Revisando un buen día mi plan de estudios, me di cuenta que
me hacía falta llevar una clase optativa, o sea esos “apéndices” que agregan a
la carga académica, y que dependen de cada carrera; la mía, exige cuatro y me
faltaba la del área de arte.
Con descaro confieso que pregunté a otros compañeros,
recomendaciones para encontrarme con un maestro “barquito” para pasar la clase,
fácil y sin tener que ir todos los días. En ese momento estaba haciendo mi
práctica profesional, y aparte regresaba en la noche a la universidad, lo
consideré justo.
El caso es que mis amigos no me daban muchas opciones, pensé
en llevar Fotografía, o Ajedrez, que eran las que me llamaban la atención, pero
los horarios estaban bien jodidos, bueno en realidad la jodida era yo. Una clase
que se llama Música Latinoamericana y
Apreciación y Análisis Musical fue la ganadora. Me matriculé pensando que la
pasaría yendo una vez a la semana y los días de examen. Ay! Los que nos pasamos
de vivos siempre llevamos sorpresas.
Llegué una semana después de que habían iniciado las clases.
Cuando entré al aula estaba un señor de baja estatura, con sobrepeso, de unos
cincuenta y tantos, pelo canoso, con manos pequeñitas. Estaba sentado de una
manera muy cómoda, con las piernas abiertas y los brazos apoyados en una mesa. Notaba
que ladeaba la cabeza una y otra vez y se acerca su reloj demasiado a los ojos.
Y cuando hablaba con alguien anteponía su oído antes que sus ojos. Rápidamente me
di cuenta de que era ciego.
-Pase adelante, quien sea quien es.- dijo con una voz aguda
pero cálida.
-Con permiso.- dije, mientras toda la clase volteaba a
verme, menos el maestro gordito.- ¿Puedo pasar?- pregunté con pena.
-Si, adelante. Ya está adentro, pero que sea la última vez.-
me advirtió.
Estaba tan confundida. Pensé que me había equivocado de
aula, entonces pregunté al de mi par, si era la misma clase que había
matriculado en internet. Pero el tipo este que parecía de 14 años, primer
ingreso no sabía ni qué carrera estudiaba –Mierda- pensaba una y otra vez- le
pregunté a otra compañera que parecía de 30, me fui al extremo.- si esta es la
clase.- me confirmó y me sentí aliviada.
Al principio encontraba a la clase un tanto aburrida,
escuchando música gregoriana que me hacía pensar en películas de horror. –música
de locos- pensaba. Pero cuando entró Mozart, Bach, Beethoven y sus semejantes,
me fui dejando deleitar por una música totalmente hermosa. Hasta el momento
todo iba bien. Hasta que un día, al maestro Jim se le ocurrió que habría que
exponer. A mí me tocaba exponer obre el Impresionismo, si mal no recuerdo. Busqué
en Google, en mi celular una ahora antes de exponer, escribí notas en dos hojas
de papel y trataba de no ponerme nerviosa.
No llevaba ni diez minutos de exposición y el señor Jim me
pidió que me detuviera. Me dijo en un tono despectivo que lo que yo decía puras
tonterías, que seguramente lo había buscado en internet y no en libros como él
había pedido. Me dijo que yo había faltado una semana, y que a pesar de su
ceguera el percibe a la gente que pone atención a lo que él dice y yo no era
una de ellas. Recuerdo como levantaba el dedo índice mientras alegaba él solo,
pues yo con la boca abierta estaba totalmente indispuesta a defenderme, a
sabiendas de que él tenía la absoluta razón. Menospreciaba la clase porque me
preocupaba más por llegar temprano al trabajo en ese momento, y cuando nos
ponía a escuchar música por poco y me quedaba dormida, aunque realmente me
gustaba escucharla, me relajaba por completo.
Estaba más que jodida. No podía cancelar la clase. Y me
sentía totalmente apenada con el maestro. Entonces decidí ir todos los días a
clase, poner atención a la misma y hacer mis tareas que a decir verdad no eran
tareas, solo era leer e investigar sobre cosas que cualquier persona interesada
en el arte y con sentido común le gustaría conocer.
