Esos días de pasión, ardor y locura no volverán a repetirse
en la vida de Andrea, al menos no con la misma intensidad. Las eternas horas en
los brazos del hombre al que ama es como alcanzar la gloria y luego caer en la
desdicha cuando el reloj señala que es hora de que su amado regrese con su
mujer.
Asumir el hecho de que ella es la otra, es como una tortura
silenciosa que la acaba poco a poco. No tiene las agallas suficientes para terminar
con Sebastián. Es imposible dejar ir a su fuente de felicidad y su fuente de
dolor. Cree que es una prueba de la vida y quiere sobrellevarla. En el fondo
tiene la esperanza que un día él dejará a su mujer, pero le remuerde el corazón
al saber que él no piensa hacer tal cosa, ni siquiera le gusta tocar el tema y
a ella tampoco le gusta arruinar el momento junto a él.
Es la amante y sus amigos ya se han enterado. Es solo
cuestión de tiempo para que se enteren sus padres. ¡Qué vergüenza para tu
familia! le repetía su mejor amiga como el hacha justiciera de la conciencia.
-
Tenés que dejarlo ir, por tu bien, termina esa
relación.- le decía en forma de súplica.
-
Nadie mejor que yo lo sabe. Pero lo amo y no
puedo dejarlo.- replicó Andrea como si fuese suficiente razón.
La vida se fue transformando a blanco y negro, nunca era
felicidad plena, solo eran pequeños momentos, eternos momentos, pero efímeros a
fin de cuentas. No podían ir al cine agarrados de la mano como lo hacen las
parejas normales, no podía darle un beso cariñoso en público como lo hacen sus
otras amigas con sus novios. No podía presentarlo con orgullo a sus colegas
como su pareja. No, no podía. Ya había alguien más quien hiciera todo eso. Y se
sentía miserable todas las noches. Se sentía imbécil por aprenderse de memoria
el horario con el cual podía marcarle a Sebastián sin riesgo de que su esposa
lo sorprendiera.
Todo eso salvo los momentos de sexo y de ternura, era una
verdadera pesadilla. Pero un día ocurrió lo peor.
Eran las fiestas decembrinas y un día antes de Noche Buena,
como acostumbra Andrea y su familia, hacen las respectivas compras en el Centro
Comercial. Justamente pensaba en qué le regalaría a su amor, cuando lo vio
pasar junto a su mujer tomados de la mano y riéndose amenamente como esas
parejas en luna de miel.
Fue como una puñalada en el pecho. El cuadro que vio se
miraba muy diferente al cuadro que le pintaba Sebastián cada vez que ella
sentía alguna duda sobre seguir con él. Se miraban felices, o al menos así
parecía. Él no alcanzó a verla y fue lo mejor. Aquella tarde Andrea por fin
entendió que las cosas tenían que cambiar. No contestó ni una tan sola llamada
de Sebastián en lo que restó del año. Por momentos se sentía a morir. Era un
dolor constante y no se explicaba por qué le dañaba tanto.
No fue una relación
tan larga pero si fue intensa. Si hubo amor, al menos de su parte. Llegó a
quererlo como jamás pensó querer. En su mente no cabe la posibilidad de volver
a amar a alguien de esa manera y se odia ella misma por pensar así, pero así lo
siente, y quizás así será.
Con el tiempo él se cansó de buscarla y no recibir respuesta.
Por momentos él pensó que quizás Andrea ya tenía una pareja formal y se le
hervía la sangre de celos. No paraba de buscarla, quería una explicación pero
era inútil, ella guardaba silencio.
“No quiero que me busques, no quiero verte, no puedo ni
siquiera contestarte el teléfono por que sé que si escucho tu voz nuevamente,
todo mi esfuerzo será en vano y volveré a caer en tus manos. Lo que vivimos fue algo sumamente hermoso y
nadie, ni la muerte podrá arrebatarnos. Te amé con locura, pero simplemente
creo que llegué tarde a tu vida. Si de verdad sos para mí, el destino solo lo
dirá, mientras tanto quiero que te cuides, y si alguna vez me quisiste un
poquito aunque sea, te pido no me busques. Te deseo toda la felicidad que tu astucia
y encanto te puedan dar,
con amor,
Andrea.”
De eso se trata la vida, de tomar decisiones aunque duelan
por un rato o toda la vida. Andrea siguió con su vida aunque no se ha vuelto a
enamorar como una demente. Sale nuevamente con amigos y aunque por ratos
extraña los momentos sórdidos de romance, no piensa entregarse fácilmente a
otro hombre. Prefiere vivir su vida sin prisa ni desesperación, pero aun así
extraña al Apolo del cual se enamoró perdidamente. Piensa que jamás habrá otro
hombre igual, y tal vez sea cierto, pero en el fondo sabe que alejarse fue lo
mejor que pudo hacer para evitarse toneladas de sufrimiento.
De lo que sabe de Sebastián es muy poco, salvo que sigue
visitando bares, sale con otras mujeres que no son su esposa, quien por cierto
jamás sospecha de su apuesto marido, y según rumores está esperando un bebé.