Escritora de historias propias y ajenas. Amante de Clementina, de Frida y de Rosa por la eternidad.
martes, 31 de diciembre de 2013
jueves, 12 de diciembre de 2013
La Primera Noche
Me
despierta su respiración pronunciada. No
puedo ver la hora pero el sol ya está saliendo. No he dormido mucho pero me
siento relajada. Tengo adormecido mi brazo izquierdo porque su cuerpo está
volcado al mío. Una de sus piernas divide las mías. Su mano derecha encima de
mis pechos y su brazo izquierdo sosteniendo mi cabeza. Raras veces amanecemos
así, pues casi siempre me despiertan pesadillas, sueño que me estoy asfixiando.
Su temperatura corporal es muy elevada.
No puedo
dormirme otra vez. Escucho los ruidos de la mañana y del pequeño queco que se
instaló en techo. Es un buen momento para pensar. Para planificar las tareas
atrasadas del día anterior, es el momento ideal pero él empezó a roncar. Lo
muevo un poco y se estremece. “Estás roncando”, le digo. “Lo siento”, responde
y se vuelve a quedar dormido. Lo volteo a ver y me río sola. Empiezo a recordar la noche anterior y las
noches anteriores.
La primera
noche fue un accidente. Un accidente probablemente provocado por mí. Lo invité
a casa sin malas intenciones. Pasé por alto el hecho de que no debía de
hacerlo, no por intuiciones moralinas, sino más bien por prudencia. Pero no,
ahí va la necia, la todo lo puedo buscando el peligro, aunque haciendo honor a
la honestidad, jamás creí que él representara algún peligro para mí. Y es justamente
cuando la vida te sorprende.
Llevó una
botella de vodka de arándanos y soda, preparó los tragos, que a decir verdad no
sabían muy bien. Lo importante era disfrutar su compañía, desde el principio me
pareció un buen tipo. Relajado, tranquilo y sobre todo muy astuto en su
trabajo. Recuerdo haber bebido poco pero me sentí mareada, aún recuerdo el
sabor, para nada agradable. También recuerdo que él ya tenía sus drinks encima,
a juzgar por su cara enrojecida y su aliento. No recuerdo para nada de lo que
hablamos, quizás eran trivialidades. Recuerdo todo desde el instante en el que
le dije: tengo sueño, vení a recostarte un rato.
Algo en
su rostro cambió, seguro pensó: bueno me ahorré el cortejo y la palabrería. Pero
en realidad lo que yo quería era dormir y sabía que aquel tipo de cuerpo menudo
y de sonrisa descarada era totalmente inofensivo…
Se lanzó
a besarme y fue cuando comprendí la magnitud de mi error. Los hombres no leen
entre líneas, solo ven los espejismos. Si hubiese querido tener algo con él,
seguramente me hubiese depilado las piernas, me hubiese vestido de una manera
más seductora, hubiese peinado y alisado mi pelo, hasta hubiese intentado salir
unas cuántas veces con él para saber si existía ese tipo de química que solo
los amantes conocen y así evitar perder el tiempo. En realidad no. No quería
nada esa noche ni cualquier otra ni con él ni con nadie. Pero el borrachín
perfumado se abalanzó sobre mí, casi, casi como un asalto.
-NO.- le
dije- Esto solo va a complicar las cosas.
-¿Por
qué no?.- me decía sin tener la mínima intención de detenerse.
-Porque
no.- insistí.
Y ante
la falta de señales de querer rendirse…
-Imbécil.
Sos un imbécil.- le dije molesta.
Pero él
sin ánimos de querer rendirse, se aferró a mí, cual si fuere un animal aferrado
a su víctima, tomando su punto más débil.
Realmente
me sentía molesta, pensé que me estaba perdiendo del inicio de una probable
saludable y duradera amistad. “Tan
idiota”. – pensaba-. “Es simplemente igual de idiota que todos los pendejos que
he conocido. Que toman medidas absurdas cuando quieren conseguir un polvo.”
Y como
todo violador que se rinde cuando su víctima deja de defenderse, se convenció
que nada conseguiría esa noche. Antes de querer parecer un necrófilo, se puso
la máscara de seductor pero para la mala fortuna, no tuvo éxito.
Me sorprendió
el hecho de que lo dejé dormir conmigo. Aunque nada pasó esa noche, lo más
prudente era ponerle dos alitas y mandarlo a volar pero no pude, quizás era el
cansancio. De hecho lo corrí y le dediqué otros insultos más, pero simplemente
no se fue y yo lo dejé quedarse.
Fue la
primera noche de muchas más. Estaba segura que no sería la única noche, lo
sabía y no me dio la gana evitarlo.
En la segunda
noche el criminal consiguió su cometido pero también utilizando más de la
fuerza que de la astucia. Supongo que me di por vencida pero esta vez opté por
dejar de ser la víctima y unirme a la batalla.
Y así
llegaron muchas más, fueron besos interminables, moretones, risas, lugares
prohibidos, la humedad, el sudor, los ruidos, esos ruidos… cada noche era algo
nuevo, cada vez era aún mejor.
Hacer el
amor se volvió como un delicioso deporte, en el cual por fortuna –casi- siempre yo resultaba ganadora. Pero nunca
era suficiente. Adicción de ver las estrellas con los ojitos cerrados. Cada noche
y cada madrugada fueron como esos postres que no podés dejar de comer aunque
sepas que te harán daño de alguna manera.
Pero también
hubo esas noches donde el sexo no fue el gran anfitrión. Noches de infortunio y decisiones difíciles. Porque
llega un punto donde se traslapan la pasión con el amor y viceversa. Es justo
ahí cuando se empieza a joder todo.
Es mi
amigo y es mi amante y mañana puede ser todo o puede ser nada. Es tan perverso
que puede tomarme fotos mientras le hago el amor o puede ser tan tierno que
pude consolarme el llanto en esas noches terroríficas. El único que ha logrado
que no lo rechace por venir cayendo de borracho y oliendo a cigarro. Es lo que
jamás en la vida imaginé pero no me arrepentiría ni de un segundo a su lado, de
ningún beso, de ningún orgasmo, de ninguna noche.
Abro los
ojos y terminan los recuerdos y pensamientos. Lo volteo a ver y el Cindirello
sigue plácido, dormido, sin percatarse que ya es hora de irse. Me revoco a lo
que pensaba minutos antes, se me hace una locura y que todo es surreal. Todo pasó
tan rápido. Me doy la vuelta y lo abrazo. Me inmiscuyo en su cuello y lo beso en
varias ocasiones. Me desligo del pasado o del futuro y no pienso en nada más. Por suerte ya no siguió roncando.
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