Escritora de historias propias y ajenas. Amante de Clementina, de Frida y de Rosa por la eternidad.
martes, 31 de diciembre de 2013
jueves, 12 de diciembre de 2013
La Primera Noche
Me
despierta su respiración pronunciada. No
puedo ver la hora pero el sol ya está saliendo. No he dormido mucho pero me
siento relajada. Tengo adormecido mi brazo izquierdo porque su cuerpo está
volcado al mío. Una de sus piernas divide las mías. Su mano derecha encima de
mis pechos y su brazo izquierdo sosteniendo mi cabeza. Raras veces amanecemos
así, pues casi siempre me despiertan pesadillas, sueño que me estoy asfixiando.
Su temperatura corporal es muy elevada.
No puedo
dormirme otra vez. Escucho los ruidos de la mañana y del pequeño queco que se
instaló en techo. Es un buen momento para pensar. Para planificar las tareas
atrasadas del día anterior, es el momento ideal pero él empezó a roncar. Lo
muevo un poco y se estremece. “Estás roncando”, le digo. “Lo siento”, responde
y se vuelve a quedar dormido. Lo volteo a ver y me río sola. Empiezo a recordar la noche anterior y las
noches anteriores.
La primera
noche fue un accidente. Un accidente probablemente provocado por mí. Lo invité
a casa sin malas intenciones. Pasé por alto el hecho de que no debía de
hacerlo, no por intuiciones moralinas, sino más bien por prudencia. Pero no,
ahí va la necia, la todo lo puedo buscando el peligro, aunque haciendo honor a
la honestidad, jamás creí que él representara algún peligro para mí. Y es justamente
cuando la vida te sorprende.
Llevó una
botella de vodka de arándanos y soda, preparó los tragos, que a decir verdad no
sabían muy bien. Lo importante era disfrutar su compañía, desde el principio me
pareció un buen tipo. Relajado, tranquilo y sobre todo muy astuto en su
trabajo. Recuerdo haber bebido poco pero me sentí mareada, aún recuerdo el
sabor, para nada agradable. También recuerdo que él ya tenía sus drinks encima,
a juzgar por su cara enrojecida y su aliento. No recuerdo para nada de lo que
hablamos, quizás eran trivialidades. Recuerdo todo desde el instante en el que
le dije: tengo sueño, vení a recostarte un rato.
Algo en
su rostro cambió, seguro pensó: bueno me ahorré el cortejo y la palabrería. Pero
en realidad lo que yo quería era dormir y sabía que aquel tipo de cuerpo menudo
y de sonrisa descarada era totalmente inofensivo…
Se lanzó
a besarme y fue cuando comprendí la magnitud de mi error. Los hombres no leen
entre líneas, solo ven los espejismos. Si hubiese querido tener algo con él,
seguramente me hubiese depilado las piernas, me hubiese vestido de una manera
más seductora, hubiese peinado y alisado mi pelo, hasta hubiese intentado salir
unas cuántas veces con él para saber si existía ese tipo de química que solo
los amantes conocen y así evitar perder el tiempo. En realidad no. No quería
nada esa noche ni cualquier otra ni con él ni con nadie. Pero el borrachín
perfumado se abalanzó sobre mí, casi, casi como un asalto.
-NO.- le
dije- Esto solo va a complicar las cosas.
-¿Por
qué no?.- me decía sin tener la mínima intención de detenerse.
-Porque
no.- insistí.
Y ante
la falta de señales de querer rendirse…
-Imbécil.
Sos un imbécil.- le dije molesta.
Pero él
sin ánimos de querer rendirse, se aferró a mí, cual si fuere un animal aferrado
a su víctima, tomando su punto más débil.
Realmente
me sentía molesta, pensé que me estaba perdiendo del inicio de una probable
saludable y duradera amistad. “Tan
idiota”. – pensaba-. “Es simplemente igual de idiota que todos los pendejos que
he conocido. Que toman medidas absurdas cuando quieren conseguir un polvo.”
Y como
todo violador que se rinde cuando su víctima deja de defenderse, se convenció
que nada conseguiría esa noche. Antes de querer parecer un necrófilo, se puso
la máscara de seductor pero para la mala fortuna, no tuvo éxito.
Me sorprendió
el hecho de que lo dejé dormir conmigo. Aunque nada pasó esa noche, lo más
prudente era ponerle dos alitas y mandarlo a volar pero no pude, quizás era el
cansancio. De hecho lo corrí y le dediqué otros insultos más, pero simplemente
no se fue y yo lo dejé quedarse.
Fue la
primera noche de muchas más. Estaba segura que no sería la única noche, lo
sabía y no me dio la gana evitarlo.
En la segunda
noche el criminal consiguió su cometido pero también utilizando más de la
fuerza que de la astucia. Supongo que me di por vencida pero esta vez opté por
dejar de ser la víctima y unirme a la batalla.
Y así
llegaron muchas más, fueron besos interminables, moretones, risas, lugares
prohibidos, la humedad, el sudor, los ruidos, esos ruidos… cada noche era algo
nuevo, cada vez era aún mejor.
Hacer el
amor se volvió como un delicioso deporte, en el cual por fortuna –casi- siempre yo resultaba ganadora. Pero nunca
era suficiente. Adicción de ver las estrellas con los ojitos cerrados. Cada noche
y cada madrugada fueron como esos postres que no podés dejar de comer aunque
sepas que te harán daño de alguna manera.
Pero también
hubo esas noches donde el sexo no fue el gran anfitrión. Noches de infortunio y decisiones difíciles. Porque
llega un punto donde se traslapan la pasión con el amor y viceversa. Es justo
ahí cuando se empieza a joder todo.
Es mi
amigo y es mi amante y mañana puede ser todo o puede ser nada. Es tan perverso
que puede tomarme fotos mientras le hago el amor o puede ser tan tierno que
pude consolarme el llanto en esas noches terroríficas. El único que ha logrado
que no lo rechace por venir cayendo de borracho y oliendo a cigarro. Es lo que
jamás en la vida imaginé pero no me arrepentiría ni de un segundo a su lado, de
ningún beso, de ningún orgasmo, de ninguna noche.
Abro los
ojos y terminan los recuerdos y pensamientos. Lo volteo a ver y el Cindirello
sigue plácido, dormido, sin percatarse que ya es hora de irse. Me revoco a lo
que pensaba minutos antes, se me hace una locura y que todo es surreal. Todo pasó
tan rápido. Me doy la vuelta y lo abrazo. Me inmiscuyo en su cuello y lo beso en
varias ocasiones. Me desligo del pasado o del futuro y no pienso en nada más. Por suerte ya no siguió roncando.
domingo, 17 de noviembre de 2013
El país de los pendejos
Había una vez un país donde la mayoría de su población era
pendeja. Pero no era pendeja a propósito. Les había costado cientos de años,
decenas de presidentes y miles de capítulos de novelas mexicanas para serlo.
Era un país en donde
los maestros y maestras de la clase de Historia enseñaban a sus alumnos que la
Colonia Española fue, es y será por todos los tiempos la culpable de su
mediocridad, de su conformismo y por ende, culpables de su absoluta idiotez.
Eran tan pendejos que regían su vida bajo el yugo de la
religión. Les mojaban la mollera a los niños porque nacían pecadores, daban
cabalmente el diezmo el domingo en las iglesias para borrar las faltas de la
semana. Eran borregos y siervos fieles de un dios que castiga, que maldice y
que manda al infierno a quien se porta mal.
Era un país tan incompetente y poco visionario que creían
que para tener mucho dinero y salir adelante habría que ser narcotraficante,
político o pastor de una iglesia.
