Lo que más disfruto cuando vengo a casa no es la casa, sino
el camino. Construyo y destruyo escenas de lo que me gustaría que fuera y lo que no ya no fue. Mientras ruedan las
llantas, me gusta escuchar rancheras y hip hop en lista aleatoria, -siempre he
sido tan variada en todo-. Eso me hace feliz.
Me gusta pensar en vos.
Y eso a veces no me hace tan feliz.
La felicidad que despierta en mí
esta tierra es tan genuina como el fastidio que por ratos me provoca vivir en
tu ciudad.
Para no dejar en ascuas a tu
curiosidad, te voy a contar: Pienso en nosotros. En vos y yo juntos y
separados.
En mí antes de vos, y en vos
después de mí.
¿A quién culpamos?
Fue tu mano.
No, fue tu boca. Tu boca
demoníaca. Tu boca sabrosita, tu boca que ya no es tu boca. ¿Te he dicho que me
gusta tu boca?
Pues, me gusta tu boca.
Te decía del camino. Las montañas
son todo un retrato. El olor a pino, el viento peinando mi pelo y golpeando
duro en mis mejillas, así tan duro como cuando pegan tus sarcasmos en el pecho.
¿Ves que en todo estás?
El asfalto y las tripas de los
perros plasmadas a él. La basura quemada descuadrando con lo verde. Nada me
distrae de la belleza porque nadie la puede opacar.
Vos sos parte de la obra.
Entonces si no fue tu boca, fue el
coco.
El coco siniestro.
No es tan fácil de expresar, las
bocinas de los furgones distraen la unidad central de la lógica y de la
manipulación en mi cerebro. No lo puedo controlar. Te lo dije antes, no me
interesa usar escudos ni fusiles. Yo con vos me quiero desnudar de todas las
formas.
Pero,
Siempre están los pe-ros.
En el horizonte está la señal de
los túmulos. El chofer disminuye la velocidad y mis pensamientos se reducen con
los frenos a tus besos.
Los que nunca son suficientes.
Porque me gusta besarte.
Me gusta escucharte. Olerte,
tocarte. Me gusta tomarte, beberte. Me
gustan tus nalgas. Me gusta todo tu cuerpo, hasta tu pelo.
(Y es en serio.)
Me gusta tu letra, tu música, tus
ideas, tu risa, tus cuentos.
Todo tu misterioso encanto.
En la aldea de los menonitas
hacemos la primera parada. Compré jalea de chile y pan de naranja para no
llegar con las manos vacías a casa.
De vuelta al camino, se puso
Chavela y me puse triste.
Más que triste, enojada.
Incomprendida.
Confundida.
Ya ha pasado suficiente tiempo, el
necesario para mandarte vía paloma mensajera que siempre no y que mejor si te
acepto las renuncias.
Pero no. Ahí está la insistencia
de imprudente.
No me gusta tu boca cuando tira
sapos y culebras.
No me gustan, tus desplantes, ni
tus enredos. Tus celos, tus miedos, tus desconfianzas.
¿Por qué no confiar en alguien que
le entregas a cabalidad tu cuerpo?
Tu cuerpo que ya no es tuyo.
Tu cuerpo que vos me lo diste al
tiempo que yo te di el mío. Como un convenio sin fechas, ni límites y mil
condiciones y mil consecuencias.
Ya el destino se lee en un letrero
verde.
Estoy en casa.
Vos seguís en mi mente.
Como último esfuerzo por pensar
sin pensar, me pregunto por qué seguimos ahí.
Vos deprimido, yo en vías de la
locura.
Serán las ganas que me dan a veces
de estar con vos toda una vida.
O será el impulso que me da por
ratos de mandarte bien lejos con dos palabras.
¿Por qué siento que te quiero y
que te odio “irremediablemente” como dice tu poeta favorito?
¿Crees en los enigmas?
Yo sí.
Ahora si llegué. Me bajaré de la
carreta. Estiraré las piernas, voy a saludar, tomar agua helada, a resumirle a
la audiencia en un par de segundos lo que pasó en el camino.
Más tarde, habrá algún mal momento
para seguir pensando en vos y en mí.
En nosotros después de nosotros.