Entonces empecé a escuchar todos los comentarios del señor
Jim, y sin querer lo fui estudiando, me fui intrigando. Resultó ser todo un
personaje. Hablaba de su familia adinerada, de sus primas de alta sociedad, “de
culo blanco”, que les gusta salir en periódicos y revistas, de sus hermanos, de
cómo lo consideraban un “loco” por ser un artista, por ser socialista y
simpatizante del Che Guevara y La Revolución y todo eso, que él consideraba son
causas justas y su familia era incapaz de entender. Notaba como su expresión cambiaba
cuando hacía bromas sobre el tema, a pesar de las risitas de la clase, él
parecía triste sin embargo, distante como si tuviese una herida latente.
Al poco tiempo entendí que la clase era como una terapia
para el Señor Jim, le interesaba enseñar y despertar la sensibilidad artística
de sus alumnos, pero también quería desahogarse de alguna manera. ¿A quién le
interesa la vida de los maestros? Cada quien carga con su propia cruz, pero
aquel hombre disfrazado de dureza y simpatía al mismo tiempo, me hacía querer
saber más y preguntarle por todos los países que ha conocido, que según él son
muchos (toda América Latina), casi toda Europa, había estado en las bóvedas del
Vaticano y tenía cinco títulos universitarios, no lo miré jamás como un
presumido o un mentiroso cuando hablaba sobre esto, pues no lo hacía con ese
afán, al tipo se le notaba claramente que es una mente única, con conjeturas
que solo te las puede dar el conocimiento, los libros y los viajes.
Antes de finalizar la clase, llevó a su pequeña hija de 7
años, la debilidad del señor Jim. Ella parecía tan lista como él y le hablaba
como si fuera una mujer adulta. Recuerdo que siempre hablaba de abandonar el país, pero su hija era lo único que lo detenía. Realmente se notaba que la adoraba.
Terminé amando la clase. Me sirvió de mucho. Casi a punto de finalizar mi tarea aprendí a no ser mediocre ni menospreciar una clase por pequeña que sea.
Terminé amando la clase. Me sirvió de mucho. Casi a punto de finalizar mi tarea aprendí a no ser mediocre ni menospreciar una clase por pequeña que sea.
Pero aquí es donde entra una inesperada sorpresa. Cuando tenía que verificar mi nota, en mi cuenta de internet, me aparecía otro nombre, un nombre de mujer, Jimena. La sangre se me revolvió, quizás si me había equivocado, quería golpear mi cabeza en la pared. Entonces tuve que ir a preguntar a la unidad de arte de donde proviene la clase para intentar resolver algo y vaya sorpresa la que me llevé.
-¿Está seguro?- le preguntaba confundida al encargado de la
unidad de arte.
-Si, en realidad Jim, es el diminutivo de Jimena, él era en
realidad una mujer. Se cambió de sexo y la familia ahora lo desprecia, por eso
y por su manera de pensar.
-Wow…- pensé para mí. - ¿es una mujer?
-Es transgénero, el pimero que da clases en la Universidad
Nacional. ¿Sorprendida?
-Mucho.- le dije. Mientras me retiraba aún con la boca
abierta.
Ahora me deja mucho más intrigada aunque ahora todo tiene
sentido, sus manos, su voz, en fin. Pero jamás lo hubiese imaginado. El Señor
Jim una mujer… o era mujer. Desde ese momento he deseado hacerle una
entrevista, preguntarle cómo diablos tuvo a su hija, por qué pasó de tenerlo
todo a dejarlo por sus ideales, son cosas que se ven en las películas y que no
creemos que pueden ser realidad, pero ahora entiendo de donde vienen las
historias, precisamente de esas personas reales, únicas, la excepción de la
regla. Por eso me gusta lo que hago y es a lo que quiero dedicarme toda la
vida, a contar historias interesantes, de personas extraordinarias, como el Señor Jim, donde quiera que esté.