Les daba igual todo. La indiferencia estaba por encima de la
bondad de cada persona. No les importaba el vecino. No les importaba si la gente
del interior tenía qué comer, si tenían el plato de comida esa noche en la
mesa, el mundo valía un pito. El mañana era incierto, por lo que solo les
importaba su propio bienestar. Aunque tuviese
que matar, que robar o mentir. La panza valía más que la consciencia.
Era un país de dormidos, de conformistas y de inconscientes.
De pobres y de ricos, donde los pendejos pobres consumían como millonarios y
los pendejos millonarios les robaban a los pobres. Iban como un rebaño cada
cuatro años a las urnas para elegir al presidente, al Pendejo Mayor.
Los presidentes, en realidad no eran pendejos porque
querían. Tenían toda una cúpula de poder, que les dictaba sus obligaciones, algo
que estaba más allá de sus intenciones, buenas o malas. Por una parte, los
poderosos no eran nada más que los ricos del país, esos viejos feos, narizones
y gordos, que se creían dueños del país, esos que en vez de mierda, cuando
cagaban les salía dólares en billetes de 100.
Por otra parte estaba Gringolandia, que según cuentan,
dominaba (o intentaba dominar) a casi todo el mundo, armando y delegando Golpes
de Estado, patrocinando a los ejércitos de los países para acabar con los
rebeldes, creando guerras y caos en cualquier tierra donde no estuvieran
dispuestos a acatar órdenes. Era el Pendejo-Imperio, pero ningún profesor
hablaba mal de él en las escuelas, al contrario, les enseñaban su lengua, el
english, les enseñaban a celebrar el 4 de julio y el Halloween para que no
perdieran la línea de la estupidez.
Dicen que era un país donde no leían más que el horóscopo del
día. Donde creían que era más importante clasificar a un Mundial de Fútbol que
tener medicamentos en los hospitales.
Era un país de obedientes, que aún con todos sus sentidos,
eran mudos, ciegos, sordos y mancos que asentían a todo lo que el gobierno les
decía. No protestaban y si lo hacían se conformaban con unos cuántos centavos
en el banco. Total era más importante pensar primero en los hijos, por los
nietos y por los biznietos que se preocupen otros.
Era tierra de tontos porque no apreciaban el arte, la
historia, la gastronomía, el medio ambiente, entre otras mil cosas que hoy (en
el futuro) consideramos tan importantes.
También eran machistas, vapuleaban a los homosexuales y a las
personas de libre pensamiento. Legalizaban la portación de armas pero era un
crimen andar un porro de marihuana en el bolsillo. Hubiese sido terrible vivir
en esos tiempos.
Pero siempre habrá esa excepción que da un poco de esperanza,
dentro de toda esa comunidad pendeja, dentro de toda esa escoria de
pensamientos pueriles y cabezas vacías, había una minoría que sintió la
indignación de vivir en soledad en una tierra de gente vana, esa gente que no
sabía que era pendeja y que no tenía toda la culpa de serlo.
Esa minoría quizá era la fuerza pensante del país pero
también eran unos cobardes. No se conformaban, siempre criticaban pero no lucharon,
no se arriesgaron. Pero nadie los puede juzgar si nacieron en país donde te
torturaban y te volaban la cabeza si estabas en contra del gobierno.
Un día, en una fecha tal, de un año tal, un acontecimiento
marcó la historia de ese país de los pendejos. Como el cauce de un río que
llega a su fin. La venda por fin se calló de los ojos para muchos. Derrocaron a
un presidente. Un Golpe de Estado que sirvió de escuela a muchos, para bien o
para mal, existe un parte aguas después de ese día.
La gente salió a las calles, muchos no defendían al
mandatario golpeado, en realidad defendían el respeto y la soberanía de un país
que en el fondo lo sentían en las venas porque era su casa, su patria. Se dieron
cuenta que los Pendejos Poderosos eran capaces de hacer lo que tenían que hacer
para mantener a flote sus intereses políticos y económicos. Importaba un pito a
quien se llevaran en el camino. Lo primero era lo primero. El pueblo siempre
fue quinto.
Hubo una gran parte de esos pendejos que despertaron del
sueño. Se atrevieron a cuestionar todo, a decidir por sí mismos, a pensar en el
futuro y a NO obedecer. A ponerse en rebeldía con el Gobierno que con ayuda de
la iglesia y de los peces gordos, los había tenido agarrados del pescuezo.
Los niños nacían cada ver más curiosos. Cuestionaban todo. Ya
no se tragaban el cuento de Adán y Eva. Querían conocer la verdad. Ya no querían
ser instrumentos. La época de sumisión era cosa del pasado. Los jóvenes cada vez
estaban más conscientes de sus gobernantes. Sabían qué era lo que querían y lo
más importante, sabían qué era lo que merecían.
Les costó años de sangre, dolor y sufrimiento para darse
cuenta de que ser pobre no es voluntad de Dios y que los ricos no son ricos
porque así lo dice la Biblia. Entendieron por fin que puede haber una vida más
justa con la única condición de quitarse la camisa de ignorante.
Ahora los pendejos eran minoría. Seguían siendo poderosos
pero ya no tenían el apoyo indirecto de un pueblo dormido. Ahora estaba más
despierto que nunca. Era el pueblo de los inconformes. Un pueblo que parió su
propia libertad.
domingo, 10 de noviembre de 2013
La Rubia Desesperada
Mientras fingía escuchar atentamente al pobre Julio, me
concentraba en la rubia que estaba sentada justo enfrente de nosotros. Había
llegado hace unos minutos. Estaba sola pero claramente me di cuenta que
esperaba a alguien. Era muy guapa y vestía casi a la perfección. Muy
maquillada, el pelo liso impecable, de corte al hombro, era de esas rubias a la
fuerza que se ven realmente bien. Le calculé unos treinta y pocos.
Constantemente revisaba su iphone,
parecía estar un poco nerviosa, supuse que esperaba a un hombre, quizá a su
chico. Esperar por alguien… ¿A quién no la he pasado?
Julio seguía hablando, pero esta vez de sus aventuras
sexuales lo mismo de siempre, diferente persona, pero mi atención estaba
volcada a la rubia. Llegó al mesero a pedirle la orden, alcancé a escuchar
decirle al joven que esperaba a alguien más, le pidió que regresara en unos
minutos. Julio me pregunta, ¿a quién miras tanto?, a esa rubia, creo que la
dejarán plantada, le contesto. Hace un gesto como de “I don’t give a shit”, y
prosigue a hablar de cosas húmedas y prohibidas. Yo en mi interior lo sigo
ignorando, la rubia y su espera está más interesante.
Pasaron unos 20 minutos. No dejaba de peinarse con los
dedos. Se paró dos veces para ir al baño. Me imagino que para retocarse el
maquillaje. Debía de ser alguien importante para ella. El mesero regresa y le
pregunta nuevamente si quiere ordenar. Ella se rinde y pide algo. Seguro su
cita se tardará un poco más. Noto su cara de desencanto y no puedo evitar
sentir pena por ella. Sentir la ilusión de arreglarse linda para alguien,
esmerarse por lucir bien, depilar tus piernas y todo lo demás y aun así lograr estar a tiempo es un arduo trabajo
que ningún hombre jamás, JAMÁS, reconocerá. Pero es inevitable, imposible y una
batalla perdida saber identificar a los imbéciles y sobre todo tener el poder
de no aceptar salir con ellos. Pero, ¿a quién no le pasó alguna vez? A mí todo
el tiempo, por eso siento compasión por esta pobre mujer.
