Nunca tuve tanto miedo
a volar. Siempre fui una chica buena y no precisamente por estudiar en un
colegio católico o por asistir a misa cada domingo del año. Mi familia es
conservadora y de alguna medida lo soy yo también. Fui una niña aburrida pero
nunca me gustó leer, tampoco escuchar ópera y esas cosas. Mi delirio eran las
películas de princesas. Mi abuela paterna siempre me dijo que yo era una
princesa legítima. Tez blanca, cabello castaño claro y un tanto escuálida.
Me parezco
mucho a ella. Supongo que lo único que trataba la vieja era de que no me deprimiera
por mi apariencia, sobre todo cuando nadie me tomaba en cuenta en las
actividades por ser tan bajita y débil. Si, débil. Me regresaba llorando a la
casa y la “Tatita”, como le decimos todos, era mi único consuelo sincero para
mí. “Las flacas somos más felices, las blancas somos más delicadas y las bajas
cabemos en cualquier lado”, me decía la vieja para subirme la autoestima y supongo
que funcionó.
Mi abuela tiene un
aire muy liberal y tenía maneras muy bizarras para dar lecciones. Lo poquito
que recuerdo de papá es que era igual de alegre y chistoso que ella. Pero por
otro lado mi mamá fue educada bajo un yugo muy estricto. Su papá era militar y
su madre una férrea católica. El sueño de ambos (sus padres), cuenta mi mami,
era convertirla a ella en una monja y a
mi tío Pedro en un sacerdote, pero conoció a mi papá y más tarde nací yo. Por eso
al tío Pedro no le quedó más remedio que ordenarse como cura. “Por eso se hizo
maricón”, me dice Tatita en las cenas navideñas cuando se reúnen todos.
Por fortuna la familia de mi madre vive en otra ciudad. Tatita
vive con nosotras desde que mi papá murió. Ella no es religiosa, podría jurar que
es atea pero no lo dice para no molestar a mi mamá. A pesar de no estar de
acuerdo con sus maneras para criarme, nunca la criticó. Tal vez fue para no
apartarme de su lado. Ella es lo máximo. Siempre que tengo que ir a misa y mira
mi cara de descontento y pereza, me dice a escondidas en la cocina que me quede
con ella para escuchar sus boleros y rancheras pero sabe que eso significaría
una regañina por parte de mi mamá. No sé qué haría sin mi abuela. Pasó tantas
noches convenciéndome de que yo no era fea.
Con los años me fui
dando cuenta de que el espejo se hizo mi amigo y tenía razón mi abuela, las
otras niñas solo sentían envidia pero la verdad ese asunto no me preocupaba. Hice
dos buenas amigas en la secundaria y las dos tenían su respectivo novio. De hecho
supongo que todas las de mi clase tenían su noviecito o de esos amigos
especiales. Todas excepto yo. No porque nadie me cortejara, siempre habrá más
de algún perro aguacatero husmeando para ver si consigue algo.
Pero nadie me
interesaba. Mi mundo consistía en estar encerrada en mi cuarto estudiando,
siendo aburrida. Siendo buena hija. Acompañando a mi madre a sus círculos
bíblicos, aprendiéndome casi todos los rezos de los funerales, el mismo sermón
de cada bautizo o cada boda. Esa era mi vida. Mi mejor pasatiempo era escuchar
a Tatita hablar de sus aventuras de juventud y verla cómo se emociona cuando
habla de sus tantos novios y cómo el nacimiento de mi padre le cambió la vida.
Mi vida y mis costumbres
eran tan aburridas. Hasta que un día llegó ella. Venía de Estados Unidos. La mandaron
castigada para acá. Los padres creyeron que matricularla en un colegio de mojas
podría hacer que cambiara su actitud. En ese entonces estaba más llenita, su
piel muy clara y bonita. Tenía el pelo muy cortito, pintado en negro azabache. Tenía
agujeros en las fosas nasales y en todo el contorno de las orejas, supongo que
las monjas le hicieron quitarse los piercings.
