Bastaron sólo unas horas para compenetrarme totalmente con
ella. Me parecía tan genuina, relajada,
tenía un gran sentido del humor. Pasábamos todo el día juntas. Siempre
había una carcajada en el medio. Reíamos por cada cosa. Sus ojos chiquitos y
sus dientes chuecos expuestos cuando sonreía era la primera imagen que tenía en
mi mente cuando hablaba de ella con alguien más.
Ella era nueva en el colegio y en la ciudad pero tenía más
amigos que yo. Tenía ese virtuoso y peligroso don de agradarle a todo el mundo.
Eran días felices. Nuestra vida se resumía en salir apresuradas del colegio.
Llegar al apartamento donde vivía ella sola. Tirarnos en el piso con dos
almohadas a escuchar la música que ella amaba y que yo empezaba a adorar. No sé
cuándo ni cómo se convirtió en una gran amiga, en la única y en la mejor.
Una tarde sentadas las dos en el porche de mi casa, le pedí
que me enseñara a fumar. Estábamos solas. Mi madre con las cosas de su iglesia
y mi abuela cuando sale nunca avisa a dónde va, ni a qué hora regresa, así que
no había problema. Ella se negó rotundamente.
-Joss, solo un poquito… - le supliqué agarrándola de los
hombros.
-¡No! Esto te puede matar.- me dijo agarrando un cigarro
haciendo círculos cerca de mi cara con él.
-Por favor… - le dije poniendo mi cara más convincente.
-Bueno.- dijo ella finalmente. – sólo si me cuentas un
secreto. Uno que no le hayas dicho a nadie. Like
anybody. Quiero saber cuál es tu más oscuro secreto.
Yo me quedé quieta. Era tan aburrida que no tenía secretos
oscuros. Sin contar el más reciente… que tenía que ver con ella. Le dije que no
tenía ninguno, no uno por el cual valiera la pena decir para ganar una apuesta.
Ella sonrió. Yo me sentía morir. Encendió un cigarro y empezó a fumar con
aquella gracia al estilo Marilyn Monroe.
-Si no hay secreto, no hay cigarro.- me dijo mientras
exhalaba el fumo por encima de mi frente.
-Está bien, hay uno.- le dije volteando a ver el piso y
peinándome el pelo con los dedos por los nervios.
-I knew it! – Exclamó ella. – Te escucho.
-El otro día… bueno más bien era de noche. Yo estaba en mi
cuarto… y…
- Ajá… - decía ella cada vez que hacía una pausa. Muy atenta
a lo que yo decía, como analizando si era una mentira o lo que le decía.
- Estaba en mi cuarto, pensando en alguien y… empecé a
tocarme. – le dije finalmente con mi rostro ardiendo de la vergüenza.
- ¿Y lograste acabar?
- Sí… - susurré, rezando al dios que le reza mi madre para
que no me preguntara quién era esa persona.
- Woah, debe ser alguien que te gusta demasiado… - me dijo
con picardía mientras encendía un cigarro para mí.
Al principio no fue fácil. Me ahogaba, tosía, me volvía a
ahogar, hasta que finalmente pude hacer “el golpe”. No es algo que requiera
mucha ciencia pero ella lo hacía con mucho estilo. Desde ese día me volví una amante
furtiva del cigarro. Nunca quise que mi abuela y mi madre se dieran cuenta de
que fumaba pero no pasó mucho tiempo para que empezaran a sospechar. No les
agradaba que mi única y total compañía fuese Joss, siempre Joss, para todo
Joss.
Ella llegó a significar tanto en mi vida en tan poco tiempo.
Un mal día, caminando por alguna calle del centro de la ciudad, tomadas de la
mano, con un cigarro en la otra mano y riéndonos como siempre. Se detuvo de
golpe. Me vio fijamente a los ojos con
una expresión de ansiedad y alegría revueltas. Mi corazón latía a mil. Pensé en
mil cosas pero algo me decía que iba a confesarme algo, quizás era lo que tanto
deseé escuchar: que yo le gustaba tanto o igual de lo que ella me encantaba a
mí. Pero vaya desilusión. Lo único que salió de su boca fue. “Creo que por fin
me perdonaron mis viejos. Me regreso a California en diciembre.”
Es difícil describir cómo sentí el cerebro en ese momento. Pero
recuerdo que se adormeció al instante como un mecanismo de defensa. Como si
hubiere liberado una enorme dosis de endorfinas para no sentir tanto el dolor
de ese golpe. No sabía qué hacer ni qué decir. Me esperaba cualquier cosa menos
eso. Faltaba muy poco para diciembre. Le solté la mano. Me di la vuelta y seguí
caminando. Ella no preguntó por qué reaccioné así, parecía que lo entendía
bien. Seguí caminando y ella sin decir nada me acompañó hasta mi casa.
Fue difícil dormir esa noche. La única persona que había
despertado en mí las ganas de amar a otro ajeno a mi familia. Que le diera un
verdadero sentido a mi vida tan aburrida como las misas de los domingos. Tenía que
decírselo, pero me ganaba el miedo, pensaba que quizás ella solo me miraba como
una amiga, que quizás no era su tipo y si le decía que me gustaba podría
arruinar la única amistad sincera que había tenido en toda mi vida. En mi plena
adolescencia tenía la gran disyuntiva de mi vida. Hasta que llegó la mañana
siguiente.