El mesero que supongo, que al igual que yo sabe que dejarán
plantada a nuestra amiga, le llevó una Sprite con un vaso con hielo. Quizás él
pensaba igual que yo. Que terminaría humillándose y por ende yéndose a la casa
de su mejor amiga, a tomar vino o vodka, a hablar mal de ellos y después llorar
sin consuelo y preguntarse una y mil veces “¿¿Cuándo, CUÁNDO, conoceré al
indicado?? ¿Decime, Juanita, será que hay algo malo conmigo?”, y la amiga, tan
fiel y mentirosa como son todas las mejores amigas mujeres le responderá, “No
hay nada malo con vos, son ellos que se pierden a una mujer tan bella,
inteligente, autosuficiente…” bla, bla, bla… cuántas veces no hemos escuchado
eso.
Pero ese no sería el final de la noche de aquella rubia chasqueada.
Julio seguía hablando. Ahora retomando su odio para su jefa. Para que no se
sintiera tan ignorado le conté como iba la novela. Pero siguió sin interesarle
el asunto, él lo que quería era hablar y
hablar. Y mientras yo finjo que lo escucho, él es feliz desahogándose,
yo soy feliz de observar a esa mujer y los dos disfrutábamos de una amena
compañía.
Al rato, cuando el vaso de hielo con Sprite iba casi por la
mitad, llegó el susodicho. Justamente como me lo imaginé: guapo, cara de
haberse cogido a todas sus compañeras de colegio, a la mayoría de la
universidad, y una que otra colega del trabajo. Alto, trigueño, fornido delgado,
con sonrisa de ‘yo me tiro a cualquiera’.
Ella inmediatamente cambió su expresión de tragedia a
felicidad total. Lo recibió con un gran abrazo. Parecía no haberlo visto en
mucho tiempo. Él se disculpó, no escuché la excusa pero seguro no era real y
tampoco se esforzó para que lo pareciera. Mi amiga rubia la creyó al instante. A
juzgar por sus manos en su brazo y sus ojos muy atentos a cada gesto del Mr.
Moreno Sensual. En realidad no la culpo, él era realmente atractivo… ¿A quién
no le ha tocado perder la cabeza por un hombre de manos grandes y boca
perfecta?
Hablando de manos, no me había fijado en… ¡ajááá! Ya me lo
imaginaba. Un gran anillo redondo de oro en su dedo anular… hijo de su madre. “¡Está
casado!”, le digo a Julio para que me acompañe en la ofensa. “Ya dejá de estar
viendo a la gente, no seas ridícula, ¡stalker!”. Definitivamente Julio no es
buen cómplice de aventuras de este tipo. Pero esto se ponía cada vez más
interesante. Lo que quedaba era tratar de escuchar lo que hablaban pero era
imposible por la música, por la gente hablando, riéndose, chocando copas,
sacando cervezas de las cubetas, Julio tirando veneno para su ex jefa Pazuzu. En
fin. Lo único que quedaba era seguir observando y tratar de leer sus labios.
Lo más curioso era que ella nunca sospechó que yo la
observaba desde que llegó. Quizás está acostumbrada a que todos la miren, hasta
las mujeres. Pero cuando el Mr. Big Hands Sensual Infiel percibió mi mirada insistente
hacia su mesa, se sintió incómodo, se sentó en otra silla, a manera de quedar
de espaldas y taparme todo el escenario. Él le comentó algo, ella volteó su
cara hacia mí, de alguna manera me sentí descubierta, le sonreí de la manera
más amable posible, enviándole un mensaje subliminal de “no seas pendeja, salí
corriendo”, pero ella no me devolvió la sonrisa, quizás pensó que le estaba
coqueteando a su amante, o peor, tal vez creyó que era amiga o conocida de la
esposa de su amante y le iría con el chisme.
Las mujeres podemos ser tan
creativas a veces. Pero bueno… es parte de ser mujer, ¿no?
Ya mi obra teatral de la vida real estaba esfumada. Ya no podía observar bien. Solo dos cabezas moviéndose. Risitas a escondidas. Vi que el mesero que al igual que yo, no le pegamos a la Loto, les llevó dos copas. No tengo idea que bebida era. Julio ya quería irse. Pero yo quería ver el desenlace. “Otra cerveza más y nos vamos.” Lo convencí.
Mr. Sexi volteaba a ver de reojo. Maldito paranoico. Típico de
los corneadores. Piensan que son vigilados por todo el mundo. Al ratito ella se levantó, se dirigió al baño.
No la volteé a ver, me daba un poco de vergüenza. Me concentré en Julio, hablábamos
trivialidades. El esposo infiel, le pidió la cuenta al mesero. Ella regresó del
baño y sin sentarse tomó de un solo sorbo el resto del trago. Él hizo lo mismo.
Estaban listos para irse del bar. El tipo fue a caja a pagar antes de que
regresara el mesero. Ella agarró su bolso y su celular. Mientras esperaba de
pie, justo enfrente de nosotros a que llegara su hombre. –Su hombre a medias.-
Todavía recuerdo como lo observaba desde lejos, tratando de
disimular un poco, ante el mundo y ante ella misma. Sabía que no era el hombre
para ella. Pero lo miraba con amor, con deseo verdadero. Quizás intentó
terminar con él de todas las maneras. Quizás pasaron semanas y meses pero de
alguna u otra manera siempre vuelve a caer… Bueno, supongo que es algo que nos
ha pasado a todas, ¿no te pasó alguna vez?
Don Guapo regresó, puso su mano derecha discretamente en la
cintura de la rubia para dirigirla a la puerta. Después de todo los patanes son
los más caballerosos… y no importará cuán bonita, cuán inteligente y cuán
astuta seas, en algún momento, o en muchos momentos de la vida, te terminarás
yendo del bar con el hombre equivocado.
domingo, 20 de octubre de 2013
"El peor error de tu vida"
Esa
noche él fue por mí. Él notó mi incomodidad desde el principio pero no me
importó. Le dije que quería tomar algo. Debía tomar algo, no para agarrar más
valor, sino porque sé que el alcohol nos hace más fluidos al momento de querer
expresar algo, ya se declararle el amor a alguien o mandar a volar a alguien.
Fuimos al bar de un hotel. No recuerdo si fue una cerveza o
un coctel lo que la mesera me trajo. Él no quiso tomar nada. Después del preludio y de tanto merodear, me dijo: “Yo sé
que me vas a mandar a la mierda. Te estás vengando ¿verdad?” Lo negué y fui
honesta. La vida es así. Él es un buen tipo. Lo
quise mucho. Lo soñé por tanto tiempo, pero la vida tenía otros planes para mí.
“Estás cometiendo el peor error de tu vida”, me dijo serio y
viéndome a los ojos. “Si es así pues lo afrontaré”, le dije con orgullo sincero
a sabiendas de que probablemente tenía razón. Ni siquiera nos despedimos de beso.
Solo fue un adiós simple. Esa fue la última vez que lo vi.
Tengo pocos años, pero los suficientes para aceptar que he
cometido los errores más descomunales de toda mi vida. Eso sin contar que si
algún día me llego a casar será otra cagada inmensa, pero nada comparable a las
de antes. ¿Qué por qué estoy tan segura? Pues creo que hay ciertos límites para
la pendejez, o al menos esa pequeña luz muy escondida y muy tímida que algún
día sin precedentes te pica ahí donde
más te duele y eso se llama conciencia. Haberla conocido ha sido el
acontecimiento más funesto y doloroso. Por suerte me ha tocado temprano.