Caminaba de una forma
peculiar y a paso ligero pero lo hacía con mucha gracia. Tan pronto llegó se
hizo amiga de todo el mundo. Pero no hacía las mismas bromas conmigo, quizás
porque miraba que yo era reservada. Le fastidiaba
usar el uniforme diario, cada día al salir de clase, se iba corriendo del lugar
para ponerse su cómoda ropa. Jeans flojos a la cadera, tenía los tenis All
Stars de todos los colores, camisetas oscuras y grandes que disimulaban mucho
sus pechos. Nunca nadie me había llamado la atención de tal manera.
Siempre la miraba y
trataba de disimular, me gustaba pensarla en las noches. Me daba una curiosidad
terrible. Cuando hablaba, cuando insultaba a las monjas en inglés y luego les
tiraba besos de lejos. Me causaba gracia todo lo que hacía, pero no ella sabía quién
era yo. Un día sin que nadie viera le revisé su mochila. Había unos CD’s de Iron
Maiden, Slipknot y Metallica. Nunca los había escuchado en mi vida pero me fui
al mall y me gasté casi todos mis ahorros comprando los mismos CD’s.
Cuando llegué a casa,
ansiosa por escucharlos, mi madre y mi abuela estaban en la cocina, entré a
saludarlas rápidamente. Entré a mi
cuarto y puse Psychosocial de Slipknot a todo volumen. Pasaron sólo unos segundos
cuando las tenía a las dos viejas escandalizadas en la puerta de mi cuarto. Hasta
mi abuela estaba horrorizada. Mi mamá me dijo que con esa música estaba
permitiendo al diablo entrar a la casa. Mi abuela dijo que era culpa de las
monjas. Me reí. Las saqué del cuarto y me tiré a la cama para seguir escuchando
todos los CD’s con mi Ipod.
Había escuchado antes
el rock pesado quizás en la televisión, pero nunca me interesó. Pero esa tarde
los escuché una y otra vez. Y más tarde en la noche me masturbé por primera vez
en mi vida. Me toqué pensando en ella. Fue lo más erógeno que había
experimentado hasta entonces. El primer orgasmo con mis manos. Imaginándola a
ella encima de mí, besando mi cuello, explorando en el sur, llevándome al cielo
con sus dedos. Sentí algo de temor y pudor al terminar, pero nunca antes me
había sentido tan viva.
Al día siguiente al
verla me sonrojé como un tomate y ella lo notó. Cruzó un pasillo para acercarse
a mí.
-Hace calor, verdad.-
me dijo volteando a ver al cielo opaco, carente de cualquier sol o lo que se
parezca a eso.
-¿Calor? Bueno sí, un
poco… creo. – le dije sin comprender.
-Solo las putas que
tienen memoria se sonrojan de la nada.- me dijo con una sonrisa torcida y viéndome
fijamente. Yo me enrojecí mucho más y tragué saliva.
-¿P..perdón? –
tartamudeé un poco al rato que ella se echaba tremenda carcajada.
-Estoy bromeando,
Andrea. – me dijo agarrándome los hombros. Ella es un poco más alta que yo.
-Daniela. - la
corregí.
-Whatever, tú tienes
cara de una Andrea, pero Daniela te queda también. Yo me llamo Josseline, y
odio ese nombre. Cuando tenga los años suficientes me lo voy a cambiar, por
mientras sucede eso, dime Joss.
-Yo sé quién sos vos…
- le dije casi susurrando por los nervios. Esta chica me intimida demasiado.
- Ok, Dani Blush, ¿te
gustaría acompañarme a un lugar? No preguntes dónde, solo dime si puedes o no.
-¿Ahorita? – pregunté señalando
mi reloj, todavía faltaban dos horas para salir de clase.
-¿Sí o no? – repitió.
-Sí. – le dije con una
ola de adrenalina revoloteando en mi pecho y nos fuimos.
CONTINUARÁ…