Desde que descubrí que tengo un
poco de consciencia social me he cuestionado a mí misma, cuál es el “punto de
quiebre” en la vida de otras personas especialmente en la de los jóvenes para
adoptar una postura política. Me pregunto si nace de ellos, es decir de su
propio raciocinio o si viene de otra persona o si va connotado más a su
contexto social. Pero sobre todo me pregunto si llega de verdad ese día, el día
que alguien decide pensar.
El hecho de que me considere
simpatizante del Socialismo o que sea el centro-izquierda mi ideología política, no significa que fue porque
amanecí un día creyéndome superwoman, o que hice un voto de pobreza, o que me
devoré toda la obra de Marx y Lenin y empecé a llevarme con artistas y
marihuaneros para encajar en el cliché de los ñángaras. Tampoco lo soy porque crea
que el ser revolucionario está de moda o porque el Ché Guevara es super cool
como piensan algunos burguesitos que no conocen ni la cuarta parte
de la vida de aquel rebelde argentino.
De hecho adopté mi postura
política por diversos factores pero un acontecimiento en especial fue el que
determinó mi manera de pensar y por consiguiente mi manera de actuar. El día en
el que comprendí que es más efectivo profesar una ideología política que una
religión fue el día en el que me di cuenta que soy capaz de pensar por mí misma
y no dejar que otros lo hagan por mí.
El primer choque que tuve con la
realidad fue a los 17 años. Me mudé a Tegucigalpa con tal emoción que no me
conmovió en absoluto dejar triste a mi madre, a la mitad de mis amigos, mi
casa, mi cama, mi pueblo. Me mudé porque iba a la universidad, a la universidad
pública, a la misma donde estudió la mayoría de mis familiares. Estaba
genuinamente feliz.
Sin embargo el espíritu de
aventura y entusiasmo se apagaron de un soplo, cuando supe que tenía que ir en
bus a la universidad y regresar en otro bus a la casa. Nunca en la vida me
había subido a un bus urbano y aunque suene un poco despectiva la expresión si fue
chocante para mí relacionarme con gente muy pobre. No digo que en mi pueblo
nunca haya visto pobreza o que yo sea millonaria pero lo asumo porque
en la ciudad son capaces de matarte por quitarte un celular y en el pueblo hasta
los campesinos comen carne todos los días.
Recuerdo que le hablé una tarde
llorando a madre, diciéndole que me hacía falta mi vida en Olancho, que odiaba
tener que viajar en transporte público, que odiaba vivir en un barrio feo con
gente fea. Odiaba el hecho de tener que ahorrar toda la semana para no quedarme
sin comer el fin de semana. Sin imaginarlo, en ese momento tuve la lección más
importante de mi vida.
A parte de aprender a valorar lo
poco que tenía, fue aquí, en este desvergue de ciudad donde me di cuenta
realmente en qué país había nacido, aunque la idea romántica de que Olancho es
un país inventado no es del todo una fantasía. Si bien es cierto no es Dubai
pero la gente sin tener mucho, vive tranquila, definitivamente es otra
perspectiva, es otra realidad. Fue aquí donde me percaté de mi posición
económica y social, pero la postura política se definiría un poco después.
Por fortuna mía desperté a una
realidad no tan sabrosa como lo es para otros -para algunos pocos-. Darte cuenta
de que las cosas son diferentes a como el propio sistema te lo
ha hecho creer es muy doloroso. No sé si es la infancia o el haber nacido en un
pueblo lo que te hace sentir que la pobreza no existe. Supongo que abrir los
ojos no es nada placentero pero vivir en la ignorancia es igual a que te den
patadas constantemente el culo y sonreír por ello.
Cursaba la clase de Ciencias
Políticas en el 2008, el maestro era un tipo realmente fascinante. Escupía
cuando hablaba pero no me importaba escucharlo con la boca abierta cuando daba
su cátedra. Desde Aristóteles a Montesquieu. Capitalismo y Socialismo, Marx, Lenin,
Fouché. Las revoluciones y las guerras. La lucha entre hombres extraordinarios
y parásitos de la vida real. Los sistemas sociales y todo lo que desemboca la
palabra –poder-. Una literatura un tanto diferente a aquellas novelas de García
Márquez y Benedetti que me devoraba en un domingo, pero igual de fascinante, sin embargo este factor
no fue tan imprescindible para definirme políticamente.
