Cuesta asimilar la noticia. No importa si era cuestión de
tiempo o algo que todos esperaban. Esa persona que tanto quieres se ha ido, no
está y te cuesta aceptarlo.
Es un dolor indescriptible. Lo sientes en el pecho, como un
golpe real, un dolor que va más allá del cuerpo. Es como un mal sueño pero es
imposible despertar.
Todo mundo te mira, son ojos llenos de lástima y se
compadecen de tu dolor pero ellos jamás entenderían cuánto te duele. Ellos te abrazan, te dicen
palabras que en ese momento no sirven. Ya nada importa, esa persona que tanto
amas se fue de aquí, ha muerto y no regresará jamás…
Porque todos hemos pasado por una situación igual en algún
momento de nuestras vidas. Es inevitablemente horroroso perder a un padre, una
madre, un hijo, nuestros queridos abuelos, hermanos, primos, amigos… la sangre
duele y cuando uno pierde lo que ama es simplemente un hecho desgarrador.
Solo el que ha pasado por algo así sabe de sufrimiento. Unos
viven el luto a su manera, pero el dolor es el mismo. Ese sentimiento de vacío,
de soledad, de miedo permanece ahí por el resto de la vida.
No es igual que perder un amor, o peor, que te abandone. Duele,
claro. Pero cuando hay vida, se puede hacer lo impensable, hoy estás con
alguien, mañana, estás con alguien más. Pero es distinto cuando te quitan a
alguien por arrebato, cuando le quitan la vida como si fuese poco valiosa, como
si fuese una hormiga sin valor alguno… el dolor es más profundo.
Si fue Dios o fue el hombre, el golpe es igual. El resentimiento
que aparece de la nada. El cuestionamiento a Dios o al Diablo. La incertidumbre
de saber a dónde se ha ido. Si estará bien, si sabrá que estoy sufriendo y
llorando como un pajarito abandonado.
No creo que haya una prueba más difícil en la vida.
Cuando perdí a mi papá no solo perdí su brazo protector,
perdí a un amigo, mi techo en los tiempos de lluvia, las palabras precisas
cuando tenía un problema. Desde que ya no está algo de mí tampoco está… se fue
con él.
Las personas me preguntan si ya lo superé. Si ya no me duele
tanto. Pero mi respuesta siempre es la misma: esa herida jamás se cierra.
Creen que si alguien sonríe es feliz, si alguien llora es porque
sufre y si alguien es jactancioso es porque no le falta nada pero no es verdad.
A veces uno pone escudos y mecanismo de defensa para no tocar fondo. A veces es
necesario inventarse la felicidad para no sentirse miserable.
¿Y qué es lo que queda? ¿Cómo vivir sin esa persona? ¿Cómo
intentar ser feliz a pesar del luto? Esas respuestas solo el tiempo y la vida
misma te lo enseñan. Pues el mundo no se detiene por nada ni por nadie. Aunque suene
trillado: la vida sigue. Es una lucha constante y es un error creer que uno
nació para sufrir y después morir, esto se trata de luchar día a día y por
hacer que valga la pena cada segundo.
Cada vez que tengo un sueño bonito, cuando veo un paisaje de
mi pueblo, una buena película, un halago y una sonrisa cómplice me acuerdo de
mi padre e inmediatamente él viene a mí. Cuando alguien me dice: te pareces
cada día más a él. Me lleno de una extraña paz, y me siento feliz por ese
instante.
Y al final de mi vida, creo que nunca terminaré de
comprender a la muerte, y las injusticias que vivo a diario en mí y en otras
personas, ¿por qué se tiene que morir la gente buena? ¿Será que la muerte si es
más bonita que la vida?
Pero siempre en la oscuridad habrá una pequeña luz, en todos
los males existirá una pequeña pizca de bondad. Y esa luz es la ferviente
certeza que algún día todo nos encontramos otra vez. Como el ave que vuelve a
su nido. Encontramos el mismo camino, al mismo punto del cual partimos un día.
Esa es mi tranquilidad y lo que me permite seguir en pie. La
seguridad que allá arriba hay un ser supremo al que le han inventado mil nombres
y mil funciones, al que le achacan culpas y virtudes que quizás no son del todo
ciertas, pero es Él el escritor de nuestras vidas, el que decide lo que termina
y lo que empieza en nuestro libro y a decir verdad, no creo que la muerte sea
el final de todo…
Lo que queda no es esperar entonces a que Dios o los demás
decidan por nosotros sino tomar las riendas y tener claro que solo nosotros
sabemos lo que tortura perder a un ser querido pero tampoco se acaba el mundo,
es la salida más fácil tirarse a llorar todo el día en una cama y maldecir
nuestra existencia, lo que realmente te hace hombre o mujer de verdad es
levantarte cada día con la sonrisa que esa persona quisiera que tuvieses, con
las mismas ganas de salir adelante que esa persona tenía, hacer como si todo el
tiempo estuviera caminando a tu lado, guiando tu camino, haciendo lo correcto,
amándolo como siempre, amando a los que siguen aquí y esperando esa hora tan
deseada de volver a ver sus ojos y sentir que todo valió la pena y que la
muerte no es el fin, que nacer no es el principio y que nunca se deja de
intentar.
Dejar a un lado los romanticismo y dejar de creer un poco en lo que dicen las religiones, los ateos, las brujas y los moros; hacerle un poquito más de caso a nuestra conciencia, el centro de nuestra alma, y ahí en ese lugar habita la respuesta que todos queremos, la verdad absoluta, porque si un Dios nos creó debe estar en nosotros y en cada cosa que el creó, cuáles palacio repletos de oro o viejas que gritan coritos como si así lavaran sus culpas.
Dios es mucho más sencillo de lo que imaginamos y tan complejo que aún no lo hemos identificado a su totalidad. pero no hay que ser científico y psíquico para estar segura que volveré a ver a mi padre, que ustedes volverán a ver a sus seres queridos, solo es cuestión de tener dos cosas bien resguardadas: el amor que jamás se acaba y la fe que aunque es frágil es más poderosa que cualquier otra cosa.