Eso no significa que de ahora en adelante, a mis 23, a mis
26, a mis 40 y tantos no cometeré otros errores. Quizás los cometeré pero estoy
segura que no cometeré los mismos de ayer. De eso me encargaré fielmente. No se
puede ser pendeja/o dos veces. Con una basta y sobra.
La gente siempre tiende a encasillarte. Que si sos muy bueno
sos muy tonto que si sos muy coqueta sos bien puta. Siempre estarán pendientes
de lo que haces y de las decisiones que tomarás en toda la vida. ¿A quién le importa en realidad?
De la familia nadie se puede salvar, pero los demás… fuck them. Es chistoso que
el que te critica no ha terminado de señalarte cuando él o ella está haciendo
exactamente lo mismo o quizás peor.
Es difícil encontrar el verdadero sendero que te dirige a
las sabias decisiones. Lo único que tengo claro es que el miedo es el peor
consejero, que es más conveniente volverse un poco hipócrita con él y volverse
su aliado. Él es quien puede destruirte o volverte fuerte en cualquier situación por muy peluda que sea.
Decidir estar con alguien o alejarse de él. Creer que ese
error se puede suprimir con otro error. Estoy aprendiendo a no culparme por
todas las estupideces que he hecho. No es fácil pedirle perdón a quien duerme
al otro lado de la cama pero es casi imposible pedirte perdón a vos mismo que
es con quién naciste y con quien vas a morir algún día.
Desde que comencé a publicar algo de lo que escribo, muchas
personas me han criticado, unos cuantos me han halagado y unos pocos solo me
leen por morbo, porque se imaginan a una mujer que se cree bonita escribiendo
líneas que rayan en lo pornográfico. En realidad no me interesa mucho la razón
por la que me lean, lo que me agrada y me asusta de alguna manera es que lo
hacen. Trato de poner mente a lo que me dicen, ya sea bueno o sea malo. Mi ego
ahora solo trabaja en saber conocerme. El ejercicio de cada escritor es saber identificar
sus debilidades y disfrazarlas, conocer sus virtudes y explotarlas.
Me han llamado “coqueta” “pretensiosa” entre otras cosas por
mis fotos... En fin, si regresan al párrafo anterior, específicamente en la última línea, entenderán un poco de lo que trato de decir.
No me imaginaría pensar que en unos treinta años podría
recordar este blog y morirme del arrepentimiento por confesar que me encanta la
mota pero no la consumo como quisiera, (está difícil conseguirla), por decir que
conozco muy poco acerca del amor y del sexo y lo poco que sé, lo digo y lo narro en cosas propias y ajenas. Realmente no creo que llegase a avergonzarme
de lo que ahora soy. De hecho espero ser cincuentona y seguir dándole con
moderación a la Cannabis, que con la ayuda de Dios, algún día se va a legalizar
y la podré comprar libremente.
Hay algo que puede frustrar a cualquiera y es el hecho de
querer cambiar la mente de las personas, para ser más específica, cambiar su
pensamiento tan cavernícola y retrógrado, enmarcado por la religión o por las
idioteces de dizque moralidad que uno aprende desde niño.
No es lindo pero es lo que nos toca y no me interesa
inmiscuirme en la imposible tarea de hacer entender a esa prima chismosa, a ese
ex novio machista, a ese pervertido que no conozco y a esa vecina metiche que
me vale un pito si no les gustan las fotos de mi espalda desnuda, de mis fotos
en traje de baño, de vestido muy corto, de mis piernas cruzadas o de mi panza
pelada. Hay mil formas de expresarse en esta vida, y hay quienes buscamos las
formas más simples aunque no siempre signifiquen algo.
Me gusta quien soy. Me gusta como soy. Me gusta verme al
espejo desnuda y me gusta mucho más que me vea desnuda el hombre que yo quiero.
Dichosa que puedo hacerlo y el atrevimiento de considerarme un alma libre en un
país de mentes tan cerradas, es lo que me hace sentir orgullosa de ello. ¿Será
que eso me convierte en puta? No creo. Solo soy una persona con agallas. Aunque
cuando las he necesitado casi nunca las he encontrado, como para saber cómo mandar a la mierda a alguien, por ejemplo...
No creo en los santos ni en los demonios. Nadie es
totalmente bueno o totalmente malo. Aunque he visto la maldad frente a mis
ojos, la he sentido en mi propia piel, no pretendo juzgar a nadie sin antes
juzgarme a mí, que soy el ser que más me ha hecho daño y cada día trato de
remediarlo aunque cueste un culo aceptarlo. Ni el yoga ni el budismo te dará tanta paz en
esta vida como el perdón propio.
A todos los que he dañado o perjudicado de alguna manera y
los que de igual manera me han hecho lo mismo, algún día me tomaré el tiempo de
perdonarlos y de pedirles perdón. Ahora estoy en la difícil tarea de hacerlo
con mi persona. Estoy tratando de ser consciente. Estoy en el aburrido proceso
de ser “madura” y dejar de culpar al mundo por haberla cagado una y otra vez.
De eso se trata la vida. De vivir, de cagarla y después aprender de ello. Y si
no aprendiste, repites los pasos y al final lo terminas escribiendo en un blog,
just like me.
No me interesa que algún mortal me señale por mis errores.
Nadie mejor que yo los ha sufrido. Solo yo puedo saber lo que se siente. Como
dice la muy acertada y cruel frase cristiana: “Cada quién carga con su cruz”.
Cada quien vive su propio infierno en su propia cabeza. Y cada mañana trato de
asimilarlo y espero algún día perdonarme completamente, por los errores del
pasado y por los del futuro.
NOTA: Y voy a votar por ella. El candidato mujer. Aunque me desherede mi
familia. No es por un partido político, es por la idea. Si es un error, la historia y la vida me juzgarán.
domingo, 8 de septiembre de 2013
La Tonta
La tonta es aquella que fue pendeja una vez y no aprende de
sus experiencias.
La tonta es aquella que le aceptó un candy al chico que le
gusta y no midió los alcances de su calentura.
La tonta es la que cuando habla con el corazón, nadie la escucha.
Esa tonta sinvergüenza que se ríe de la vida, se ríe de sí misma y de sus
amigos.
La tonta que odia el tabaco y adora el cannabis. La que
crítica a los gringos pero le encantan esas películas cursis de Hollywood.
Esa misma tonta que creyó haber conocido el secreto para
blindarse contra el amor y esas pendejadas.
Sí, la tontita que habla mal de los hombres pero sabe muy
bien que no podría vivir del todo bien sin ellos.
La tonta o loca, ¿qué diferencia hay? En ninguna tenés el
control de tu mente y tus acciones, pero en la primera tenés la opción de serlo
o no serlo.
Tonta, tonta, muy tonta. ¿Cuándo aprenderás? ¿Cuándo te vas
a cansar de ser tonta?
La tonta que juega con ser la vanidosa y al mismo tiempo le
intimida ser el centro de atención. Esa
tonta idealista que cree en todo y en nada.
Esa tonta, la que nunca jugó a las muñecas pero le gusta
sentirse como tal. La que se siente celosa de su cuerpo, de su intimidad… y se
entrega de todas maneras a quien sepa ganar su alma.
La que nunca te niega un consejo, la que siempre te desea lo
mejor. La que te da el pedazo de carne más grande, la que se esmera por ver en
un tu cara un rastro de sonrisa. A la que nunca le das un: “gracias”, gracias
por cocinarme, gracias por acariciarme, gracias por escucharme. GRACIAS POR
AGUANTARME. Si, esa misma tontifata.
A la que nunca, ni aunque fueses un monje tibetano podrás
comprender y ser paciente con ella.