Mi abuela estaba desayunando en la cocina. Vio mi cara de
desvelo y de tragedia griega. Enseguida frunció el ceño y me preguntó qué me
pasaba. Negué con la cabeza. Tampoco quise desayunar. Solo agarré mis cosas y
me despedí con un beso, pero antes me agarró muy fuerte las manos, realmente
estaba preocupada y me dijo con todo su amor y suavidad: las princesas cuando
son jóvenes y bellas tienen todo el derecho del mundo a equivocarse, a cometer
todos los errores que quieran. Porque para eso es la juventud, para cagarla
cuantas veces sean posibles. Cuando seas mayor nadie te permitirá cometer
errores y si los hacés te van a juzgar siempre. No querrás acabar como tu
abuela, vieja, sola y nostálgica o peor, como tu madre, amargada y religiosa,
creo que eso sería peor.
Y con sus palabras me fui valiente y sonriente al colegio. Dispuesta
a cagarla como dice Tatita, que no sé qué haría sin ella y sus consejos.
Joss estaba en la entrada, esperándome con una gran sonrisa.
Fue un alivio que me viera de mejor ánimo. Iba a decirle la típica frase
trillada que todas las parejas usan cuando quieren terminar. “Tenemos que
hablar”, pero ella se adelantó con un “hoy no hay escuela” y un “vámonos de
aquí”.
Nos fuimos a su casa. Creí que sería la misma rutina. Una Coca
cola y un cigarro mientras escuchábamos música pero esta vez tenía otros
planes.
Había arreglado su cuarto. Tenía velas aromáticas y flores. Ella
no era así. Era un desastre andante. No entendía bien el escenario hasta que
sin darme cuenta me agarró por la cintura. Estaba detrás de mí. Con su barbilla
apoyada en mi hombro. Yo seguía sin entender pero no podía disimular mi
emoción.
-Joss… -susurré, pero no quería voltear a verla.
-Eres tan
hermosa, and you smell so nice… Dime una cosa, ¿qué tal te hago el amor
en tu imaginación?
-¿Cómo?- refuté, tratando de quitar en seguida sus manos de
mi cintura, pero ella se aferró más fuerte. Yo estaba de mil colores. Indagando
cómo pudo darse cuenta.
-Vi tu cara ayer que te dije que me regresaba a casa. Te
pusiste realmente triste. Fue la cosa más linda que alguien ha hecho por mí. Me
sentí mal por ti pero feliz al mismo tiempo de saber que sientes algo por mí. Soy
tan afortunada de tenerte aquí conmigo.
Yo no sabía ni supe que decir. Ella siempre siendo directa,
honesta y yo siempre tan miedosa. Empezó a besar mi cuello pero apenas sentía
sus labios.
-¿Nunca has estado con nadie verdad? ¿Ni un hombre? –
preguntó mientras desabrochaba mi blusa y yo sentía los peores nervios de mi
vida.
-No… con nadie.- contesté sin tartamudear.
-Claro que no. Estás pura. Por eso será muy especial, promise you.- me dijo al mi oído.
Yo estaba totalmente quieta, en silencio. Pero por dentro sentía
la adrenalina correr por cada centímetro de mi cuerpo. Su lengua empezó a
rodear mi oreja, sus dedos habían desabotonado toda mi blusa y con una
habilidad increíble me quitó el brasiere. Mi corazón pudo explotar en ese
momento.
-Me recuerdas a mí misma hace varios años. Era exactamente
como tú: girly, linda, cabello hermoso. Era tan aburrida, pretendía ser la niña
que mis papás querían y no me pregunté quién era yo. Tuve hasta un novio.
- ¿Novio? ¿Varón?- pregunté sorprendida, volteando por fin
mi rostro para verle los ojos.
- Si,
Tommy. He was really cute. Él es dominicano, era de último año. Yo tenía
14, no sabía nada de la vida, ni siquiera me gustaba pero tampoco sabía qué me
disgustaba. El me quitó la virginidad. Hacer el amor por primera vez con un
hombre es la cosa más incómoda y dolorosa que existe. No entendía por qué a las
demás les encantaba estar con hombres hasta que a la tercera o cuarta ocasión
le encontré el gusto. Era rico. Se siente bien tener un pene dentro de ti. Es como
sentirte completa de alguna manera. Pero no necesitas de un hombre para tener a
un pene dispuesto. Pero es cuestión de gustos quizás nunca llegues a
disfrutarlos. Hoy lo comprobaremos.
-¿Hoy?- pregunté asustada.
-Tengo uno que compré para ti.- respondió muy divertida ella
al sentir mi preocupación.- sólo será una prueba. Y algo me dice que te va a
gustar igual o más que a mí. Estar con un hombre es rico pero estar con una
mujer es una aventura totalmente diferente y mucho más placentera. Se siente más suave, más húmedo, más sublime. Pero eso es
algo que lo tienes que decidir tú, no yo.
Empezó a bajar sus manos hacia mi zona sur. Cuando sintió lo
mojada que estaba, sonrió, volteó mi rostro con la otra mano y se dispuso a
besarme suavemente, haciendo los mismos movimientos con su lengua y su dedo medio
metido en mi entrepierna. De un tirón me quitó la falda y los calzones. Estaba
completamente desnuda ante sus ojos pero ya no sentía pudor ni vergüenza. Estaba
viviendo el momento más excitante de toda mi vida y cometiendo los errores que
debía cometer como decía mi abuela, por eso me dejé llevar. Me sentó cuidadosamente en la cama, se deslizó por mis piernas y empezó a besarme justo allí y mientras gemía comprobé la existencia de Dios.
---CONTINUARÁ---