como tal, puras cosas normales pues. Pero nunca me
puse a ver antes que si me tropecé con tanto idiota en mi primer cuarto de
siglo, nunca fue la culpa total de ellos, -decile a mi ex que ya no se mortifique,
por favor-. Es ese recurrente afán de acumular amores intensos dentro de la ya
catastrófica realidad en la que vivimos, me llevó al hábito de enamorarme de
personas equivocadas, sin percatarme que la más equivocada era yo.
Es un acto inconsciente pero que
al cabo de varias decepciones, llama tu atención. El nivel de daño es relativo
al nivel de pendejéz del individuo, entre más imbécil, más letal. Lo mismo pasa
con la edad. Pero en realidad no te das cuenta o no te importa. La adicción
actúa justo cuando decís “él es diferente, con este sí”, y ¡pum! El vergazo.
No es con los años que te volvés
más madura, es con las caídas de las nubes que te has dado. Entre más alta la
nube, más fuerte el chichote y también la lección. Precisamente por la incapacidad
de apuntar las lecciones en mi cuadernito harapiento, es que la sigo cagándola
y cada vez más bonito, con tal estilo.
Dale, tampoco es para que te
estés burlando. Te repito que no es fácil. Tengo más de un mes sin coger y sin
fumar. Estoy parada entre la frontera de la pureza y la pereza. Me da una
tremenda modorra solo el hecho de pensar en ponerme un poco de maquillaje,
aplacarme el pelo, hacerle ojitos a uno de esos boludos argentinos que se creen
apolos reencarnados, llevármelo a la cama, pedirle un porro y poner al horno otro
melodrama superfluo e internacional.
Prefiero abstenerme. Seguir comiendo
toda la pizza y todo el pan que pueda comprar con mi reducido presupuesto. Seguir
con la sentadillas, estiramientos y abdominales del Youtube. Seguir con las
películas de Campanela y las exhibiciones gratis de arte. Con los teóricos
faltos de cariño que me cuesta entender, con la posibilidad de ahogarme en
libros y aventarme del abismo o hacia el abismo.
En mi sobriedad estoy segura que
esto es mejor a volver a recaer en el ciclo. Que muy adentro se siente de maravilla
la tranquilidad que provee la soledad, aunque choque y te piquen las manos por regresar
al drama. Por mandarlo todo a la mierda y volver a sentirte en ese estado de
completa enajenación. Por un instante titubeás, pero lo bueno de la distancia
es que no hay alternativa. Volvés a vos, pegás un suspiro y le subís volumen a
la música. Es sólo otro síntoma de la abstinencia, todavía falta lo peor. Borrás
toda esta mierda, te parás de la silla y empezás a mover el culo como la
española del video, todo sea por la rehabilitación.