La tonta que jugó con fuego y se quemó… una de cien. La que
se contradice todo el tiempo. La que cuando toma una decisión no lo piensa
mucho. La impulsiva. La cándida. La todo lo puedo. La todo pasión…
La miope, la que llora siempre cuando ve como Mr. Big deja a
Carrie plantada en el altar. Cómo no serás tonta si tu heroína es una gringa
cuarentona que ha tenido mil novios y se la pasa escribiendo todo el tiempo
sobre el desamor, como vos, una Writer wannabe…
Es súper tonta porque pide opiniones y al final hace lo que
se le pega la gana. Es tonta porque el mundo lo ha querido así a lo largo de la
historia y no ha hecho nada para cambiarlo.
La tonta que no cree cualquier cumplido pero se toma tan
apecho las críticas. La que siempre hará caso omiso al inmenso poder que tiene
por el simple hecho de ser mujer.
La que odia de todas las formas que cualquier idiota por
alguna razón le diga: ¡sos tan tonta! La que prefiere a que le consideren
malévola pero jamás débil o ingenua. Ahh… sos una perra bien mala y de paso: tonta.
Tonta por tener esa preciosa manía de enamorarte del hombre
equivocado.
Es tonta porque quiere o es tonta porque “quizo”. La que le
abre la puerta en la media noche al hombre que la hizo llorar. La que se
acuesta derrotada en su pecho. A la que se le olvida cualquier error de su
amante. La que lo espera sentada, serena y pacífica con una botella de vino y
lencería de encaje, la que suspira pensando en sus besos… es la misma tonta a quien la dejan plantada.
La que pone a su hombre a un paso delante de ella. La que lo
anda nombrando en el cerebro todo el día. La que se compra religiosamente cada
mes la trillada revista Cosmopolitan para leer los mismos trucos sexuales que
solo la práctica y NO la teoría te pueden hacer comprender.
La tonta que fue inteligente una vez al perdonarle una
infidelidad a ese perro porque sabía que era un “excelente prospecto”. La más
tonta de todas porque le perdonó una segunda infidelidad, esta vez por el miedo
a quedar sola.
Tonta porque entre más pasan los años, más infantil actúas
en el amor. Tontísima porque le hablaste borracha al susodicho para insultarlo.
Hipersupermega tonta porque vuelves a hacer lo mismo, años después con mengano.
Ah… que tonta…
Mil veces tonta por sufrir como energúmena para hacerte bien
“la brasileña”, dejarte lampiño cada lugar más recóndito de tu cuerpo, todo por
complacerlo a él. Tonta por hacerlo feliz primero antes que a vos.
La tonta… esa misma que se quita un pesado maquillaje frente
al espejo. La que se da cuenta de que ha sido tonta por mucho tiempo y que es
hora de hacer un cambio y tener la certeza de que por mínimo que sea ese cambio,
hará una gran diferencia. Resolver y proponerse no volver a salir con pendejos,
por ejemplo.
La ex tonta o la menos tonta es la que se da cuenta que
primero está ella antes que nadie. Que su cuerpo es suyo, que es de su propiedad
y no de un fulano que se apropió de ella tan solo por regalarle unos cuantos
orgasmos.
Una mujer inteligente sabrá que su vagina es mucho más más
poderosa que cualquier pene (aunque sea descomunal o diminuto).
Sabrá asimilar de la mejor manera que un día fue un poco
tonta o la más tonta de todas pero no lo fue por siempre. Sabrá darse su valor,
sabrá que no ocupa de un hombre para alcanzar la explosión de estrellas.
Una verdadera mujer inteligente estará sabida de que para
llegar a ese estado de lucidez tuvo que ser tonta muchas veces. Que no descarta
ser un poco tonta de vez en cuando, pero esta vez lo será consciente, con cero ingenuidades,
ésta vez con alevosía y ventaja. Sabe perfectamente que no debe darse el lujo
de ser tonta dos veces con el mismo idiota. Que si no fue tonta una vez, lo
será toda tu condenada vida.
domingo, 18 de agosto de 2013
Ella Me Gusta Parte 3
Eran tan suaves sus
labios, no tenían comparación con nada. Cada día al salir de clase íbamos al
mismo lugar. Hacíamos el amor de todas las formas posibles. Era increíble ver cómo
me había adiestrado a su antojo. Al principio era tímida y no podía evitar
sonrojarme al probar algo nuevo. Sus locuras… quien sabe dónde las aprendió,
pero me hizo disfrutar como nadie lo ha hecho.
Y cada vez estaba más
cerca el día de su partida. Trataba de no pensar en eso y solo disfrutarla pero
era imposible. Ahora puedo decir con toda certeza que la amé con mi mayor
honestidad e intensidad y que en ese momento sentí que ella me quiso de verdad,
pero no estoy segura si de la misma manera que yo. Creo que
nunca lo sabré.
Un viernes, (su último
día en la ciudad), fuimos al cine. No recuerdo qué película fue pero me la pasé
llorando las dos horas. Ella lo encontraba divertido. Me secaba las lágrimas y
daba besos cariñosos. “Todo estará bien”, era su frase consoladora que no consolaba
nada. Esa noche pedí permiso a mi madre para quedarme en su casa para
despedirnos toda la noche. El sábado temprano la acompañaría al aeropuerto.
El plan era seguir en
comunicación, toda el día y toda la noche vía Internet y mensajes de texto. Ella haría
lo posible por regresar en sus vacaciones y yo mejoraría mis calificaciones
para conseguir una beca e ir a estudiar a Estados Unidos. ¿Qué seguiría de ahí?, no tengo idea. Pero
el punto era tratar de estar juntas. No tenía otro objetivo en mi mente.
Esa noche arreglé su
apartamento para la ocasión. Puse flores por todos lados. Flores que corté del
pequeño jardín de mi abuela. Compré comida rápida, cigarros y las cervezas que
a ella le gustaban. Cuando salió de la ducha y vio aquel agasajo de cursilería,
me abrazó y besó apasionadamente.
-No te quiero dejar, no
podría hacerlo. –me dijo, mientras me abrazaba fuertísimo.
-No tenés porqué
hacerlo.- le dije, tratando de recuperar el aliento.
-Ya hablamos de eso,
serán sólo unos meses, I promise. Solo quiero hacerte el amor.
Vamos a la cama.-
me dijo con esa sonrisa a la que es imposible decirle no.
Lo hicimos más despacio
y más suave que las veces anteriores. Pensé que sería al contrario, pero no. Todo
fue muy lento, muy húmedo, muy cálido. Todavía puedo cerrar los ojos y ver su
mirada enajenada, sus jadeos, el sudor de su espalda. Su cuerpo era curvilíneo,
tan femenino y hermoso, nunca entenderé por qué insistía en esconderlo.
Me hizo terminar tres
veces, no tengo idea cuántas veces terminó ella pero sé que disfrutó igual o
más que yo. Trataba de sentirla todo lo posible. Olerla, tocarla, verla. Memorizar
su rostro y su cuerpo para pensarla en su ausencia y así pensarla con mis manos en la soledad.
Logramos dormirnos en
la madrugada. Me sentía terriblemente cansada. Derrotada. Dormí profundamente,
soñé con ella y con nuestras vidas juntas, todo era ideal hasta que sonó mi
celular. Era ella. Eran más de las diez de la mañana. ¿Cómo es posible?, pensé.
-¿Ya despierta?- me
dijo su voz tan jovial.
-Si… ¿dónde estás?-
pregunté alterada y molesta.
-Estoy ya en el avión,
a punto de despegar, no puedo hablar mucho, hay una azafata idiota que me queda
viendo mal.- sonaba tranquila, hasta divertida.
