Voy a salirme de mi cuerpo un rato. El tiempo suficiente para verme
detenidamente desde afuera y sacarme plática para averiguar ciertas cosas que
todavía no me atrevo a decirme.
No es que sea tímida conmigo, es solo que a veces es más
cómodo sentir que alguien te escucha. El verbo escuchar se ha vuelto un tanto
anticuado últimamente. Tampoco es que preciso de un loquero ni de humos
psicoactivos. Estoy lista para hablar conmigo.
Esta vez no hay recursos estilísticos que valgan, ni hay
metáfora que exprese algo tan simple como verse al espejo desnuda y decirse un
par de verdades.
Después de una terrible explosión solo quedan los escombros
y los cuerpos desmembrados, llenos de polvo y sangre. Ya ha pasado la peor
parte; atrás quedó el caos, pero quedó el desorden y la muerte… pero no tu
muerte. Se murió algo de vos, pero no estás muerta.
Te has sentido tan a verga de todo que lo único que te
motiva es estar postrada en una cama viendo películas piratas, comiendo pizza
helada y evitando cualquier conexión electrónica directa -móvil y datos- con la
infausta realidad, pero ya ese caprichito no te lo podés permitir. “Estar triste
sólo es un lujo para los ricos, nosotros los pobres tenemos que trabajar”, me
dijo hace unas semanas doña Vertila, mientras la entrevistaba en la calle.
Ya fue el berrinche, el pataleo y el río salado. Después de
de un gancho al hígado y la cara de Rocky al final de la gran pelea, ya sabés
que no hay marcha atrás. Eso no puede pasar otra vez y lo sabés, no al menos en
el mismo ring de boxeo.
Empecemos a acomodar las piezas y pará ese trompo que tenés
por cerebro. Hay cosas más urgentes qué resolver pero esto no es menos
importante.
Te decidiste finalmente, totalmente, entregarte a unas manos
y éstas sin medirlo, sin la mínima consideración te destruyeron. No fue tu
culpa, ni siquiera fue culpa de esas manos, ellas no te persuadieron para que
te entregaras, fue tu voluntad y ahora tenés que reivindicar esa voluntad.
Yo me acuerdo cuando volabas. Aprendamos a volar otra vez
porque yo sé que eso te encanta. Todavía te conozco. Aún queda algo de vos. Amarrate
bien esas alas y ya no las andés dejando por ahí botadas. Recojamos todo. Acomodemos
y midamos a ver qué tal sopla el viento para abrir la ventana y empezar de
nuevo.
Ahora tenés igual de rayadas las rodillas y el alma pero
seguís siendo linda ante el espejo y ante tus ojos.
Vamos a reincorporar la palabra olvido a nuestro vocabulario. La lección del semestre fue aprendida y es hora de seguir el camino. Había dejado en el tintero lo valiente que eras porque estabas ocupada en tu versión de vidrio, pero ahorita me gusta quien sos. Puedo notar que has cambiado, lo notan ellos, ¿lo has notado vos?