Recuerdo que la primera vez que
leí aquella frase de Salvador Allende: Ser joven y no ser revolucionario es una
contradicción hasta biológica”, fue en una pared del edificio 4A, en aquel
entonces, los pasillos olían a mierda y un montón de encapuchados hacían una
especie de motines, obstaculizando el paso con sillas en protesta por equis
cosa. Y qué decir de las gaseadas que hubo tras el Golpe de Estado. Confieso
que me encantaba estar en esos relajos. Ver a los estudiantes enardecidos,
escucharlos mentarle la madre a los policías. Era una película en tiempo real.
Eran días hermosos y aunque también me parecía inútil y patética una lucha a pedradas,
era una lucha a fin de cuentas.
Empecé a leer a varios autores
que me afinaron el conocimiento poco a poco. Gorky, Chomsky y Galeano fueron
suficientes para entender claramente cuál es mi camino y de qué lado debo
estar. Sin embargo nada de eso fue lo que determinó mi camino. Comprender la
vida desde dos conceptos claves puede resultar muy simple, solo basta con
razonar un poco, es tan fácil como respirar, pero supongo que a muchos se les
hace imposible, pero ¡¿por qué?! No creo que sea porque sean pendejos, es peor
que eso, es porque saben que son pendejos y no les importa porque se siente
cómodos así, son cobardes y creen que vivir en la zona de confort que provee
ese miedo es mejor que arriesgar su vida para luchar por ellos mismos.
No es melón ni sandía. No es negro
ni es blanco. No es el bien ni es el mal. No es la izquierda ni es la derecha,
no es estar en contra del gobierno, es luchar por una vida más justa, es decidir si estar del lado de los que
tienen todo o estar del lado de los que no tienen nada.
Mi lucha a favor de lo justo
viene desde un sentido más personal que social. Cuando me di cuenta de que era
una estudiante y que no tenía dinero, me pesó más la ausencia de mi padre.
Recordé que estaba muerto, recordé por qué estaba muerto y recordé quien lo
había matado, un hombre poderoso que al ver amenazados sus intereses, ordenó
quitar del camino a aquel que le estorbaba. Es la maldita ley del más fuerte. El
salvajismo de pasar por encima de cualquiera que altere tu status quo. Desde muy
joven me tocó entender de la peor manera lo que puede hacer la avaricia, es el
amor al dinero lo que convierte en un monstruo a cualquiera, es ser un simple
monigote del sistema, el mismo que te dice que hay que tener billete para ser
muy vergón; y todo esto no me lo enseñó ninguna religión, ni la Biblia, no me
lo enseñó Marx, me lo enseñó la vida.
Es una concepción sencilla pero
te tiene que doler para poder entender. Es algo que no se puede explicar
fácilmente. Por eso caí a la razón de que moriré frustrada si intento hacer
entender a otras personas o inclusive a mi propia familia de convencerles que
pueden luchar por los derechos propios y ajenos. Y aunque no podría hacerles
ver lo que yo veo, lo que yo he vivido, lo que he aprendido, si podría
sembrarles la idea de que está bien revelarse y cuestionar lo que no les parece.
Camino por la línea que elegí
porque me duele la injusticia, pero no tienen que matarte a tu padre o a tu
hijo para que te des cuenta de que el mundo está podrido y no hay nadie que
haga algo por él. Lo más hermoso que te podría pasar es que tengas la capacidad
de ser solidario y servir a quien más lo necesita, no hay que ser un mártir,
solo se ocupa un poco de consciencia.
Pensar en un mundo gobernado por arañas que no quieren que pensemos, es un acto de rebelión. Pero no importa, cual sea que fuere tu ideología política, si sos combatiente en favor de tu propia gente, te hará sentir un verdadero revolucionario. Cual sea que fuere tu norte, si sos una persona consciente, que no se queda de brazos cruzados al ver que a un niño le quitan el pan de la boca, te hace sentir que tu vida habrá valido la pena. Lo importante es despertar, lo más importante siempre será pensar.
Pensar en un mundo gobernado por arañas que no quieren que pensemos, es un acto de rebelión. Pero no importa, cual sea que fuere tu ideología política, si sos combatiente en favor de tu propia gente, te hará sentir un verdadero revolucionario. Cual sea que fuere tu norte, si sos una persona consciente, que no se queda de brazos cruzados al ver que a un niño le quitan el pan de la boca, te hace sentir que tu vida habrá valido la pena. Lo importante es despertar, lo más importante siempre será pensar.