-No puedo creer que me
hicieras eso, yo quería ir a dejarte…- le dije entre sollozos y llena de rabia.
-Ya lo sé linda. Pero si
venías creo que no me hubiese ido. Escucharte llorar es lo último que quiero, además no pude despertarte si estabas dormida como un angelito. Las
cosas tenían que ser así. No quiero que estés mal. Pronto regresaré, ten paciencia.
Tengo que colgar… te amo.
“Te amo”, era la
primera vez que me decía eso y también la última. Las cosas no salieron como lo
esperamos, o como lo esperé yo. Con los días seguimos en contacto pero nunca
fue lo mismo. Ver como era su vida tan liberal y excéntrica en las redes
sociales me mataba de celos, de tristeza e impotencia. Las palabras lindas se
convirtieron en reclamos y peleas todos los días. Su indiferencia cada día era
más notable y eso me dolía mucho.
En la universidad
conocí a un tipo. Estudiaba Medicina igual que yo, pero él estaba a punto de
egresar. Él me hizo replantearme mi verdadera orientación sexual, ¿qué diablos
soy, qué me gusta o qué no? En mi mente
no cabía la posibilidad de ser lesbiana. Pensé que lo sucedido con Joss era
algo que tenía que pasar, algo de la juventud.
Mi relación con Joss
pasó de ser distante a completamente nula. Un mal día vi una fotografía suya
con otra mujer en su perfil. Desde ese momento supe que no era la persona que
yo necesitaba, pero fueron días difíciles. Sus viajes a Tegucigalpa nunca se
concretaron. Nunca pude ir a verla. La chica que me volvió loca por un año
entero pasó de serlo todo a ser un simple recuerdo.
Decidí iniciar mi vida
en la onda heterosexual, lo que mi madre, mi abuela y el mundo moralista esperarían.
El chico médico fue el primer hombre en mi vida. Es una aventura completamente
diferente. Hay más pelos, más sudor, más dolor, en fin. No es desagradable pero
tengo que admitirlo, es mucho más rico estar con una mujer.
Quizás habrá más de
alguna que me llame la atención pero nunca voy más allá. El chico aspirante a
doctor es un buen tipo, un gran amigo y una excelente compañía en mis largos
turnos en el hospital. Estoy muy joven para pensar en el matrimonio pero sé que
él sería un buen esposo y un padre ideal.
No sé si algún día me
dejen de gustar las mujeres, no sé si algún día pueda olvidarme de ella
completamente, pero no es ese el camino que quisiera seguir.
En ocasiones, cuando
se hacen muy torturantes los recuerdos, pienso en ella. En mis días felices a
su lado. En su olor y su piel. Me pregunto si ella me recordará de alguna
manera. Yo estoy tranquila, pero sé que ella es feliz… siempre será una persona
feliz gracias a su valentía y libertad. Casi nunca escucho la música que
escuchábamos hace cuatro años, pero me gusta recordarla con “To the faithful
departed”, de The Cramberries, el único álbum que pude quitarle. No hay noche
en que no la piense sin poner “When You’re Gone”, una y otra vez mientras
revivo sus labios en mi cuello y sus manos traviesas entre mis piernas.
Asumo y acepto mi
realidad pero nunca descarto un reencuentro. Mientras tanto que pasen los años,
que pasen las personas que tengan que pasar. Dice mi abuela que hay más tiempo
que vida y yo he aprendido a saber esperar sin exasperar.
Mi bandera de lo cursi
y lo ideal sigue en pie. Quizás un día cuando sea una doctora reconocida, ella
pueda por fin regresar, tocar a mi puerta y verla otra vez. Me imagino que
seguiría igual de hermosa, con mil tatuajes pero igual de linda. La besaría
hasta el hastío, la haría recordar cada detalle, le devolvería cada orgasmo que
me regaló. Le haría saber que sí la amé de verdad y que no hay nada en esta vida
que haya deseado más que verla feliz.
FIN
domingo, 14 de julio de 2013
Ella Me Gusta Parte 2
Bastaron sólo unas horas para compenetrarme totalmente con
ella. Me parecía tan genuina, relajada,
tenía un gran sentido del humor. Pasábamos todo el día juntas. Siempre
había una carcajada en el medio. Reíamos por cada cosa. Sus ojos chiquitos y
sus dientes chuecos expuestos cuando sonreía era la primera imagen que tenía en
mi mente cuando hablaba de ella con alguien más.
Ella era nueva en el colegio y en la ciudad pero tenía más
amigos que yo. Tenía ese virtuoso y peligroso don de agradarle a todo el mundo.
Eran días felices. Nuestra vida se resumía en salir apresuradas del colegio.
Llegar al apartamento donde vivía ella sola. Tirarnos en el piso con dos
almohadas a escuchar la música que ella amaba y que yo empezaba a adorar. No sé
cuándo ni cómo se convirtió en una gran amiga, en la única y en la mejor.
Una tarde sentadas las dos en el porche de mi casa, le pedí
que me enseñara a fumar. Estábamos solas. Mi madre con las cosas de su iglesia
y mi abuela cuando sale nunca avisa a dónde va, ni a qué hora regresa, así que
no había problema. Ella se negó rotundamente.
-Joss, solo un poquito… - le supliqué agarrándola de los
hombros.
-¡No! Esto te puede matar.- me dijo agarrando un cigarro
haciendo círculos cerca de mi cara con él.
-Por favor… - le dije poniendo mi cara más convincente.
-Bueno.- dijo ella finalmente. – sólo si me cuentas un
secreto. Uno que no le hayas dicho a nadie. Like
anybody. Quiero saber cuál es tu más oscuro secreto.
Yo me quedé quieta. Era tan aburrida que no tenía secretos
oscuros. Sin contar el más reciente… que tenía que ver con ella. Le dije que no
tenía ninguno, no uno por el cual valiera la pena decir para ganar una apuesta.
Ella sonrió. Yo me sentía morir. Encendió un cigarro y empezó a fumar con
aquella gracia al estilo Marilyn Monroe.
-Si no hay secreto, no hay cigarro.- me dijo mientras
exhalaba el fumo por encima de mi frente.
-Está bien, hay uno.- le dije volteando a ver el piso y
peinándome el pelo con los dedos por los nervios.
-I knew it! – Exclamó ella. – Te escucho.
-El otro día… bueno más bien era de noche. Yo estaba en mi
cuarto… y…
- Ajá… - decía ella cada vez que hacía una pausa. Muy atenta
a lo que yo decía, como analizando si era una mentira o lo que le decía.
- Estaba en mi cuarto, pensando en alguien y… empecé a
tocarme. – le dije finalmente con mi rostro ardiendo de la vergüenza.
- ¿Y lograste acabar?
- Sí… - susurré, rezando al dios que le reza mi madre para
que no me preguntara quién era esa persona.
- Woah, debe ser alguien que te gusta demasiado… - me dijo
con picardía mientras encendía un cigarro para mí.
Al principio no fue fácil. Me ahogaba, tosía, me volvía a
ahogar, hasta que finalmente pude hacer “el golpe”. No es algo que requiera
mucha ciencia pero ella lo hacía con mucho estilo. Desde ese día me volví una amante
furtiva del cigarro. Nunca quise que mi abuela y mi madre se dieran cuenta de
que fumaba pero no pasó mucho tiempo para que empezaran a sospechar. No les
agradaba que mi única y total compañía fuese Joss, siempre Joss, para todo
Joss.
Ella llegó a significar tanto en mi vida en tan poco tiempo.
