Mientras fingía escuchar atentamente al pobre Julio, me
concentraba en la rubia que estaba sentada justo enfrente de nosotros. Había
llegado hace unos minutos. Estaba sola pero claramente me di cuenta que
esperaba a alguien. Era muy guapa y vestía casi a la perfección. Muy
maquillada, el pelo liso impecable, de corte al hombro, era de esas rubias a la
fuerza que se ven realmente bien. Le calculé unos treinta y pocos.
Constantemente revisaba su iphone,
parecía estar un poco nerviosa, supuse que esperaba a un hombre, quizá a su
chico. Esperar por alguien… ¿A quién no la he pasado?
Julio seguía hablando, pero esta vez de sus aventuras
sexuales lo mismo de siempre, diferente persona, pero mi atención estaba
volcada a la rubia. Llegó al mesero a pedirle la orden, alcancé a escuchar
decirle al joven que esperaba a alguien más, le pidió que regresara en unos
minutos. Julio me pregunta, ¿a quién miras tanto?, a esa rubia, creo que la
dejarán plantada, le contesto. Hace un gesto como de “I don’t give a shit”, y
prosigue a hablar de cosas húmedas y prohibidas. Yo en mi interior lo sigo
ignorando, la rubia y su espera está más interesante.
Pasaron unos 20 minutos. No dejaba de peinarse con los
dedos. Se paró dos veces para ir al baño. Me imagino que para retocarse el
maquillaje. Debía de ser alguien importante para ella. El mesero regresa y le
pregunta nuevamente si quiere ordenar. Ella se rinde y pide algo. Seguro su
cita se tardará un poco más. Noto su cara de desencanto y no puedo evitar
sentir pena por ella. Sentir la ilusión de arreglarse linda para alguien,
esmerarse por lucir bien, depilar tus piernas y todo lo demás y aun así lograr estar a tiempo es un arduo trabajo
que ningún hombre jamás, JAMÁS, reconocerá. Pero es inevitable, imposible y una
batalla perdida saber identificar a los imbéciles y sobre todo tener el poder
de no aceptar salir con ellos. Pero, ¿a quién no le pasó alguna vez? A mí todo
el tiempo, por eso siento compasión por esta pobre mujer.
El mesero que supongo, que al igual que yo sabe que dejarán
plantada a nuestra amiga, le llevó una Sprite con un vaso con hielo. Quizás él
pensaba igual que yo. Que terminaría humillándose y por ende yéndose a la casa
de su mejor amiga, a tomar vino o vodka, a hablar mal de ellos y después llorar
sin consuelo y preguntarse una y mil veces “¿¿Cuándo, CUÁNDO, conoceré al
indicado?? ¿Decime, Juanita, será que hay algo malo conmigo?”, y la amiga, tan
fiel y mentirosa como son todas las mejores amigas mujeres le responderá, “No
hay nada malo con vos, son ellos que se pierden a una mujer tan bella,
inteligente, autosuficiente…” bla, bla, bla… cuántas veces no hemos escuchado
eso.
Pero ese no sería el final de la noche de aquella rubia chasqueada.
Julio seguía hablando. Ahora retomando su odio para su jefa. Para que no se
sintiera tan ignorado le conté como iba la novela. Pero siguió sin interesarle
el asunto, él lo que quería era hablar y
hablar. Y mientras yo finjo que lo escucho, él es feliz desahogándose,
yo soy feliz de observar a esa mujer y los dos disfrutábamos de una amena
compañía.
Al rato, cuando el vaso de hielo con Sprite iba casi por la
mitad, llegó el susodicho. Justamente como me lo imaginé: guapo, cara de
haberse cogido a todas sus compañeras de colegio, a la mayoría de la
universidad, y una que otra colega del trabajo. Alto, trigueño, fornido delgado,
con sonrisa de ‘yo me tiro a cualquiera’.
Ella inmediatamente cambió su expresión de tragedia a
felicidad total. Lo recibió con un gran abrazo. Parecía no haberlo visto en
mucho tiempo. Él se disculpó, no escuché la excusa pero seguro no era real y
tampoco se esforzó para que lo pareciera. Mi amiga rubia la creyó al instante. A
juzgar por sus manos en su brazo y sus ojos muy atentos a cada gesto del Mr.
Moreno Sensual. En realidad no la culpo, él era realmente atractivo… ¿A quién
no le ha tocado perder la cabeza por un hombre de manos grandes y boca
perfecta?
