Había una vez un país donde la mayoría de su población era
pendeja. Pero no era pendeja a propósito. Les había costado cientos de años,
decenas de presidentes y miles de capítulos de novelas mexicanas para serlo.
Era un país en donde
los maestros y maestras de la clase de Historia enseñaban a sus alumnos que la
Colonia Española fue, es y será por todos los tiempos la culpable de su
mediocridad, de su conformismo y por ende, culpables de su absoluta idiotez.
Eran tan pendejos que regían su vida bajo el yugo de la
religión. Les mojaban la mollera a los niños porque nacían pecadores, daban
cabalmente el diezmo el domingo en las iglesias para borrar las faltas de la
semana. Eran borregos y siervos fieles de un dios que castiga, que maldice y
que manda al infierno a quien se porta mal.
Era un país tan incompetente y poco visionario que creían
que para tener mucho dinero y salir adelante habría que ser narcotraficante,
político o pastor de una iglesia.
Les daba igual todo. La indiferencia estaba por encima de la
bondad de cada persona. No les importaba el vecino. No les importaba si la gente
del interior tenía qué comer, si tenían el plato de comida esa noche en la
mesa, el mundo valía un pito. El mañana era incierto, por lo que solo les
importaba su propio bienestar. Aunque tuviese
que matar, que robar o mentir. La panza valía más que la consciencia.
Era un país de dormidos, de conformistas y de inconscientes.
De pobres y de ricos, donde los pendejos pobres consumían como millonarios y
los pendejos millonarios les robaban a los pobres. Iban como un rebaño cada
cuatro años a las urnas para elegir al presidente, al Pendejo Mayor.
Los presidentes, en realidad no eran pendejos porque
querían. Tenían toda una cúpula de poder, que les dictaba sus obligaciones, algo
que estaba más allá de sus intenciones, buenas o malas. Por una parte, los
poderosos no eran nada más que los ricos del país, esos viejos feos, narizones
y gordos, que se creían dueños del país, esos que en vez de mierda, cuando
cagaban les salía dólares en billetes de 100.
Por otra parte estaba Gringolandia, que según cuentan,
dominaba (o intentaba dominar) a casi todo el mundo, armando y delegando Golpes
de Estado, patrocinando a los ejércitos de los países para acabar con los
rebeldes, creando guerras y caos en cualquier tierra donde no estuvieran
dispuestos a acatar órdenes. Era el Pendejo-Imperio, pero ningún profesor
hablaba mal de él en las escuelas, al contrario, les enseñaban su lengua, el
english, les enseñaban a celebrar el 4 de julio y el Halloween para que no
perdieran la línea de la estupidez.
Dicen que era un país donde no leían más que el horóscopo del
día. Donde creían que era más importante clasificar a un Mundial de Fútbol que
tener medicamentos en los hospitales.
Era un país de obedientes, que aún con todos sus sentidos,
eran mudos, ciegos, sordos y mancos que asentían a todo lo que el gobierno les
decía. No protestaban y si lo hacían se conformaban con unos cuántos centavos
en el banco. Total era más importante pensar primero en los hijos, por los
nietos y por los biznietos que se preocupen otros.
Era tierra de tontos porque no apreciaban el arte, la
historia, la gastronomía, el medio ambiente, entre otras mil cosas que hoy (en
el futuro) consideramos tan importantes.
También eran machistas, vapuleaban a los homosexuales y a las
personas de libre pensamiento. Legalizaban la portación de armas pero era un
crimen andar un porro de marihuana en el bolsillo. Hubiese sido terrible vivir
en esos tiempos.
Pero siempre habrá esa excepción que da un poco de esperanza,
dentro de toda esa comunidad pendeja, dentro de toda esa escoria de
pensamientos pueriles y cabezas vacías, había una minoría que sintió la
indignación de vivir en soledad en una tierra de gente vana, esa gente que no
sabía que era pendeja y que no tenía toda la culpa de serlo.
Esa minoría quizá era la fuerza pensante del país pero
también eran unos cobardes. No se conformaban, siempre criticaban pero no lucharon,
no se arriesgaron. Pero nadie los puede juzgar si nacieron en país donde te
torturaban y te volaban la cabeza si estabas en contra del gobierno.
Un día, en una fecha tal, de un año tal, un acontecimiento
marcó la historia de ese país de los pendejos. Como el cauce de un río que
llega a su fin. La venda por fin se calló de los ojos para muchos. Derrocaron a
un presidente. Un Golpe de Estado que sirvió de escuela a muchos, para bien o
para mal, existe un parte aguas después de ese día.
La gente salió a las calles, muchos no defendían al
mandatario golpeado, en realidad defendían el respeto y la soberanía de un país
que en el fondo lo sentían en las venas porque era su casa, su patria. Se dieron
cuenta que los Pendejos Poderosos eran capaces de hacer lo que tenían que hacer
para mantener a flote sus intereses políticos y económicos. Importaba un pito a
quien se llevaran en el camino. Lo primero era lo primero. El pueblo siempre
fue quinto.
Hubo una gran parte de esos pendejos que despertaron del
sueño. Se atrevieron a cuestionar todo, a decidir por sí mismos, a pensar en el
futuro y a NO obedecer. A ponerse en rebeldía con el Gobierno que con ayuda de
la iglesia y de los peces gordos, los había tenido agarrados del pescuezo.
Los niños nacían cada ver más curiosos. Cuestionaban todo. Ya
no se tragaban el cuento de Adán y Eva. Querían conocer la verdad. Ya no querían
ser instrumentos. La época de sumisión era cosa del pasado. Los jóvenes cada vez
estaban más conscientes de sus gobernantes. Sabían qué era lo que querían y lo
más importante, sabían qué era lo que merecían.
Les costó años de sangre, dolor y sufrimiento para darse
cuenta de que ser pobre no es voluntad de Dios y que los ricos no son ricos
porque así lo dice la Biblia. Entendieron por fin que puede haber una vida más
justa con la única condición de quitarse la camisa de ignorante.
Ahora los pendejos eran minoría. Seguían siendo poderosos
pero ya no tenían el apoyo indirecto de un pueblo dormido. Ahora estaba más
despierto que nunca. Era el pueblo de los inconformes. Un pueblo que parió su
propia libertad.