Un mal día, caminando por alguna calle del centro de la ciudad, tomadas de la
mano, con un cigarro en la otra mano y riéndonos como siempre. Se detuvo de
golpe. Me vio fijamente a los ojos con
una expresión de ansiedad y alegría revueltas. Mi corazón latía a mil. Pensé en
mil cosas pero algo me decía que iba a confesarme algo, quizás era lo que tanto
deseé escuchar: que yo le gustaba tanto o igual de lo que ella me encantaba a
mí. Pero vaya desilusión. Lo único que salió de su boca fue. “Creo que por fin
me perdonaron mis viejos. Me regreso a California en diciembre.”
Es difícil describir cómo sentí el cerebro en ese momento. Pero
recuerdo que se adormeció al instante como un mecanismo de defensa. Como si
hubiere liberado una enorme dosis de endorfinas para no sentir tanto el dolor
de ese golpe. No sabía qué hacer ni qué decir. Me esperaba cualquier cosa menos
eso. Faltaba muy poco para diciembre. Le solté la mano. Me di la vuelta y seguí
caminando. Ella no preguntó por qué reaccioné así, parecía que lo entendía
bien. Seguí caminando y ella sin decir nada me acompañó hasta mi casa.
Fue difícil dormir esa noche. La única persona que había
despertado en mí las ganas de amar a otro ajeno a mi familia. Que le diera un
verdadero sentido a mi vida tan aburrida como las misas de los domingos. Tenía que
decírselo, pero me ganaba el miedo, pensaba que quizás ella solo me miraba como
una amiga, que quizás no era su tipo y si le decía que me gustaba podría
arruinar la única amistad sincera que había tenido en toda mi vida. En mi plena
adolescencia tenía la gran disyuntiva de mi vida. Hasta que llegó la mañana
siguiente.
Mi abuela estaba desayunando en la cocina. Vio mi cara de
desvelo y de tragedia griega. Enseguida frunció el ceño y me preguntó qué me
pasaba. Negué con la cabeza. Tampoco quise desayunar. Solo agarré mis cosas y
me despedí con un beso, pero antes me agarró muy fuerte las manos, realmente
estaba preocupada y me dijo con todo su amor y suavidad: las princesas cuando
son jóvenes y bellas tienen todo el derecho del mundo a equivocarse, a cometer
todos los errores que quieran. Porque para eso es la juventud, para cagarla
cuantas veces sean posibles. Cuando seas mayor nadie te permitirá cometer
errores y si los hacés te van a juzgar siempre. No querrás acabar como tu
abuela, vieja, sola y nostálgica o peor, como tu madre, amargada y religiosa,
creo que eso sería peor.
Y con sus palabras me fui valiente y sonriente al colegio. Dispuesta
a cagarla como dice Tatita, que no sé qué haría sin ella y sus consejos.
Joss estaba en la entrada, esperándome con una gran sonrisa.
Fue un alivio que me viera de mejor ánimo. Iba a decirle la típica frase
trillada que todas las parejas usan cuando quieren terminar. “Tenemos que
hablar”, pero ella se adelantó con un “hoy no hay escuela” y un “vámonos de
aquí”.
Nos fuimos a su casa. Creí que sería la misma rutina. Una Coca
cola y un cigarro mientras escuchábamos música pero esta vez tenía otros
planes.
Había arreglado su cuarto. Tenía velas aromáticas y flores. Ella
no era así. Era un desastre andante. No entendía bien el escenario hasta que
sin darme cuenta me agarró por la cintura. Estaba detrás de mí. Con su barbilla
apoyada en mi hombro. Yo seguía sin entender pero no podía disimular mi
emoción.
-Joss… -susurré, pero no quería voltear a verla.
-Eres tan
hermosa, and you smell so nice… Dime una cosa, ¿qué tal te hago el amor
en tu imaginación?
-¿Cómo?- refuté, tratando de quitar en seguida sus manos de
mi cintura, pero ella se aferró más fuerte. Yo estaba de mil colores. Indagando
cómo pudo darse cuenta.
-Vi tu cara ayer que te dije que me regresaba a casa. Te
pusiste realmente triste. Fue la cosa más linda que alguien ha hecho por mí. Me
sentí mal por ti pero feliz al mismo tiempo de saber que sientes algo por mí. Soy
tan afortunada de tenerte aquí conmigo.
Yo no sabía ni supe que decir. Ella siempre siendo directa,
honesta y yo siempre tan miedosa. Empezó a besar mi cuello pero apenas sentía
sus labios.
-¿Nunca has estado con nadie verdad? ¿Ni un hombre? –
preguntó mientras desabrochaba mi blusa y yo sentía los peores nervios de mi
vida.
-No… con nadie.- contesté sin tartamudear.
-Claro que no. Estás pura. Por eso será muy especial, promise you.- me dijo al mi oído.
Yo estaba totalmente quieta, en silencio. Pero por dentro sentía
la adrenalina correr por cada centímetro de mi cuerpo. Su lengua empezó a
rodear mi oreja, sus dedos habían desabotonado toda mi blusa y con una
habilidad increíble me quitó el brasiere. Mi corazón pudo explotar en ese
momento.
-Me recuerdas a mí misma hace varios años. Era exactamente
como tú: girly, linda, cabello hermoso. Era tan aburrida, pretendía ser la niña
que mis papás querían y no me pregunté quién era yo. Tuve hasta un novio.
- ¿Novio? ¿Varón?- pregunté sorprendida, volteando por fin
mi rostro para verle los ojos.
- Si,
Tommy. He was really cute. Él es dominicano, era de último año. Yo tenía
14, no sabía nada de la vida, ni siquiera me gustaba pero tampoco sabía qué me
disgustaba. El me quitó la virginidad. Hacer el amor por primera vez con un
hombre es la cosa más incómoda y dolorosa que existe. No entendía por qué a las
demás les encantaba estar con hombres hasta que a la tercera o cuarta ocasión
le encontré el gusto. Era rico. Se siente bien tener un pene dentro de ti. Es como
sentirte completa de alguna manera. Pero no necesitas de un hombre para tener a
un pene dispuesto. Pero es cuestión de gustos quizás nunca llegues a
disfrutarlos. Hoy lo comprobaremos.
-¿Hoy?- pregunté asustada.
-Tengo uno que compré para ti.- respondió muy divertida ella
al sentir mi preocupación.- sólo será una prueba. Y algo me dice que te va a
gustar igual o más que a mí. Estar con un hombre es rico pero estar con una
mujer es una aventura totalmente diferente y mucho más placentera. Se siente más suave, más húmedo, más sublime. Pero eso es
algo que lo tienes que decidir tú, no yo.
Empezó a bajar sus manos hacia mi zona sur. Cuando sintió lo
mojada que estaba, sonrió, volteó mi rostro con la otra mano y se dispuso a
besarme suavemente, haciendo los mismos movimientos con su lengua y su dedo medio
metido en mi entrepierna. De un tirón me quitó la falda y los calzones. Estaba
completamente desnuda ante sus ojos pero ya no sentía pudor ni vergüenza. Estaba
viviendo el momento más excitante de toda mi vida y cometiendo los errores que
debía cometer como decía mi abuela, por eso me dejé llevar. Me sentó cuidadosamente en la cama, se deslizó por mis piernas y empezó a besarme justo allí y mientras gemía comprobé la existencia de Dios.
---CONTINUARÁ---
domingo, 23 de junio de 2013
Ella Me Gusta
Nunca tuve tanto miedo
a volar. Siempre fui una chica buena y no precisamente por estudiar en un
colegio católico o por asistir a misa cada domingo del año. Mi familia es
conservadora y de alguna medida lo soy yo también. Fui una niña aburrida pero
nunca me gustó leer, tampoco escuchar ópera y esas cosas. Mi delirio eran las
películas de princesas. Mi abuela paterna siempre me dijo que yo era una
princesa legítima. Tez blanca, cabello castaño claro y un tanto escuálida.