Hablando de manos, no me había fijado en… ¡ajááá! Ya me lo
imaginaba. Un gran anillo redondo de oro en su dedo anular… hijo de su madre. “¡Está
casado!”, le digo a Julio para que me acompañe en la ofensa. “Ya dejá de estar
viendo a la gente, no seas ridícula, ¡stalker!”. Definitivamente Julio no es
buen cómplice de aventuras de este tipo. Pero esto se ponía cada vez más
interesante. Lo que quedaba era tratar de escuchar lo que hablaban pero era
imposible por la música, por la gente hablando, riéndose, chocando copas,
sacando cervezas de las cubetas, Julio tirando veneno para su ex jefa Pazuzu. En
fin. Lo único que quedaba era seguir observando y tratar de leer sus labios.
Lo más curioso era que ella nunca sospechó que yo la
observaba desde que llegó. Quizás está acostumbrada a que todos la miren, hasta
las mujeres. Pero cuando el Mr. Big Hands Sensual Infiel percibió mi mirada insistente
hacia su mesa, se sintió incómodo, se sentó en otra silla, a manera de quedar
de espaldas y taparme todo el escenario. Él le comentó algo, ella volteó su
cara hacia mí, de alguna manera me sentí descubierta, le sonreí de la manera
más amable posible, enviándole un mensaje subliminal de “no seas pendeja, salí
corriendo”, pero ella no me devolvió la sonrisa, quizás pensó que le estaba
coqueteando a su amante, o peor, tal vez creyó que era amiga o conocida de la
esposa de su amante y le iría con el chisme.
Las mujeres podemos ser tan
creativas a veces. Pero bueno… es parte de ser mujer, ¿no?
Ya mi obra teatral de la vida real estaba esfumada. Ya no podía observar bien. Solo dos cabezas moviéndose. Risitas a escondidas. Vi que el mesero que al igual que yo, no le pegamos a la Loto, les llevó dos copas. No tengo idea que bebida era. Julio ya quería irse. Pero yo quería ver el desenlace. “Otra cerveza más y nos vamos.” Lo convencí.
Mr. Sexi volteaba a ver de reojo. Maldito paranoico. Típico de
los corneadores. Piensan que son vigilados por todo el mundo. Al ratito ella se levantó, se dirigió al baño.
No la volteé a ver, me daba un poco de vergüenza. Me concentré en Julio, hablábamos
trivialidades. El esposo infiel, le pidió la cuenta al mesero. Ella regresó del
baño y sin sentarse tomó de un solo sorbo el resto del trago. Él hizo lo mismo.
Estaban listos para irse del bar. El tipo fue a caja a pagar antes de que
regresara el mesero. Ella agarró su bolso y su celular. Mientras esperaba de
pie, justo enfrente de nosotros a que llegara su hombre. –Su hombre a medias.-
Todavía recuerdo como lo observaba desde lejos, tratando de
disimular un poco, ante el mundo y ante ella misma. Sabía que no era el hombre
para ella. Pero lo miraba con amor, con deseo verdadero. Quizás intentó
terminar con él de todas las maneras. Quizás pasaron semanas y meses pero de
alguna u otra manera siempre vuelve a caer… Bueno, supongo que es algo que nos
ha pasado a todas, ¿no te pasó alguna vez?
Don Guapo regresó, puso su mano derecha discretamente en la
cintura de la rubia para dirigirla a la puerta. Después de todo los patanes son
los más caballerosos… y no importará cuán bonita, cuán inteligente y cuán
astuta seas, en algún momento, o en muchos momentos de la vida, te terminarás
yendo del bar con el hombre equivocado.
Siempre, siempre, las mujeres prefieren a los hombres equivocados... es inevitable.
ResponderEliminarHe dedicado tiempo a leer tu blog. y vaya que requiere de tiempo, porque cuando te pones a escribir, no escatimas...
ResponderEliminarEres la primera hondureña que conozco (por internet, of course), y me resultas sorprendente. Sorprendente al grado de querer leer todo lo que has escrito (bastante me falta aún), y al grado de querer que sigas escribiendo, para poder leer más...
Muchas gracias, no quiero pecar de modesta pero seguro hay personas que escriben mucho mejor que yo pero no se atreven a publicar. Nuevamente gracias por leerme cara triste - :( -
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