Más que mentiras, existen verdades que nos amargan la
existencia. Verdades que solo ellas saben por qué hacen tanto daño.
Una verdad austera es saber que tarde o temprano dejaremos
de existir y nuestros huesos, arterias y músculos serán un simple abono para
esta tierra que cada vez se pudre más.
Una verdad mordaz es tener que vivir creyendo que tu vida
tiene algún sentido y que todo estará mejor, solo para tener la fuerza de
levantarte en las mañanas y ser un robot más del sistema.
La Coca-Cola, las cervezas, la mota y el sexo, son la verdad
que muchos adoptan los fines de semana, la verdad mordaz puede ser muy difícil
de sobrellevar de lunes a viernes.
Hay verdades que desearía fuesen mentiras y hay mentiras que
me conforta el hecho de que siguen siendo mentira.
Hay verdades a medias, hay verdades que son más certeras que
el mismo aire. Hay verdades que se ven mejor vestidas de mentiras.
Una verdad incómoda es cuando un amigo te dice que tenés un
frijol en un diente. Una verdad incómoda y catastrófica es cuando le decís a tu
amiga que viste a su novio con otra mujer.
Una verdad escandalosa es poder decirles a tus padres que no
sos el hijo perfecto, el orgullo de la familia, el niño modelo que ellos mismos
elaboraron y que en su mente idealizaron. El joven que se graduó con honores,
que tan pronto ha logrado mucho. Cómo decirles que en realidad sos ese mismo, a
quien le gustan los hombres, por ratos le gustan las mujeres, pero preferís un
miembro erecto a una vagina mojada. Cómo decirles que has tenido más aventuras
de las que pudo tener Elizabeth Taylor en toda su promiscua vida.
Y también existen las verdades solazadas y con sabor a
revancha. Como hacerle una llamada a tu ex un buen día de parranda y borrachera
para confesarle que no fue el único corneador que durante varios meses también
fungió un excelente papel como el cornudo. Que tuviste dos hombres, que le
hiciste el amor a los dos en la misma semana. Que llegaste a confundirte con el
tiempo, porque no sabías quien era el novio y quien era el amante y que por
alguna razón extraña y monstruosa, jamás has sentido una gotita de
remordimiento, es más, hasta sentís que tu dignidad de mujer es más sólida
porque hiciste lo que creíste justo. ¡Vaya! Animate y contale la verdad.
Una verdad punzante es la que te dicen tus amigos la noche
del jueves en el bar cuando te recuerdan que el hombre que amas jamás dejará a
la mujer con la que vive. Que sus palabras son solo eso: palabras. Que si
seguís aferrada a esa historia de melodrama de medio pelo vas a andar por la
vida con los ojos perdidos y el corazón arrugado. Que no vale la pena. Que te
va a hacer mierda. Sabes que te lo dicen en parte para joderte y en parte para
salvarte de las lágrimas. Pero te dicen lo que no querés escuchar y terminas
haciéndole caso a los necios de tu entrepierna y tu alma.
Una verdad que te causa vergüenza con tu propia persona, es
darte cuenta que ni un pastor, ni todos los apóstoles y los ángeles, y todos
los santos podrán cambiarte, ni hacerte “mejor”, ni borrar el amor que sentís
por alguien, que ni siquiera el hecho de ser del mismo sexo es un impedimento
para amar en libertad, que aquí tu verdad duele solo porque sos demasiado
cobarde para asumirla.
Una verdad irónica es estar consciente de que el cigarro te
mata pero te echas un paquetillo diario y aunque seas aspirante a médico y
conozcas de memoria los efectos mortales del tabaco, te vale el mundo y también
te vale el pendejo de enfrente que está recibiendo el humo.
Una verdad que duele es saber que el deseo que pedís cada
vez que apagas la velita del pastel, jamás se hará realidad. Que las promesas
de mantequilla que te hizo esa persona se resbalan fácilmente por tus dedos.
Que con los años te vas volviendo más básico y tus ideales de juventud se
olvidan al igual que el pudor que olvida una virgen cuando se entrega por vez
primera.
Para mucha gente hay verdades que sobrepasan los niveles de
crueldad, cuando se dan cuenta de que el amor duradero y perfecto ya no existe
ni en los melodramas, que la vida eterna es el cuento que te venden las
religiones para que te aferres con pasión a su voluntad, que los políticos
mediocres y corruptos de tu país no desaparecerían ni con un ataque zombi pues
ellos también son selectivos y hasta ahora no ha sabido de ningún monstruo,
vampiro o mal viviente que se coma a alguien de su misma especie.
Al final todos terminamos siendo un manojo de verdades.
Espejos viscerales que no escatiman para recordarte con crudeza de lo que estas
hecho, para decirte quien sos en realidad aunque no te guste. Cada mañana te
despertás inventando una nueva verdad, tratando de eclipsar esa verdad que te
lastima y que solo vos conocés.
Que la vida no es tan bella como te la pintan las películas
de Disney que tanto te gustaban de pequeño, ni es tan miserable como la
reflejan todos los días en el noticiario de la tarde. Que mañana te morís y al
día siguiente nadie te va a recordar. Que te pasas la vida ahorrando y
trabajando para que otros disfruten tu esfuerzo. Que invertís todo tu empeño
para tratar de mantener contentos a los demás. Que nunca nadie te va a amar con
la misma intensidad, que la felicidad es efímera y que el tiempo solo ayuda a
quien lo sabe aprovechar.