Me parezco
mucho a ella. Supongo que lo único que trataba la vieja era de que no me deprimiera
por mi apariencia, sobre todo cuando nadie me tomaba en cuenta en las
actividades por ser tan bajita y débil. Si, débil. Me regresaba llorando a la
casa y la “Tatita”, como le decimos todos, era mi único consuelo sincero para
mí. “Las flacas somos más felices, las blancas somos más delicadas y las bajas
cabemos en cualquier lado”, me decía la vieja para subirme la autoestima y supongo
que funcionó.
Mi abuela tiene un
aire muy liberal y tenía maneras muy bizarras para dar lecciones. Lo poquito
que recuerdo de papá es que era igual de alegre y chistoso que ella. Pero por
otro lado mi mamá fue educada bajo un yugo muy estricto. Su papá era militar y
su madre una férrea católica. El sueño de ambos (sus padres), cuenta mi mami,
era convertirla a ella en una monja y a
mi tío Pedro en un sacerdote, pero conoció a mi papá y más tarde nací yo. Por eso
al tío Pedro no le quedó más remedio que ordenarse como cura. “Por eso se hizo
maricón”, me dice Tatita en las cenas navideñas cuando se reúnen todos.
Por fortuna la familia de mi madre vive en otra ciudad. Tatita
vive con nosotras desde que mi papá murió. Ella no es religiosa, podría jurar que
es atea pero no lo dice para no molestar a mi mamá. A pesar de no estar de
acuerdo con sus maneras para criarme, nunca la criticó. Tal vez fue para no
apartarme de su lado. Ella es lo máximo. Siempre que tengo que ir a misa y mira
mi cara de descontento y pereza, me dice a escondidas en la cocina que me quede
con ella para escuchar sus boleros y rancheras pero sabe que eso significaría
una regañina por parte de mi mamá. No sé qué haría sin mi abuela. Pasó tantas
noches convenciéndome de que yo no era fea.
Con los años me fui
dando cuenta de que el espejo se hizo mi amigo y tenía razón mi abuela, las
otras niñas solo sentían envidia pero la verdad ese asunto no me preocupaba. Hice
dos buenas amigas en la secundaria y las dos tenían su respectivo novio. De hecho
supongo que todas las de mi clase tenían su noviecito o de esos amigos
especiales. Todas excepto yo. No porque nadie me cortejara, siempre habrá más
de algún perro aguacatero husmeando para ver si consigue algo.
Pero nadie me
interesaba. Mi mundo consistía en estar encerrada en mi cuarto estudiando,
siendo aburrida. Siendo buena hija. Acompañando a mi madre a sus círculos
bíblicos, aprendiéndome casi todos los rezos de los funerales, el mismo sermón
de cada bautizo o cada boda. Esa era mi vida. Mi mejor pasatiempo era escuchar
a Tatita hablar de sus aventuras de juventud y verla cómo se emociona cuando
habla de sus tantos novios y cómo el nacimiento de mi padre le cambió la vida.
Mi vida y mis costumbres
eran tan aburridas. Hasta que un día llegó ella. Venía de Estados Unidos. La mandaron
castigada para acá. Los padres creyeron que matricularla en un colegio de mojas
podría hacer que cambiara su actitud. En ese entonces estaba más llenita, su
piel muy clara y bonita. Tenía el pelo muy cortito, pintado en negro azabache. Tenía
agujeros en las fosas nasales y en todo el contorno de las orejas, supongo que
las monjas le hicieron quitarse los piercings.
Caminaba de una forma
peculiar y a paso ligero pero lo hacía con mucha gracia. Tan pronto llegó se
hizo amiga de todo el mundo. Pero no hacía las mismas bromas conmigo, quizás
porque miraba que yo era reservada. Le fastidiaba
usar el uniforme diario, cada día al salir de clase, se iba corriendo del lugar
para ponerse su cómoda ropa. Jeans flojos a la cadera, tenía los tenis All
Stars de todos los colores, camisetas oscuras y grandes que disimulaban mucho
sus pechos. Nunca nadie me había llamado la atención de tal manera.
Siempre la miraba y
trataba de disimular, me gustaba pensarla en las noches. Me daba una curiosidad
terrible. Cuando hablaba, cuando insultaba a las monjas en inglés y luego les
tiraba besos de lejos. Me causaba gracia todo lo que hacía, pero no ella sabía quién
era yo. Un día sin que nadie viera le revisé su mochila. Había unos CD’s de Iron
Maiden, Slipknot y Metallica. Nunca los había escuchado en mi vida pero me fui
al mall y me gasté casi todos mis ahorros comprando los mismos CD’s.
Cuando llegué a casa,
ansiosa por escucharlos, mi madre y mi abuela estaban en la cocina, entré a
saludarlas rápidamente. Entré a mi
cuarto y puse Psychosocial de Slipknot a todo volumen. Pasaron sólo unos segundos
cuando las tenía a las dos viejas escandalizadas en la puerta de mi cuarto. Hasta
mi abuela estaba horrorizada. Mi mamá me dijo que con esa música estaba
permitiendo al diablo entrar a la casa. Mi abuela dijo que era culpa de las
monjas. Me reí. Las saqué del cuarto y me tiré a la cama para seguir escuchando
todos los CD’s con mi Ipod.
Había escuchado antes
el rock pesado quizás en la televisión, pero nunca me interesó. Pero esa tarde
los escuché una y otra vez. Y más tarde en la noche me masturbé por primera vez
en mi vida. Me toqué pensando en ella. Fue lo más erógeno que había
experimentado hasta entonces. El primer orgasmo con mis manos. Imaginándola a
ella encima de mí, besando mi cuello, explorando en el sur, llevándome al cielo
con sus dedos. Sentí algo de temor y pudor al terminar, pero nunca antes me
había sentido tan viva.
Al día siguiente al
verla me sonrojé como un tomate y ella lo notó. Cruzó un pasillo para acercarse
a mí.
-Hace calor, verdad.-
me dijo volteando a ver al cielo opaco, carente de cualquier sol o lo que se
parezca a eso.
-¿Calor? Bueno sí, un
poco… creo. – le dije sin comprender.
-Solo las putas que
tienen memoria se sonrojan de la nada.- me dijo con una sonrisa torcida y viéndome
fijamente. Yo me enrojecí mucho más y tragué saliva.
-¿P..perdón? –
tartamudeé un poco al rato que ella se echaba tremenda carcajada.
-Estoy bromeando,
Andrea. – me dijo agarrándome los hombros. Ella es un poco más alta que yo.
-Daniela. - la
corregí.
-Whatever, tú tienes
cara de una Andrea, pero Daniela te queda también. Yo me llamo Josseline, y
odio ese nombre. Cuando tenga los años suficientes me lo voy a cambiar, por
mientras sucede eso, dime Joss.
-Yo sé quién sos vos…
- le dije casi susurrando por los nervios. Esta chica me intimida demasiado.
- Ok, Dani Blush, ¿te
gustaría acompañarme a un lugar? No preguntes dónde, solo dime si puedes o no.
-¿Ahorita? – pregunté señalando
mi reloj, todavía faltaban dos horas para salir de clase.
-¿Sí o no? – repitió.
-Sí. – le dije con una
ola de adrenalina revoloteando en mi pecho y nos fuimos.
CONTINUARÁ…
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